Pareciera que el cielo les
hubiese querido castigar sin razón aparente, pues la lluvia había sido tan
densa que habrían tenido dificultades para seguir el camino sino fuera porque
Scott se lo conocía casi al dedillo. La lluvia les había empapado y había
puesto nerviosos a los caballos, por lo que alcanzar al siguiente pueblo les
llevó casi todo el día.
Llegaron al pequeño pueblo de
Viten a media tarde, cansados, hambrientos, de mal humor y llenos de barro.
El chaparrón había empezado a
caer poco después que Atheris, Dante y Hawk volvieran con los demás y
explicaran brevemente lo que habían encontrado.
Todos habían reaccionado con
estupor, miedo, rabia y frustración, pero el rostro de lord Arkauz había
sufrido un cambio imperceptible a la vez que absoluto, como si dentro de su
cabeza una serie de barreras que hubiera autoimpuesto fueran destruyéndose poco
a poco y ya hubiera suficientes gotas como para colmar el vaso más de una vez.
Scott había sentido la
necesidad de verlo con sus propios ojos y ahora se arrepentía obedecido ese
deseo. Atheris le había acompañado y había agradecido tener alguien a su lado
cuando había visto lo que habían hecho con aquella aldea que había sido fuente
de alegría en sus años de niñez.
Ahora los buenos recuerdos
quedarían para siempre sustituidos por las imágenes que le perseguirían en sus
ya de por si pobladas pesadillas.
Dejaron los caballos en el
establo de la única posada del pueblo y entraron en su interior, esperando
calentarse con el ambiente y olvidarse, aunque fuera durante lo que durara una
cerveza, de los acontecimientos que habían marcado las últimas semanas.
El local estaba casi
completamente vacío a excepción del tabernero, un niño que le ayudaba y un par de viejos parroquianos que parecían
ser parte del mobiliario. Seguramente a causa de la lluvia ese día el amo del
negocio no había esperado tener mucha clientela, pero por la baja calidad del
local, tampoco estaba acostumbrado a atender gentes que no fueran del propio pueblo.
Tras una breve charla con el
dueño, Bardo consiguió a un precio razonable camas y cena para todos, aunque
estaban convencidos que echarían de menos la comodidad del castillo. Se
cambiaron de ropas en la habitación con camastros de paja y dejaron que las
telas gotearan toda el agua en un rincón, con la esperanza de tenerlas secas a
la mañana siguiente.
Cuando volvieron al comedor de
la posada, el mesonero ya les había dejado jarras de cerveza para todos y
platos de un estofado que si bien no tenía el mejor de los aspectos, olía bien.
Sentados en la mesa más cercana el fuego, dejaron que sus cuerpos fueran poco a
poco recuperando la sensibilidad.
A través de las únicas
ventanas del local, colocadas a cada lado de la puerta, podían ver como el
chaparrón seguía inundando el mundo. El camino lleno de barro dificultaría su
marcha y les sería muy difícil poder desviarse por rutas secundarias, pues el
mal tiempo las habría hecho peligrosas.
Empezaron a comer con la
cabeza perdida entre lo lúgubre y lo desafortunado, sin que ningún rayo de sol
pudiera alegrarles el yantar.
-
No es la primera vez que veo una escena así
–dijo Hawk, en un tono seco que rompió el silencio como el chasquido de un
trozo de madera rompiéndose- Bandidos que asaltan pueblos, guerreros que
conquistan tierras…
Scott hubiese querido lanzarle
el plato a la cara al rebelde, pues una desconocida furia absoluta se apoderó
de su pecho y a punto estuvo de dejar que la emoción se trasluciera en su
rostro.
Recuperó el control sólo
porque fijó su mirada en las llamas y encontró consuelo en las sinuosas formas
del fuego cercano. Hawk no había hecho más que sacar el tema que todos tenían
en mente, pero para él no era otra cosa que el recordatorio constante de algo
que no quería aceptar en lo más profundo de su ser: Ya no le quedaba hogar al
que volver.
Deseaba con toda la fuerza de
su alma que el mundo se hubiese parado en los dulces años de su despreocupada
juventud, cuando podía permitirse fingir ser un casanova y un diletante sin
preocupaciones. Deseaba que su padre estuviera vivo, que nadie le hubiera
asesinado de un modo cobarde y cruel y lo hubiese dejado agonizando durante las
largas noches de falsa enfermedad que mantuvieron en vilo a toda su familia.
Deseaba que sus hermanos no hubiesen sido castigados con la espada por la justa
indignación que habían sentido ante la sospecha del crimen.
La aldea destruida era la
metáfora perfecta de lo que su pasado había sido y lo que le deparaba el
futuro. Todo aquello que había creído seguro y eterno de niño ahora se volvía
frágil, quebradizo y mortal. Y empezaba a sospechar que jamás volvería a sentir
una paz completa, pues no había justicia o venganza suficientes en el mundo que
pudieran borrar el rastro de las heridas.
-
No han sido bandidos –dijo Atheris, parando el
deprimente ritmo de pensamientos de lord Arkauz- Ni la mejor banda de ladrones
lleva tanta armadura como para dejar pisadas tan profundas
-
Soldados pues –murmuró Bardo, removiendo sin
demasiado apetito lo que quedaba de estofado- ¿De pillaje? No parecía el
escenario caótico de un ataque.
-
Llevas razón –la voz de Dante era seria, pero en
ella aún resonaban las notas de la indignación- Lo que encontramos parecía
responder a un acto metódico
Lord Arkauz se hubiese
levantado gustoso de la mesa y hubiera vuelto a la lluvia si con eso dejaba de
escuchar aquella conversación, pero comprendía la necesidad de los hombres de
hablar de lo que habían visto. Deseaban comprender con su mente lo que su alma
jamás asimilaría por completo.
Bebió un trago de la cerveza
de baja estofa para regar sus pensamientos y confundirlos lo suficiente como
para permitirse un poco de tranquilidad.
De pronto Pasku hizo un gesto
a los viejos parroquianos que estaban bebiendo tranquilamente en un rincón,
cortando la conversación y sorprendiendo a todos. Los dos aldeanos se miraron
entre sí con gesto desconfiado y confundido, pero el rebelde volvió a hacer el
gesto con un deje amigable y casi al unísono ambos se levantaron.
Al acercarse más a la mesa, el
grupo de rebeldes pudo ver que los dos viejos no eran más que hombres curtidos
de trabajar bajo el sol que vestían con la sencillez de unos campesinos pero
que miraban con suspicacia de zorros astutos, picardía que ni siquiera su
ausencia de dientes o la marcada suciedad podían disimular. Scott reconoció
haberles visto alguna que otra vez en sus pequeñas aventuras juveniles por las
tierras de su padre, pero nunca había intercambiado palabra con ellos y
esperaba que no le reconocieran.
Pero el enfurecía que Pasku
hubiese cometido tal imprudencia en un impulso por el momento incomprensible.
Los viejos se sentaron entre el espacio que quedaba entre Atheris y Bardo, en
el extremo de la mesa más alejado del fuego pero igualmente confortable.
Cuando los hombres se
acomodaron en la gran mesa de madera cercana al fuego, Pasku hizo otro gesto y
el tabernero les trajo dos cervezas, mirándolos con la esperanza de saber por
qué los desconocidos invitaban a su par de fieles parroquianos.
La respuesta llegó cuando el
tabernero se encontró lo suficientemente lejos como para no poder escucharla.
-
Acabamos de hacer una interesante visita a una
pequeña aldea colindante a los manzanos –dijo Pasku, en tono tranquilo pero con
un deje de impulsividad e impaciencia- Y nos estábamos haciendo preguntas sobre
el extraño recibimiento que allí hemos vivido
Atheris miró al rebelde con
ganas de estrangularle, preguntándose qué impulsaba a alguien a hablar tan
abiertamente de un asunto tan turbio. Los demás, más acostumbrados a la actitud
directa de su compañero, se mantuvieron a la expectativa de la reacción de los
viejos campesinos y de la posible amenaza que pudieran generar.
-
Supongo
que habéis encontrado el saludo un poco frío, mi señor –dijo el más anciano de
los dos, con los ojos entrecerrados en un gesto suspicaz- Me sorprendería que
nadie os hubiese recibido de otro modo que no fuera desde el suelo
-
Digamos que no estamos acostumbrados a la visión
que sus habitantes nos ofrecieron –respondió Víctor, interviniendo
-
Sí, es una extraña costumbre la de morirse todos
a la vez –dijo el mismo campesino mientras el otro observaba en silencio- Pero
es una moda no tan pasajera que parece haberse instaurado últimamente
-
¿A qué os referís? –preguntó Scott, abandonando
su silencio al sentir la mordedura del temor, aun sabiendo que no iba a
gustarle la respuesta
-
A que últimamente tres pequeños pueblos algo apartados
han desaparecido por aparente muerte natural – el campesino les obsequió con
una desdentada sonrisa llena de cinismo y amargura- Tan natural como puede ser
una muerte a golpe de espada
Un breve silencio se impuso en
la conversación mientras los rebeldes asimilaban a marchas forzadas la
información. Scott se preguntó si algún día llegaría a acostumbrarse a recibir
golpes invisibles en el estómago, pero el súbito sabor de la bilis en la
garganta le hizo comprender que no.
Fuera, un trueno retumbó mientras
la lluvia seguía cayendo con fuerza.
-
Parecéis muy interesado en hablar y sin embargo,
habláis de un modo bastante oscuro- dijo Pasku, arqueando una ceja
-
Hablar de estos temas sin cierta precaución
suele ser un buen motivo para compartir destino con los infelices –respondió el
campesino
-
Pero eso no implica que no estemos dispuestos a
decir la verdad a quien nos pregunta sin miedo, mi señor –dijo con una voz muy
cascada el otro aldeano, quien se había mantenido en silencio hasta ese
momento.
-
¿Y vuestros nombres son?- preguntó Dante
-
Me llamo Elías- dijo el primero- Y él es Han
-
Contadnos lo que sabéis, pues. –inquirió Hawk
Los dos parroquianos se
miraron entre sí durante unos breves instantes en una suerte de comunicación
tácita. Con un gesto que un observador poco atento hubiese pasado por un
temblor, Han se encogió de hombros y Elías lanzó un breve suspiro.
-
Tampoco os podemos dar más que unos pocos
rumores y algunas verdades –empezó- Hace ya un tiempo, nuestro señor falleció y
no mucho después, sus dos hijos mayores le siguieron a la tumba. El menor, el
heredero restante, fue arrestado por lanzar acusaciones en la corte sobre las
turbias muertes de su familia.
La mayoría de los rebeldes se
abstuvieron de lanzar una mirada de reojo a Scott, aunque en su mirada se veía
la tentación de hacerlo. El susodicho se limitó a apartar la mirada y dirigirla
de nuevo a las llamas, que le ofrecían el bálsamo de ser mucho más discretas e
indiferentes.
-
Lady Arkauz y sus dos jóvenes hijas son ahora
las herederas de este feudo. No pasaron ni dos días del arresto de su hijo que
un pequeño pueblo fue arrasado. –Elías se llevó la cerveza a sus labios,
parando la narración hasta que media jarra fue vaciada- Pero no fue como lo que
visteis en el camino. En ese caso, fue mucho más llamativo, vimos las llamas
desde aquí.
El tabernero iba lanzándoles
miradas de vez en cuando y alternativamente sus ojos se posaban en la ventana
más cercana a la puerta, como si temiera que en cualquier momento alguien fuera
a entrar en su local. El temor no pasó desapercibido por Hawk y Víctor, que si
bien prestaban atención, se lanzaron una breve mirada de advertencia.
El chico que ayudaba al
tabernero, por el contrario, estaba felizmente distraído con un gatito que
había salido de alguna parte.
-
Nos dijeron que habían sido los rebeldes –Han se
encogió de hombros- Yo creí que habían sido bandidos cualesquiera. De vez en
cuando saquean algo, aunque nos sorprendió un poco que hubiesen actuado de una
manera tan exagerada –Han, como si gustase de repetir el gesto cada vez que no
quería dar más explicaciones, volvió a encogerse de hombros- Pero al cabo de
pocos días volvió a producirse un ataque similar, esta vez sin fuego. Nos enteramos
porque un par de heraldos se preocuparon en anunciar por todo en condado que de
nuevo los rebeldes habían acabado con un pueblo.
Hawk levantó sutilmente la
vista del campesino y la fijó en el tabernero, que le susurraba algo al oído al
chaval. Este puso cara de molestia y miró a los rebeldes con la poca discreción
que suelen tener los niños. Parecía que algo le inquietaba de lo que el
posadero le había susurrado, pero lanzó un silencioso suspiro y salió por la
puerta caminando alegremente mientras sus manos aún portaban el gatito
juguetón.
Cuando abrió la puerta y el
animal vio el chaparrón que seguía cayendo, saltó de los brazos del chico con
un maullido airado y desapareció entre las mesas. El niño miró al tabernero con
cara de pena, intentando no verse obligado a salir a la lluvia, pero el ceño
fruncido del hombre le indicó que no podría escaquearse.
Una vez el chico hubo salido,
el mesonero se distrajo limpiando a consciencia unos platos de barro que
parecían estar ya impecables.
Era una escena del todo
inocente, pero a Hawk empezó a pesarle el arma en el cinto. Se tranquilizó al
ver que Víctor y Bardo también habían reparado en la salida del niño y que
compartían su injustificada inquietud
-
Parece ser que nuestro bienhallado regente ha
hecho más de una visita a Lady Arkauz estos días, para consolarla de sus
pérdidas. – comentó Han
-
Pero las malas lenguas dicen otras cosas
–intervino Elías, soportando la mirada molesta de su compañero parroquiano por
haberle interrumpido- Las malas lenguas dicen que el regente está presionando a
Lady Arkauz
-
¿Presionando? –preguntó Scott, rompiendo su
silencio e intentando que su voz sonase impersonal a pesar que estaban hablando
de su madre y hermanas
-
Parece ser que nuestra señora se ha mostrado
bastante tozuda en lo que respecta a ceder a algunas peticiones del regente. –Elías
había bajado tanto la voz que tuvieron que hacer esfuerzos para escucharle con
claridad- Y curiosamente, desde que ella empezó a negarse los rebeldes
empezaron a destruir pueblos.
Casi al unísono, los dos
campesinos apuraron la jarra de cerveza. Bardo lanzó una mirada a sus
compañeros e hizo un gesto al dueño de la posada para que les trajera algo más
de beber. Fuera, el viento soplaba con fuerza y la lluvia golpeaba sin piedad
el mundo. El calor agradable del fuego hubiese relajado hasta una cuerda de
violín, pero ninguno de los hombres en la mesa parecía estar verdaderamente
tranquilo.
-
Esa es una acusación muy directa- dijo Pasku,
apoyando su barbilla en la palma de la mano y el codo en la mesa
-
Oh, no estamos acusando de nada –dijo Han en
tono sorprendido- Lo hacen las malas lenguas.
-
¿Y las malas lenguas dicen que el hijo del rey
está arrasando pueblos para convencer a una viuda?
-
Una viuda con el segundo feudo más grande del
reino –Elías, de nuevo, se encogió de hombros- Al fin y al cabo, sólo somos
campesinos
El viejo aldeano les regalo
una sonrisa irónica que los dientes sucios y ausentes no pudieron paliar. Han
abrió la boca para añadir algo más, pero de pronto la mano del mesonero se posó
en su hombro, silenciándole. Estaba entre Atheris y el campesino, como si
quisiera hacer de muro de contención sin dejar de mirar de reojo al resto de la
mesa cuando creía que nadie le estaba vigilando.
-
Amigos, hace ya rato que deberíais estar en vuestras
casas –dijo en un tono jovial un tanto forzado- O vuestras hijas vendrán a
castigarme a mí por daros de beber
Han remugó algo y parecía que
iba a contestar aquellas amables palabras, pero Elías le hizo un gesto bajo la
mesa que los rebeldes sólo llegaron a entrever y que bien podría haber pasado por
el simple movimiento de un anciano haciendo esfuerzos para alzarse.
Con algo de dificultad por la
cerveza y la edad, los dos hombres se levantaron de sus sillas y se dirigieron
a la puerta mientras comentaban algo en voz baja. Se cubrieron como buenamente
pudieron con unas raídas capas que más parecían mantas recicladas y se
perdieron entre los chuzos de punta que el inclemente tiempo lanzaba desde las
nubes negras.
-
Señores, lamento interrumpir vuestra conversación
–dijo el tabernero una vez los dos parroquianos hubieron salido- Pero les pido
amablemente que se retiren a sus habitaciones. Es tarde ya.
-
¿Tarde? –preguntó Víctor, mirando al hombre con
cara de muy pocos amigos- No debe ser ni la hora de cenar.
-
Aquí cenamos muy pronto –dijo el hombre, de
pronto lanzando una mirada glacial al rebelde- Tenemos unas costumbres
distintas a las de la ciudad
Bardo cogió al hombre por la
nuca, le estampó la cara contra la mesa y con su considerable fuerza impidió que
pudiera alzarse manteniendo la presión en el cuello del tabernero, todo en un
único y veloz gesto que sorprendió a algunos. Por el impacto una de las
cervezas se derramó en la mesa, mojando el rostro del hombre derribado y
haciendo que cerrara los ojos con fuerza y tosiera para que el líquido no le
molestase.
-
¿Y cómo sabes que venimos de la ciudad? –preguntó
Bardo, con forzada frialdad. No le gustaba actuar de ese modo, pero sabía que
no podía detenerse a plantearse esos asuntos –No recuerdo haberte comentado ni
nuestro origen ni nuestro destino
-
¡Dejadme! –chilló el hombre, moviéndose sin
éxito en el reducido espacio que le permitía la mano de Bardo- ¡Suéltame!
La mayoría de los rebeldes si
habían quedado quietos en su silla, pero con las manos sutilmente colocadas en
las armas que llevaban en el cinto u ocultas en su atuendo. El único que
parecía haberse sorprendido sinceramente y que no sabía cómo reaccionar era
Scott.
Había viajado mucho en su
disoluta juventud y había visto peleas de toda clase, incluso participado
alguna vez. Pero no había previsto la reacción de Bardo, ni entendía cómo los
demás si habían sido capaces de deducirlo lo suficientemente rápido como para
no dar un respingo. Se dijo a si mismo que el problema residía en haber estado demasiado
pendiente de sus pensamientos, pero la situación para él era nueva.
Bardo, sin embargo, parecía
sentirse bastante más cómodo en la situación. Aunque sus ojos reflejaban cierta
culpabilidad por actuar de ese modo, sus manos tenían la firmeza del que había
visto la muerte silenciosa de tantos inocentes.
-
¿A qué estás jugando? –preguntó sacando un
cuchillos de su cinto y acercándolo al rostro del hombre
-
Yo…yo…- tartamudeo el mesonero-No estoy jugando
a nada
El hombre seguía debatiéndose,
pero sus ojos intentaban desviarse de un modo desesperado hacia la puerta, como
si esperara que viniera alguien a rescatarle. Y quizás no estaba equivocado,
porque a través de las ventanas los rebeldes vieron un par de figuras
acercándose a través de la lluvia. Figuras corpulentas, presumiblemente con
armadura y con ropas de negro y rojo.
Víctor hubiese apostado toda
su paga de soldado que bordado en esas ropas había la Anfisbena, el escudo del
rey.
Aprovechando la leve distracción
que las figuras que se acercaban habían creado, el tabernero le dio una coz a
Bardo en la parte más sensible de su cuerpo, librándose al fin de su agarre y
retrocediendo de espaldas hacia la puerta.
-
¡Vi vuestras caras en los carteles! –grito, andando
de espaldas tan rápido como las mesas y su cuerpo se lo permitían. - ¡Sois
rebeldes! ¡No me creo las habladurías de Elías, vosotros destruisteis los
pueblos!
Algo que sonaba muy fuerte
sonó contra la puerta, llamando lo suficientemente alto como para sonar por
encima de los truenos. Todos los rebeldes se habían levantado ya y tenían las
armas desenvainadas, aunque Bardo aún tenía que recuperarse del golpe a su
virilidad.
Scott sujetaba la espada
notando como todos los tendones de sus manos se quejaban por el peso y la
tensión, pero estaba ya harto de no poder empuñar un arma y dejar que fueran
otros los que le protegieran. Si podía por lo menos blandir su arma, sentiría
que aunque fuera en una ínfima parte aún seguía teniendo cierto control sobre
su destino.
El tabernero se acercó a la
puerta, sujetando el pomo con fuerza.
-
Os entregaría a la guardia por mucho menos de lo
que ofrece la recompensa –dijo, mirándoles con miedo y rabia- Malditos asesinos
Giró el pomo de la puerta y
salió a la lluvia como alma que lleva el diablo, dejando que las dos figuras se
personaran en el interior.
Pero no eran sólo dos pues la
lluvia y la distracción del tabernero les había impedido ver con exactitud.
Diez soldados pertrechados con buena armadura y afiladas armas que gritaron
metálicamente cuando fueron desenvainadas les observaban con mirada firme
detrás de los cascos.
Atheris fue la primera en
reaccionar. Cogió una jarra de cerveza aún llena y se la lanzó a los hombres,
distrayendo a dos de ellos con el líquido que les cayó en el rostro.
Casi como si eso hubiese sido
la campana de salida que todos esperaban, la lucha empezó.
Dante le dio una patada a la
mesa, tumbándola en el suelo e improvisando un parapeto que retrasaría
levemente el ataque de los guardias, pero que le permitiría ganar algunos
segundos. Sin tanto planteamiento, Víctor, Hawk i Pasku se lanzaron contra cuatro
soldados que habían cargado contra ellos y fueron los primeros en cruzar las
espadas, llenando el local con la canción metálica de la batalla.
Bardo se recuperó del golpe e
hizo frente a dos soldados que cargaban contra él. Utilizando dos espadas iba
parando las estocadas tan bien como le era posible, pero pronto empezó a notar
como pequeños- y no tan pequeños- cortes le llenaban el cuerpo. Contra dos, era
una simple cuestión de resistencia y no tardaría en quedar en desventaja.
Atheris rodó por el suelo
aprovechando la confusión, quedando encogida detrás de un soldado que cargaba
contra Dante. Sacando en un gesto veloz uno de sus cuchillos del cinto, se lo
clavó al hombre en la parte posterior de la rodilla, viendo la obertura en la
armadura.
El hombre gritó, cayó de
rodillas al suelo y la mujer aprovechó para clavar el mismo cuchillo en el
pequeño espacio que quedaba libre del cuello, acabando así con el primero de
los soldados.
Pero la muchacha tuvo que
levantarse de un salto y esquivar el golpe de espada del soldado que iba
detrás, perdiendo durante unos instantes el equilibrio y empezando su segunda
pelea con un menoscabo.
Pasku y Víctor se protegían
las espaldas de los cuatro soldados que les atacaban mientras Hawk iba
moviéndose a su alrededor parando los golpes que sus compañeros no podían
desviar. Si bien ellos eran buenos en la espada aquellos soldados estaban
resultando ser enemigos más que formidables.
Pasku lanzó una estocada
demasiado alta y recibió una herida en el brazo, pero apretó los dientes e
impidió que el dolor le hiciera perder su arma. Aprovechando que el soldado
había previsto derrotarle con ese golpe y que no se esperaría que pudiera
resistir, el rebelde volvió a alzar su arma y la hundió en el hombro de su
atacante.
El enemigo cayó al suelo
muriendo entre estertores, pero la espada había quedado alojada entre huesos e
iba a resultarle muy complicado sacarla si no disponía de unos instantes.
Otro soldado fue a lanzar la
estocada final a Pasku mientras este intentaba desesperadamente sacar la espada
del cadáver, pero Hawk se interpuso entre ambos y le dio una patada al soldado
en el estómago. Llevando armadura el rebelde se había hecho más daño él en el
pie que el otro en su cuerpo, pero había quedado desestabilizado el tiempo
suficiente como para que Víctor aprovechara un hueco en su armadura y hundiera
su arma en la espalda del hombre, matándolo.
Bardo, a diferencia de sus
compañeros, no tenía apoyo alguno, por lo que se había visto obligado a ir
retrocediendo hasta la posición de Dante y Scott, que luchaban detrás de la
mesa-parapeto. Viendo al rebelde en
problemas, el noble cogió uno de los cuchillos que Dante llevaba en el cinto y
se lo lanzó como buenamente pudo a uno de los enemigos que acosaban a Bardo.
Dio en el blanco, pero un
cuchillo contra una armadura poco puede hacer, salvo ruido. No obstante, el
objeto volador distrajo a los hombres lo suficiente como para darle a Bardo
tiempo como para colocarse a resguardo en el parapeto.
Pero delante de los tres
hombres había cuatro guardias acosándoles sin tregua y la mesa no parecía que
fuera a ser de mucha ayuda mucho tiempo más.
Atheris tenía serios problemas
en su pelea y no hacía otra cosa que esquivar los golpes. Lo suyo eran los
ataques furtivos, las peleas cortas y las emboscadas, no un cuerpo a cuerpo con
un hombre enfundado en hierro y metal. Su espada era demasiado corta y ligera
como para poder atravesar la coraza y le resultaba muy difícil encontrar un
hueco mientras el hombre la atacaba de manera incansable.
Pasku consiguió quitar la
espada del cuerpo y se lanzó contra los hombres que peleaban contra sus
compañeros, dejando a Hawk y Víctor pelear con los dos que quedaban en su
flanco. Aprovechando que los cuatro guardias que atacaban a los rebeldes tras
el parapeto no le estaban prestando atención lanzó una fuerte estocada contra
el primero que tuvo a mano. El soldado se giró, más sorprendido por el ataque
que realmente herido, oportunidad que Dante no perdió para hundirle su espada
en el costado y así quitarlo de en medio.
Los tres guardias restantes
sufrieron unos momentos de confusión al ver que habían pasado de estar en
ventaja a rodeados por los rebeldes. Pero no eran simples reclutas que pudieran
amilanarse sin más, por lo que pronto recuperaron la seguridad y devolvieron
los golpes con eficaz constancia.
Atheris había ido
retrocediendo hasta quedar pegada contra la barra, sin poder moverse a riesgo
de sufrir un corte de la espada del soldado que la atacaba. Cada vez que
desviaba o bloqueaba un golpe con su fina espada notaba como todos los huesos
de sus brazos vibraban dolorosamente, pero apretaba los dedos hasta que
quedaban blancos para no perder su arma y única defensa.
Pero para su desgracia, el
pequeño gato eligió ese momento para huir de la escena que se estaba
produciendo, pasando entre sus piernas y haciendo que perdiera el equilibrio.
Atheris topó contra el suelo de espaldas, sujetando la espada desesperadamente
ante sí, tensando todo el cuerpo a la espera de sentir el filo de la espada
enemiga atravesando su carne.
Sin embargo el golpe final
nunca se produjo, pues una espada cortó el brazo del soldado antes que este
pudiera matar a la muchacha. Cuando Atheris alzó la vista, vio que el soldado
contra el que Hawk había estado peleando yacía muerto en el suelo, y que el
rebelde atacaba al hombre que había estado a punto de atravesarla.
Sin detenerse a escuchar los
gritos de dolor de su enemigo o a agradecer su suerte, Atheris se levantó
ágilmente y cortó el cuello del soldado en cuanto la armadura le permitió un
hueco.
Los tres soldados que luchaban
contra Bardo, Dante, Scott y Pasku se vieron pronto en una inferioridad
numérica aplastante cuando Hawk y Atheris se unieron a la contienda. Cuando
Víctor derrotó al tenaz soldado que lo había estado atacando, los tres hombres
ya habían caído, finalizando así el combate.
El silencio se impuso de nuevo
en la sala, roto únicamente por las respiraciones agitadas y por la lluvia
cayendo en el exterior. Los que primero se recuperaron limpiaron sus espadas de
sangre y las envainaron o se ocuparon de sus propias heridas antes que fueran
demasiado importantes.
Todos estaban más o menos
enteros a nivel físico, pero el destino les acababa de recordar el precio de
haberse unido a la rebelión, una idea que se prometieron a sí mismos tener muy
presente en el futuro.
-
¿Qué hacemos ahora? –preguntó Dante mientras
recuperaba uno de sus cuchillos del suelo
-
Yo iré a mi castillo- respondió Scott con voz
firme
Los demás miraron a noble,
algunos con compresión otros con inexpresividad, pero ninguno hizo preguntas.
Tras lo que había escuchado de los campesinos, a nadie le sorprendía que lord
Arkauz quisiera hacer una visita a su antiguo hogar, aunque tal cosa
significara romper con el plan establecido.
-
Iré a mi antigua casa y resolveré todos los asuntos que deba antes de visitar a
nadie más- dijo Scott, tajante- Quien desee venir conmigo es libre de
acompañarme
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