Scott se sujetó a las riendas
del caballo tan firmemente como las vendas se lo permitían. Notaba la reciente
piel de sus muñecas al rojo vivo, como si la carne aún estuviera al descubierto
y hubiese acercado las manos a un fuego. El movimiento de su montura tampoco
ayudaba, pues aunque intentase quedarse quieto el camino era irregular y el
trote, veloz.
La claridad empezaba a inundar
los campos, llenando progresivamente el mundo en tonos dorados y rojizos. Por
un momento, Scott fue capaz de apreciar la belleza del viento meciendo
suavemente el trigo que crecía lentamente, aún verde. Sus ojos parpadearon y
por un instante los recuerdos de mejores años se aposentaron en su cabeza como
el susurro de un antiguo amor que jamás termina olvidándose.
Intentó apartar las imágenes
de su cabeza, pero empezaba a resultarle más y más difícil a medida que las
heridas físicas sanaban y su alma exigía curación.
Como si respondieran a su
estado de ánimo, unas negras nubes se acercaron por el horizonte, anunciando
una próxima lluvia que sería fantástica para el conreo pero desastrosa para el
viaje.
Se obligó a sí mismo a
distraerse con el constante repiqueteo de los cascos en el suelo de todos los
caballos sobre el camino. Los rebeldes le seguían justo detrás, confiando en
que Scott les llevaría por las vías menos transitadas hasta su destino: el
condado de lord Rothard.
Lady Oblondra les había
proporcionado las monturas, prometiendo que resistirían las largas jornadas de
viaje que aguardaban en los próximos días. Los recios animales obedecían a
todas las órdenes, aun cuando la mayoría de los jinetes apenas sabían cómo
dominar un caballo.
La única condición de ese
regalo había sido que Atheris les acompañase, por razones que no había querido
compartir con nadie.
Scott sabía que la mejor
manera para llegar a las tierras de lord Rothard era pasar por lo que antes
había considerado su hogar. Cualquier otra vía les restaría varios días de
viaje y le sumaría riesgo, pero eso no impedía que Arkauz sintiera verdaderas
dificultades para mantener el camino.
Cruzar los campos que habían
pertenecido a su familia, ver las casas que había observado mil veces cuando
era niño, intentar ignorar la figura del castillo a lo lejos…eran cosas para
las que sabía que no estaba preparado aún.
-
El sol está saliendo, Scott –medio gritó Bardo,
acelerando el ritmo del caballo para ponerse a su altura- ¿No es arriesgado
seguir por el camino principal?
Scott parpadeó un par de
veces, obligando a su mente a centrase en lo más urgente. Se dio cuenta que
inconscientemente, había ido fustigando el caballo hasta que este corría
demasiado deprisa y tranquilizó el animal para poder hablar con calma con el
rebelde.
-
Seguiremos un poco más hasta llegar al campo de
manzanos. –respondió el noble parando al animal para que todos les escucharan-
Allí descansaremos un poco y nos dirigiremos al este.
-
¿Dónde descansaremos? –inquirió Dante mientras
se ajustaba la capa sobre sus hombros
-
Los campesinos de estas tierras aún me
recuerdan. Nos alojarán.
Sin dar tiempo a que le
hicieran otra pregunta, lord Arkauz golpeó suavemente al caballo con los
tacones de sus botas y la montura retomó de nuevo el camino.
Scott no estaba seguro de
seguir contando con la hospitalidad de sus antiguos campesinos, pero confiaba
en que así fuera.
Además, tenía otra razón para
arriesgarse a que los aldeanos dieran la alarma. Tenía que preguntar, aunque le
aterrorizaran las posibles respuestas.
El noble no quiso detenerse a
apreciar la belleza del paisaje, pero los rebeldes sí. Tras tantos días
encerrados en el castillo de Oblondra, disfrutaban de la libertad del aire
libre y parecía que la naturaleza les había estado esperando para regalarles una
visión beatífica y hermosa.
El viento soplaba frío y con
fuerza, pero caía sobre los campos aún verdes creando suaves formas. Pareciera
que estuvieran observando un oleaje que se movía al capricho del céfiro y que
en cualquier momento de entre los crecientes tallos fuera a saltar algún pez.
A lo lejos se distinguía una
arboleda floreciente junto a un pequeño pueblo de casas de tono pardo. Los
árboles eran de un verde oscuro, pero estaban moteados de mil tonos de blanco y
rosado por las flores que pronto serían manzanas.
De vez en cuando, el mismo
viento que golpeaba los campos sacudía las ramas y producía una lluvia suave y
perezosa de pétalos sobre un suelo ya perlado.
Incluso las amenazadores nubes
del horizonte contribuían a mejorar la imagen, pues con sus tonos grises y
blancos rompían el constante azul del cielo, pintando un cuadro casi perfecto.
Ninguno de los rebeldes había
intercambiado una sola palabra desde que emprendieran de nuevo el viaje, salvo
lo que fuera estrictamente necesario. Todos necesitaban quedarse a solas con
sus pensamientos, pues la traición de un compañero no era algo sencillo de
digerir.
La imagen hermosa que les
rodeaba en aquel momento aliviaba levemente el nudo del estómago, pero no
importaba donde fueran o qué vieran, aquella herida quedaría marcada para
siempre como una cicatriz horrible en su alma.
No importaba si Denzel seguía
vivo, o si al llevárselo Lady Oblondra lo había ajusticiado a espaldas de los
demás: el futuro de su antiguo compañero ya no formaba parte de su destino.
Pero el pasado les perseguiría, pues tanto si le odiaban de por vida como si le
perdonaban, no había fuerza que pudiera reparar lo que ya estaba hecho.
Y eso había hecho que algunos
se hicieran preguntas, preguntas que seguramente Denzel se había hecho antes de
traicionar todo por lo que había luchado. La mayoría de ellos habían respondido
con mayor o menor sinceridad y habían relegado aquel tema a lo más profundo de
su mente, pero Víctor no podía despachar el asunto con la misma facilidad.
¿Si tuviera que elegir entre
salvar a Ayla o salvar a sus compañeros, cuál sería su decisión?
Diera la respuesta que diera,
Víctor era muy consciente que iba a generarle arrepentimiento por el resto de
sus días. Si elegía a Ayla, no sería mejor que Denzel: un traidor que había
permitido que sus amigos murieran de forma cruel y lenta. Pero si elegía a sus
compañeros, estaría abandonando a la mujer que ocupaba todos sus pensamientos.
¿La vida de Hawk, o la de
Dante, era más importante que la de Ayla?
En el filo de la navaja no
importa qué lado se elija, pues siempre es una caída. Pero quedarse quieto
implica cortarse.
La única respuesta que le
calmaba levemente y le permitía respirar era la posibilidad de no tener que
elegir, que sería el propio destino quien decidiría por él.
No era un consuelo, ni un
alivio. Pero era algo que podía llegar a tolerar.
A medida que iban acercándose
al lugar donde Arkauz les había dicho que iban a detenerse una sensación de que
algo no iba bien empezó a embargarles. No podían distinguirlo de manera clara,
ni podían señalar con el dedo lo que no funcionaba, pero un sexto sentido que
les había salvado la vida más de una vez les indicó que era mejor protegerse
con la prudencia.
Por el camino encontraron un
par de carros abandonados, sin que nada a simple vista pudiera parecer una
razón justificada de dejarlos allí. No se cruzaron con un solo hombre o mujer y
si bien eso les había tranquilizado al principio, ahora les causaba un extraño
desasosiego. Salvo el viento, no se oía otro sonido.
Ni perros, ni gallos cantando,
ni siquiera algún ocasional pájaro cantando.
Cuando llegaron al campo de
manzanos, el sol que les había acompañado durante todo el trayecto desapareció
tras las nubes, que empujadas por el viento, habían llegado con más rapidez de
la esperada encima de ellos.
No se oscureció el ambiente,
pues la luz del sol seguía pasando a través del cielo nublado, pero de
encontrarse en un paisaje con mil tonos distintos y brillantes ahora sus ojos
veían el mundo más apagado y en cierto modo, frío.
El campo de manzanos, que los
había saludado desde lejos con flores de blanco y rosado puro, ahora les regaba
de pétalos grisáceos cada vez que el viento soplaba con un poco más de
fuerza.
Y el silencio allí resonaba
con mucha más fuerza que en el camino.
No había un alma en campo, ni
un campesino cuidando de las plantas, nadie quitando los hierbajos, o asustando
a los ocasionales animales que se colaban. La belleza del lugar seguía
incólume, pero el súbito silencio les intranquilizó por alguna razón que no
lograron atisbar.
No muy lejos se entreveían las
casas que de lejos les habían parecido idílicas, pero que ahora les observaban
con una frialdad impropia y desconcertante.
Scott bajó del caballo para
guiarlo entre los árboles en flor. Los demás rebeldes hicieron lo propio,
aunque Atheris le dio las riendas a Pasku y se acercó rápidamente al noble.
-
Espera. –dijo ella sujetando al hombre por el
codo- No sabemos lo que nos vamos a encontrar.
-
Una aldea, eso es lo que nos encontraremos
–respondió lord Arkauz, frunciendo levemente el ceño
-
Ya –dijo Atheris, en tono seco- Pero si hay una
aldea, ¿por qué ninguna de las casas tiene el fuego encendido?
El noble parpadeó un par de
veces y dirigió su mirada hacia el pueblo que tan bien había conocido de niño.
Se dio cuenta que Atheris tenía razón, pues no había una sola mota de humo en
el cielo que indicara que alguien estaba preparando el eterno potaje.
Podría haberle respondido a la
joven que quizás no había nadie comiendo en ese momento, pero él sabía que los
aldeanos mantenían siempre las llamas vivas para mantener el hogar caliente y
protegerse del frío.
Como si el viento se estuviera
burlando de él, sopló con fuerza, lanzando sobre los rebeldes una miríada de
pétalos que ahora ya no se les antojaban tan beatíficos.
El silencio empezó a hacerse
opresivo.
Atheris no esperó la respuesta
de Scott y se adelantó por el camino. Hawk y Dante la siguieron mientras Bardo,
Pasku, Víctor y Scott mantenían sujetos a los caballos, con la mirada fija en
las espaldas de sus compañeros.
Dante hizo un gesto con la
mano a Atheris y Hawk, indicando que se separaran para hacer un movimiento de
pinza alrededor de la aldea. Mientras la muchacha iría por el medio, los dos
rebeldes se dividirían cada uno por un extremo, abarcando así un mayor espacio.
Inmediatamente se separaron y
cambiaron sus pasos para que no perturbaran el silencio que se había aposentado
como una capa densa.
Atheris llegó antes que los
otros dos a la aldea. No era más que unas cuantas casas de un tono pardo y
tejados de madera y tejado de paja. De haber brillado el sol, o de haber
escuchado gente trabajando, le hubiese parecido un sitio perfecto donde vivir.
Tranquilo, pacífico.
Pero la luz que caía ahora era
gris y el único sonido era el crujir de la madera con el viento.
Con cuidado, escondiéndose
entre las sombras, se fue acercando a la plaza de la aldea, encontrándola tan
solitaria como los campos. Había tanto desorden que parecía que nadie hubiese
pisado aquel suelo en dos o tres días por lo menos.
Las hojas, los pétalos de los
manzanos y la paja caída se habían ido acumulando por todas partes,
ensuciándose y llenando los rincones de pequeños montoncitos de porquería.
Había algunas pisadas de animales, que Atheris al rastrearlas reconoció como de
grandes cánidos.
Se levantó con cuidado,
siguiendo el rastro de las pisadas y observando que los animales habían
deambulado a gusto por el pueblo, sin que ninguna marca de pie humano mostrase
que los habían intentado ahuyentar.
Por alguna razón, las bestias
parecían muy interesadas en entrar dentro de los hogares, pero las puertas
cerradas a cal y canto les habían disuadido y se habían terminado marchando.
Unos pasos distrajeron a
Atheris de sus pensamientos y al levantar la vista vio a Hawk, acercándose por
el lado que le correspondía con precaución de explorador. Sólo hasta que
estuvieron muy cercanos hablaron en un susurro, como si temieran que una
maldición se abatiera sobre ellos por romper el silencio de aquel lugar.
-
Hay varias pisadas que se acercan al pueblo,
marcas de gente vistiendo armadura –dijo Hawk, con el rostro petrificado en
seriedad- Y las mismas pisadas en dirección contraria. Pero son muy tenues,
casi destruidas del todo, de hace por lo menos un par de días
-
Lo extraño es que nadie haya pisado por encima
–dijo la muchacha pensativamente, mirando el camino por el que había venido
Hawk
-
Si…-respondió Hawk, acariciando sin darse cuenta
con la punta de los dedos la empuñadura de su espada en el cinto- Debería haber
por lo menos algún rastro más nuevo.
-
Por la plaza hay pisadas de animales, creo que
de perros o…o lobos. –ella se encogió de hombros, aparentando una firmeza que
en el fondo le costaba sentir- Me sorprendería que una manada se acercara tanto
sin que nada ni nadie los ahuyentara
-
Este parece un pueblo fantasma. –dijo Hawk, de
pronto un tanto malhumorado- ¿No dijo Scott que esta aldea era fructífera?
¿Dónde están todos?
-
¿Dónde está Dante?- preguntó Atheris, mirando a
su alrededor
Respondiendo a su pregunta,
Dante apareció por el lado contrario del que había venido Hawk, emergiendo de
detrás de una casa. Tenía el rostro algo más pálido de lo acostumbrado y no era
por el efecto de la luz del sol nublada.
Se acercó a ellos con paso
lento, pero sin andar ya con sigilo, como si no temiera que nadie fuera a
pararle o descubrirle.
-
Yo…he encontrado algo que quizás os interese ver
– la voz de Dante parecía apenas un rumor de tan flojo que hablaba, pero había
un temblor lúgubre en su tono de voz que intranquilizó a Hawk.
Sin decir nada más, se dio la
vuelta y volvió sobre sus pasos, sabiendo de algún modo que los otros dos iban
a seguirle impulsados por la curiosidad que habían causado sus palabras.
El viento parecía haber
amainado un poco, pero las nubes estaban cada vez más encima de ellos y en
cualquier momento pareciera que fuera a explotar sobre ellos con un torrente de
agua, truenos y relámpagos.
Cualquier otro sitio excepto
el exterior sería un buen lugar en el que estar pero por alguna razón, cuando
Dante les señaló una puerta trasera de una casa entreabierta, ninguno de los
dos deseó pasar al interior.
Dante le dio una patada la
puerta con una rabia que no parecía propia de su carácter, pero que quedó
sobradamente justificada cuando los otros dos vieron lo que el interior
escondía.
Había tres cuerpos en el
suelo, dos de mujeres adultas y uno de un muchacho que no tendría mucha más
edad de la de Hawk. Los tres tenían un profundo corte en el cuello que casi les
había cercenado la cabeza, haciendo que al recibir el golpe cayeran los tres de
espaldas sobre los pocos muebles que tenían. Los cuerpos aún no estaban en un
avanzado estado de descomposición, pero por el color ceniciento de la carne y
el desagradable olor que empezaba a emanar del lugar, llegaban por lo menos dos
días enteros a merced de las bestias.
Al haber sido la única casa
que no había permanecido cerrada, algunos animales habían aprovechado la
ocasión, aunque por suerte o por desgracia no habían terminado con lo empezado.
El resto de la habitación era
víctima del desorden que seguramente se había producido durante la breve pelea,
si es que así podía llamarse al encuentro de alguien armado con una espada
contra unos campesinos.
Hawk apartó la mirada, teniendo
aún demasiado vívida la imagen de la celda de Lyra, pero Dante mantenía sus
ojos fijos en la escena con el rostro marcado por la ira y la frustración.
Atheris fue la única que mantuvo un poco la cabeza fría, aunque sentía que se
le revolvía el estómago.
-
Imagino que en resto de casas la escena será
parecida –dijo ella en tono seco, ocultando su deseo de salir de allí a toda
prisa
-
¿Quién y por qué haría algo así? –inquirió Dante
al aire, sabiendo que nunca obtendría una respuesta que satisficiera su ánimo.
El viento les trajo un trueno
como única réplica a la pregunta de Dante. Atheris miró a los dos rebeldes y
con un gesto de la cabeza les indicó que salieran de aquella casa, hasta un
exterior que a pesar del clima contrario, resultaba mucho más agradable.
-
No podemos dejarlos tal y como están –dijo Hawk
al salir fuera de nuevo y respirar hondo
-
No podemos detenernos a enterrarles a cada uno
de ellos. –respondió Atheris y Dante, muy a su pesar a juzgar por su rostro,
asintió con la cabeza dándole la razón- Ni quemar el lugar, o llamaríamos
demasiado la atención. Verían las llamas desde todas partes.
-
¿Qué les decimos a los demás? –preguntó Hawk
-
Que la aldea merece ser vengada –respondió Dante
en un tono que no admitía réplica- Pero primero deberíamos averiguar qué ha
pasado.
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