sábado, 21 de junio de 2014

11- Las cartas sobre la mesa

El castillo no era especialmente grande, pero para cualquier hombre acostumbrado a una casa en la que todos dormían apretados contra la chimenea, era sin duda algo intimidante. Por ello todos los rebeldes se habían concentrado en el comedor y sólo se paseaban por el resto de pasillos y habitaciones cuando no les quedaba más remedio.

Lady Oblondra bajó por las escaleras poco a poco, procurando que sus pies no se enredaran en el vestido mientras se deslizaba silenciosamente por los escalones. Su perro le seguía los pasos, moviendo la cola como si quisiera sacar el polvo de toda la casa poco a poco, pero sin molestar los andares de su dueña, acostumbrado ya a perseguirla allí donde fuera.
Sólo con acercarse a las grandes puertas de madera del comedor ya oyó las voces de los que había allí congregados. Entreabrió la entrada procurando hacer poco ruido y pasar desapercibida mientras pudiera evitar ser vista.

La sala que se abría ante ella era, sin lugar a dudas, la más calurosa y cálida del hogar, a excepción quizás de la habitación donde se encontraba Lyra.
Una gran chimenea contenía un fuego que crepitaba con fuerza en el otro extremo de la habitación, dominando la pared. Como en el resto de estancias, las paredes estaban cubiertas de tapices, aunque los que había en esta sala no tenían gran cosa dibujada salvo algún motivo forestal o geométrico.
Las paredes laterales tenían tres grandes ventanales respectivamente, aunque la mayor parte del año, especialmente en invierno, solían estar cubiertos por unas pesadas cortinas que impedían que pasara el frío. Sin embargo, alguno de los rebeldes había decidido que prefería disfrutar de la visión del patio de armas cubierto de nieve y un par de ventanas descubiertas  dejaban pasar la tenue luz invernal. Sin embargo, al estar anocheciendo, apenas entraba ya sol.
Habitualmente no había más que una mesa relativamente pequeña cerca de la hoguera, lo que dejaba casi todo el comedor vacío, preparado para cuando vinieran invitados y fuera necesario traer una mesa que ocupara todo el salón. Le hubiese gustado poder hacer uso de la misma para los rebeldes, pero hubiese llamado la atención innecesariamente.

Hawk estaba mirando por la ventana, distraído. A su lado estaba Denzel, comentándole algo en un tono de voz relativamente bajo, lo suficiente como para que nadie más pudiera escucharle.
Bardo estaba cerca de la hoguera, acariciando a uno de los gatos de la casa. Víctor y Dante estaban sentados el uno junto al otro en la mesa, compartiendo un plato de carne asada mientras bebían lo que seguramente se trataba de cerveza. Pasku se encontraba sentado delante de ambos, dando cuenta de lo que parecía ser la colección de quesos más grande jamás recolectada en aquel castillo.
Scott, su primo, estaba sentado en un rincón con las manos vendadas, cerca de la hoguera pero algo alejado del resto.

En la habitación había además había unos cuantos sirvientes, que la miraron en cuanto se dieron cuenta de su presencia. Lady Oblondra hizo un gesto y la mayor parte de los criados se fueron, a excepción de su dama de compañía, que se quedó en un rincón, próxima a ella.

La noble se sentó en la cabecera de la mesa, seguida del perro que inmediatamente se sentó a sus pies.

-          Lyra se recuperará. – comentó ella con el mismo tono tranquilo de siempre- La fiebre ha remitido y pronto pasará la enfermedad
-          Espero que valiera la pena el rescate- comentó Denzel, abandonando la conversación con Hawk y acercándose con los demás a la mesa- Casi nos cuesta el cuello
-          Si os hubiese costado el cuello, hubierais demostrado ser de poca utilidad –respondió Lady Oblondra, arqueando una ceja- Si de verdad os interesa tomar el reino, en peores situaciones os encontraréis

Dante dio un leve respingo, con el ceño fruncido. Cogió la jarra y apuró la cerveza en un gesto discreto pero firme, antes de respirar hondo y mirar a la noble.

-          ¿Tomar el reino? –preguntó, sin levantar el tono de voz- No sabía que ese era nuestro objetivo
-          Ah, ¿no lo es? –inquirió ella, apoyando su codo en los brazos de la silla y la cabeza en la palma de su mano- ¿Y cuál es, si puede saberse?
-          El cambio –comentó Hawk en tono solemne, tomando asiento en la mesa junto a Pasku, que se mantenía concentrado en la comida que tenía delante- No buscamos el poder. AL menos, por lo que a mí respecta
-          Ya veo –comentó ella, sin cambiar de postura

Lady Oblondra esbozaba una especie de media sonrisa que parecía formarse por el mero hecho de juntar los labios, con lo cual los rebeldes no estaban muy seguros de si estaba realmente alegre, o si su expresión era puramente neutral.
Sin que nadie se hubiera dado cuenta de que salía y volvía a aparecer, la criada que se había quedado en la sala apareció con copas y dos jarras de vino, que sirvió entre todos los reunidos alrededor de aquella mesa. Hasta que no terminó de servir, la noble no volvió a hablar o siquiera moverse.

-          Así que únicamente buscáis el cambio –comentó ella, al fin- ¿Hacia dónde?
-          Donde sea. –respondió Hawk, con el mismo tono seguro- Pero lejos del camino que está llevando por ahora el regente
-          ¿Dónde sea? Hm, no deberíais decir esas palabras tan a la ligera –dijo ella, reclinándose sobre el respaldo de la silla- Hay cosas mucho peores que Lord Crhysos
-          Sea lo que sea que llegue después del regente, si no es lo adecuado, le plantaremos cara igual
-          Una perspectiva poco halagüeña, si me permitís el comentario –repuso ella, en tono tranquilo- Permitidme que os presente las cosas como son.

Chasqueó los dedos y la criada extendió un mapa del reino sobre la mesa, en una zona donde no había ni platos ni copas que pudieran molestar.
El dibujo representaba con mayor o menor detalle el reino y sus feudos principales. Estaba divido y pintado en cuatro zonas, entre las cuales estaban las tierras que pertenecían enteramente a lord Crhysos, el regente e hijo del rey, de color rojo. El pardo era el color que pintaba el condado de lady Arkauz, la madre del joven que habían rescatado de prisión. De color verde estaban los territorios de Lady Oblondra, de menor tamaño que los dos anteriores, pero mayor que el cuarto, de color azul, lord Rothard.

-          Este es el reino. Como podéis ver, las tierras del regente son algo mayores que las de cualquier otro noble. Debemos contar, por ello, que tiene un mayor número de vasallos que cualquiera, sin contar el ejército real o cuantos amigos pudiera tener en la corte –la noble señalaba el mapa mientras hablaba en gestos comedidos, suficientes para darle más peso a sus palabras- Lady Arkauz está ahora mismo en un momento muy delicado. No tiene herederos barones que puedan hacerse cargo de su feudo, con lo que está a la espera de conocer la decisión del Rey
-          ¿La decisión del Rey? –inquirió de pronto Scott, antiguo lord Arkauz, que se había acercado a la mesa cuando habían extendido el mapa- ¿Qué decisión?
-          Sin heredero esas tierras pasan a manos de otro noble –respondió la dama, mirando a su primo- El rey decide siempre cómo se reparten.
-          ¡Eso es injusto! –repuso el noble, frustrado. No dio un golpe sobre la mesa por no abrirse las heridas, pero a punto estuvo de hacerlo- ¡Esas tierras pertenecen a mi familia!
-          Es la ley –contesto Lady Oblondra, encogiéndose de hombros- Y vos estáis oficialmente muerto, o deberíais estarlo

Scott se sentó en una de las sillas que quedaba libre, mirando el mapa con los ojos entrecerrados. Se sentía físicamente mucho mejor ahora que estaba limpio y con ropa nueva, además de con todas las heridas curándose bajo las vendas.
Pero psicológicamente empezaba a sentirse hundido. Era como si no hubiese terminado de huir de la cárcel, como si el estado anímico en el que había permanecido allí no le hubiera abandonado aún.
Empezaba a dudar de si algún día lo haría.

-          Yo soy la administradora de mis tierras entretanto mi padre está moribundo –continuó la dama- Además de las tierras de mi difundo esposo. Sin embargo, sólo los vasallos de mi padre me seguirían a cualquier precio. Los segundos me deben lealtad, pero no sé hasta qué punto se la puedo exigir. Y lord Rothard es el jefe de consejeros del reino. Se puede contar con él, pero sus tierras son mayormente boscosas y posee pocos feudatarios.
-          ¿A dónde queréis ir a parar con esta explicación?- preguntó Dante, mirando el mapa
-          Contad que yo os ayudo. Contad además que lo hace Lord Rothard- dijo ella, señalando los feudos- Aún con todos los hombres de nuestro lado, el ejército que pudiéramos tener sería menor al de lord Crhysos.
-          Pero no es nuestra intención luchar en campo abierto, con un ejército –dijo Bardo, acariciando el gato que ronroneaba echado encima suyo
-          No, no lo es –dijo ella, paciente- Pero planteaos la cuestión de esta manera. Mientras lord Crhysos tenga de facto el poder del reino, no habrá ningún noble que desee prestaros ayuda. Y mientras no exista un apoyo importante por parte de los señores feudales, olvidaos de cambio alguno
-          Sólo tenemos que matarle –dijo Víctor, mirando la copa llena de líquido carmesí- No necesitamos una trama política para ello
-          En primer lugar, matar al regente es una tarea prácticamente imposible. Es un hombre de naturaleza desconfiada y profundamente cauteloso – la noble tenía las cejas levemente fruncidas, pensativa, aunque su tono de voz no cambio demasiado- Y en segundo, si él muriera, hay una larga lista de hombres que podrían heredar y serían iguales o peores que él.
-          ¿A qué os referís? –preguntó Denzel, sirviéndose más vino
-          La misma razón por la que odiáis a lord Crhysos es la que ha hecho que la mayor parte de los nobles del reino le pongan en un pedestal. –Lady Oblondra lanzó un leve suspiro- La rebelión que inició Siete de Rhivarian empezó cuando el regente volvió a imponer las leyes feudales que había quitado su padre. Con ello se ha ganado el apoyo de la mayoría de los señores, que se han visto beneficiados. Si matarais a lord Crhysos, el noble que le precediera no cambiaría nada.
-          ¿Y qué esperáis que hagamos? –Dijo Hawk, en un tono de enfado controlado, pero sin que el dominio sobre si mismo funcionara demasiado bien- Ya sabíamos que no iba a resultar tarea sencilla, pero me niego a quedarme sentado en un rincón
-          Es igual de inútil quedarse sentado en un rincón que darse de golpes con la cabeza contra la pared esperando que esta caiga. –respondió ella en un tono seco

Hawk estuvo tentado de responderle, pero prefirió guardarse sus palabras. No porque no creyera que tuviera más o menos razón, sino porque sentía que el impulso procedía de un sentimiento que no conseguía dominar desde la ejecución de Siete y no deseaba que fuera eso lo que diera vida a sus palabras.

-          ¿Qué proponéis entonces? –preguntó Bardo dejando al gato en el suelo
-          Colocad en el trono un regente que vaya a defenderos- la mujer se encogió de hombros- Haced rey a Scott

La mayoría de los que estaban en la sala miraron a lord Arkauz, que se atragantó con el vino que estaba bebiendo distraídamente en ese momento. Los que no le miraban a él observaban a sus compañeros, con miradas sorprendidas, aunque muchos de ellos empezaban a darle vueltas seriamente a la idea.
El único que parecía traerle al pairo todo el asunto era Pasku, que seguía cortando trozos de queso para comérselos con expresión de felicidad.

-          ¿Te has vuelto loca? –preguntó Scott levantándose de la silla y mirando a Lady Oblondra de pie
-          No, que yo sepa –dijo ella, volviendo a apoyar la cabeza en su mano, recostada en la silla- Y dime una razón por la que no sea buena idea
-          ¡No puedo ser rey! –dijo él, en un tono menos seguro del que le hubiese gustado
-          No quieres, que es distinto –repuso ella, esbozando lo que parecía una sonrisa- Y no me sirve como razón. Eres joven, eres noble y creo que tras lo que has vivido tienes motivos de sobra para apoyar la rebelión. Además, nunca has demostrado muchos deseos de mantener las leyes feudales reestablecidas, con lo que todo el mundo estaría satisfecho
-          Pero te olvidas del pequeño, ínfimo, insignificante detalle de que YA no soy noble – repuso Arkauz, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño
-          Piénsalo por un momento, Scott –ella se levantó con cuidado, haciendo que la silla apenas hiciera ruido al moverla para salir- ¿Qué puede hacer a los demás nobles unirse a la rebelión? El miedo a perder sus tierras. Esa amenaza les haría perder el interés en las reformas que ha impuesto el regente, porque ¿de qué sirve el derecho a la servidumbre si no tienes un condado? Tú puedes acudir a ellos, explicarles tu historia y advertirles que Lord Crhysos piensa hacer lo mismo con ellos. 
-          …Pero eso sería mentirles – murmuró el joven noble de cabellos rubios, pensativo-
-          No, al contrario –dijo ella, acercándose a él y poniéndole una mano en el hombro- No eres el primero, ni el último, de los nobles a los que va a desposeer. Los que no muestren la lealtad debida, terminarán como tú.

Scott volvió a sentarse, sumido en una marea oscura de pensamientos que golpeaba el bastión de su mente como una tormenta en alta mar. Los recuerdos que había intentado apartar ahora luchaban por acudir a su memoria como una estampida, sin que nada ni nadie pudieran impedir que tomaran el control de sus pensamientos.
Recordó los últimos meses pasados, las muertes en su familia, la frustración. Recordó sentirse sólo y despojado y recordó la celda a la que fue conducido.

Lady Oblondra, sabiendo que su primo necesitaba pensar y consciente del efecto de sus palabras, se apartó y dirigió su mirada a los rebeldes.

-          Para liderar una rebelión necesitáis una cabeza visible –dijo ella, en el mismo tono tranquilo que acostumbraba tener- El problema es que Siete era una cabeza a la que nadie estaba dispuesto a seguir. No ofrecía una alternativa para los que no estuvieran desesperados por luchar
-          Por lo menos presentó batalla y murió con honor –repuso Dante, en tono sombrío
-          Murió ahogándose en la horca, tras pasar días encerrado en una celda casi tan horrible como la que se encontraba Scott. –dijo ella, en ese tono seco que parecía nacer de un latigazo- Su sacrificio fue inútil porque su lucha sin objetivo era inútil. Si la rebelión no murió con él fue porque vosotros os mantuvisteis al pie del cañón, pero los demás, o murieron o huyeron lo más lejos que se pudieron permitir.

De nuevo Hawk deseó contradecir las palabras de la mujer, pues la ira contenida amenazaba con explotar allí mismo si no se alzaba a favor de su amigo.
Pero volvió a contenerse. Esta vez, sin embargo, fue porque sabía que ella tenía parte de razón.

Siete para él había sido un héroe, un amigo que suponía un ejemplo a seguir y a respetar. Y cuando empezó a organizar la rebelión, se unió a sus tropas sin preguntarse un solo instante los riegos de la empresa. Siete tenía razón, no podían quedarse quietos cuando el regente permitía e instigaba a los señores a cometer injusticias, a devolver al pueblo a la pobre condición que tenía años atrás.
Debían actuar, y eso hicieron.
Pero nunca le había hablado de un futuro, de un después. Hawk se lo había planteado, y el pensamiento le había venido a la mente cuando habían revivido las llamas de la lucha después de la ejecución de su amigo. Y nunca había encontrado una respuesta que le dejara satisfecho.
Resultaba muy difícil pensar en el futuro cuando el mañana era incierto.

-          ¿Y qué garantías tenemos que lord Arkauz nos sea leal? –repuso Víctor, mirando con desconfianza al joven noble
-          No tenéis ninguna –respondió Lady Oblondra, encogiéndose de hombros- Pero tampoco tenéis muchas alternativas. Os necesitáis los unos a los otros, él porque quiere recuperar su feudo antes que su madre lo pierda, y vosotros porque necesitáis el modo de aseguraros el apoyo de la nobleza.
-          Hay algo que no comprendo –dijo Denzel, mirando a la dama- ¿Vos por qué nos apoyáis? Y al hacerlo, ¿por qué proponéis a vuestro primo como rey y no a vos misma?
-          Tengo mis motivos para hacerlo. Motivos personales.

Puede que Denzel hubiese respondido algo más a la respuesta de la noble, pero en ese momento un criado llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta del interior. Llevaba una capucha que le cubría el rostro e iba vestido con ropas más destinadas a la caza que a servir en un castillo. Al acercarse, pudieron percibir el fuerte olor a caballo que desprendía el sirviente, por lo que la mayoría dedujo que se trataba de un mensajero.

Sin mediar palabra, se acercó y le tendió un pergamino lacrado a Lady Oblondra, quien lo abrió y leyó velozmente.

-          Hm. Buenas y malas noticias, caballeros. ¿Por cuales empiezo? – inquirió ella tras guardar el mensaje entre los pliegues de su ropa
-          Por las malas, supongo – respondió Hawk, hablando por boca de todos
-          Dentro de dos días debéis abandonar este castillo y desaparecer, pues se me reclama en la capital por asuntos de importancia. Y por lo que he leído, supongo que se referirá al asunto de la cárcel.
-          Bueno, podrían ser peores. ¿Y las buenas?
-          Hm…Estoy a punto de descubrir quién es el traidor que os vendió miserablemente –dijo ella, en un tono teatralmente despreocupado-
-          ¿Qué decís? –preguntó Denzel, dando un respingo, preguntando lo que todos se cuestionaban
-          Así es –respondió ella con lo que parecía una sonrisa sincera- He estado leyendo unos documentos muy interesantes en la habitación con Lyra y gracias a ellos sé quién es el renegado. Mañana por la mañana lo dispondré todo para su captura.
-          ¿Y no nos vais a decir quién es? –preguntó Bardo, sirviéndose más vino. Su tono era tranquilo, despreocupado, pero el leve temblor al sujetar la jarra le delataba su nerviosismo
-          Me encantará hacerlo. Mañana por la mañana, cuando mis sospechas se vean confirmadas.
-          Cualquiera diría que desconfiáis de uno de nosotros – dijo Denzel, entrecerrando los ojos
-          Si, cualquiera lo diría –respondió ella manteniendo la misma sonrisa- Oh, y Víctor: Ayla te envía sus más amorosos recuerdos.

Nunca se pudo saber quién puso la expresión de mayor desconcierto, ni quien fue el más rápido. El observador externo sólo pudo atisbar a ver cómo Víctor se levantaba como si un resorte interno hubiera explotado y se acercaba a la mujer, presa de un descontrol nacido de la necesidad. Ese mismo observador pudo ver, al mismo tiempo, como el mensajero se interponía entre la noble y el rebelde, llevando su mano amenazadoramente a una espalda colgada de un cinto que hasta ese momento había pasado desapercibido.
Víctor supo controlarse antes que el mensajero decidiera practicar la esgrima deportiva, pero únicamente se detuvo porque él mismo no llevaba su arma.

-          ¿¡Donde está ella?! –gritó Víctor, dejándose llevar por la desesperación que había procurado contener durante las largas semanas de desconcierto y soledad- ¿¡Cómo podéis saberlo?!

La noble se quedó en silencio, con la mirada impertérrita, mirando al rebelde con irritante tranquilidad. Sin embargo, los ojos estaban levemente entrecerrados, como si estuviera meditando la respuesta que le diera al hombre furibundo que tenía delante suyo, aunque no parecía especialmente preocupada.
Si se planteaba las palabras que iba a decirle, no parecía que la razón fuera el temor por su propia seguridad.
El silencio que reinó en la sala fue absoluto, roto únicamente por el cuchillo de Pasku al cortar un trozo de queso especialmente seco.

-          Está viva, sana y bien alimentada, si es eso lo que te inquieta – dijo al fin- Pero me ha pedido expresamente no decirte dónde se encuentra
-          ¿¡Qué?! –Gritó Víctor, dando un paso hacia delante, olvidando por un instante la amenaza del criado con la mano firmemente sujeta a la empuñadura de la espada
-          Ayla está bien, mejor de lo que nunca estarán los rebeldes que fueron capturados junto a ella –respondió Lady Oblondra- pero por ahora, y por razones que comprendo, no desea que te diga dónde se encuentra. Cuando pueda, intentará ponerse en contacto contigo. Pero ahora no puede.
-          …No comprendo –dijo el rebelde, más tranquilo, o al menos en apariencia, aunque su tono de voz era seco y ácido- ¿Por qué no puede?
-          Porque los únicos mensajes que puede sacar con seguridad son los que van dirigidos a mi –la noble miro al sirviente que estaba entre ella y Víctor y le hizo un gesto con la mano- Es suficiente, puedes apartarte

El criado obedeció rápidamente y se puso al lado de su señora, pero sin apartar la mano de su espada. A pesar que no se le podía ver el rostro por culpa de la capucha, la mirada atravesaba la oscuridad de su tocado y se clavaba en Víctor como si pudiera mandarle el mensaje de una promesa de dolor y muerte si osaba mover un músculo más.

-          Ayla está bien y eso ya es más de lo que sabías esta mañana. –continuó Lady Oblondra- Agradece la buena estrella de tener más información y descarga tu ira contra quien lo merece

Víctor lanzó una mirada cargada de frustración e ira contra la mujer, el sirviente, la mesa, la pared o todo lo que pudiera estar en su ángulo de visión. Deseaba estrangular aquella noble que parecía burlarse de su desesperación, pero al mismo tiempo sabía que si lo hacía, se quedaría sin saber nada más.
Lady Oblondra le había dado un retazo, un clavo ardiente al que aferrarse unos días más, pero Víctor se conocía y sabía que ahora iba a sentirse mucho peor.
No saber nada era terrible, horroroso, pues en la ignorancia del destino de Ayla podía imaginar que habían sucedido mil cosas y que ella finalmente estaba muerta.
Pero ahora que tenía un pequeño trozo de verdad, construiría sobre ella en un vano intento de conocer el resto y las historias que su mente traidora crearía serían mucho peores. Y las dudas que se generarían, más reales y peligrosas.
¿Por qué Ayla no quería decirle dónde estaba? ¿Qué lugar era ese que no podía nombrarlo, o mandarle un mensaje…?

Sin decir nada más, sabiendo que si se quedaba un instante más en aquella sala terminaría rompiéndole la nariz a alguien, Víctor dio media vuelta y salió del comedor. Preocupado por su compañero, Dante fue detrás de él.

Lady Oblondra lanzó un suspiro.

-          Caballeros, es tarde. Hay mucho sobre lo que pensar y debéis dormir. Mañana os despertaré para resolver asuntos.

Hawk quiso hacer algunas preguntas, pues el tema del traidor había quedado abruptamente interrumpido por la mención de Ayla, pero algo en la mirada de la mujer le hizo detenerse.
Pensativo, abandonó la sala junto a los demás, en silencio, seguidos de la dama de compañía de la noble.

Lady Oblondra hizo un gesto sutil al mensajero, que asintió con la cabeza y se fue detrás de los rebeldes, a cierta distancia.

-          Reconoce que, aunque sea un poquito, estás disfrutando con esto –dijo Pasku, una vez se encontraron solos en el comedor

La mujer ladeó levemente la cabeza, no sin antes esbozar una sonrisa, esta vez sincera. El rebelde se había mantenido toda la conversación en silencio, sin pronunciar palabra y dando cuenta del queso. Tan discreto que al salir los otros no le habían prestado mucha atención.

-          Me gusta generar expectativa –dijo ella, levantándose de su silla- No suelo tener muchas oportunidades para hacerlo
-          Pues la has creado bien –Pasku dejó al fin el cuchillo con el que había estado cortado queso y se giró para mirarla- ¿Es cierto que sabes quién es el traidor?
-          Hm, sí.
-          Mentirosa –dijo él sonriendo de manera burlona- Sospechas de cada uno de nosotros de principio a fin sin decantarte por ninguno
-          Eso no es cierto- dijo Lady Oblondra, sentándose a su lado, en una de las sillas que ahora habían quedado libres- No sospecho de ti
-          ¿Ah, no?- la mano de Pasku pasó por su rostro, apartándole un mechón de pelo que había quedado libre de su peinado para ponerlo detrás de su oreja- Quizás deberías.

Ella le sonrió, pero no respondió a su comentario. No deseaba confesarle que durante el tiempo en el que había permanecido desaparecido deambulando por los bosques y los pantanos, si había sospechado de él. O más que sospecha, había titubeado.
No le había gustado la experiencia y dudaba que volviera a hacerlo.

-          No sospecho de ti –repitió ella, mirándole- No has necesitado demostrar que no eres el traidor y aun así lo has hecho
-          ¿Lo he hecho? –preguntó él antes de dar un trago al vino de su copa
-          Me has probado ser capaz de guardar un secreto durante mucho tiempo. Si fueras el traidor, mi cabeza colgaría de algún lugar alto
-          Supongo que sí. – Pasku se sirvió un poco más de vino y se lo sirvió a ella- Al fin y al cabo, sólo tú, Siete y yo sabíamos que tú eras su aliada, y ni siquiera mi antiguo jefe estaba al corriente que yo tenía esa información.
-          No sé si le hubiera importado –ella dio un sorbo a la bebida, pensativa- Pero tampoco es relevante.

El fuego seguía crepitando en la chimenea con fuerza, aunque pronto iría perdiendo fuerza hasta consumirse y transformarse en cenizas. El calor de la sala se mantenía, pero la noche iba cayendo sobre el castillo y la fría piedra empezaría a generar la tentación de arrebujarse entre las mantas de lana.

-          Dime una cosa, Laura –dijo de pronto Pasku, cortando otro trozo de queso- ¿Cuáles son esos motivos personales que no has querido comentarle a Denzel?

Lady Oblondra terminó el vino y apartó la copa en la mesa, sin desear tomar más pero agradeciendo la sensación cálida que el alcohol deslizó por su garganta progresivamente. Lanzo un suspiro y resiguió con el dedo algunas formas que se habían formado en la madera de la mesa.

-          ¿Necesito un motivo concreto para actuar en contra de Fidias? –preguntó- ¿El hecho de ser noble me impide actuar cuando un acto me parece reprobable?
-          No, pero lo hace extraño. Has puesto mucho en juego para que sólo sea una cuestión moral
-          Cuando Siete empezó la rebelión era únicamente una cuestión moral –dijo ella, frunciendo el ceño-

No deseaba comentar el tema demasiado, pero entendía la curiosidad de Pasku. Él era el único de los rebeldes que la conocía verdaderamente y sólo él se preguntaba por las verdaderas intenciones de su colaboración sin plantearse una sola vez si intentaba traicionarles. La respuesta más sencilla era sin duda que ella no estaba de acuerdo con Fidias y que simplemente, quería que otro tuviera el poder.
Y al principio, no negaba que había sido así, pero nunca se hubiera comprometido tanto, ni hubiese arriesgado tanto, únicamente por una opinión política distinta. Si simplemente hubiese querido llevar la contraria al regente, lo hubiese hecho con diplomacia, pero lo que ella buscaba era impedir de raíz que Fidias pudiera llegar siquiera a tocar la corona.


-          Pero tienes razón. –dijo ella al fin tras un suspiro- Tengo más motivos. Sospecho…sospecho que lord Crhysos fue en gran parte responsable de la muerte de David.
-          Hm…-Pasku apartó su copa, pensativo- Pensaba que había sido una enfermedad
-          Y lo fue. La misteriosa y letal enfermedad que está matando nobles selectivamente, pero apenas a ningún campesino. Una enfermedad muy snob, si me permites mi opinión.

Pasku lanzó un suspiro, llenándose de nuevo la copa de vino pero apenas probando su contenido una vez lo tuvo entre sus manos. Deseaba decir cosas, o mejor dicho, expresarlas, pero le resultaba difícil transformar los pensamientos en palabras. Además, tenía la sensación de no poder aportar gran cosa a aquella conversación, pues nada de lo que pudiera decir calmaría la perdida de la noble.
Y sin embargo, si había algo que quería preguntarle, algo que nunca había osado cuestionar por miedo a romper una especie de pacto de silencio que ambos tácitamente hubieran establecido. Pero necesitaba hacer esa pregunta, pues se había prometido a sí mismo en su huída por los pantanos que resolvería todas las dudas.
Al fin y al cabo, había estado a punto de morir dos veces y no quería que se diera una tercera sin haber, por lo menos, resuelto alguna de las cuestiones.

-          Tú…-murmuró, al cabo de un rato de dar vueltas a cómo preguntarlo, optando por la vía directa- ¿Tú le querías…?
-          No…no quería a mi marido. No de la manera de la que quiero a otros, al menos – respondió ella, esbozándole una tenue sonrisa que no llegó a sus ojos- Pero era un buen hombre, y…un buen amigo. –respiró hondo, triste- Creo que merece algo de justicia. Y también está Scott, entre otros. –negó con la cabeza, haciendo que el pelo se le despeinara un poco más- No, no hay una única razón por la que no quiero que lord Crhysos sea rey.
-          Supongo que no –dijo Pasku, poniendo una mano sobre la suya suavemente, apenas tocándola- Yo no tengo una razón en especial, salvo que no me parecía adecuado dejar que todas mis amistades lucharan sin mí.

El perro de la dama lanzó un bostezo y se desperezó, moviéndose del lugar en el que había decidido quedarse dormido durante toda la charla. Al ver que su dueña se había movido unos metros, ando perezosamente hacia sus pies y volvió a echarse con un gruñido satisfecho.

-          ¿Y cómo vas a descubrir al traidor? –preguntó Pasku tras unos breves instantes de silencio
-          Tengo la esperanza que se descubra a sí mismo, esta noche. –ella le sonrió – Athe sabe lo que tiene que hacer, y cómo.
-          Esperemos que la idea funcione pues – respondió él mirando el fuego muriendo lentamente- Aunque creo que debería acompañarte, por si existe algún peligro

Por un momento, la mujer se preguntó si lo decía en serio, hasta que alzó la vista y se encontró con la sonrisa burlona del rebelde. La noble sonrió de medio lado y se levantó, tendiéndole la mano.

-          ¿No preferís hacer compañía a vuestros camaradas?

Pasku tomó su mano y se levantó para guiarla tranquilamente hasta la salida de la sala, con el perro siguiéndoles los pasos de nuevo

-          Ya veo mucho a mis camaradas. Prefiero aprovechar mejor el tiempo


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