sábado, 21 de junio de 2014

17- Viten

Pareciera que el cielo les hubiese querido castigar sin razón aparente, pues la lluvia había sido tan densa que habrían tenido dificultades para seguir el camino sino fuera porque Scott se lo conocía casi al dedillo. La lluvia les había empapado y había puesto nerviosos a los caballos, por lo que alcanzar al siguiente pueblo les llevó casi todo el día.
Llegaron al pequeño pueblo de Viten a media tarde, cansados, hambrientos, de mal humor y llenos de barro.

El chaparrón había empezado a caer poco después que Atheris, Dante y Hawk volvieran con los demás y explicaran brevemente lo que habían encontrado.
Todos habían reaccionado con estupor, miedo, rabia y frustración, pero el rostro de lord Arkauz había sufrido un cambio imperceptible a la vez que absoluto, como si dentro de su cabeza una serie de barreras que hubiera autoimpuesto fueran destruyéndose poco a poco y ya hubiera suficientes gotas como para colmar el vaso más de una vez.
Scott había sentido la necesidad de verlo con sus propios ojos y ahora se arrepentía obedecido ese deseo. Atheris le había acompañado y había agradecido tener alguien a su lado cuando había visto lo que habían hecho con aquella aldea que había sido fuente de alegría en sus años de niñez.
Ahora los buenos recuerdos quedarían para siempre sustituidos por las imágenes que le perseguirían en sus ya de por si pobladas pesadillas.  

Dejaron los caballos en el establo de la única posada del pueblo y entraron en su interior, esperando calentarse con el ambiente y olvidarse, aunque fuera durante lo que durara una cerveza, de los acontecimientos que habían marcado las últimas semanas.

El local estaba casi completamente vacío a excepción del tabernero, un niño que le ayudaba  y un par de viejos parroquianos que parecían ser parte del mobiliario. Seguramente a causa de la lluvia ese día el amo del negocio no había esperado tener mucha clientela, pero por la baja calidad del local, tampoco estaba acostumbrado a atender gentes que no fueran del propio pueblo.
Tras una breve charla con el dueño, Bardo consiguió a un precio razonable camas y cena para todos, aunque estaban convencidos que echarían de menos la comodidad del castillo. Se cambiaron de ropas en la habitación con camastros de paja y dejaron que las telas gotearan toda el agua en un rincón, con la esperanza de tenerlas secas a la mañana siguiente.

Cuando volvieron al comedor de la posada, el mesonero ya les había dejado jarras de cerveza para todos y platos de un estofado que si bien no tenía el mejor de los aspectos, olía bien. Sentados en la mesa más cercana el fuego, dejaron que sus cuerpos fueran poco a poco recuperando la sensibilidad.

A través de las únicas ventanas del local, colocadas a cada lado de la puerta, podían ver como el chaparrón seguía inundando el mundo. El camino lleno de barro dificultaría su marcha y les sería muy difícil poder desviarse por rutas secundarias, pues el mal tiempo las habría hecho peligrosas.
Empezaron a comer con la cabeza perdida entre lo lúgubre y lo desafortunado, sin que ningún rayo de sol pudiera alegrarles el yantar.

-          No es la primera vez que veo una escena así –dijo Hawk, en un tono seco que rompió el silencio como el chasquido de un trozo de madera rompiéndose- Bandidos que asaltan pueblos, guerreros que conquistan tierras…

Scott hubiese querido lanzarle el plato a la cara al rebelde, pues una desconocida furia absoluta se apoderó de su pecho y a punto estuvo de dejar que la emoción se trasluciera en su rostro.
Recuperó el control sólo porque fijó su mirada en las llamas y encontró consuelo en las sinuosas formas del fuego cercano. Hawk no había hecho más que sacar el tema que todos tenían en mente, pero para él no era otra cosa que el recordatorio constante de algo que no quería aceptar en lo más profundo de su ser: Ya no le quedaba hogar al que volver.

Deseaba con toda la fuerza de su alma que el mundo se hubiese parado en los dulces años de su despreocupada juventud, cuando podía permitirse fingir ser un casanova y un diletante sin preocupaciones. Deseaba que su padre estuviera vivo, que nadie le hubiera asesinado de un modo cobarde y cruel y lo hubiese dejado agonizando durante las largas noches de falsa enfermedad que mantuvieron en vilo a toda su familia. Deseaba que sus hermanos no hubiesen sido castigados con la espada por la justa indignación que habían sentido ante la sospecha del crimen.

La aldea destruida era la metáfora perfecta de lo que su pasado había sido y lo que le deparaba el futuro. Todo aquello que había creído seguro y eterno de niño ahora se volvía frágil, quebradizo y mortal. Y empezaba a sospechar que jamás volvería a sentir una paz completa, pues no había justicia o venganza suficientes en el mundo que pudieran borrar el rastro de las heridas.

-          No han sido bandidos –dijo Atheris, parando el deprimente ritmo de pensamientos de lord Arkauz- Ni la mejor banda de ladrones lleva tanta armadura como para dejar pisadas tan profundas
-          Soldados pues –murmuró Bardo, removiendo sin demasiado apetito lo que quedaba de estofado- ¿De pillaje? No parecía el escenario caótico de un ataque.
-          Llevas razón –la voz de Dante era seria, pero en ella aún resonaban las notas de la indignación- Lo que encontramos parecía responder a un acto metódico

Lord Arkauz se hubiese levantado gustoso de la mesa y hubiera vuelto a la lluvia si con eso dejaba de escuchar aquella conversación, pero comprendía la necesidad de los hombres de hablar de lo que habían visto. Deseaban comprender con su mente lo que su alma jamás asimilaría por completo.
Bebió un trago de la cerveza de baja estofa para regar sus pensamientos y confundirlos lo suficiente como para permitirse un poco de tranquilidad.

De pronto Pasku hizo un gesto a los viejos parroquianos que estaban bebiendo tranquilamente en un rincón, cortando la conversación y sorprendiendo a todos. Los dos aldeanos se miraron entre sí con gesto desconfiado y confundido, pero el rebelde volvió a hacer el gesto con un deje amigable y casi al unísono ambos se levantaron.

Al acercarse más a la mesa, el grupo de rebeldes pudo ver que los dos viejos no eran más que hombres curtidos de trabajar bajo el sol que vestían con la sencillez de unos campesinos pero que miraban con suspicacia de zorros astutos, picardía que ni siquiera su ausencia de dientes o la marcada suciedad podían disimular. Scott reconoció haberles visto alguna que otra vez en sus pequeñas aventuras juveniles por las tierras de su padre, pero nunca había intercambiado palabra con ellos y esperaba que no le reconocieran.
Pero el enfurecía que Pasku hubiese cometido tal imprudencia en un impulso por el momento incomprensible. Los viejos se sentaron entre el espacio que quedaba entre Atheris y Bardo, en el extremo de la mesa más alejado del fuego pero igualmente confortable.

Cuando los hombres se acomodaron en la gran mesa de madera cercana al fuego, Pasku hizo otro gesto y el tabernero les trajo dos cervezas, mirándolos con la esperanza de saber por qué los desconocidos invitaban a su par de fieles parroquianos.
La respuesta llegó cuando el tabernero se encontró lo suficientemente lejos como para no poder escucharla.

-          Acabamos de hacer una interesante visita a una pequeña aldea colindante a los manzanos –dijo Pasku, en tono tranquilo pero con un deje de impulsividad e impaciencia- Y nos estábamos haciendo preguntas sobre el extraño recibimiento que allí hemos vivido

Atheris miró al rebelde con ganas de estrangularle, preguntándose qué impulsaba a alguien a hablar tan abiertamente de un asunto tan turbio. Los demás, más acostumbrados a la actitud directa de su compañero, se mantuvieron a la expectativa de la reacción de los viejos campesinos y de la posible amenaza que pudieran generar.

-           Supongo que habéis encontrado el saludo un poco frío, mi señor –dijo el más anciano de los dos, con los ojos entrecerrados en un gesto suspicaz- Me sorprendería que nadie os hubiese recibido de otro modo que no fuera desde el suelo
-          Digamos que no estamos acostumbrados a la visión que sus habitantes nos ofrecieron –respondió Víctor,  interviniendo
-          Sí, es una extraña costumbre la de morirse todos a la vez –dijo el mismo campesino mientras el otro observaba en silencio- Pero es una moda no tan pasajera que parece haberse instaurado últimamente
-          ¿A qué os referís? –preguntó Scott, abandonando su silencio al sentir la mordedura del temor, aun sabiendo que no iba a gustarle la respuesta
-          A que últimamente tres pequeños pueblos algo apartados han desaparecido por aparente muerte natural – el campesino les obsequió con una desdentada sonrisa llena de cinismo y amargura- Tan natural como puede ser una muerte a golpe de espada

Un breve silencio se impuso en la conversación mientras los rebeldes asimilaban a marchas forzadas la información. Scott se preguntó si algún día llegaría a acostumbrarse a recibir golpes invisibles en el estómago, pero el súbito sabor de la bilis en la garganta le hizo comprender que no.
Fuera, un trueno retumbó mientras la lluvia seguía cayendo con fuerza.

-          Parecéis muy interesado en hablar y sin embargo, habláis de un modo bastante oscuro- dijo Pasku, arqueando una ceja
-          Hablar de estos temas sin cierta precaución suele ser un buen motivo para compartir destino con los infelices –respondió el campesino
-          Pero eso no implica que no estemos dispuestos a decir la verdad a quien nos pregunta sin miedo, mi señor –dijo con una voz muy cascada el otro aldeano, quien se había mantenido en silencio hasta ese momento.
-          ¿Y vuestros nombres son?- preguntó  Dante
-          Me llamo Elías- dijo el primero- Y él es Han
-          Contadnos lo que sabéis, pues. –inquirió Hawk

Los dos parroquianos se miraron entre sí durante unos breves instantes en una suerte de comunicación tácita. Con un gesto que un observador poco atento hubiese pasado por un temblor, Han se encogió de hombros y Elías lanzó un breve suspiro.

-          Tampoco os podemos dar más que unos pocos rumores y algunas verdades –empezó- Hace ya un tiempo, nuestro señor falleció y no mucho después, sus dos hijos mayores le siguieron a la tumba. El menor, el heredero restante, fue arrestado por lanzar acusaciones en la corte sobre las turbias muertes de su familia.

La mayoría de los rebeldes se abstuvieron de lanzar una mirada de reojo a Scott, aunque en su mirada se veía la tentación de hacerlo. El susodicho se limitó a apartar la mirada y dirigirla de nuevo a las llamas, que le ofrecían el bálsamo de ser mucho más discretas e indiferentes.

-          Lady Arkauz y sus dos jóvenes hijas son ahora las herederas de este feudo. No pasaron ni dos días del arresto de su hijo que un pequeño pueblo fue arrasado. –Elías se llevó la cerveza a sus labios, parando la narración hasta que media jarra fue vaciada- Pero no fue como lo que visteis en el camino. En ese caso, fue mucho más llamativo, vimos las llamas desde aquí.

El tabernero iba lanzándoles miradas de vez en cuando y alternativamente sus ojos se posaban en la ventana más cercana a la puerta, como si temiera que en cualquier momento alguien fuera a entrar en su local. El temor no pasó desapercibido por Hawk y Víctor, que si bien prestaban atención, se lanzaron una breve mirada de advertencia.
El chico que ayudaba al tabernero, por el contrario, estaba felizmente distraído con un gatito que había salido de alguna parte.

-          Nos dijeron que habían sido los rebeldes –Han se encogió de hombros- Yo creí que habían sido bandidos cualesquiera. De vez en cuando saquean algo, aunque nos sorprendió un poco que hubiesen actuado de una manera tan exagerada –Han, como si gustase de repetir el gesto cada vez que no quería dar más explicaciones, volvió a encogerse de hombros- Pero al cabo de pocos días volvió a producirse un ataque similar, esta vez sin fuego. Nos enteramos porque un par de heraldos se preocuparon en anunciar por todo en condado que de nuevo los rebeldes habían acabado con un pueblo.

Hawk levantó sutilmente la vista del campesino y la fijó en el tabernero, que le susurraba algo al oído al chaval. Este puso cara de molestia y miró a los rebeldes con la poca discreción que suelen tener los niños. Parecía que algo le inquietaba de lo que el posadero le había susurrado, pero lanzó un silencioso suspiro y salió por la puerta caminando alegremente mientras sus manos aún portaban el gatito juguetón.
Cuando abrió la puerta y el animal vio el chaparrón que seguía cayendo, saltó de los brazos del chico con un maullido airado y desapareció entre las mesas. El niño miró al tabernero con cara de pena, intentando no verse obligado a salir a la lluvia, pero el ceño fruncido del hombre le indicó que no podría escaquearse.
Una vez el chico hubo salido, el mesonero se distrajo limpiando a consciencia unos platos de barro que parecían estar ya impecables.
Era una escena del todo inocente, pero a Hawk empezó a pesarle el arma en el cinto. Se tranquilizó al ver que Víctor y Bardo también habían reparado en la salida del niño y que compartían su injustificada inquietud

-          Parece ser que nuestro bienhallado regente ha hecho más de una visita a Lady Arkauz estos días, para consolarla de sus pérdidas. – comentó Han
-          Pero las malas lenguas dicen otras cosas –intervino Elías, soportando la mirada molesta de su compañero parroquiano por haberle interrumpido- Las malas lenguas dicen que el regente está presionando a Lady Arkauz
-          ¿Presionando? –preguntó Scott, rompiendo su silencio e intentando que su voz sonase impersonal a pesar que estaban hablando de su madre y hermanas
-          Parece ser que nuestra señora se ha mostrado bastante tozuda en lo que respecta a ceder a algunas peticiones del regente. –Elías había bajado tanto la voz que tuvieron que hacer esfuerzos para escucharle con claridad- Y curiosamente, desde que ella empezó a negarse los rebeldes empezaron a destruir pueblos.

Casi al unísono, los dos campesinos apuraron la jarra de cerveza. Bardo lanzó una mirada a sus compañeros e hizo un gesto al dueño de la posada para que les trajera algo más de beber. Fuera, el viento soplaba con fuerza y la lluvia golpeaba sin piedad el mundo. El calor agradable del fuego hubiese relajado hasta una cuerda de violín, pero ninguno de los hombres en la mesa parecía estar verdaderamente tranquilo.

-          Esa es una acusación muy directa- dijo Pasku, apoyando su barbilla en la palma de la mano y el codo en la mesa
-          Oh, no estamos acusando de nada –dijo Han en tono sorprendido- Lo hacen las malas lenguas.
-          ¿Y las malas lenguas dicen que el hijo del rey está arrasando pueblos para convencer a una viuda?
-          Una viuda con el segundo feudo más grande del reino –Elías, de nuevo, se encogió de hombros- Al fin y al cabo, sólo somos campesinos

El viejo aldeano les regalo una sonrisa irónica que los dientes sucios y ausentes no pudieron paliar. Han abrió la boca para añadir algo más, pero de pronto la mano del mesonero se posó en su hombro, silenciándole. Estaba entre Atheris y el campesino, como si quisiera hacer de muro de contención sin dejar de mirar de reojo al resto de la mesa cuando creía que nadie le estaba vigilando.

-          Amigos, hace ya rato que deberíais estar en vuestras casas –dijo en un tono jovial un tanto forzado- O vuestras hijas vendrán a castigarme a mí por daros de beber

Han remugó algo y parecía que iba a contestar aquellas amables palabras, pero Elías le hizo un gesto bajo la mesa que los rebeldes sólo llegaron a entrever y que bien podría haber pasado por el simple movimiento de un anciano haciendo esfuerzos para alzarse.
Con algo de dificultad por la cerveza y la edad, los dos hombres se levantaron de sus sillas y se dirigieron a la puerta mientras comentaban algo en voz baja. Se cubrieron como buenamente pudieron con unas raídas capas que más parecían mantas recicladas y se perdieron entre los chuzos de punta que el inclemente tiempo lanzaba desde las nubes negras.

-          Señores, lamento interrumpir vuestra conversación –dijo el tabernero una vez los dos parroquianos hubieron salido- Pero les pido amablemente que se retiren a sus habitaciones. Es tarde ya.
-          ¿Tarde? –preguntó Víctor, mirando al hombre con cara de muy pocos amigos- No debe ser ni la hora de cenar.
-          Aquí cenamos muy pronto –dijo el hombre, de pronto lanzando una mirada glacial al rebelde- Tenemos unas costumbres distintas a las de la ciudad

Bardo cogió al hombre por la nuca, le estampó la cara contra la mesa y con su considerable fuerza impidió que pudiera alzarse manteniendo la presión en el cuello del tabernero, todo en un único y veloz gesto que sorprendió a algunos. Por el impacto una de las cervezas se derramó en la mesa, mojando el rostro del hombre derribado y haciendo que cerrara los ojos con fuerza y tosiera para que el líquido no le molestase.

-          ¿Y cómo sabes que venimos de la ciudad? –preguntó Bardo, con forzada frialdad. No le gustaba actuar de ese modo, pero sabía que no podía detenerse a plantearse esos asuntos –No recuerdo haberte comentado ni nuestro origen ni nuestro destino
-          ¡Dejadme! –chilló el hombre, moviéndose sin éxito en el reducido espacio que le permitía la mano de Bardo- ¡Suéltame!

La mayoría de los rebeldes si habían quedado quietos en su silla, pero con las manos sutilmente colocadas en las armas que llevaban en el cinto u ocultas en su atuendo. El único que parecía haberse sorprendido sinceramente y que no sabía cómo reaccionar era Scott.
Había viajado mucho en su disoluta juventud y había visto peleas de toda clase, incluso participado alguna vez. Pero no había previsto la reacción de Bardo, ni entendía cómo los demás si habían sido capaces de deducirlo lo suficientemente rápido como para no dar un respingo. Se dijo a si mismo que el problema residía en haber estado demasiado pendiente de sus pensamientos, pero la situación para él era nueva.

Bardo, sin embargo, parecía sentirse bastante más cómodo en la situación. Aunque sus ojos reflejaban cierta culpabilidad por actuar de ese modo, sus manos tenían la firmeza del que había visto la muerte silenciosa de tantos inocentes.

-          ¿A qué estás jugando? –preguntó sacando un cuchillos de su cinto y acercándolo al rostro del hombre
-          Yo…yo…- tartamudeo el mesonero-No estoy jugando a nada

El hombre seguía debatiéndose, pero sus ojos intentaban desviarse de un modo desesperado hacia la puerta, como si esperara que viniera alguien a rescatarle. Y quizás no estaba equivocado, porque a través de las ventanas los rebeldes vieron un par de figuras acercándose a través de la lluvia. Figuras corpulentas, presumiblemente con armadura y con ropas de negro y rojo.
Víctor hubiese apostado toda su paga de soldado que bordado en esas ropas había la Anfisbena, el escudo del rey.

Aprovechando la leve distracción que las figuras que se acercaban habían creado, el tabernero le dio una coz a Bardo en la parte más sensible de su cuerpo, librándose al fin de su agarre y retrocediendo de espaldas hacia la puerta.

-          ¡Vi vuestras caras en los carteles! –grito, andando de espaldas tan rápido como las mesas y su cuerpo se lo permitían. - ¡Sois rebeldes! ¡No me creo las habladurías de Elías, vosotros destruisteis los pueblos!

Algo que sonaba muy fuerte sonó contra la puerta, llamando lo suficientemente alto como para sonar por encima de los truenos. Todos los rebeldes se habían levantado ya y tenían las armas desenvainadas, aunque Bardo aún tenía que recuperarse del golpe a su virilidad.
Scott sujetaba la espada notando como todos los tendones de sus manos se quejaban por el peso y la tensión, pero estaba ya harto de no poder empuñar un arma y dejar que fueran otros los que le protegieran. Si podía por lo menos blandir su arma, sentiría que aunque fuera en una ínfima parte aún seguía teniendo cierto control sobre su destino.

El tabernero se acercó a la puerta, sujetando el pomo con fuerza.

-          Os entregaría a la guardia por mucho menos de lo que ofrece la recompensa –dijo, mirándoles con miedo y rabia- Malditos asesinos

Giró el pomo de la puerta y salió a la lluvia como alma que lleva el diablo, dejando que las dos figuras se personaran en el interior.
Pero no eran sólo dos pues la lluvia y la distracción del tabernero les había impedido ver con exactitud. Diez soldados pertrechados con buena armadura y afiladas armas que gritaron metálicamente cuando fueron desenvainadas les observaban con mirada firme detrás de los cascos.

Atheris fue la primera en reaccionar. Cogió una jarra de cerveza aún llena y se la lanzó a los hombres, distrayendo a dos de ellos con el líquido que les cayó en el rostro.
Casi como si eso hubiese sido la campana de salida que todos esperaban, la lucha empezó.

Dante le dio una patada a la mesa, tumbándola en el suelo e improvisando un parapeto que retrasaría levemente el ataque de los guardias, pero que le permitiría ganar algunos segundos. Sin tanto planteamiento, Víctor, Hawk i Pasku se lanzaron contra cuatro soldados que habían cargado contra ellos y fueron los primeros en cruzar las espadas, llenando el local con la canción metálica de la batalla.

Bardo se recuperó del golpe e hizo frente a dos soldados que cargaban contra él. Utilizando dos espadas iba parando las estocadas tan bien como le era posible, pero pronto empezó a notar como pequeños- y no tan pequeños- cortes le llenaban el cuerpo. Contra dos, era una simple cuestión de resistencia y no tardaría en quedar en desventaja.

Atheris rodó por el suelo aprovechando la confusión, quedando encogida detrás de un soldado que cargaba contra Dante. Sacando en un gesto veloz uno de sus cuchillos del cinto, se lo clavó al hombre en la parte posterior de la rodilla, viendo la obertura en la armadura.
El hombre gritó, cayó de rodillas al suelo y la mujer aprovechó para clavar el mismo cuchillo en el pequeño espacio que quedaba libre del cuello, acabando así con el primero de los soldados.
Pero la muchacha tuvo que levantarse de un salto y esquivar el golpe de espada del soldado que iba detrás, perdiendo durante unos instantes el equilibrio y empezando su segunda pelea con un menoscabo.

Pasku y Víctor se protegían las espaldas de los cuatro soldados que les atacaban mientras Hawk iba moviéndose a su alrededor parando los golpes que sus compañeros no podían desviar. Si bien ellos eran buenos en la espada aquellos soldados estaban resultando ser enemigos más que formidables.
Pasku lanzó una estocada demasiado alta y recibió una herida en el brazo, pero apretó los dientes e impidió que el dolor le hiciera perder su arma. Aprovechando que el soldado había previsto derrotarle con ese golpe y que no se esperaría que pudiera resistir, el rebelde volvió a alzar su arma y la hundió en el hombro de su atacante.
El enemigo cayó al suelo muriendo entre estertores, pero la espada había quedado alojada entre huesos e iba a resultarle muy complicado sacarla si no disponía de unos instantes.

Otro soldado fue a lanzar la estocada final a Pasku mientras este intentaba desesperadamente sacar la espada del cadáver, pero Hawk se interpuso entre ambos y le dio una patada al soldado en el estómago. Llevando armadura el rebelde se había hecho más daño él en el pie que el otro en su cuerpo, pero había quedado desestabilizado el tiempo suficiente como para que Víctor aprovechara un hueco en su armadura y hundiera su arma en la espalda del hombre, matándolo.

Bardo, a diferencia de sus compañeros, no tenía apoyo alguno, por lo que se había visto obligado a ir retrocediendo hasta la posición de Dante y Scott, que luchaban detrás de la mesa-parapeto.  Viendo al rebelde en problemas, el noble cogió uno de los cuchillos que Dante llevaba en el cinto y se lo lanzó como buenamente pudo a uno de los enemigos que acosaban a Bardo.

Dio en el blanco, pero un cuchillo contra una armadura poco puede hacer, salvo ruido. No obstante, el objeto volador distrajo a los hombres lo suficiente como para darle a Bardo tiempo como para colocarse a resguardo en el parapeto.
Pero delante de los tres hombres había cuatro guardias acosándoles sin tregua y la mesa no parecía que fuera a ser de mucha ayuda mucho tiempo más.

Atheris tenía serios problemas en su pelea y no hacía otra cosa que esquivar los golpes. Lo suyo eran los ataques furtivos, las peleas cortas y las emboscadas, no un cuerpo a cuerpo con un hombre enfundado en hierro y metal. Su espada era demasiado corta y ligera como para poder atravesar la coraza y le resultaba muy difícil encontrar un hueco mientras el hombre la atacaba de manera incansable.

Pasku consiguió quitar la espada del cuerpo y se lanzó contra los hombres que peleaban contra sus compañeros, dejando a Hawk y Víctor pelear con los dos que quedaban en su flanco. Aprovechando que los cuatro guardias que atacaban a los rebeldes tras el parapeto no le estaban prestando atención lanzó una fuerte estocada contra el primero que tuvo a mano. El soldado se giró, más sorprendido por el ataque que realmente herido, oportunidad que Dante no perdió para hundirle su espada en el costado y así quitarlo de en medio.
Los tres guardias restantes sufrieron unos momentos de confusión al ver que habían pasado de estar en ventaja a rodeados por los rebeldes. Pero no eran simples reclutas que pudieran amilanarse sin más, por lo que pronto recuperaron la seguridad y devolvieron los golpes con eficaz constancia.

Atheris había ido retrocediendo hasta quedar pegada contra la barra, sin poder moverse a riesgo de sufrir un corte de la espada del soldado que la atacaba. Cada vez que desviaba o bloqueaba un golpe con su fina espada notaba como todos los huesos de sus brazos vibraban dolorosamente, pero apretaba los dedos hasta que quedaban blancos para no perder su arma y única defensa. 
Pero para su desgracia, el pequeño gato eligió ese momento para huir de la escena que se estaba produciendo, pasando entre sus piernas y haciendo que perdiera el equilibrio. Atheris topó contra el suelo de espaldas, sujetando la espada desesperadamente ante sí, tensando todo el cuerpo a la espera de sentir el filo de la espada enemiga atravesando su carne.

Sin embargo el golpe final nunca se produjo, pues una espada cortó el brazo del soldado antes que este pudiera matar a la muchacha. Cuando Atheris alzó la vista, vio que el soldado contra el que Hawk había estado peleando yacía muerto en el suelo, y que el rebelde atacaba al hombre que había estado a punto de atravesarla.
Sin detenerse a escuchar los gritos de dolor de su enemigo o a agradecer su suerte, Atheris se levantó ágilmente y cortó el cuello del soldado en cuanto la armadura le permitió un hueco.

Los tres soldados que luchaban contra Bardo, Dante, Scott y Pasku se vieron pronto en una inferioridad numérica aplastante cuando Hawk y Atheris se unieron a la contienda. Cuando Víctor derrotó al tenaz soldado que lo había estado atacando, los tres hombres ya habían caído, finalizando así el combate.

El silencio se impuso de nuevo en la sala, roto únicamente por las respiraciones agitadas y por la lluvia cayendo en el exterior. Los que primero se recuperaron limpiaron sus espadas de sangre y las envainaron o se ocuparon de sus propias heridas antes que fueran demasiado importantes.
Todos estaban más o menos enteros a nivel físico, pero el destino les acababa de recordar el precio de haberse unido a la rebelión, una idea que se prometieron a sí mismos tener muy presente en el futuro.

-          ¿Qué hacemos ahora? –preguntó Dante mientras recuperaba uno de sus cuchillos del suelo
-          Yo iré a mi castillo- respondió Scott con voz firme

Los demás miraron a noble, algunos con compresión otros con inexpresividad, pero ninguno hizo preguntas. Tras lo que había escuchado de los campesinos, a nadie le sorprendía que lord Arkauz quisiera hacer una visita a su antiguo hogar, aunque tal cosa significara romper con el plan establecido.


-          Iré a mi antigua casa y resolveré  todos los asuntos que deba antes de visitar a nadie más- dijo Scott, tajante- Quien desee venir conmigo es libre de acompañarme 

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