Tenía calor, y frío. Se
debatía entre los escalofríos por ver cuál de las dos sensaciones terminaba
gobernando su cuerpo, pero la pelea era reñida y pasaba del sofoco al fresco en
menos de diez segundos.
Le dolían todos los músculos,
todos y cada uno de ellos, aunque las punzadas eran más intensas según la parte
del cuerpo. No tenía fuerzas para mover los brazos, y de haberlas tenido,
seguramente el único gesto que hubiese realizado hubiese sido el de acurrucarse
en aquella mullida cama.
Porque a pesar de todo, debía
reconocer que estaba muy cómoda.
Estaba boca arriba en aquel
colchón blando y suave, como hacía años que no probaba. Tanto tiempo
acostumbrada a los coys de los barcos que ya no recordaba lo que era tener la
espalda recta y arropada entre plumas y tela delicada.
Una gruesa manta le cubría
hasta la barbilla. Le resultaba algo pesada, pero no estaba hecha de la basta
lana con la que solía guarecerse del viento en las largas noches de travesías
por el norte. Tampoco le rozaba la piel causándole escozor, ni sentía ganas de
rascarse.
Era suave, muy suave. ¿Seda,
quizás? Si, mezclada con algodón….la reconocía por haber transportado algunas
telas de esa calidad de contrabando, hacía algunos años.
No conseguía moverse, ni
siquiera el simple gesto de abrir los ojos, pues los globos oculares le dolían
como si alguien estuviera tirando de ellos. Pero se sentía en calma, tranquila.
Tras los párpados cerrados le
llegaban imágenes y sueños, recuerdos e imaginaciones. Notaba sus labios
moverse de vez en cuando, sin que ella pudiera evitarlo, soltando palabras
inconexas que ni siquiera ella misma llegaba a comprender del todo. Pero
tampoco hacía grandes esfuerzos por dominar todo aquello, pues había aprendido
en sus años en el mar que cuando una corriente plácida te lleva por el camino,
no es necesario tener las manos controlando el timón con tanta firmeza.
Oyó un leve sonido, como el de
unos pasos andando con cuidado sobre un suelo alfombrado. Sólo fue un roce,
pero supo que había alguien más en la habitación donde se encontraba. Y ese
alguien le puso algo húmedo y fresco en la frente, que le sentó
maravillosamente.
Quería darle las gracias a
quien fuera que la estuviera cuidado, pero de su boca no salió ningún sonido.
Su mente decidió que era un momento adecuado para perderse entre los sueños, y
la transportó años atrás, cuando no era más que una niña.
Volvió a ver el puerto. A su
padre, con aquel uniforme tan impoluto que su madre siempre se esmeraba por
tener perfectamente cosido. Se sentía orgullosa de él y orgullosa de ser su
hija, de compartir apellido con aquel hombre famoso por sus gestas en el
océano.
Se vio con él en el barco, en
aquel enorme navío que transportaba a tanta gente y tantas mercancías. Notó
como su padre la llevaba en brazos y la ponía delante del timón, hablándole de
los secretos del viento y de las olas.
Su hermano le hizo un gesto y
su padre les dejó ir a jugar. Hicieron una carrera por los cabos, subiendo
raudos por las cuerdas, riendo sin parar. En un momento dado, ella tropezó y
estuvo a punto de caer, pero su hermano la cogió con fuerza de la muñeca. Firme
y cálido. Alguien en quien confiar, alguien que siempre iba a evitar que se
cayera.
Se sentía ligera…
La imagen se difuminó y se
volvió borrosa. Como en todos los sueños, el escenario cambió. Se vio de la
mano de una muchacha, una adolescente como ella, correteando por un campo lleno
de barro. En el aire aún se olía la reciente lluvia y el perro que les
acompañaba estaba completamente mojado y embarrado por culpa del agua que había
quedado atrapada entre las hojas de las plantas, como rocío.
Ellas reían, se cogían de la
mano y corrían tras el animal. Llevaban vestidos muy diferentes, uno de
confección excelente y otro de menor calidad, aunque de innegable buen gusto.
Pero ambos estaban sucios, rasgados y llenos de ramitas y hojas, como si las
dos les hubieran molestado la diferencia en sus ropas y hubiesen preferido
darse un atuendo parecido.
La mano que sujetaba la suya
era cálida y un poco más grande. Tenía los dedos largos y bastante finos, pero
entrelazaba los suyos como si hubiesen sido diseñados exclusivamente para
atrapar su mano y no dejarla ir nunca. A veces tropezaban, pero ni los golpes
ni el viento podían separarlas en aquella carrera llena de risas y una dulce calidez
juvenil.
Pero era un recuerdo, un
sueño, no la realidad, y como tal desapareció. La otra chica dejó de sujetarle
la mano y ella se encontró sola, en una habitación fría y oscura. Notó el
cuerpo temblar y punzadas en las muñecas. Oyó voces distorsionadas, vio
imágenes confusas, notó el sabor amargo y metálico de su propia sangre en su
boca.
Poco a poco la mente fue
haciendo el sueño más claro, pero sólo despejó la nebulosa para transformarlo
en pesadilla.
Volvía a estar capturada, en
aquella cárcel, atrapada como una rata. Veía como sus compañeros gritaban,
aullaban de dolor mientras el torturador les daba golpes con aquel látigo con
puntas de acero. Los alaridos se clavaban en su cabeza y se descubrió abriendo
la boca para gritar ella también, pero sin que de su garganta pudiera salir
ninguna exclamación.
Deseaba acallar aquellas
suplicas con lo que fuera, con su propia voz, con golpes en la pared, pero la
pesadilla no le permitía siquiera moverse.
Mucho menor huir.
Sus músculos estaban muertos,
flácidos, débiles. No tenía fuerzas siquiera para moverse, ni para apartar los
ojos .Y además, no importaba, porque mirara donde mirara, la pesadilla la
mostraba la misma imagen.
Sus compañeros, su
tripulación. Sus amigos…
Pero la pesadilla le reservaba
aún más recuerdos de los que no podría evadirse en lo profundo de su mente, no
mientras estuviera en la neblina de los sueños.
Notó como el hombre que había
matado a sus marineros a latigazos se acercaba, como había hecho en la
realidad, y le cruzaba la cara con el dorso de la mano. Los recuerdos soñados
mezclaban las sensaciones y las hacían más o menos intensas sin seguir un
criterio claro, por lo que el golpe no le dolió realmente.
Pero si volvió a sentir la
humillación, sensación que fue acrecentándose cuando el hombre siguió
repitiendo los mismos gestos que ya había hecho una vez, primero rasgando sus
ropas, después apretando su fino cuello con una mano como si quisiera matarla
allí y mismo, y después…después…
-
¡Lyra!- gritó una
voz, lejana, como si hablara a través del agua. Y como si la joven capitana
hubiese estado sumergida, salió a la superficie cruzando las aguas del sueño
con la velocidad propia de un despertar violento.
Abrió los ojos, confusa y
temblorosa. Seguía echada en la cama y seguía sintiéndose débil, pero ya no
notaba esa lucha acongojante entre el frío y el calor. Notaba su cuerpo húmedo
por el sudor y su respiración agitada, con el corazón latiendo con fuerza como
si quisiera huir de su pecho.
Sus ojos tardaron un par de
minutos en reconocer la figura que estaba de pie a su lado. El fuego que había
a espaldas de aquella presencia creaba un claroscuro que hacía difícil
distinguir los rasgos, pero cuando le sujetó la mano su mente la reconoció de
inmediato como si en todos aquellos años no se hubieran soltado.
Sonrió, aún temblorosa.
-
Estaba teniendo
una pesadilla horrible- susurró, notando su garganta seca y desentrenada-
Gracias por despertarme, Laura
-
Has estado
delirando los últimos tres días –respondió la interpelada, sentándose a su lado
en la cama- Has ido susurrando nombres y palabras sin sentido. Pero ahora
estabas gimiendo y parecía que quisieras gritar
-
¿Tres días? –dijo
Lyra, apartando el asunto del sueño hasta que pudiera enfrentarse a sus
recuerdos con más fuerza- ¿Tanto tiempo?
-
Si. Y tendrás que
descansar más si quieres recuperarte del todo –En un gesto cuidadoso, la mujer
que hablaba cogió un vaso de cristal fino y lo llenó con una jarra que parecía
de metal, quizás plata. El agua llenó el vaso con un sonido que a Lyra le pareció
el más seductor del mundo y atrapó la copa sin dudarlo cuando Laura se la
ofreció- Al principio pensé que no ibas a conseguirlo
-
Bueno, de peores
situaciones he salido –respondió la capitana, sonriendo después de apurar la
copa de un trago. El líquido estaba frío y le sentó estupendamente, dándole
cierta vitalidad que creía perdida para siempre- Aunque ahora mismo no recuerdo
ninguna
La
mujer volvió a llenarle la copa y se levantó, dejando la jarra en la mesilla de
noche. Ahora que Lyra estaba más despierta y serena, pudo fijarse en la
habitación y en sus detalles. Se incorporó un poco en la cama, quedándose
sentada y apoyada contra el respaldo de la cama, dándose cuenta que llevaba un
camisón blanco de lino que le iba grande, pero que resultaba cómodo y suave.
Al
fondo había una chimenea de piedra y construida con elegancia, con un fuego
crepitante que inundaba toda la habitación con un calor seco. La cama, tal y
como ella había deducido en su delirio, era de calidad, construida con madera
pulida y cubierta con sábanas de seda y mantas de lana bien tejida.
En
las paredes había tapices de todos los colores, nuevos y bien realizados, que
mantenían la sala caliente e impedían que la piedra que se entreveía detrás
dejara entrar la temperatura helada del exterior. El único trozo de muro que no
estaba cubierto era una ventana en la que permanecían descorridas las cortinas
y por la que se entreveía la noche cerrada.
Había
un pequeño escritorio con papeles y tinta, que parecían haber sido utilizados
recientemente y una mesa con mantel, aunque sin comida.
El
suelo estaba cubierto por una mullida alfombra en la que descansaba, cercano al
fuego, un perro grande de aspecto tranquilo, el cual entreabría los ojos cada
vez que Laura se movía por la habitación como un guardián bien entrenado.
-
Pediré que te
traigan algo de comer. –dijo la mujer, entreabriendo la puerta labrada de la
habitación y haciendo un gesto con la mano a alguien del exterior- ¿Una sopa te
parece bien?
-
S-si…-susurro
Lyra, aún recopilando información, sin querer llevar la contraria a pesar de no
tener mucho apetito. Esperó a que la otra mujer terminase de ordenar a algún
criado la orden y volviera a acercarse para soltar la pregunta que empezaba a
hacerle presión en el pecho- Escucha Laura… ¿estamos en tu casa?
-
¿Hm? Oh, no
–respondió ella, sentándose de nuevo a su lado- Eso sería bastante estúpido.
Estamos en casa de mi padre, de visita. Dado su estado convaleciente desde hace
años, mis pasos por su castillo suelen ser periódicos cada dos meses,
aproximadamente.
-
Sigue…sigue siendo
arriesgado
A Lyra le costaba hablar, en
parte porque aún le ardía la garganta por la fiebre, en parte porque en su
pecho ahora albergaba un peso que le ahogaba las palabras antes que pudieran
salir por sus labios.
Le costaba distinguir de qué
se trataba. En parte era dolor, pero eso le resultaba lógico y comprensible,
por lo que no creía que eso fuera todo.
Tampoco creía que se tratara
de un simple sentimiento de humillación. Tenía muy claro que después de…de lo
que le había pasado necesitaría cierto tiempo para volver a sentirse bien,
completa. Pero de nuevo, eso era algo para lo que ella estaba preparada, pues
se sabía lo suficientemente fuerte como para resistir ese tipo de tormenta.
Lo que le oprimía el pecho
era…culpabilidad.
Cuando encontró la palabra
caló en su psique y se hundió en su corazón como si el vocablo fuera un
cuchillo que la apuñalara con crueldad. Si…era la culpabilidad lo que le haría
tener pesadillas los próximos meses, lo que le haría temblar al tomar decisiones,
lo que le haría tener miedo.
Lo afrontaría, tendría que
hacerlo, pero el peso le impedía hasta respirar…
-
¿Lyra, estás
bien?- preguntó Laura, poniendo una de sus manos de largos dedos en la mejilla
de la otra mujer, en un gesto simple pero cargado de un silencioso cariño. La
capitana sintió que ese contacto le hacía librarse de lo que le oprimía el
pecho, pero sabía también que era temporal
-
Si…y no. No, no
estoy bien. Para nada – Apoyó la cabeza en la mano que aún estaba en su
mejilla, sabiendo que la otra aguantaría su peso- Es solo que…hay tantas cosas
que pudieran haberse evitado…
-
¿A qué te
refieres?
-
Cuando me
capturaron, nos…llevaron frente al Regente. Juró por la memoria de su padre que
nos arrancaría todo lo que supiéramos. –Lyra estaba haciendo un gran esfuerzo
por contar todo aquello, pero sentía que era el primer paso para librarse del
sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, cada vez que hablaba, le quemaba la
garganta, y no precisamente por la enfermedad- Teníamos poco que contarle. Pero
terminamos haciéndolo
-
Lo sé –dijo la
mujer, antes de lanzas un suspiro- Lo poco que consiguió extraer le sirvió a
lord Crhysos para atrapar a unos cuantos. Pero fueron poco.
-
Fue el inicio,
Laura –dijo la capitana, dando tienda suelta al sentimiento que le oprimía el
pecho y le torturaba. Le daba igual que la consideraran una loca o que
explotara allí mismo. Se dejó llevar por ello- ¡Acabamos por confesar los
puntos de encuentro, el lugar donde Siete se reunía con nosotros para las
entregas! ¡Les dijimos hasta algún escondite que sabíamos que existía, y de ahí
solo tuvieron que capturar algún rebelde para que este siguiera informando y
yo….!
La noble miraba a la joven
capitana con una expresión inescrutable. Si Lyra hubiese podido analizarla, no
hubiera hallado en aquel rostro más que una expresión de seriedad tranquila,
que escuchaba y comprendía, pero en aquellos momentos el rostro de su amiga
sólo le transmitía frialdad.
-
Si hubiera
resistido…yo
-
Estarías muerta
–dijo al fin la otra mujer, encogiéndose de hombros- ¿Te sentirías mejor si así
fuera?
Lyra acalló su respuesta,
aunque su primer impulso hubiese sido responder con un “si” sonoro y claro.
Pero se dio cuenta que la
pregunta estaba hecha precisamente para que ella se diera cuenta de lo que
estaba dispuesta a contestar. La culpabilidad le hervía en el pecho y le hacía
querer cambiar el pasado, pasar de ser una delatora bajo tortura a una mártir
fuerte.
Resultaba más sencillo
enfrentarse a la oscuridad del olvido que la Parca da a todos los hombres que a
las consecuencias de un acto en vida.
Pero al mismo tiempo, le
avergonzaba sentirse de ese modo. Esa no era su manera de ser. No era propio de
la capitana Lyra esconderse tras sus actos.
Pero no veía el modo de
justificarlos, no cuando el resultado había sido la muerte de casi todas sus
amistades.
-
Si deseas culpar a
alguien, encuentra al que os vendió a ti y a tu tripulación –dijo Laura tras
unos instantes en los que dejó la mente de Lyra meditando- Quien sea que fuera
el que lo hizo, desencadenó toda la secuencia de capturas
-
No me servirá de
nada buscar venganza
-
Tampoco te
resultará muy útil flagelarte constantemente –replicó la mujer, en un tono
tranquilo, aunque se denotaba cierta irritación subyacente, muy leve- No creo
que haya hombre en este reino capaz de resistir días de tortura sin terminar
gritando lo que desean oír con tal de conseguir la muerte. Culparse por ello es
culparse por ser humano.
La marinera comprendía las
palabras de la que hacía tanto tiempo era su amiga, y le dieron cierto alivio.
Pero estaba convencida que necesitaría mucho más que una rápida charla para
poder realmente liberarse de aquella sensación.
Al fin y al cabo, sus hombres,
sus amigos, habían confiado en ella. A ella la habían escuchado cuando les
había dicho que la alianza con los rebeldes era la postura más inteligente. Era
a ella a quien habían mirado en busca de firmeza cuando les habían amenazado
con la tortura y la muerte.
Era a ella a quien habían
visto mientras les azotaban hasta morir.
Lyra se había sentido siempre
responsable del bienestar de sus hombres. Y ahora estaban muertos, todos ellos.
Había conocido a sus familias, a sus hijos, sus sueños, sus anhelos y había
compartido sus bromas junto a una botella.
Sentía que les había conducido
al cadalso, que les había fallado.
Respiró hondo, pues aquel hilo
de pensamientos le atenazaba tanto el pecho que le resultaba difícil respirar.
-
Tampoco deseo
hablar de ello ahora. –dijo Lyra, al fin-
Aún no
-
Como gustes
–respondió Laura, asintiendo con la cabeza en un gesto comprensivo- Si lo
deseas, te informaré de las últimas novedades, que no han sido pocas, que han
acontecido estos últimos tres días
Ella asintió con la cabeza,
sintiéndose de pronto muy cansada. En aquella celda no había querido siquiera
fantasear con la posibilidad de volver a vivir en el mundo exterior, y ahora
que debía de nuevo introducirse en él, le resultaba extraño. Era como si la
ciudad, las personas y los lugares que había conocido fueran los mismos y a la
vez, completamente distintos. Sabía que quien había cambiado era ella, pero…
¿hacía qué dirección?
-
La fuga de la
cárcel fue como si cayera una enorme piedra en un pequeño lago –empezó a decir
la mujer, aun sentada en la cama a su lado, pero mirando en dirección a la
ventana- Fue algo bastante inesperado y ha llenado la capital de rumores.
Muchos creen que los rebeldes han vuelto, pero otros consideran que se ha
tratado de un motín interno en la prisión. El regente no ha dicho nada al
respecto, pero ha aumentado la vigilancia.
Lyra asintió con la cabeza,
cogiendo de nuevo la copa de la mesilla de noche y dándole un largo trago.
Quiso servirse ella misma, pero tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para
levantar la jarra y llenar la copa.
Laura, si reparó en el
detalle, hizo caso omiso.
-
Lamentablemente,
esto ha hecho que tus rescatadores tuvieran que abandonar su campamento en el
bosque. El frío también ha sido un pretexto para hacerlo –ella se encogió de
hombros levemente- Así que están aquí ahora. Al menos, hasta que la cosa se
calme o encuentren un lugar mejor
-
¿Aquí? –dijo Lyra,
sorprendida y asustada- ¿Todos?
-
Bueno, están
actuando como mis sirvientes. –la mujer sonrió ampliamente- Es divertido
intentar verles actuar como tales. Hay uno en particular que le cuesta horrores
esconder su cara de frustración absoluta cuando el chambelán le pide cualquier
cosa. Y hay otro que afirma que él sabría hacer mejor el estofado que mi
cocinero, pero siempre procura decirlo cuando este está lejos de los cuchillos.
Lyra esbozó una sonrisa, pues
sabía que la noble estaba intentando animarla con pequeños detalles. No le
costó sonreír, pero notó que ese pequeño pedazo de alegría no había deshecho ni
mucho menos el peso helado que cargaba.
Poco a poco, se dijo a sí
misma. Poco a poco.
-
La cuestión más compleja
es la del otro prisionero que rescataron –el tono de voz de la mujer se había
vuelto un poco más serio, pero seguía siendo tranquilo y constante, como si
nada en el mundo pudiera alterarlo- Lord Arkauz será un poco más difícil de
esconder
-
El otro…-Lyra
lanzó un suspiro- Apenas puedo recordar nada de él
-
No creo que
compartierais celda mucho tiempo.- respondió la otra, toqueteándose el pelo en
un gesto distraído-Le vi antes de que le llevasen. Sin embargo, no creo que
pretendieran trasladarle…-negó con la cabeza, lanzando un suspiro- En fin. Se
ha recuperado antes que tu, pero me supone un serio problema. Él no puede
hacerse pasar por sirviente, pues le reconocerán, y se pasa el día encerrado en
una habitación. Creo que eso le tortura. Pero poco más puedo hacer.
La mujer se levantó y se
dirigió al pequeño escritorio, donde empezó a rebuscar entre los pergaminos.
Desde donde estaba Lyra, no había podido fijarse en cuantos había, pero ahora
se daba cuenta de que por lo menos había tantos documentos como en una pequeña
biblioteca.
Dejó que su cabeza diera unas
cuantas vuelvas a las preguntas que se le habían ido formulando con lentitud.
Había muchas dudas, pero una en particular le daba golpes en la mente como si
necesitara salir con urgencia a través de su garganta.
Pero por alguna razón, sabía
también que una vez la formulara, tendría que aceptar la respuesta, fuera la
que fuera. Aunque no entendía por qué tenía un mal presentimiento sobre ello.
-
¿Qué ocurrió
después de bajar por el balcón, Laura? –preguntó la capitana, apoyándose en el
cabezal de madera de la cama- Recuerdo gritos, el tacto del mar, el sabor de la
sal. Pero apenas sé nada de lo que ocurrió
-
Hm…
La mujer se giró, con varios
papeles en las manos, sujetando con firmeza uno en particular. Se quedó donde
estaba, mirando a su amiga con un gesto serio, en silencio. Lyra la conocía
bastante, pero los años separadas impedían que pudiera saber qué pasaba por la
cabeza de la noble en aquellos largos instantes de quietud y mutismo.
No obstante, hubiese jurado
que Laura se debatía entre sí responder o no a su pregunta. Parecía por su
gesto serio que iba a negarse a responder, pero su rostro se suavizó en
cuestión de segundos.
-
El rescate en si
fue bien. –dijo Laura, en tono cauto- Tu hermano y yo lo planeamos con cuidado.
-
¿Mi hermano? –La
sorpresa de Lyra fue mayor que su debilidad y durante unos instantes estuvo
tentada de levantarse, pero un temblor en las piernas la detuvo- ¡Pensaba que
le habían capturado…!
-
Y lo hicieron. –la
noble mantenía el tono suave, pero sus palabras estaban cargadas de
significado- Sin embargo, consiguió huir. Le di refugio y entre los dos
planeamos liberarte
Lyra se fijó en que Laura no
estaba dando demasiados detalles de todo el proceso, aunque no deseaba
imaginarse la razón. En su cabeza, una pequeña voz le advertía que la mujer
estaba preparando el terreno para darle algún tipo de golpe que no deseaba
asestarle, pero Lyra decidió que tenía que ignorar esa advertencia.
La puerta hacia la respuesta
ya estaba abierta y ahora le resultaba imposible volver a cerrarla.
-
Cuando los
rebeldes que habían sobrevivido vinieron a pedirme ayuda, acepté a cambio de su
colaboración –continuó Laura, sin acercarse, pero dejando el resto de papeles
para quedarse únicamente con el pergamino que sujetaba con fuerza- Era un
riesgo, pero sin ellos no lo hubiéramos conseguido. Y además, necesitaba
probarles para ver si entre ellos había algún traidor
-
¿Y entonces…?
-
Bueno, HAY un
traidor entre ellos, de eso no tengo duda. –lanzó un suspiro, sabiendo que el
interés de Lyra no iba por esos derroteros- Pero consiguieron derrotarte a
pesar de todo. Entraron siete y salieron ocho.
-
¿Ocho…?-el corazón
le latía fuerte en el pecho, y notaba como una terrible punzada se asentaba en
su pecho. Deseaba por encima de todo que la noble le diera una explicación que
la tranquilizara- Pero si sacaron de allí a Lord Arkauz deberían ser…nueve… ¿no
es así, Laura?
-
Deberían haber
sido nueve los que llegaran al mar- respondió la mujer, acercándose a la
capitana- Pero uno se quedó atrás para que por lo menos los demás pudieran
bajar
Le tendió a Lyra el pergamino
y esperó a que ella, con mano temblorosa, lo cogiera y lo abriera.
Cuando la capitana empezó a
leer, decidió que lo más adecuado era dejarla sola, pues conocía a la chica y
siempre había preferido lidiar con la tristeza a su manera.
Más tarde, cuando fuera
necesario, volvería a su lado y le daría consuelo, pero existen dolores y
sufrimientos a los que uno debe enfrentarse en solitario. Si la acompañaba, no
haría más que estorbar.
Lyra no fue consciente de
cuando la mujer cerró la puerta, ni de cuando sus ojos se le llenaron de
lágrimas. Sus ojos no podían apartarse de las palabras rasgadas con una
caligrafía que ella conocía tan bien.
“Querida hermana:
Si Lady Oblondra te da esta carta, es porque ya no
tengo la posibilidad de mirarte a los ojos y decirte estas palabras yo mismo.
Intentaré por todos los medios libertarte, al precio
que sea necesario. No tengo interés alguno en reunirme con nuestros padres, pero
si alguno de los dos puede volver a navegar con una sonrisa después de todo
esto, eres tú.
A los dos nos han intentado desgarrar nuestra alma a
través romper nuestro cuerpo, pero Lyra, tú tienes la voluntad para
sobreponerte a ello.
Yo era buen marinero, pero ante una tormenta a la que
no podía hacer frente, me amilanaba. Tú, sin embargo, mantenías las manos en el
timón y nos sacabas a través de las olas como si la insondable profundidad del
mar no te diera miedo.
Después me confesabas haberte helado de terror y haber
dominado la nave entre temblores y súplicas a cualquier Dios que quisiera
escucharte. Pero no importaba. Tenías la voluntad para sobreponerte a todo
cuanto te impusiera el destino delante.
Si yo ahora tengo voluntad es por el deseo de verte
libre. Si estuvieras muerta, no habría fuerza en este mundo que pudiera hacerme
sentir deseos de continuar. No después de todo cuanto ya he sufrido.
Tú, querida hermana, eres lo último por lo que deseo
luchar, porque sé que no te rendirás.
Te pido que no lo hagas.
Vete, huye si lo deseas. O quédate y utiliza toda tu
rabia vengativa. Haz lo que te plazca.
Pero no dejes nunca de desear vivir, pase lo que pase.
Eres fuerte y nada podrá destruirte, a menos que tú desees que lo haga.
Mi mano siempre te atrapará antes de que caigas.
Siempre.
Mark.”
Se dio cuenta que estaba
llorando cuando las lágrimas le impidieron seguir leyendo. Tuvo que dejar el
pergamino en la mesilla de noche antes de manchar la tinta con el líquido
salado que corría por sus mejillas de manera incontenible.
Ya no se sentía ligera.
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