sábado, 21 de junio de 2014

16- Silencio en casa

Scott se sujetó a las riendas del caballo tan firmemente como las vendas se lo permitían. Notaba la reciente piel de sus muñecas al rojo vivo, como si la carne aún estuviera al descubierto y hubiese acercado las manos a un fuego. El movimiento de su montura tampoco ayudaba, pues aunque intentase quedarse quieto el camino era irregular y el trote, veloz.

La claridad empezaba a inundar los campos, llenando progresivamente el mundo en tonos dorados y rojizos. Por un momento, Scott fue capaz de apreciar la belleza del viento meciendo suavemente el trigo que crecía lentamente, aún verde. Sus ojos parpadearon y por un instante los recuerdos de mejores años se aposentaron en su cabeza como el susurro de un antiguo amor que jamás termina olvidándose.
Intentó apartar las imágenes de su cabeza, pero empezaba a resultarle más y más difícil a medida que las heridas físicas sanaban y su alma exigía curación.
Como si respondieran a su estado de ánimo, unas negras nubes se acercaron por el horizonte, anunciando una próxima lluvia que sería fantástica para el conreo pero desastrosa para el viaje.

Se obligó a sí mismo a distraerse con el constante repiqueteo de los cascos en el suelo de todos los caballos sobre el camino. Los rebeldes le seguían justo detrás, confiando en que Scott les llevaría por las vías menos transitadas hasta su destino: el condado de lord Rothard.
Lady Oblondra les había proporcionado las monturas, prometiendo que resistirían las largas jornadas de viaje que aguardaban en los próximos días. Los recios animales obedecían a todas las órdenes, aun cuando la mayoría de los jinetes apenas sabían cómo dominar un caballo.
La única condición de ese regalo había sido que Atheris les acompañase, por razones que no había querido compartir con nadie.

Scott sabía que la mejor manera para llegar a las tierras de lord Rothard era pasar por lo que antes había considerado su hogar. Cualquier otra vía les restaría varios días de viaje y le sumaría riesgo, pero eso no impedía que Arkauz sintiera verdaderas dificultades para mantener el camino.
Cruzar los campos que habían pertenecido a su familia, ver las casas que había observado mil veces cuando era niño, intentar ignorar la figura del castillo a lo lejos…eran cosas para las que sabía que no estaba preparado aún.

-          El sol está saliendo, Scott –medio gritó Bardo, acelerando el ritmo del caballo para ponerse a su altura- ¿No es arriesgado seguir por el camino principal?

Scott parpadeó un par de veces, obligando a su mente a centrase en lo más urgente. Se dio cuenta que inconscientemente, había ido fustigando el caballo hasta que este corría demasiado deprisa y tranquilizó el animal para poder hablar con calma con el rebelde.

-          Seguiremos un poco más hasta llegar al campo de manzanos. –respondió el noble parando al animal para que todos les escucharan- Allí descansaremos un poco y nos dirigiremos al este.
-          ¿Dónde descansaremos? –inquirió Dante mientras se ajustaba la capa sobre sus hombros
-          Los campesinos de estas tierras aún me recuerdan. Nos alojarán.

Sin dar tiempo a que le hicieran otra pregunta, lord Arkauz golpeó suavemente al caballo con los tacones de sus botas y la montura retomó de nuevo el camino.
Scott no estaba seguro de seguir contando con la hospitalidad de sus antiguos campesinos, pero confiaba en que así fuera.
Además, tenía otra razón para arriesgarse a que los aldeanos dieran la alarma. Tenía que preguntar, aunque le aterrorizaran las posibles respuestas.

El noble no quiso detenerse a apreciar la belleza del paisaje, pero los rebeldes sí. Tras tantos días encerrados en el castillo de Oblondra, disfrutaban de la libertad del aire libre y parecía que la naturaleza les había estado esperando para regalarles una visión beatífica y hermosa.
El viento soplaba frío y con fuerza, pero caía sobre los campos aún verdes creando suaves formas. Pareciera que estuvieran observando un oleaje que se movía al capricho del céfiro y que en cualquier momento de entre los crecientes tallos fuera a saltar algún pez.
A lo lejos se distinguía una arboleda floreciente junto a un pequeño pueblo de casas de tono pardo. Los árboles eran de un verde oscuro, pero estaban moteados de mil tonos de blanco y rosado por las flores que pronto serían manzanas.
De vez en cuando, el mismo viento que golpeaba los campos sacudía las ramas y producía una lluvia suave y perezosa de pétalos sobre un suelo ya perlado.
Incluso las amenazadores nubes del horizonte contribuían a mejorar la imagen, pues con sus tonos grises y blancos rompían el constante azul del cielo, pintando un cuadro casi perfecto.

Ninguno de los rebeldes había intercambiado una sola palabra desde que emprendieran de nuevo el viaje, salvo lo que fuera estrictamente necesario. Todos necesitaban quedarse a solas con sus pensamientos, pues la traición de un compañero no era algo sencillo de digerir.
La imagen hermosa que les rodeaba en aquel momento aliviaba levemente el nudo del estómago, pero no importaba donde fueran o qué vieran, aquella herida quedaría marcada para siempre como una cicatriz horrible en su alma. 
No importaba si Denzel seguía vivo, o si al llevárselo Lady Oblondra lo había ajusticiado a espaldas de los demás: el futuro de su antiguo compañero ya no formaba parte de su destino. Pero el pasado les perseguiría, pues tanto si le odiaban de por vida como si le perdonaban, no había fuerza que pudiera reparar lo que ya estaba hecho.

Y eso había hecho que algunos se hicieran preguntas, preguntas que seguramente Denzel se había hecho antes de traicionar todo por lo que había luchado. La mayoría de ellos habían respondido con mayor o menor sinceridad y habían relegado aquel tema a lo más profundo de su mente, pero Víctor no podía despachar el asunto con la misma facilidad.

¿Si tuviera que elegir entre salvar a Ayla o salvar a sus compañeros, cuál sería su decisión?

Diera la respuesta que diera, Víctor era muy consciente que iba a generarle arrepentimiento por el resto de sus días. Si elegía a Ayla, no sería mejor que Denzel: un traidor que había permitido que sus amigos murieran de forma cruel y lenta. Pero si elegía a sus compañeros, estaría abandonando a la mujer que ocupaba todos sus pensamientos.
¿La vida de Hawk, o la de Dante, era más importante que la de Ayla?
En el filo de la navaja no importa qué lado se elija, pues siempre es una caída. Pero quedarse quieto implica cortarse.

La única respuesta que le calmaba levemente y le permitía respirar era la posibilidad de no tener que elegir, que sería el propio destino quien decidiría por él.
No era un consuelo, ni un alivio. Pero era algo que podía llegar a tolerar.

A medida que iban acercándose al lugar donde Arkauz les había dicho que iban a detenerse una sensación de que algo no iba bien empezó a embargarles. No podían distinguirlo de manera clara, ni podían señalar con el dedo lo que no funcionaba, pero un sexto sentido que les había salvado la vida más de una vez les indicó que era mejor protegerse con la prudencia.

Por el camino encontraron un par de carros abandonados, sin que nada a simple vista pudiera parecer una razón justificada de dejarlos allí. No se cruzaron con un solo hombre o mujer y si bien eso les había tranquilizado al principio, ahora les causaba un extraño desasosiego. Salvo el viento, no se oía otro sonido.
Ni perros, ni gallos cantando, ni siquiera algún ocasional pájaro cantando.

Cuando llegaron al campo de manzanos, el sol que les había acompañado durante todo el trayecto desapareció tras las nubes, que empujadas por el viento, habían llegado con más rapidez de la esperada encima de ellos.
No se oscureció el ambiente, pues la luz del sol seguía pasando a través del cielo nublado, pero de encontrarse en un paisaje con mil tonos distintos y brillantes ahora sus ojos veían el mundo más apagado y en cierto modo, frío.

El campo de manzanos, que los había saludado desde lejos con flores de blanco y rosado puro, ahora les regaba de pétalos grisáceos cada vez que el viento soplaba con un poco más de fuerza. 
Y el silencio allí resonaba con mucha más fuerza que en el camino.
No había un alma en campo, ni un campesino cuidando de las plantas, nadie quitando los hierbajos, o asustando a los ocasionales animales que se colaban. La belleza del lugar seguía incólume, pero el súbito silencio les intranquilizó por alguna razón que no lograron atisbar.
No muy lejos se entreveían las casas que de lejos les habían parecido idílicas, pero que ahora les observaban con una frialdad impropia y desconcertante.

Scott bajó del caballo para guiarlo entre los árboles en flor. Los demás rebeldes hicieron lo propio, aunque Atheris le dio las riendas a Pasku y se acercó rápidamente al noble.

-          Espera. –dijo ella sujetando al hombre por el codo- No sabemos lo que nos vamos a encontrar.
-          Una aldea, eso es lo que nos encontraremos –respondió lord Arkauz, frunciendo levemente el ceño
-          Ya –dijo Atheris, en tono seco- Pero si hay una aldea, ¿por qué ninguna de las casas tiene el fuego encendido?

El noble parpadeó un par de veces y dirigió su mirada hacia el pueblo que tan bien había conocido de niño. Se dio cuenta que Atheris tenía razón, pues no había una sola mota de humo en el cielo que indicara que alguien estaba preparando el eterno potaje.
Podría haberle respondido a la joven que quizás no había nadie comiendo en ese momento, pero él sabía que los aldeanos mantenían siempre las llamas vivas para mantener el hogar caliente y protegerse del frío.

Como si el viento se estuviera burlando de él, sopló con fuerza, lanzando sobre los rebeldes una miríada de pétalos que ahora ya no se les antojaban tan beatíficos.
El silencio empezó a hacerse opresivo.

Atheris no esperó la respuesta de Scott y se adelantó por el camino. Hawk y Dante la siguieron mientras Bardo, Pasku, Víctor y Scott mantenían sujetos a los caballos, con la mirada fija en las espaldas de sus compañeros.

Dante hizo un gesto con la mano a Atheris y Hawk, indicando que se separaran para hacer un movimiento de pinza alrededor de la aldea. Mientras la muchacha iría por el medio, los dos rebeldes se dividirían cada uno por un extremo, abarcando así un mayor espacio.
Inmediatamente se separaron y cambiaron sus pasos para que no perturbaran el silencio que se había aposentado como una capa densa.

Atheris llegó antes que los otros dos a la aldea. No era más que unas cuantas casas de un tono pardo y tejados de madera y tejado de paja. De haber brillado el sol, o de haber escuchado gente trabajando, le hubiese parecido un sitio perfecto donde vivir. Tranquilo, pacífico.
Pero la luz que caía ahora era gris y el único sonido era el crujir de la madera con el viento.

Con cuidado, escondiéndose entre las sombras, se fue acercando a la plaza de la aldea, encontrándola tan solitaria como los campos. Había tanto desorden que parecía que nadie hubiese pisado aquel suelo en dos o tres días por lo menos.
Las hojas, los pétalos de los manzanos y la paja caída se habían ido acumulando por todas partes, ensuciándose y llenando los rincones de pequeños montoncitos de porquería. Había algunas pisadas de animales, que Atheris al rastrearlas reconoció como de grandes cánidos.

Se levantó con cuidado, siguiendo el rastro de las pisadas y observando que los animales habían deambulado a gusto por el pueblo, sin que ninguna marca de pie humano mostrase que los habían intentado ahuyentar.
Por alguna razón, las bestias parecían muy interesadas en entrar dentro de los hogares, pero las puertas cerradas a cal y canto les habían disuadido y se habían terminado marchando.

Unos pasos distrajeron a Atheris de sus pensamientos y al levantar la vista vio a Hawk, acercándose por el lado que le correspondía con precaución de explorador. Sólo hasta que estuvieron muy cercanos hablaron en un susurro, como si temieran que una maldición se abatiera sobre ellos por romper el silencio de aquel lugar.

-          Hay varias pisadas que se acercan al pueblo, marcas de gente vistiendo armadura –dijo Hawk, con el rostro petrificado en seriedad- Y las mismas pisadas en dirección contraria. Pero son muy tenues, casi destruidas del todo, de hace por lo menos un par de días
-          Lo extraño es que nadie haya pisado por encima –dijo la muchacha pensativamente, mirando el camino por el que había venido Hawk
-          Si…-respondió Hawk, acariciando sin darse cuenta con la punta de los dedos la empuñadura de su espada en el cinto- Debería haber por lo menos algún rastro más nuevo.
-          Por la plaza hay pisadas de animales, creo que de perros o…o lobos. –ella se encogió de hombros, aparentando una firmeza que en el fondo le costaba sentir- Me sorprendería que una manada se acercara tanto sin que nada ni nadie los ahuyentara
-          Este parece un pueblo fantasma. –dijo Hawk, de pronto un tanto malhumorado- ¿No dijo Scott que esta aldea era fructífera? ¿Dónde están todos?
-          ¿Dónde está Dante?- preguntó Atheris, mirando a su alrededor

Respondiendo a su pregunta, Dante apareció por el lado contrario del que había venido Hawk, emergiendo de detrás de una casa. Tenía el rostro algo más pálido de lo acostumbrado y no era por el efecto de la luz del sol nublada.

Se acercó a ellos con paso lento, pero sin andar ya con sigilo, como si no temiera que nadie fuera a pararle o descubrirle.

-          Yo…he encontrado algo que quizás os interese ver – la voz de Dante parecía apenas un rumor de tan flojo que hablaba, pero había un temblor lúgubre en su tono de voz que intranquilizó a Hawk.

Sin decir nada más, se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos, sabiendo de algún modo que los otros dos iban a seguirle impulsados por la curiosidad que habían causado sus palabras.

El viento parecía haber amainado un poco, pero las nubes estaban cada vez más encima de ellos y en cualquier momento pareciera que fuera a explotar sobre ellos con un torrente de agua, truenos y relámpagos.
Cualquier otro sitio excepto el exterior sería un buen lugar en el que estar pero por alguna razón, cuando Dante les señaló una puerta trasera de una casa entreabierta, ninguno de los dos deseó pasar al interior.

Dante le dio una patada la puerta con una rabia que no parecía propia de su carácter, pero que quedó sobradamente justificada cuando los otros dos vieron lo que el interior escondía.

Había tres cuerpos en el suelo, dos de mujeres adultas y uno de un muchacho que no tendría mucha más edad de la de Hawk. Los tres tenían un profundo corte en el cuello que casi les había cercenado la cabeza, haciendo que al recibir el golpe cayeran los tres de espaldas sobre los pocos muebles que tenían. Los cuerpos aún no estaban en un avanzado estado de descomposición, pero por el color ceniciento de la carne y el desagradable olor que empezaba a emanar del lugar, llegaban por lo menos dos días enteros a merced de las bestias.
Al haber sido la única casa que no había permanecido cerrada, algunos animales habían aprovechado la ocasión, aunque por suerte o por desgracia no habían terminado con lo empezado.
El resto de la habitación era víctima del desorden que seguramente se había producido durante la breve pelea, si es que así podía llamarse al encuentro de alguien armado con una espada contra unos campesinos.

Hawk apartó la mirada, teniendo aún demasiado vívida la imagen de la celda de Lyra, pero Dante mantenía sus ojos fijos en la escena con el rostro marcado por la ira y la frustración. Atheris fue la única que mantuvo un poco la cabeza fría, aunque sentía que se le revolvía el estómago.

-          Imagino que en resto de casas la escena será parecida –dijo ella en tono seco, ocultando su deseo de salir de allí a toda prisa
-          ¿Quién y por qué haría algo así? –inquirió Dante al aire, sabiendo que nunca obtendría una respuesta que satisficiera su ánimo.

El viento les trajo un trueno como única réplica a la pregunta de Dante. Atheris miró a los dos rebeldes y con un gesto de la cabeza les indicó que salieran de aquella casa, hasta un exterior que a pesar del clima contrario, resultaba mucho más agradable.

-          No podemos dejarlos tal y como están –dijo Hawk al salir fuera de nuevo y respirar hondo
-          No podemos detenernos a enterrarles a cada uno de ellos. –respondió Atheris y Dante, muy a su pesar a juzgar por su rostro, asintió con la cabeza dándole la razón- Ni quemar el lugar, o llamaríamos demasiado la atención. Verían las llamas desde todas partes.
-          ¿Qué les decimos a los demás? –preguntó Hawk

-          Que la aldea merece ser vengada –respondió Dante en un tono que no admitía réplica- Pero primero deberíamos averiguar qué ha pasado. 

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