sábado, 21 de junio de 2014

10- Fiebre y sueños

Tenía calor, y frío. Se debatía entre los escalofríos por ver cuál de las dos sensaciones terminaba gobernando su cuerpo, pero la pelea era reñida y pasaba del sofoco al fresco en menos de diez segundos. 
Le dolían todos los músculos, todos y cada uno de ellos, aunque las punzadas eran más intensas según la parte del cuerpo. No tenía fuerzas para mover los brazos, y de haberlas tenido, seguramente el único gesto que hubiese realizado hubiese sido el de acurrucarse en aquella mullida cama.
Porque a pesar de todo, debía reconocer que estaba muy cómoda.

Estaba boca arriba en aquel colchón blando y suave, como hacía años que no probaba. Tanto tiempo acostumbrada a los coys de los barcos que ya no recordaba lo que era tener la espalda recta y arropada entre plumas y tela delicada.
Una gruesa manta le cubría hasta la barbilla. Le resultaba algo pesada, pero no estaba hecha de la basta lana con la que solía guarecerse del viento en las largas noches de travesías por el norte. Tampoco le rozaba la piel causándole escozor, ni sentía ganas de rascarse.
Era suave, muy suave. ¿Seda, quizás? Si, mezclada con algodón….la reconocía por haber transportado algunas telas de esa calidad de contrabando, hacía algunos años.

No conseguía moverse, ni siquiera el simple gesto de abrir los ojos, pues los globos oculares le dolían como si alguien estuviera tirando de ellos. Pero se sentía en calma, tranquila.

Tras los párpados cerrados le llegaban imágenes y sueños, recuerdos e imaginaciones. Notaba sus labios moverse de vez en cuando, sin que ella pudiera evitarlo, soltando palabras inconexas que ni siquiera ella misma llegaba a comprender del todo. Pero tampoco hacía grandes esfuerzos por dominar todo aquello, pues había aprendido en sus años en el mar que cuando una corriente plácida te lleva por el camino, no es necesario tener las manos controlando el timón con tanta firmeza.

Oyó un leve sonido, como el de unos pasos andando con cuidado sobre un suelo alfombrado. Sólo fue un roce, pero supo que había alguien más en la habitación donde se encontraba. Y ese alguien le puso algo húmedo y fresco en la frente, que le sentó maravillosamente.

Quería darle las gracias a quien fuera que la estuviera cuidado, pero de su boca no salió ningún sonido. Su mente decidió que era un momento adecuado para perderse entre los sueños, y la transportó años atrás, cuando no era más que una niña.

Volvió a ver el puerto. A su padre, con aquel uniforme tan impoluto que su madre siempre se esmeraba por tener perfectamente cosido. Se sentía orgullosa de él y orgullosa de ser su hija, de compartir apellido con aquel hombre famoso por sus gestas en el océano.
Se vio con él en el barco, en aquel enorme navío que transportaba a tanta gente y tantas mercancías. Notó como su padre la llevaba en brazos y la ponía delante del timón, hablándole de los secretos del viento y de las olas.
Su hermano le hizo un gesto y su padre les dejó ir a jugar. Hicieron una carrera por los cabos, subiendo raudos por las cuerdas, riendo sin parar. En un momento dado, ella tropezó y estuvo a punto de caer, pero su hermano la cogió con fuerza de la muñeca. Firme y cálido. Alguien en quien confiar, alguien que siempre iba a evitar que se cayera.
Se sentía ligera…

La imagen se difuminó y se volvió borrosa. Como en todos los sueños, el escenario cambió. Se vio de la mano de una muchacha, una adolescente como ella, correteando por un campo lleno de barro. En el aire aún se olía la reciente lluvia y el perro que les acompañaba estaba completamente mojado y embarrado por culpa del agua que había quedado atrapada entre las hojas de las plantas, como rocío.
Ellas reían, se cogían de la mano y corrían tras el animal. Llevaban vestidos muy diferentes, uno de confección excelente y otro de menor calidad, aunque de innegable buen gusto. Pero ambos estaban sucios, rasgados y llenos de ramitas y hojas, como si las dos les hubieran molestado la diferencia en sus ropas y hubiesen preferido darse un atuendo parecido.

La mano que sujetaba la suya era cálida y un poco más grande. Tenía los dedos largos y bastante finos, pero entrelazaba los suyos como si hubiesen sido diseñados exclusivamente para atrapar su mano y no dejarla ir nunca. A veces tropezaban, pero ni los golpes ni el viento podían separarlas en aquella carrera llena de risas y una dulce calidez juvenil.

Pero era un recuerdo, un sueño, no la realidad, y como tal desapareció. La otra chica dejó de sujetarle la mano y ella se encontró sola, en una habitación fría y oscura. Notó el cuerpo temblar y punzadas en las muñecas. Oyó voces distorsionadas, vio imágenes confusas, notó el sabor amargo y metálico de su propia sangre en su boca.

Poco a poco la mente fue haciendo el sueño más claro, pero sólo despejó la nebulosa para transformarlo en pesadilla.
Volvía a estar capturada, en aquella cárcel, atrapada como una rata. Veía como sus compañeros gritaban, aullaban de dolor mientras el torturador les daba golpes con aquel látigo con puntas de acero. Los alaridos se clavaban en su cabeza y se descubrió abriendo la boca para gritar ella también, pero sin que de su garganta pudiera salir ninguna exclamación.
Deseaba acallar aquellas suplicas con lo que fuera, con su propia voz, con golpes en la pared, pero la pesadilla no le permitía siquiera moverse.
Mucho menor huir.

Sus músculos estaban muertos, flácidos, débiles. No tenía fuerzas siquiera para moverse, ni para apartar los ojos .Y además, no importaba, porque mirara donde mirara, la pesadilla la mostraba la misma imagen.
Sus compañeros, su tripulación. Sus amigos…

Pero la pesadilla le reservaba aún más recuerdos de los que no podría evadirse en lo profundo de su mente, no mientras estuviera en la neblina de los sueños.
Notó como el hombre que había matado a sus marineros a latigazos se acercaba, como había hecho en la realidad, y le cruzaba la cara con el dorso de la mano. Los recuerdos soñados mezclaban las sensaciones y las hacían más o menos intensas sin seguir un criterio claro, por lo que el golpe no le dolió realmente.
Pero si volvió a sentir la humillación, sensación que fue acrecentándose cuando el hombre siguió repitiendo los mismos gestos que ya había hecho una vez, primero rasgando sus ropas, después apretando su fino cuello con una mano como si quisiera matarla allí y mismo, y después…después…

-          ¡Lyra!- gritó una voz, lejana, como si hablara a través del agua. Y como si la joven capitana hubiese estado sumergida, salió a la superficie cruzando las aguas del sueño con la velocidad propia de un despertar violento.

Abrió los ojos, confusa y temblorosa. Seguía echada en la cama y seguía sintiéndose débil, pero ya no notaba esa lucha acongojante entre el frío y el calor. Notaba su cuerpo húmedo por el sudor y su respiración agitada, con el corazón latiendo con fuerza como si quisiera huir de su pecho.

Sus ojos tardaron un par de minutos en reconocer la figura que estaba de pie a su lado. El fuego que había a espaldas de aquella presencia creaba un claroscuro que hacía difícil distinguir los rasgos, pero cuando le sujetó la mano su mente la reconoció de inmediato como si en todos aquellos años no se hubieran soltado.

Sonrió, aún temblorosa.

-          Estaba teniendo una pesadilla horrible- susurró, notando su garganta seca y desentrenada- Gracias por despertarme, Laura
-          Has estado delirando los últimos tres días –respondió la interpelada, sentándose a su lado en la cama- Has ido susurrando nombres y palabras sin sentido. Pero ahora estabas gimiendo y parecía que quisieras gritar
-          ¿Tres días? –dijo Lyra, apartando el asunto del sueño hasta que pudiera enfrentarse a sus recuerdos con más fuerza- ¿Tanto tiempo?
-          Si. Y tendrás que descansar más si quieres recuperarte del todo –En un gesto cuidadoso, la mujer que hablaba cogió un vaso de cristal fino y lo llenó con una jarra que parecía de metal, quizás plata. El agua llenó el vaso con un sonido que a Lyra le pareció el más seductor del mundo y atrapó la copa sin dudarlo cuando Laura se la ofreció- Al principio pensé que no ibas a conseguirlo
-          Bueno, de peores situaciones he salido –respondió la capitana, sonriendo después de apurar la copa de un trago. El líquido estaba frío y le sentó estupendamente, dándole cierta vitalidad que creía perdida para siempre- Aunque ahora mismo no recuerdo ninguna

La mujer volvió a llenarle la copa y se levantó, dejando la jarra en la mesilla de noche. Ahora que Lyra estaba más despierta y serena, pudo fijarse en la habitación y en sus detalles. Se incorporó un poco en la cama, quedándose sentada y apoyada contra el respaldo de la cama, dándose cuenta que llevaba un camisón blanco de lino que le iba grande, pero que resultaba cómodo y suave.

Al fondo había una chimenea de piedra y construida con elegancia, con un fuego crepitante que inundaba toda la habitación con un calor seco. La cama, tal y como ella había deducido en su delirio, era de calidad, construida con madera pulida y cubierta con sábanas de seda y mantas de lana bien tejida.
En las paredes había tapices de todos los colores, nuevos y bien realizados, que mantenían la sala caliente e impedían que la piedra que se entreveía detrás dejara entrar la temperatura helada del exterior. El único trozo de muro que no estaba cubierto era una ventana en la que permanecían descorridas las cortinas y por la que se entreveía la noche cerrada.
Había un pequeño escritorio con papeles y tinta, que parecían haber sido utilizados recientemente y una mesa con mantel, aunque sin comida.
El suelo estaba cubierto por una mullida alfombra en la que descansaba, cercano al fuego, un perro grande de aspecto tranquilo, el cual entreabría los ojos cada vez que Laura se movía por la habitación como un guardián bien entrenado.

-          Pediré que te traigan algo de comer. –dijo la mujer, entreabriendo la puerta labrada de la habitación y haciendo un gesto con la mano a alguien del exterior- ¿Una sopa te parece bien?
-          S-si…-susurro Lyra, aún recopilando información, sin querer llevar la contraria a pesar de no tener mucho apetito. Esperó a que la otra mujer terminase de ordenar a algún criado la orden y volviera a acercarse para soltar la pregunta que empezaba a hacerle presión en el pecho- Escucha Laura… ¿estamos en tu casa?
-          ¿Hm? Oh, no –respondió ella, sentándose de nuevo a su lado- Eso sería bastante estúpido. Estamos en casa de mi padre, de visita. Dado su estado convaleciente desde hace años, mis pasos por su castillo suelen ser periódicos cada dos meses, aproximadamente.
-          Sigue…sigue siendo arriesgado

A Lyra le costaba hablar, en parte porque aún le ardía la garganta por la fiebre, en parte porque en su pecho ahora albergaba un peso que le ahogaba las palabras antes que pudieran salir por sus labios.
Le costaba distinguir de qué se trataba. En parte era dolor, pero eso le resultaba lógico y comprensible, por lo que no creía que eso fuera todo.
Tampoco creía que se tratara de un simple sentimiento de humillación. Tenía muy claro que después de…de lo que le había pasado necesitaría cierto tiempo para volver a sentirse bien, completa. Pero de nuevo, eso era algo para lo que ella estaba preparada, pues se sabía lo suficientemente fuerte como para resistir ese tipo de tormenta.

Lo que le oprimía el pecho era…culpabilidad.

Cuando encontró la palabra caló en su psique y se hundió en su corazón como si el vocablo fuera un cuchillo que la apuñalara con crueldad. Si…era la culpabilidad lo que le haría tener pesadillas los próximos meses, lo que le haría temblar al tomar decisiones, lo que le haría tener miedo.
Lo afrontaría, tendría que hacerlo, pero el peso le impedía hasta respirar…

-          ¿Lyra, estás bien?- preguntó Laura, poniendo una de sus manos de largos dedos en la mejilla de la otra mujer, en un gesto simple pero cargado de un silencioso cariño. La capitana sintió que ese contacto le hacía librarse de lo que le oprimía el pecho, pero sabía también que era temporal
-          Si…y no. No, no estoy bien. Para nada – Apoyó la cabeza en la mano que aún estaba en su mejilla, sabiendo que la otra aguantaría su peso- Es solo que…hay tantas cosas que pudieran haberse evitado…
-          ¿A qué te refieres?
-          Cuando me capturaron, nos…llevaron frente al Regente. Juró por la memoria de su padre que nos arrancaría todo lo que supiéramos. –Lyra estaba haciendo un gran esfuerzo por contar todo aquello, pero sentía que era el primer paso para librarse del sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, cada vez que hablaba, le quemaba la garganta, y no precisamente por la enfermedad- Teníamos poco que contarle. Pero terminamos haciéndolo
-          Lo sé –dijo la mujer, antes de lanzas un suspiro- Lo poco que consiguió extraer le sirvió a lord Crhysos para atrapar a unos cuantos. Pero fueron poco.
-          Fue el inicio, Laura –dijo la capitana, dando tienda suelta al sentimiento que le oprimía el pecho y le torturaba. Le daba igual que la consideraran una loca o que explotara allí mismo. Se dejó llevar por ello- ¡Acabamos por confesar los puntos de encuentro, el lugar donde Siete se reunía con nosotros para las entregas! ¡Les dijimos hasta algún escondite que sabíamos que existía, y de ahí solo tuvieron que capturar algún rebelde para que este siguiera informando y yo….!

La noble miraba a la joven capitana con una expresión inescrutable. Si Lyra hubiese podido analizarla, no hubiera hallado en aquel rostro más que una expresión de seriedad tranquila, que escuchaba y comprendía, pero en aquellos momentos el rostro de su amiga sólo le transmitía frialdad.

-          Si hubiera resistido…yo
-          Estarías muerta –dijo al fin la otra mujer, encogiéndose de hombros- ¿Te sentirías mejor si así fuera?

Lyra acalló su respuesta, aunque su primer impulso hubiese sido responder con un “si” sonoro y claro.
Pero se dio cuenta que la pregunta estaba hecha precisamente para que ella se diera cuenta de lo que estaba dispuesta a contestar. La culpabilidad le hervía en el pecho y le hacía querer cambiar el pasado, pasar de ser una delatora bajo tortura a una mártir fuerte.
Resultaba más sencillo enfrentarse a la oscuridad del olvido que la Parca da a todos los hombres que a las consecuencias de un acto en vida.

Pero al mismo tiempo, le avergonzaba sentirse de ese modo. Esa no era su manera de ser. No era propio de la capitana Lyra esconderse tras sus actos.
Pero no veía el modo de justificarlos, no cuando el resultado había sido la muerte de casi todas sus amistades.

-          Si deseas culpar a alguien, encuentra al que os vendió a ti y a tu tripulación –dijo Laura tras unos instantes en los que dejó la mente de Lyra meditando- Quien sea que fuera el que lo hizo, desencadenó toda la secuencia de capturas
-          No me servirá de nada buscar venganza
-          Tampoco te resultará muy útil flagelarte constantemente –replicó la mujer, en un tono tranquilo, aunque se denotaba cierta irritación subyacente, muy leve- No creo que haya hombre en este reino capaz de resistir días de tortura sin terminar gritando lo que desean oír con tal de conseguir la muerte. Culparse por ello es culparse por ser humano.

La marinera comprendía las palabras de la que hacía tanto tiempo era su amiga, y le dieron cierto alivio. Pero estaba convencida que necesitaría mucho más que una rápida charla para poder realmente liberarse de aquella sensación.

Al fin y al cabo, sus hombres, sus amigos, habían confiado en ella. A ella la habían escuchado cuando les había dicho que la alianza con los rebeldes era la postura más inteligente. Era a ella a quien habían mirado en busca de firmeza cuando les habían amenazado con la tortura y la muerte.
Era a ella a quien habían visto mientras les azotaban hasta morir.

Lyra se había sentido siempre responsable del bienestar de sus hombres. Y ahora estaban muertos, todos ellos. Había conocido a sus familias, a sus hijos, sus sueños, sus anhelos y había compartido sus bromas junto a una botella.
Sentía que les había conducido al cadalso, que les había fallado.

Respiró hondo, pues aquel hilo de pensamientos le atenazaba tanto el pecho que le resultaba difícil respirar.

-          Tampoco deseo hablar de ello ahora. –dijo Lyra, al fin-  Aún no

-          Como gustes –respondió Laura, asintiendo con la cabeza en un gesto comprensivo- Si lo deseas, te informaré de las últimas novedades, que no han sido pocas, que han acontecido estos últimos tres días

Ella asintió con la cabeza, sintiéndose de pronto muy cansada. En aquella celda no había querido siquiera fantasear con la posibilidad de volver a vivir en el mundo exterior, y ahora que debía de nuevo introducirse en él, le resultaba extraño. Era como si la ciudad, las personas y los lugares que había conocido fueran los mismos y a la vez, completamente distintos. Sabía que quien había cambiado era ella, pero… ¿hacía qué dirección?

-          La fuga de la cárcel fue como si cayera una enorme piedra en un pequeño lago –empezó a decir la mujer, aun sentada en la cama a su lado, pero mirando en dirección a la ventana- Fue algo bastante inesperado y ha llenado la capital de rumores. Muchos creen que los rebeldes han vuelto, pero otros consideran que se ha tratado de un motín interno en la prisión. El regente no ha dicho nada al respecto, pero ha aumentado la vigilancia.

Lyra asintió con la cabeza, cogiendo de nuevo la copa de la mesilla de noche y dándole un largo trago. Quiso servirse ella misma, pero tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para levantar la jarra y llenar la copa.
Laura, si reparó en el detalle, hizo caso omiso.

-          Lamentablemente, esto ha hecho que tus rescatadores tuvieran que abandonar su campamento en el bosque. El frío también ha sido un pretexto para hacerlo –ella se encogió de hombros levemente- Así que están aquí ahora. Al menos, hasta que la cosa se calme o encuentren un lugar mejor
-          ¿Aquí? –dijo Lyra, sorprendida y asustada- ¿Todos?
-          Bueno, están actuando como mis sirvientes. –la mujer sonrió ampliamente- Es divertido intentar verles actuar como tales. Hay uno en particular que le cuesta horrores esconder su cara de frustración absoluta cuando el chambelán le pide cualquier cosa. Y hay otro que afirma que él sabría hacer mejor el estofado que mi cocinero, pero siempre procura decirlo cuando este está lejos de los cuchillos.

Lyra esbozó una sonrisa, pues sabía que la noble estaba intentando animarla con pequeños detalles. No le costó sonreír, pero notó que ese pequeño pedazo de alegría no había deshecho ni mucho menos el peso helado que cargaba.
Poco a poco, se dijo a sí misma. Poco a poco.

-          La cuestión más compleja es la del otro prisionero que rescataron –el tono de voz de la mujer se había vuelto un poco más serio, pero seguía siendo tranquilo y constante, como si nada en el mundo pudiera alterarlo- Lord Arkauz será un poco más difícil de esconder
-          El otro…-Lyra lanzó un suspiro- Apenas puedo recordar nada de él
-          No creo que compartierais celda mucho tiempo.- respondió la otra, toqueteándose el pelo en un gesto distraído-Le vi antes de que le llevasen. Sin embargo, no creo que pretendieran trasladarle…-negó con la cabeza, lanzando un suspiro- En fin. Se ha recuperado antes que tu, pero me supone un serio problema. Él no puede hacerse pasar por sirviente, pues le reconocerán, y se pasa el día encerrado en una habitación. Creo que eso le tortura. Pero poco más puedo hacer.

La mujer se levantó y se dirigió al pequeño escritorio, donde empezó a rebuscar entre los pergaminos. Desde donde estaba Lyra, no había podido fijarse en cuantos había, pero ahora se daba cuenta de que por lo menos había tantos documentos como en una pequeña biblioteca.

Dejó que su cabeza diera unas cuantas vuelvas a las preguntas que se le habían ido formulando con lentitud. Había muchas dudas, pero una en particular le daba golpes en la mente como si necesitara salir con urgencia a través de su garganta.
Pero por alguna razón, sabía también que una vez la formulara, tendría que aceptar la respuesta, fuera la que fuera. Aunque no entendía por qué tenía un mal presentimiento sobre ello.

-          ¿Qué ocurrió después de bajar por el balcón, Laura? –preguntó la capitana, apoyándose en el cabezal de madera de la cama- Recuerdo gritos, el tacto del mar, el sabor de la sal. Pero apenas sé nada de lo que ocurrió
-          Hm…

La mujer se giró, con varios papeles en las manos, sujetando con firmeza uno en particular. Se quedó donde estaba, mirando a su amiga con un gesto serio, en silencio. Lyra la conocía bastante, pero los años separadas impedían que pudiera saber qué pasaba por la cabeza de la noble en aquellos largos instantes de quietud y mutismo.
No obstante, hubiese jurado que Laura se debatía entre sí responder o no a su pregunta. Parecía por su gesto serio que iba a negarse a responder, pero su rostro se suavizó en cuestión de segundos.

-          El rescate en si fue bien. –dijo Laura, en tono cauto- Tu hermano y yo lo planeamos con cuidado.
-          ¿Mi hermano? –La sorpresa de Lyra fue mayor que su debilidad y durante unos instantes estuvo tentada de levantarse, pero un temblor en las piernas la detuvo- ¡Pensaba que le habían capturado…!
-          Y lo hicieron. –la noble mantenía el tono suave, pero sus palabras estaban cargadas de significado- Sin embargo, consiguió huir. Le di refugio y entre los dos planeamos liberarte

Lyra se fijó en que Laura no estaba dando demasiados detalles de todo el proceso, aunque no deseaba imaginarse la razón. En su cabeza, una pequeña voz le advertía que la mujer estaba preparando el terreno para darle algún tipo de golpe que no deseaba asestarle, pero Lyra decidió que tenía que ignorar esa advertencia.
La puerta hacia la respuesta ya estaba abierta y ahora le resultaba imposible volver a cerrarla.

-          Cuando los rebeldes que habían sobrevivido vinieron a pedirme ayuda, acepté a cambio de su colaboración –continuó Laura, sin acercarse, pero dejando el resto de papeles para quedarse únicamente con el pergamino que sujetaba con fuerza- Era un riesgo, pero sin ellos no lo hubiéramos conseguido. Y además, necesitaba probarles para ver si entre ellos había algún traidor
-          ¿Y entonces…?
-          Bueno, HAY un traidor entre ellos, de eso no tengo duda. –lanzó un suspiro, sabiendo que el interés de Lyra no iba por esos derroteros- Pero consiguieron derrotarte a pesar de todo. Entraron siete y salieron ocho.
-          ¿Ocho…?-el corazón le latía fuerte en el pecho, y notaba como una terrible punzada se asentaba en su pecho. Deseaba por encima de todo que la noble le diera una explicación que la tranquilizara- Pero si sacaron de allí a Lord Arkauz deberían ser…nueve… ¿no es así, Laura?
-          Deberían haber sido nueve los que llegaran al mar- respondió la mujer, acercándose a la capitana- Pero uno se quedó atrás para que por lo menos los demás pudieran bajar

Le tendió a Lyra el pergamino y esperó a que ella, con mano temblorosa, lo cogiera y lo abriera.

Cuando la capitana empezó a leer, decidió que lo más adecuado era dejarla sola, pues conocía a la chica y siempre había preferido lidiar con la tristeza a su manera.
Más tarde, cuando fuera necesario, volvería a su lado y le daría consuelo, pero existen dolores y sufrimientos a los que uno debe enfrentarse en solitario. Si la acompañaba, no haría más que estorbar.

Lyra no fue consciente de cuando la mujer cerró la puerta, ni de cuando sus ojos se le llenaron de lágrimas. Sus ojos no podían apartarse de las palabras rasgadas con una caligrafía que ella conocía tan bien.

“Querida hermana:

Si Lady Oblondra te da esta carta, es porque ya no tengo la posibilidad de mirarte a los ojos y decirte estas palabras yo mismo.

Intentaré por todos los medios libertarte, al precio que sea necesario. No tengo interés alguno en reunirme con nuestros padres, pero si alguno de los dos puede volver a navegar con una sonrisa después de todo esto, eres tú.
A los dos nos han intentado desgarrar nuestra alma a través romper nuestro cuerpo, pero Lyra, tú tienes la voluntad para sobreponerte a ello.
Yo era buen marinero, pero ante una tormenta a la que no podía hacer frente, me amilanaba. Tú, sin embargo, mantenías las manos en el timón y nos sacabas a través de las olas como si la insondable profundidad del mar no te diera miedo.

Después me confesabas haberte helado de terror y haber dominado la nave entre temblores y súplicas a cualquier Dios que quisiera escucharte. Pero no importaba. Tenías la voluntad para sobreponerte a todo cuanto te impusiera el destino delante.

Si yo ahora tengo voluntad es por el deseo de verte libre. Si estuvieras muerta, no habría fuerza en este mundo que pudiera hacerme sentir deseos de continuar. No después de todo cuanto ya he sufrido.
Tú, querida hermana, eres lo último por lo que deseo luchar, porque sé que no te rendirás.
Te pido que no lo hagas.

Vete, huye si lo deseas. O quédate y utiliza toda tu rabia vengativa. Haz lo que te plazca.
Pero no dejes nunca de desear vivir, pase lo que pase. Eres fuerte y nada podrá destruirte, a menos que tú desees que lo haga.

Mi mano siempre te atrapará antes de que caigas. Siempre.

Mark.”


Se dio cuenta que estaba llorando cuando las lágrimas le impidieron seguir leyendo. Tuvo que dejar el pergamino en la mesilla de noche antes de manchar la tinta con el líquido salado que corría por sus mejillas de manera incontenible.

Ya no se sentía ligera.


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