El castillo no era
especialmente grande, pero para cualquier hombre acostumbrado a una casa en la
que todos dormían apretados contra la chimenea, era sin duda algo intimidante.
Por ello todos los rebeldes se habían concentrado en el comedor y sólo se paseaban
por el resto de pasillos y habitaciones cuando no les quedaba más remedio.
Lady Oblondra bajó por las
escaleras poco a poco, procurando que sus pies no se enredaran en el vestido
mientras se deslizaba silenciosamente por los escalones. Su perro le seguía los
pasos, moviendo la cola como si quisiera sacar el polvo de toda la casa poco a
poco, pero sin molestar los andares de su dueña, acostumbrado ya a perseguirla
allí donde fuera.
Sólo con acercarse a las
grandes puertas de madera del comedor ya oyó las voces de los que había allí
congregados. Entreabrió la entrada procurando hacer poco ruido y pasar
desapercibida mientras pudiera evitar ser vista.
La sala que se abría ante ella
era, sin lugar a dudas, la más calurosa y cálida del hogar, a excepción quizás
de la habitación donde se encontraba Lyra.
Una gran chimenea contenía un
fuego que crepitaba con fuerza en el otro extremo de la habitación, dominando
la pared. Como en el resto de estancias, las paredes estaban cubiertas de
tapices, aunque los que había en esta sala no tenían gran cosa dibujada salvo
algún motivo forestal o geométrico.
Las paredes laterales tenían
tres grandes ventanales respectivamente, aunque la mayor parte del año,
especialmente en invierno, solían estar cubiertos por unas pesadas cortinas que
impedían que pasara el frío. Sin embargo, alguno de los rebeldes había decidido
que prefería disfrutar de la visión del patio de armas cubierto de nieve y un
par de ventanas descubiertas dejaban
pasar la tenue luz invernal. Sin embargo, al estar anocheciendo, apenas entraba
ya sol.
Habitualmente no había más que
una mesa relativamente pequeña cerca de la hoguera, lo que dejaba casi todo el
comedor vacío, preparado para cuando vinieran invitados y fuera necesario traer
una mesa que ocupara todo el salón. Le hubiese gustado poder hacer uso de la
misma para los rebeldes, pero hubiese llamado la atención innecesariamente.
Hawk estaba mirando por la
ventana, distraído. A su lado estaba Denzel, comentándole algo en un tono de
voz relativamente bajo, lo suficiente como para que nadie más pudiera
escucharle.
Bardo estaba cerca de la
hoguera, acariciando a uno de los gatos de la casa. Víctor y Dante estaban
sentados el uno junto al otro en la mesa, compartiendo un plato de carne asada
mientras bebían lo que seguramente se trataba de cerveza. Pasku se encontraba
sentado delante de ambos, dando cuenta de lo que parecía ser la colección de
quesos más grande jamás recolectada en aquel castillo.
Scott, su primo, estaba
sentado en un rincón con las manos vendadas, cerca de la hoguera pero algo
alejado del resto.
En la habitación había además
había unos cuantos sirvientes, que la miraron en cuanto se dieron cuenta de su
presencia. Lady Oblondra hizo un gesto y la mayor parte de los criados se
fueron, a excepción de su dama de compañía, que se quedó en un rincón, próxima
a ella.
La noble se sentó en la
cabecera de la mesa, seguida del perro que inmediatamente se sentó a sus pies.
-
Lyra se
recuperará. – comentó ella con el mismo tono tranquilo de siempre- La fiebre ha
remitido y pronto pasará la enfermedad
-
Espero que valiera
la pena el rescate- comentó Denzel, abandonando la conversación con Hawk y
acercándose con los demás a la mesa- Casi nos cuesta el cuello
-
Si os hubiese
costado el cuello, hubierais demostrado ser de poca utilidad –respondió Lady
Oblondra, arqueando una ceja- Si de verdad os interesa tomar el reino, en
peores situaciones os encontraréis
Dante dio un leve respingo,
con el ceño fruncido. Cogió la jarra y apuró la cerveza en un gesto discreto
pero firme, antes de respirar hondo y mirar a la noble.
-
¿Tomar el reino?
–preguntó, sin levantar el tono de voz- No sabía que ese era nuestro objetivo
-
Ah, ¿no lo es?
–inquirió ella, apoyando su codo en los brazos de la silla y la cabeza en la
palma de su mano- ¿Y cuál es, si puede saberse?
-
El cambio –comentó
Hawk en tono solemne, tomando asiento en la mesa junto a Pasku, que se mantenía
concentrado en la comida que tenía delante- No buscamos el poder. AL menos, por
lo que a mí respecta
-
Ya veo –comentó
ella, sin cambiar de postura
Lady Oblondra esbozaba una
especie de media sonrisa que parecía formarse por el mero hecho de juntar los
labios, con lo cual los rebeldes no estaban muy seguros de si estaba realmente
alegre, o si su expresión era puramente neutral.
Sin que nadie se hubiera dado
cuenta de que salía y volvía a aparecer, la criada que se había quedado en la
sala apareció con copas y dos jarras de vino, que sirvió entre todos los
reunidos alrededor de aquella mesa. Hasta que no terminó de servir, la noble no
volvió a hablar o siquiera moverse.
-
Así que únicamente
buscáis el cambio –comentó ella, al fin- ¿Hacia dónde?
-
Donde sea.
–respondió Hawk, con el mismo tono seguro- Pero lejos del camino que está
llevando por ahora el regente
-
¿Dónde sea? Hm, no
deberíais decir esas palabras tan a la ligera –dijo ella, reclinándose sobre el
respaldo de la silla- Hay cosas mucho peores que Lord Crhysos
-
Sea lo que sea que llegue después del regente,
si no es lo adecuado, le plantaremos cara igual
-
Una perspectiva
poco halagüeña, si me permitís el comentario –repuso ella, en tono tranquilo-
Permitidme que os presente las cosas como son.
Chasqueó los dedos y la criada
extendió un mapa del reino sobre la mesa, en una zona donde no había ni platos
ni copas que pudieran molestar.
El dibujo representaba con
mayor o menor detalle el reino y sus feudos principales. Estaba divido y
pintado en cuatro zonas, entre las cuales estaban las tierras que pertenecían
enteramente a lord Crhysos, el regente e hijo del rey, de color rojo. El pardo
era el color que pintaba el condado de lady Arkauz, la madre del joven que
habían rescatado de prisión. De color verde estaban los territorios de Lady
Oblondra, de menor tamaño que los dos anteriores, pero mayor que el cuarto, de
color azul, lord Rothard.
-
Este es el reino.
Como podéis ver, las tierras del regente son algo mayores que las de cualquier
otro noble. Debemos contar, por ello, que tiene un mayor número de vasallos que
cualquiera, sin contar el ejército real o cuantos amigos pudiera tener en la
corte –la noble señalaba el mapa mientras hablaba en gestos comedidos,
suficientes para darle más peso a sus palabras- Lady Arkauz está ahora mismo en
un momento muy delicado. No tiene herederos barones que puedan hacerse cargo de
su feudo, con lo que está a la espera de conocer la decisión del Rey
-
¿La decisión del
Rey? –inquirió de pronto Scott, antiguo lord Arkauz, que se había acercado a la
mesa cuando habían extendido el mapa- ¿Qué decisión?
-
Sin heredero esas
tierras pasan a manos de otro noble –respondió la dama, mirando a su primo- El
rey decide siempre cómo se reparten.
-
¡Eso es injusto!
–repuso el noble, frustrado. No dio un golpe sobre la mesa por no abrirse las
heridas, pero a punto estuvo de hacerlo- ¡Esas tierras pertenecen a mi familia!
-
Es la ley
–contesto Lady Oblondra, encogiéndose de hombros- Y vos estáis oficialmente
muerto, o deberíais estarlo
Scott se sentó en una de las
sillas que quedaba libre, mirando el mapa con los ojos entrecerrados. Se sentía
físicamente mucho mejor ahora que estaba limpio y con ropa nueva, además de con
todas las heridas curándose bajo las vendas.
Pero psicológicamente empezaba
a sentirse hundido. Era como si no hubiese terminado de huir de la cárcel, como
si el estado anímico en el que había permanecido allí no le hubiera abandonado
aún.
Empezaba a dudar de si algún
día lo haría.
-
Yo soy la
administradora de mis tierras entretanto mi padre está moribundo –continuó la
dama- Además de las tierras de mi difundo esposo. Sin embargo, sólo los
vasallos de mi padre me seguirían a cualquier precio. Los segundos me deben
lealtad, pero no sé hasta qué punto se la puedo exigir. Y lord Rothard es el
jefe de consejeros del reino. Se puede contar con él, pero sus tierras son
mayormente boscosas y posee pocos feudatarios.
-
¿A dónde queréis
ir a parar con esta explicación?- preguntó Dante, mirando el mapa
-
Contad que yo os
ayudo. Contad además que lo hace Lord Rothard- dijo ella, señalando los feudos-
Aún con todos los hombres de nuestro lado, el ejército que pudiéramos tener
sería menor al de lord Crhysos.
-
Pero no es nuestra
intención luchar en campo abierto, con un ejército –dijo Bardo, acariciando el
gato que ronroneaba echado encima suyo
-
No, no lo es –dijo
ella, paciente- Pero planteaos la cuestión de esta manera. Mientras lord
Crhysos tenga de facto el poder del reino, no habrá ningún noble que desee
prestaros ayuda. Y mientras no exista un apoyo importante por parte de los
señores feudales, olvidaos de cambio alguno
-
Sólo tenemos que
matarle –dijo Víctor, mirando la copa llena de líquido carmesí- No necesitamos
una trama política para ello
-
En primer lugar,
matar al regente es una tarea prácticamente imposible. Es un hombre de
naturaleza desconfiada y profundamente cauteloso – la noble tenía las cejas
levemente fruncidas, pensativa, aunque su tono de voz no cambio demasiado- Y en
segundo, si él muriera, hay una larga lista de hombres que podrían heredar y
serían iguales o peores que él.
-
¿A qué os referís?
–preguntó Denzel, sirviéndose más vino
-
La misma razón por
la que odiáis a lord Crhysos es la que ha hecho que la mayor parte de los
nobles del reino le pongan en un pedestal. –Lady Oblondra lanzó un leve
suspiro- La rebelión que inició Siete de Rhivarian empezó cuando el regente
volvió a imponer las leyes feudales que había quitado su padre. Con ello se ha
ganado el apoyo de la mayoría de los señores, que se han visto beneficiados. Si
matarais a lord Crhysos, el noble que le precediera no cambiaría nada.
-
¿Y qué esperáis
que hagamos? –Dijo Hawk, en un tono de enfado controlado, pero sin que el
dominio sobre si mismo funcionara demasiado bien- Ya sabíamos que no iba a
resultar tarea sencilla, pero me niego a quedarme sentado en un rincón
-
Es igual de inútil
quedarse sentado en un rincón que darse de golpes con la cabeza contra la pared
esperando que esta caiga. –respondió ella en un tono seco
Hawk estuvo tentado de
responderle, pero prefirió guardarse sus palabras. No porque no creyera que
tuviera más o menos razón, sino porque sentía que el impulso procedía de un
sentimiento que no conseguía dominar desde la ejecución de Siete y no deseaba
que fuera eso lo que diera vida a sus palabras.
-
¿Qué proponéis
entonces? –preguntó Bardo dejando al gato en el suelo
-
Colocad en el
trono un regente que vaya a defenderos- la mujer se encogió de hombros- Haced
rey a Scott
La mayoría de los que estaban
en la sala miraron a lord Arkauz, que se atragantó con el vino que estaba
bebiendo distraídamente en ese momento. Los que no le miraban a él observaban a
sus compañeros, con miradas sorprendidas, aunque muchos de ellos empezaban a
darle vueltas seriamente a la idea.
El único que parecía traerle
al pairo todo el asunto era Pasku, que seguía cortando trozos de queso para
comérselos con expresión de felicidad.
-
¿Te has vuelto
loca? –preguntó Scott levantándose de la silla y mirando a Lady Oblondra de pie
-
No, que yo sepa
–dijo ella, volviendo a apoyar la cabeza en su mano, recostada en la silla- Y
dime una razón por la que no sea buena idea
-
¡No puedo ser rey!
–dijo él, en un tono menos seguro del que le hubiese gustado
-
No quieres, que es
distinto –repuso ella, esbozando lo que parecía una sonrisa- Y no me sirve como
razón. Eres joven, eres noble y creo que tras lo que has vivido tienes motivos
de sobra para apoyar la rebelión. Además, nunca has demostrado muchos deseos de
mantener las leyes feudales reestablecidas, con lo que todo el mundo estaría
satisfecho
-
Pero te olvidas
del pequeño, ínfimo, insignificante detalle de que YA no soy noble – repuso
Arkauz, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño
-
Piénsalo por un
momento, Scott –ella se levantó con cuidado, haciendo que la silla apenas
hiciera ruido al moverla para salir- ¿Qué puede hacer a los demás nobles unirse
a la rebelión? El miedo a perder sus tierras. Esa amenaza les haría perder el
interés en las reformas que ha impuesto el regente, porque ¿de qué sirve el
derecho a la servidumbre si no tienes un condado? Tú puedes acudir a ellos,
explicarles tu historia y advertirles que Lord Crhysos piensa hacer lo mismo
con ellos.
-
…Pero eso sería
mentirles – murmuró el joven noble de cabellos rubios, pensativo-
-
No, al contrario
–dijo ella, acercándose a él y poniéndole una mano en el hombro- No eres el
primero, ni el último, de los nobles a los que va a desposeer. Los que no
muestren la lealtad debida, terminarán como tú.
Scott volvió a sentarse,
sumido en una marea oscura de pensamientos que golpeaba el bastión de su mente
como una tormenta en alta mar. Los recuerdos que había intentado apartar ahora
luchaban por acudir a su memoria como una estampida, sin que nada ni nadie
pudieran impedir que tomaran el control de sus pensamientos.
Recordó los últimos meses
pasados, las muertes en su familia, la frustración. Recordó sentirse sólo y
despojado y recordó la celda a la que fue conducido.
Lady Oblondra, sabiendo que su
primo necesitaba pensar y consciente del efecto de sus palabras, se apartó y
dirigió su mirada a los rebeldes.
-
Para liderar una
rebelión necesitáis una cabeza visible –dijo ella, en el mismo tono tranquilo
que acostumbraba tener- El problema es que Siete era una cabeza a la que nadie
estaba dispuesto a seguir. No ofrecía una alternativa para los que no
estuvieran desesperados por luchar
-
Por lo menos
presentó batalla y murió con honor –repuso Dante, en tono sombrío
-
Murió ahogándose
en la horca, tras pasar días encerrado en una celda casi tan horrible como la
que se encontraba Scott. –dijo ella, en ese tono seco que parecía nacer de un
latigazo- Su sacrificio fue inútil porque su lucha sin objetivo era inútil. Si
la rebelión no murió con él fue porque vosotros os mantuvisteis al pie del
cañón, pero los demás, o murieron o huyeron lo más lejos que se pudieron
permitir.
De nuevo Hawk deseó
contradecir las palabras de la mujer, pues la ira contenida amenazaba con
explotar allí mismo si no se alzaba a favor de su amigo.
Pero volvió a contenerse. Esta
vez, sin embargo, fue porque sabía que ella tenía parte de razón.
Siete para él había sido un
héroe, un amigo que suponía un ejemplo a seguir y a respetar. Y cuando empezó a
organizar la rebelión, se unió a sus tropas sin preguntarse un solo instante
los riegos de la empresa. Siete tenía razón, no podían quedarse quietos cuando
el regente permitía e instigaba a los señores a cometer injusticias, a devolver
al pueblo a la pobre condición que tenía años atrás.
Debían actuar, y eso hicieron.
Pero nunca le había hablado de
un futuro, de un después. Hawk se lo había planteado, y el pensamiento le había
venido a la mente cuando habían revivido las llamas de la lucha después de la
ejecución de su amigo. Y nunca había encontrado una respuesta que le dejara
satisfecho.
Resultaba muy difícil pensar
en el futuro cuando el mañana era incierto.
-
¿Y qué garantías
tenemos que lord Arkauz nos sea leal? –repuso Víctor, mirando con desconfianza
al joven noble
-
No tenéis ninguna
–respondió Lady Oblondra, encogiéndose de hombros- Pero tampoco tenéis muchas
alternativas. Os necesitáis los unos a los otros, él porque quiere recuperar su
feudo antes que su madre lo pierda, y vosotros porque necesitáis el modo de
aseguraros el apoyo de la nobleza.
-
Hay algo que no
comprendo –dijo Denzel, mirando a la dama- ¿Vos por qué nos apoyáis? Y al
hacerlo, ¿por qué proponéis a vuestro primo como rey y no a vos misma?
-
Tengo mis motivos
para hacerlo. Motivos personales.
Puede que Denzel hubiese
respondido algo más a la respuesta de la noble, pero en ese momento un criado
llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta del interior. Llevaba una
capucha que le cubría el rostro e iba vestido con ropas más destinadas a la
caza que a servir en un castillo. Al acercarse, pudieron percibir el fuerte
olor a caballo que desprendía el sirviente, por lo que la mayoría dedujo que se
trataba de un mensajero.
Sin mediar palabra, se acercó
y le tendió un pergamino lacrado a Lady Oblondra, quien lo abrió y leyó
velozmente.
-
Hm. Buenas y malas
noticias, caballeros. ¿Por cuales empiezo? – inquirió ella tras guardar el
mensaje entre los pliegues de su ropa
-
Por las malas,
supongo – respondió Hawk, hablando por boca de todos
-
Dentro de dos días
debéis abandonar este castillo y desaparecer, pues se me reclama en la capital
por asuntos de importancia. Y por lo que he leído, supongo que se referirá al
asunto de la cárcel.
-
Bueno, podrían ser
peores. ¿Y las buenas?
-
Hm…Estoy a punto
de descubrir quién es el traidor que os vendió miserablemente –dijo ella, en un
tono teatralmente despreocupado-
-
¿Qué decís?
–preguntó Denzel, dando un respingo, preguntando lo que todos se cuestionaban
-
Así es –respondió
ella con lo que parecía una sonrisa sincera- He estado leyendo unos documentos
muy interesantes en la habitación con Lyra y gracias a ellos sé quién es el
renegado. Mañana por la mañana lo dispondré todo para su captura.
-
¿Y no nos vais a
decir quién es? –preguntó Bardo, sirviéndose más vino. Su tono era tranquilo,
despreocupado, pero el leve temblor al sujetar la jarra le delataba su
nerviosismo
-
Me encantará
hacerlo. Mañana por la mañana, cuando mis sospechas se vean confirmadas.
-
Cualquiera diría
que desconfiáis de uno de nosotros – dijo Denzel, entrecerrando los ojos
-
Si, cualquiera lo
diría –respondió ella manteniendo la misma sonrisa- Oh, y Víctor: Ayla te envía
sus más amorosos recuerdos.
Nunca se pudo saber quién puso
la expresión de mayor desconcierto, ni quien fue el más rápido. El observador
externo sólo pudo atisbar a ver cómo Víctor se levantaba como si un resorte
interno hubiera explotado y se acercaba a la mujer, presa de un descontrol nacido
de la necesidad. Ese mismo observador pudo ver, al mismo tiempo, como el
mensajero se interponía entre la noble y el rebelde, llevando su mano
amenazadoramente a una espalda colgada de un cinto que hasta ese momento había
pasado desapercibido.
Víctor supo controlarse antes
que el mensajero decidiera practicar la esgrima deportiva, pero únicamente se
detuvo porque él mismo no llevaba su arma.
-
¿¡Donde está
ella?! –gritó Víctor, dejándose llevar por la desesperación que había procurado
contener durante las largas semanas de desconcierto y soledad- ¿¡Cómo podéis
saberlo?!
La noble se quedó en silencio,
con la mirada impertérrita, mirando al rebelde con irritante tranquilidad. Sin
embargo, los ojos estaban levemente entrecerrados, como si estuviera meditando
la respuesta que le diera al hombre furibundo que tenía delante suyo, aunque no
parecía especialmente preocupada.
Si se planteaba las palabras
que iba a decirle, no parecía que la razón fuera el temor por su propia
seguridad.
El silencio que reinó en la
sala fue absoluto, roto únicamente por el cuchillo de Pasku al cortar un trozo
de queso especialmente seco.
-
Está viva, sana y
bien alimentada, si es eso lo que te inquieta – dijo al fin- Pero me ha pedido
expresamente no decirte dónde se encuentra
-
¿¡Qué?! –Gritó
Víctor, dando un paso hacia delante, olvidando por un instante la amenaza del
criado con la mano firmemente sujeta a la empuñadura de la espada
-
Ayla está bien,
mejor de lo que nunca estarán los rebeldes que fueron capturados junto a ella
–respondió Lady Oblondra- pero por ahora, y por razones que comprendo, no desea
que te diga dónde se encuentra. Cuando pueda, intentará ponerse en contacto
contigo. Pero ahora no puede.
-
…No comprendo
–dijo el rebelde, más tranquilo, o al menos en apariencia, aunque su tono de
voz era seco y ácido- ¿Por qué no puede?
-
Porque los únicos
mensajes que puede sacar con seguridad son los que van dirigidos a mi –la noble
miro al sirviente que estaba entre ella y Víctor y le hizo un gesto con la
mano- Es suficiente, puedes apartarte
El criado obedeció rápidamente
y se puso al lado de su señora, pero sin apartar la mano de su espada. A pesar
que no se le podía ver el rostro por culpa de la capucha, la mirada atravesaba
la oscuridad de su tocado y se clavaba en Víctor como si pudiera mandarle el
mensaje de una promesa de dolor y muerte si osaba mover un músculo más.
-
Ayla está bien y
eso ya es más de lo que sabías esta mañana. –continuó Lady Oblondra- Agradece
la buena estrella de tener más información y descarga tu ira contra quien lo
merece
Víctor lanzó una mirada
cargada de frustración e ira contra la mujer, el sirviente, la mesa, la pared o
todo lo que pudiera estar en su ángulo de visión. Deseaba estrangular aquella
noble que parecía burlarse de su desesperación, pero al mismo tiempo sabía que
si lo hacía, se quedaría sin saber nada más.
Lady Oblondra le había dado un
retazo, un clavo ardiente al que aferrarse unos días más, pero Víctor se
conocía y sabía que ahora iba a sentirse mucho peor.
No saber nada era terrible,
horroroso, pues en la ignorancia del destino de Ayla podía imaginar que habían
sucedido mil cosas y que ella finalmente estaba muerta.
Pero ahora que tenía un
pequeño trozo de verdad, construiría sobre ella en un vano intento de conocer
el resto y las historias que su mente traidora crearía serían mucho peores. Y
las dudas que se generarían, más reales y peligrosas.
¿Por qué Ayla no quería
decirle dónde estaba? ¿Qué lugar era ese que no podía nombrarlo, o mandarle un
mensaje…?
Sin decir nada más, sabiendo
que si se quedaba un instante más en aquella sala terminaría rompiéndole la
nariz a alguien, Víctor dio media vuelta y salió del comedor. Preocupado por su
compañero, Dante fue detrás de él.
Lady Oblondra lanzó un
suspiro.
-
Caballeros, es
tarde. Hay mucho sobre lo que pensar y debéis dormir. Mañana os despertaré para
resolver asuntos.
Hawk quiso hacer algunas
preguntas, pues el tema del traidor había quedado abruptamente interrumpido por
la mención de Ayla, pero algo en la mirada de la mujer le hizo detenerse.
Pensativo, abandonó la sala
junto a los demás, en silencio, seguidos de la dama de compañía de la noble.
Lady Oblondra hizo un gesto
sutil al mensajero, que asintió con la cabeza y se fue detrás de los rebeldes,
a cierta distancia.
-
Reconoce que,
aunque sea un poquito, estás disfrutando con esto –dijo Pasku, una vez se
encontraron solos en el comedor
La mujer ladeó levemente la
cabeza, no sin antes esbozar una sonrisa, esta vez sincera. El rebelde se había
mantenido toda la conversación en silencio, sin pronunciar palabra y dando
cuenta del queso. Tan discreto que al salir los otros no le habían prestado
mucha atención.
-
Me gusta generar
expectativa –dijo ella, levantándose de su silla- No suelo tener muchas
oportunidades para hacerlo
-
Pues la has creado
bien –Pasku dejó al fin el cuchillo con el que había estado cortado queso y se
giró para mirarla- ¿Es cierto que sabes quién es el traidor?
-
Hm, sí.
-
Mentirosa –dijo él
sonriendo de manera burlona- Sospechas de cada uno de nosotros de principio a fin
sin decantarte por ninguno
-
Eso no es cierto-
dijo Lady Oblondra, sentándose a su lado, en una de las sillas que ahora habían
quedado libres- No sospecho de ti
-
¿Ah, no?- la mano
de Pasku pasó por su rostro, apartándole un mechón de pelo que había quedado
libre de su peinado para ponerlo detrás de su oreja- Quizás deberías.
Ella le sonrió, pero no
respondió a su comentario. No deseaba confesarle que durante el tiempo en el
que había permanecido desaparecido deambulando por los bosques y los pantanos,
si había sospechado de él. O más que sospecha, había titubeado.
No le había gustado la
experiencia y dudaba que volviera a hacerlo.
-
No sospecho de ti
–repitió ella, mirándole- No has necesitado demostrar que no eres el traidor y aun
así lo has hecho
-
¿Lo he hecho?
–preguntó él antes de dar un trago al vino de su copa
-
Me has probado ser
capaz de guardar un secreto durante mucho tiempo. Si fueras el traidor, mi
cabeza colgaría de algún lugar alto
-
Supongo que sí. –
Pasku se sirvió un poco más de vino y se lo sirvió a ella- Al fin y al cabo,
sólo tú, Siete y yo sabíamos que tú eras su aliada, y ni siquiera mi antiguo
jefe estaba al corriente que yo tenía esa información.
-
No sé si le
hubiera importado –ella dio un sorbo a la bebida, pensativa- Pero tampoco es
relevante.
El fuego seguía crepitando en
la chimenea con fuerza, aunque pronto iría perdiendo fuerza hasta consumirse y
transformarse en cenizas. El calor de la sala se mantenía, pero la noche iba
cayendo sobre el castillo y la fría piedra empezaría a generar la tentación de
arrebujarse entre las mantas de lana.
-
Dime una cosa,
Laura –dijo de pronto Pasku, cortando otro trozo de queso- ¿Cuáles son esos
motivos personales que no has querido comentarle a Denzel?
Lady Oblondra terminó el vino
y apartó la copa en la mesa, sin desear tomar más pero agradeciendo la
sensación cálida que el alcohol deslizó por su garganta progresivamente. Lanzo
un suspiro y resiguió con el dedo algunas formas que se habían formado en la
madera de la mesa.
-
¿Necesito un
motivo concreto para actuar en contra de Fidias? –preguntó- ¿El hecho de ser
noble me impide actuar cuando un acto me parece reprobable?
-
No, pero lo hace
extraño. Has puesto mucho en juego para que sólo sea una cuestión moral
-
Cuando Siete
empezó la rebelión era únicamente una cuestión moral –dijo ella, frunciendo el
ceño-
No deseaba comentar el tema
demasiado, pero entendía la curiosidad de Pasku. Él era el único de los
rebeldes que la conocía verdaderamente y sólo él se preguntaba por las
verdaderas intenciones de su colaboración sin plantearse una sola vez si
intentaba traicionarles. La respuesta más sencilla era sin duda que ella no
estaba de acuerdo con Fidias y que simplemente, quería que otro tuviera el
poder.
Y al principio, no negaba que
había sido así, pero nunca se hubiera comprometido tanto, ni hubiese arriesgado
tanto, únicamente por una opinión política distinta. Si simplemente hubiese
querido llevar la contraria al regente, lo hubiese hecho con diplomacia, pero
lo que ella buscaba era impedir de raíz que Fidias pudiera llegar siquiera a
tocar la corona.
-
Pero tienes razón.
–dijo ella al fin tras un suspiro- Tengo más motivos. Sospecho…sospecho que
lord Crhysos fue en gran parte responsable de la muerte de David.
-
Hm…-Pasku apartó
su copa, pensativo- Pensaba que había sido una enfermedad
-
Y lo fue. La
misteriosa y letal enfermedad que está matando nobles selectivamente, pero
apenas a ningún campesino. Una enfermedad muy snob, si me permites mi opinión.
Pasku lanzó un suspiro,
llenándose de nuevo la copa de vino pero apenas probando su contenido una vez
lo tuvo entre sus manos. Deseaba decir cosas, o mejor dicho, expresarlas, pero
le resultaba difícil transformar los pensamientos en palabras. Además, tenía la
sensación de no poder aportar gran cosa a aquella conversación, pues nada de lo
que pudiera decir calmaría la perdida de la noble.
Y sin embargo, si había algo
que quería preguntarle, algo que nunca había osado cuestionar por miedo a
romper una especie de pacto de silencio que ambos tácitamente hubieran
establecido. Pero necesitaba hacer esa pregunta, pues se había prometido a sí
mismo en su huída por los pantanos que resolvería todas las dudas.
Al fin y al cabo, había estado
a punto de morir dos veces y no quería que se diera una tercera sin haber, por
lo menos, resuelto alguna de las cuestiones.
-
Tú…-murmuró, al
cabo de un rato de dar vueltas a cómo preguntarlo, optando por la vía directa-
¿Tú le querías…?
-
No…no quería a mi
marido. No de la manera de la que quiero a otros, al menos – respondió ella,
esbozándole una tenue sonrisa que no llegó a sus ojos- Pero era un buen hombre,
y…un buen amigo. –respiró hondo, triste- Creo que merece algo de justicia. Y
también está Scott, entre otros. –negó con la cabeza, haciendo que el pelo se
le despeinara un poco más- No, no hay una única razón por la que no quiero que
lord Crhysos sea rey.
-
Supongo que no
–dijo Pasku, poniendo una mano sobre la suya suavemente, apenas tocándola- Yo
no tengo una razón en especial, salvo que no me parecía adecuado dejar que
todas mis amistades lucharan sin mí.
El perro de la dama lanzó un
bostezo y se desperezó, moviéndose del lugar en el que había decidido quedarse
dormido durante toda la charla. Al ver que su dueña se había movido unos metros,
ando perezosamente hacia sus pies y volvió a echarse con un gruñido satisfecho.
-
¿Y cómo vas a
descubrir al traidor? –preguntó Pasku tras unos breves instantes de silencio
-
Tengo la esperanza
que se descubra a sí mismo, esta noche. –ella le sonrió – Athe sabe lo que
tiene que hacer, y cómo.
-
Esperemos que la
idea funcione pues – respondió él mirando el fuego muriendo lentamente- Aunque
creo que debería acompañarte, por si existe algún peligro
Por un momento, la mujer se
preguntó si lo decía en serio, hasta que alzó la vista y se encontró con la
sonrisa burlona del rebelde. La noble sonrió de medio lado y se levantó,
tendiéndole la mano.
-
¿No preferís hacer
compañía a vuestros camaradas?
Pasku tomó su mano y se
levantó para guiarla tranquilamente hasta la salida de la sala, con el perro
siguiéndoles los pasos de nuevo
-
Ya veo mucho a mis
camaradas. Prefiero aprovechar mejor el tiempo
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