jueves, 26 de junio de 2014

18- Principio y fin

La ciudad estaba animada, a pesar de la llovizna que había ido cayendo desde bien temprano por la mañana. No se habían producido las mismas tormentas que asediaban otras partes del reino y eso había contribuido a que la actividad acostumbrada de la urbe se mantuviera intacta. Por ello, el carruaje avanzaba con cierta lentitud por las calles, pues de lo contrario hubiese atropellado a algún imprudente ciudadano que cruzaba el empedrado a toda prisa.
Los cuatro soldados que las custodiaban imponían su presencia y creaban un perímetro invisible, evitando así que la gente se arremolinara alrededor del vehículo.

Lyra observaba los edificios con inquietud, pues llevaba años sin observar la ciudad de día. Desde que iniciara sus andanzas en alta mar, eludiendo las normas y retando a quienes quisieran impedirle sus viajes, siempre había visitado Crisnel en las horas más oscuras, a resguardo de las miradas indiscretas.
Ver de nuevo las calles llenas de gente la transportaba a sus recuerdos de infancia, a los paseos con su padre hasta el puerto, las discusiones de su madre porque la verdulera intentaba venderle un melón pocho, las noches mirando por la ventana observando los barcos mecerse con la marea.
Sonrío al rememorar todos aquellos momentos y se alegró al saber que podía pensar en Mark sin que el dolor por su pérdida dominase sus pensamientos.

¿Cuánto tiempo había pasado? Desde que despertara, no más de una semana, pero parecía que fuera más tiempo y a la vez, que fuera reciente. Lady Oblondra había intentado convencerla de permanecer en el castillo, pero Lyra había tenido más que suficiente de autocompasión y tristeza. Necesitaba moverse, arrancar, empezar a activar de nuevo sus instintos y dejar atrás un pasado que la arrastraba como una ancla hasta el fondo.
No iba a dejar que la desesperación se la tragara, ella se sabía más fuerte y con más voluntad que eso, pero los primeros pasos eran lo más complicados. Necesitaba mantener la mente ocupada con labores y planes.

Y de planes habían estado hablando la noble y ella largo y tendido antes de empezar a viajar. Habían repasado los pros y los contras, habían hecho cuentas y hasta habían improvisado posibles soluciones para los futuros inconvenientes que pudieran aparecer. Pero una vez los caballos habían empezado a moverse, en el carruaje se había creado el silencio y no había cabida para nada más que para el pensamiento. Si hubiese estado sola, se hubiera echado a gritar o canturrear sólo que el silencio no fuera tan denso.

Llevaban horas de viaje y le dolían las piernas de no moverlas, pero se negaba a moverse mucho para no molestar a Lady Oblondra, quien se sentaba al lado. Ninguna de las dos había iniciado una conversación, quizás porque el clima les había hecho tener un humor silencioso e introspectivo, como si la lluvia les arrullara suavemente y les arrancara poco a poco las energías.

Se moría de ganas de decir algo para llenar la quietud y al mismo tiempo las palabras morían en su boca. A medida que se iban acercando al castillo iba notando como un nudo de nerviosismo se le iba creando en el estómago.

-          ¿No crees que me reconocerán? –preguntó en un tono bajo, como si temiera que alguien de la calle pudiera escucharlas
-          No –dijo la noble, observándola de arriba abajo- Vas vestida como mi dama de compañía y llevarás un velo cubriéndote el rostro. Nadie reparará en ti, o al menos no lo hará el regente
-          No sé caminar como una de tus doncellas –repuso la capitana, mirando el delicado vestido que llevaba puesto
-          Imagina que estás andando sobre un tablón –dijo Lady Oblondra, sonriendo- Caminas con más gracilidad de lo que te crees, y siempre podemos decir que tienes una herida en el pie

Lyra asintió, pero no notó que el nerviosismo desapareciera de su pecho. Desde el primer momento en el que habían hilado el plan, el temor se había adueñado de su corazón y ahora marcaba el ritmo de sus latidos con cada segundo.
No era exactamente miedo, ni tampoco prudencia, pues ella había vivido situaciones más arriesgadas en su barco. Era algo nuevo, un sentimiento que se había impuesto desde que consiguiera huir de aquella condenada celda: temía ser capturada de nuevo.
Pudiera parecer algo evidente para quien no hubiese estado en su situación, pero para ella repetir la experiencia sería mucho peor que encontrarse ante la mismísima parca.

Cuando fue capturada mantuvo la frente alta a pesar de lo que temía que iba a ocurrirle. Pero podía permitirse la valentía ya que no conocía con exactitud el futuro que les deparaba a ella y a sus hombres. Ahora si lo sabía, lo conocía al detalle, y no estaba del todo segura de estar preparada para resistirlo una segunda vez.

Sin embargo, el tiempo de las dudas terminó abruptamente cuando el carruaje empezó a ascender por la colina. Se colocó el velo tal y como le habían dicho que se lo pusiera y su rostro quedó suavemente oculto tras la seda. Su cabello, de un intenso tono rojizo, no se detectaba salvo para un ojo muy observador.
El disfraz era adecuado, pero esperaba que su actuación acompañara con la misma eficiencia.

El castillo era el más grande del reino y dominaba la ciudad desde una colina que terminaba en acantilado. El rio acariciaba en el fondo y separaba la urbe de la fortaleza, haciendo que la única vía de acceso fuera el mismo camino por el que estaban subiendo.
La piedra gris le confería al castillo un tono monocorde que variaba según la luz que incidiera sobre él. En los días de sol, la estructura parecía sacada de un cuadro bucólico, pacífica y serena, pero con la lluvia y el cielo nublado se levantaba sobre la colina como una mole oscurecida, silenciosa y hostil.

El puente del foso estaba bajado y la gran reja, subida. Algunos campesinos y habitantes de la ciudad que habían ido congregándose a lo largo de la mañana para resolver asuntos se apartaron al ver llegar el carruaje. Los caballos se detuvieron delante de la escalinata que llevaba al interior del castillo y las dos mujeres salieron bajo la lluvia cubiertas con capas que les protegían del agua, seguidas de cerca por los cuatro soldados.

Lyra siguió a la noble fijándose discretamente en los guardias que protegían el castillo. Había por lo menos seis en total en la entrada, pero el número aumentaba a medida que iban adentrándose en el castillo e iban perdiéndose por los pasillos. Cada pocos metros se encontraban con algún hombre uniformado con la anfisbena marcada en el tabardo y con la mirada al frente.

En su caminar por los pasillos se cruzaron con algunos miembros de la corte, que saludaron a la noble con un gesto pero no detuvieron su paso. Lyra los observaba con cierto recelo y curiosidad, pero sin terminar de reconocer a ninguno.
La capitana procuraba disimular sus escrutinios y que estos quedaran memorizados en su mente. Había estado estudiando un mapa del castillo y no le resultaba complicado situarse, pero debía prestar toda la atención posible.

Llegaron a la habitación de Lady Oblondra, que había sido ya preparada por los sirvientes del castillo, conocedores de su llegada.
La habitación era lo suficientemente grande como para estar ocupada por una cama en la que podrían caber cinco personas, una mesa en la que escribir y otra para comer. Un gran baúl en un rincón servía para guardar la ropa y enseres y una ventana encima del escritorio le daba luz a la alcoba.
La noble despidió a los guardias, dándoles permiso para descansar tras el viaje y cerró la puerta con llave tras de sí.

-          ¿Estás segura de querer hacerlo, Lyra? –preguntó, acercándose a la marinera y colocándole bien el velo, que se había movido un poco por el camino
-          Si –dijo con voz segura
-          Entonces volveremos a repasar una última vez el plan –dijo la noble, hablando en voz baja- Y después no volveremos a hablar de ello nunca más
-          Yo esperaré a la hora de la cena –empezó Lyra, sentándose en una de las sillas de madera- Y me vestiré con las ropas de una criada y cogeré otro recambio. Avanzaré por el castillo sin ser vista hasta llegar a los aposentos del regente. Y sacaré a Ayla de allí.

Lady Oblondra asintió con la cabeza, en silencio. No parecía en absoluto convencida del plan por muchas veces que lo hubieran modificado o repasado, aunque la artífice del mismo hubiese sido ella misma.
Se sentó en la silla que quedaba justo delante de la capitana en la mesa, observándola.

-          Continua
-          Una vez encuentre a Ayla, le daré la ropa de criada de sobras –prosiguió Lyra- Disfrazadas ambas saldremos del castillo antes que termine la cena. Huiremos hasta la taberna de Dante, donde nos esconderán hasta que sea seguro salir.
-          Acuérdate de decirle a Driel las palabras clave o no te dejará pasar –dijo la noble, jugueteando nerviosa con uno de sus anillos- Y deshaceos lo más rápido posible de las ropas de criada
-          ¿Qué haré si Ayla no puede andar? –preguntó la marinera
-          Sacarla como sea posible de allí –dijo lady Oblondra, en un tono seco que sorprendió a la capitana- Aunque sea a rastras

Lyra se ahorró el resto de preguntas, pues de alguna manera sospechaba que la respuesta iba a ser similar. No entendía por qué la noble había decidido elaborar ese plan, pues no le había contado ni por qué la mujer que se encontraba en el castillo debía ser rescatada ni la razón que debieran hacerlo en ese momento.

-          Aprovecha ahora que nadie va a reclamarnos para ir a por las ropas –dijo lady Oblondra

La muchacha asintió y se levantó con cuidado, sabiendo que el vestido podría quedar atrapado bajo su pie y que en el siguiente movimiento quedaría destruido. En silencio, impelida por una tensión creciente que no terminaba de comprender de dónde procedía, salió de la habitación.

En cuanto la noble se encontró sola respiró hondo, obligándose a sí misma a soltar el aire poco a poco. Sentía un nudo en el estómago y los nervios a flor de piel, pero tenía buenas razones para hallarse en ese estado.
En cierto sentido, todo dependía del éxito que tuviera Lyra. Si podía salvar a Ayla antes que el regente consiguiera sonsacarle algo, la situación quedaría resuelta.
Pero había demasiados interrogantes y cabos sueltos como para poder tranquilizarse a sí misma. También existía cierto sentimiento de culpabilidad subyacente, pues había tenido mucho tiempo para organizar una evasión mejor que la que estaban llevando a cabo ahora.
Debía reconocerse que la información que le había pasado Ayla le había servido de mucha ayuda y que quizás esa utilidad le había generado reticencias a la hora de encontrar un modo de sacarla de allí.
Al fin y al cabo, ella sabía lo que Lord Crhysos hacía con ella. Debería haber actuado antes.

La alarma se había activado cuando los mensajes que le llegaban puntualmente cada dos días dejaron de aparecer. Discretamente había preguntado por la sirvienta que servía de intermediaria entre Ayla y ella, fingiendo interés por ella en alguna banalidad, pero nadie recordaba haberla visto desde hacía ya un tiempo.
Las posibilidades se abrían bajo sus pies y ninguna resultaba especialmente halagüeña. Sin embargo, no podía limitarse a lamentar los actos pasados.

Se levantó, dispuesta a hablar con los soldados que la habían acompañado para darles órdenes concretas, cuando de pronto alguien llamó a la puerta antes de que ella pudiera siquiera tocar el pomo de la misma.
Frunciendo el ceño unos segundos pero recuperando su semblante neutro, abrió la puerta con tranquilidad.

-          Oh, perdonadme mi lady- dijo un sirviente plantado ante la dama- Esperaba que me abriera una doncella, no vos

El individuo que tenía frente suyo era uno de los sirvientes personales del regente, un muchacho bastante joven que enviaba mensajes y órdenes por el castillo, como una suerte de recadero. La noble se relajó, pues Fídias nunca enviaba al chico en materias de importancia.

-          Mi doncella ha ido a cumplir unas tareas que le he encomendado- comentó lady Oblondra, en tono aburrido- ¿Qué queréis?
-          Lord Crhysos os busca, mi lady –repuso el criado, hablando con mucha gracia para alguien de su edad
-          Estoy algo cansada después del viaje –dijo ella, lanzando un suspiro teatral- ¿No puede esperar a la cena, dónde seguro que el regente hallará unos minutos para hablarme?
-          No, mi lady- respondió el otro
-          Sea pues, os seguiré

La mujer se dejó guiar por el sirviente, sin prestar demasiada atención a los pasillos que recorrían. Suponía que Lyra iba a regresar antes que ella a la habitación, pero siendo la capitana una mujer con luces, no se dejaría ver ni descubrir y sabría cumplir con su parte.

Avanzaron por el castillo, atravesando los pasillos cubiertos de trabajados y hermosos tapices que en su momento fueron poseedores de los más vívidos colores, pero que ahora languidecían tras sufrir el cruel paso del tiempo. Reconociendo el camino, la noble descubrió que se estaban dirigiendo al centro mismo de la estructura, a lo que antaño había sido el despacho del rey.

Una parte de su cabeza quería seguir pensando que no tenía nada de lo que preocuparse, pero sus pensamientos en esos momentos discurrían en su mayoría en el sentido contrario. En otro tiempo y circunstancias no le hubiese afectado tanto que fueran a buscarla, pero ahora que tenía una preocupación clara en la mente todo se le antojaba peligroso.
Al menos Lyra no la acompañaba y quedaría al margen.
Llegaron al fin a la habitación donde Fidias la estaba esperando. Era una gran sala, con una chimenea enorme encendida en la pared más alejada. Unas amplias ventanas se abrían a la derecha, mostrando una espléndida vista del patio de armas y la entrada del castillo. Una mesa en la que cabían cómodamente diez comensales se mantenía regia en medio de la estancia, con mapas, pergaminos y mensajes dispersos por su superficie.

El regente estaba observando uno de esos mapas, de espaldas a la puerta. La mujer miró discretamente por toda la habitación, viendo a dos guardias fuertemente armados colocados en un rincón. Montaban guardia con circunspección absoluta, sin que un solo sonido emanara de ellos.
El sirviente se fue por donde había venido, cumplida ya su misión.

-          ¿Os ha resultado tedioso el viaje, mi lady? – dijo Fidias, sin girarse
-          La lluvia siempre entorpece el camino –respondió ella, impaciente. Sabía que no la había llamado para intercambiar formalismos cordiales y sentía un nudo en su garganta ante la expectativa.- pero hemos llegado sin incidencias
-          Que bien –dijo él, en un tono difícil de describir- Últimamente los caminos no son seguros. La infección rebelde parece haberse extendido y ahora asalta por los caminos
-          Me alegro de ser tan afortunada de no haberme cruzado con ellos –la ceja de la mujer se arqueó involuntariamente, perpleja- ¿Pero decís que ahora se dedican al pillaje?
-          Algo parecido. Han atacado una pequeña aldea llamada Viten, pero he enviado al capitán a resolver la situación.

Fidias se giró al fin hacia ella, observándola con una expresión fría e inescrutable. La mujer no se había movido un ápice de donde se encontraba, como si unas raíces invisibles hubieran surgido del suelo y atrapado sus piernas. Empezaba a resultarle difícil resistir la tentación de irse de aquella sala, pues si bien todo parecía indicar que su cabeza estaba a salvo, había algo en el tono de voz del hombre que la intranquilizaba.
O quizás simplemente se estuviera cebando en la paranoia.

-          Tiene experiencia en esas lides –indicó refiriéndose al capitán de la guardia- Fue él quien capturó al grueso de los rebeldes meses atrás
-          Si, aunque lo malo de las ratas es que si dejas alguna viva vuelven a infestarte. Y ahora parecen interesados en el feudo de lady Arkauz.
-          ¿Imagináis por qué razón? –preguntó Lady Oblondra, preguntándose a sí misma a la vez qué diablos estaría haciendo Scott desviándose tanto de la ruta que habían planeado
-          No –respondió Fidias, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la mesa, observando a la mujer. – Esperaba que me lo contaras tú

La mujer entrecerró levemente los ojos durante unos segundos, intentando interpretar las palabras del hombre. Por ahora, su actitud seguía siendo cordial y muy poco amenazadora, pero conocía lo suficiente al regente como para saber que ello no implicaba en absoluto una ausencia de amenaza.

-          Poco os puedo contar- repuso ella, fingiendo ingenuidad- La estrategia no es mi fuerte
-          Sin duda no lo es

El regente se acercó a la noble, con gesto amigable y una sonrisa leve pintada en sus labios. Acercó el dorso de la mano a la mejilla de la mujer, que no pudo evitar dar un respingo al notar el contacto.

-          De ser vuestro fuerte, hubierais matado a Ayla antes que yo tuviera oportunidad de ponerle las manos encima

Lady Oblondra dio un paso atrás, alejándose bruscamente de lord Crhysos con gesto entre airado y asustado. El pánico le impulsaba a dar la vuelta y buscar la salida, pero un chasqueo de dedos del hombre la devolvió a la realidad. Ambos guardias se acercaron, con paso tranquilo y sin desenvainar las armas hasta la mujer.
Ella no pudo evitar lanzar un leve suspiro derrotado. No les haría falta siquiera perseguirla.

-          No os preocupéis –continuó el regente, imprimiendo el sarcasmo en su voz- Me he ocupado yo por vos. Supongo que me debéis un favor.

La mujer asimiló las palabras con lentitud, pero sin despegar sus labios. Cualquier cosa que pudiera decir en ese momento resultaba absurda, inútil y podía llegar a empeorar las cosas. Con un poco de suerte, Fidias no sería consciente de la presencia de Lyra en el castillo y la capitana podría huir en cuanto descubriera la situación.
Si es que la descubría a tiempo.

-          Supongo que no me diréis los detalles sobre lo que planea Arkauz, ¿no? – Fidias lanzó un suspiro afectado, teatral, antes de volver a chasquear los dedos.- No te preocupes, querida. Tengo todo el tiempo del mundo.

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