A los dos o tres pobres lectores que tengo:
Lamento tardar tanto en seguir escribiendo, y lamento que la última entrada fuera ciertamente sosa. Pero aparte de asuntos personales que me han tenido ocupada (exámenes, viajes, tocarme las narices sin hacer nada), se han producido cambios en el grupo del Aquelarre que me han obligado a replantear muchos aspectos de la historia.
Empecé este relato hace un año, cuando a mi alrededor había una serie de personas, sobre las que decidí basarme para los personajes. Ahora, muchas de ellas ya no vienen a los círculos por A o por B, con lo que a veces, escribir sobre ellos resulta un poco difícil.
Para más inri, algunos de ellos se han ido de una manera un poco amarga (estas cosas pasan) y seguir relatando me resultaba extraño.
Pero dont worry. La historia seguirá, con más o menos personajes o con más o menos variaciones.
Lo cual me recuerda que si alguien quiere saber más sobre el Aquelarre real, sólo tiene que visitar esta página (publicidaaaad) Círculo del Aquelarre/
Nos leemos.
Historias del Aquelarre
lunes, 4 de agosto de 2014
jueves, 26 de junio de 2014
18- Principio y fin
La ciudad estaba animada, a
pesar de la llovizna que había ido cayendo desde bien temprano por la mañana.
No se habían producido las mismas tormentas que asediaban otras partes del
reino y eso había contribuido a que la actividad acostumbrada de la urbe se
mantuviera intacta. Por ello, el carruaje avanzaba con cierta lentitud por las
calles, pues de lo contrario hubiese atropellado a algún imprudente ciudadano
que cruzaba el empedrado a toda prisa.
Los cuatro soldados que las
custodiaban imponían su presencia y creaban un perímetro invisible, evitando
así que la gente se arremolinara alrededor del vehículo.
Lyra observaba los edificios
con inquietud, pues llevaba años sin observar la ciudad de día. Desde que
iniciara sus andanzas en alta mar, eludiendo las normas y retando a quienes
quisieran impedirle sus viajes, siempre había visitado Crisnel en las horas más
oscuras, a resguardo de las miradas indiscretas.
Ver de nuevo las calles llenas
de gente la transportaba a sus recuerdos de infancia, a los paseos con su padre
hasta el puerto, las discusiones de su madre porque la verdulera intentaba
venderle un melón pocho, las noches mirando por la ventana observando los
barcos mecerse con la marea.
Sonrío al rememorar todos
aquellos momentos y se alegró al saber que podía pensar en Mark sin que el
dolor por su pérdida dominase sus pensamientos.
¿Cuánto tiempo había pasado?
Desde que despertara, no más de una semana, pero parecía que fuera más tiempo y
a la vez, que fuera reciente. Lady Oblondra había intentado convencerla de
permanecer en el castillo, pero Lyra había tenido más que suficiente de
autocompasión y tristeza. Necesitaba moverse, arrancar, empezar a activar de
nuevo sus instintos y dejar atrás un pasado que la arrastraba como una ancla
hasta el fondo.
No iba a dejar que la
desesperación se la tragara, ella se sabía más fuerte y con más voluntad que
eso, pero los primeros pasos eran lo más complicados. Necesitaba mantener la
mente ocupada con labores y planes.
Y de planes habían estado
hablando la noble y ella largo y tendido antes de empezar a viajar. Habían
repasado los pros y los contras, habían hecho cuentas y hasta habían
improvisado posibles soluciones para los futuros inconvenientes que pudieran
aparecer. Pero una vez los caballos habían empezado a moverse, en el carruaje
se había creado el silencio y no había cabida para nada más que para el
pensamiento. Si hubiese estado sola, se hubiera echado a gritar o canturrear
sólo que el silencio no fuera tan denso.
Llevaban horas de viaje y le
dolían las piernas de no moverlas, pero se negaba a moverse mucho para no
molestar a Lady Oblondra, quien se sentaba al lado. Ninguna de las dos había
iniciado una conversación, quizás porque el clima les había hecho tener un
humor silencioso e introspectivo, como si la lluvia les arrullara suavemente y
les arrancara poco a poco las energías.
Se moría de ganas de decir
algo para llenar la quietud y al mismo tiempo las palabras morían en su boca. A
medida que se iban acercando al castillo iba notando como un nudo de
nerviosismo se le iba creando en el estómago.
-
¿No crees que me reconocerán? –preguntó en un
tono bajo, como si temiera que alguien de la calle pudiera escucharlas
-
No –dijo la noble, observándola de arriba abajo-
Vas vestida como mi dama de compañía y llevarás un velo cubriéndote el rostro.
Nadie reparará en ti, o al menos no lo hará el regente
-
No sé caminar como una de tus doncellas –repuso la
capitana, mirando el delicado vestido que llevaba puesto
-
Imagina que estás andando sobre un tablón –dijo
Lady Oblondra, sonriendo- Caminas con más gracilidad de lo que te crees, y
siempre podemos decir que tienes una herida en el pie
Lyra asintió, pero no notó que
el nerviosismo desapareciera de su pecho. Desde el primer momento en el que
habían hilado el plan, el temor se había adueñado de su corazón y ahora marcaba
el ritmo de sus latidos con cada segundo.
No era exactamente miedo, ni
tampoco prudencia, pues ella había vivido situaciones más arriesgadas en su
barco. Era algo nuevo, un sentimiento que se había impuesto desde que
consiguiera huir de aquella condenada celda: temía ser capturada de nuevo.
Pudiera parecer algo evidente
para quien no hubiese estado en su situación, pero para ella repetir la
experiencia sería mucho peor que encontrarse ante la mismísima parca.
Cuando fue capturada mantuvo
la frente alta a pesar de lo que temía que iba a ocurrirle. Pero podía
permitirse la valentía ya que no conocía con exactitud el futuro que les
deparaba a ella y a sus hombres. Ahora si lo sabía, lo conocía al detalle, y no
estaba del todo segura de estar preparada para resistirlo una segunda vez.
Sin embargo, el tiempo de las
dudas terminó abruptamente cuando el carruaje empezó a ascender por la colina.
Se colocó el velo tal y como le habían dicho que se lo pusiera y su rostro
quedó suavemente oculto tras la seda. Su cabello, de un intenso tono rojizo, no
se detectaba salvo para un ojo muy observador.
El disfraz era adecuado, pero
esperaba que su actuación acompañara con la misma eficiencia.
El castillo era el más grande
del reino y dominaba la ciudad desde una colina que terminaba en acantilado. El
rio acariciaba en el fondo y separaba la urbe de la fortaleza, haciendo que la
única vía de acceso fuera el mismo camino por el que estaban subiendo.
La piedra gris le confería al
castillo un tono monocorde que variaba según la luz que incidiera sobre él. En
los días de sol, la estructura parecía sacada de un cuadro bucólico, pacífica y
serena, pero con la lluvia y el cielo nublado se levantaba sobre la colina como
una mole oscurecida, silenciosa y hostil.
El puente del foso estaba
bajado y la gran reja, subida. Algunos campesinos y habitantes de la ciudad que
habían ido congregándose a lo largo de la mañana para resolver asuntos se
apartaron al ver llegar el carruaje. Los caballos se detuvieron delante de la
escalinata que llevaba al interior del castillo y las dos mujeres salieron bajo
la lluvia cubiertas con capas que les protegían del agua, seguidas de cerca por
los cuatro soldados.
Lyra siguió a la noble fijándose
discretamente en los guardias que protegían el castillo. Había por lo menos
seis en total en la entrada, pero el número aumentaba a medida que iban
adentrándose en el castillo e iban perdiéndose por los pasillos. Cada pocos
metros se encontraban con algún hombre uniformado con la anfisbena marcada en
el tabardo y con la mirada al frente.
En su caminar por los pasillos
se cruzaron con algunos miembros de la corte, que saludaron a la noble con un
gesto pero no detuvieron su paso. Lyra los observaba con cierto recelo y
curiosidad, pero sin terminar de reconocer a ninguno.
La capitana procuraba
disimular sus escrutinios y que estos quedaran memorizados en su mente. Había
estado estudiando un mapa del castillo y no le resultaba complicado situarse,
pero debía prestar toda la atención posible.
Llegaron a la habitación de
Lady Oblondra, que había sido ya preparada por los sirvientes del castillo,
conocedores de su llegada.
La habitación era lo
suficientemente grande como para estar ocupada por una cama en la que podrían
caber cinco personas, una mesa en la que escribir y otra para comer. Un gran
baúl en un rincón servía para guardar la ropa y enseres y una ventana encima
del escritorio le daba luz a la alcoba.
La noble despidió a los
guardias, dándoles permiso para descansar tras el viaje y cerró la puerta con
llave tras de sí.
-
¿Estás segura de querer hacerlo, Lyra?
–preguntó, acercándose a la marinera y colocándole bien el velo, que se había
movido un poco por el camino
-
Si –dijo con voz segura
-
Entonces volveremos a repasar una última vez el
plan –dijo la noble, hablando en voz baja- Y después no volveremos a hablar de
ello nunca más
-
Yo esperaré a la hora de la cena –empezó Lyra,
sentándose en una de las sillas de madera- Y me vestiré con las ropas de una
criada y cogeré otro recambio. Avanzaré por el castillo sin ser vista hasta
llegar a los aposentos del regente. Y sacaré a Ayla de allí.
Lady Oblondra asintió con la
cabeza, en silencio. No parecía en absoluto convencida del plan por muchas
veces que lo hubieran modificado o repasado, aunque la artífice del mismo
hubiese sido ella misma.
Se sentó en la silla que
quedaba justo delante de la capitana en la mesa, observándola.
-
Continua
-
Una vez encuentre a Ayla, le daré la ropa de
criada de sobras –prosiguió Lyra- Disfrazadas ambas saldremos del castillo
antes que termine la cena. Huiremos hasta la taberna de Dante, donde nos
esconderán hasta que sea seguro salir.
-
Acuérdate de decirle a Driel las palabras clave
o no te dejará pasar –dijo la noble, jugueteando nerviosa con uno de sus
anillos- Y deshaceos lo más rápido posible de las ropas de criada
-
¿Qué haré si Ayla no puede andar? –preguntó la
marinera
-
Sacarla como sea posible de allí –dijo lady
Oblondra, en un tono seco que sorprendió a la capitana- Aunque sea a rastras
Lyra se ahorró el resto de
preguntas, pues de alguna manera sospechaba que la respuesta iba a ser similar.
No entendía por qué la noble había decidido elaborar ese plan, pues no le había
contado ni por qué la mujer que se encontraba en el castillo debía ser
rescatada ni la razón que debieran hacerlo en ese momento.
-
Aprovecha ahora que nadie va a reclamarnos para
ir a por las ropas –dijo lady Oblondra
La muchacha asintió y se
levantó con cuidado, sabiendo que el vestido podría quedar atrapado bajo su pie
y que en el siguiente movimiento quedaría destruido. En silencio, impelida por
una tensión creciente que no terminaba de comprender de dónde procedía, salió
de la habitación.
En cuanto la noble se encontró
sola respiró hondo, obligándose a sí misma a soltar el aire poco a poco. Sentía
un nudo en el estómago y los nervios a flor de piel, pero tenía buenas razones
para hallarse en ese estado.
En cierto sentido, todo
dependía del éxito que tuviera Lyra. Si podía salvar a Ayla antes que el
regente consiguiera sonsacarle algo, la situación quedaría resuelta.
Pero había demasiados
interrogantes y cabos sueltos como para poder tranquilizarse a sí misma. También
existía cierto sentimiento de culpabilidad subyacente, pues había tenido mucho
tiempo para organizar una evasión mejor que la que estaban llevando a cabo
ahora.
Debía reconocerse que la
información que le había pasado Ayla le había servido de mucha ayuda y que
quizás esa utilidad le había generado reticencias a la hora de encontrar un
modo de sacarla de allí.
Al fin y al cabo, ella sabía
lo que Lord Crhysos hacía con ella. Debería haber actuado antes.
La alarma se había activado cuando
los mensajes que le llegaban puntualmente cada dos días dejaron de aparecer.
Discretamente había preguntado por la sirvienta que servía de intermediaria
entre Ayla y ella, fingiendo interés por ella en alguna banalidad, pero nadie
recordaba haberla visto desde hacía ya un tiempo.
Las posibilidades se abrían
bajo sus pies y ninguna resultaba especialmente halagüeña. Sin embargo, no
podía limitarse a lamentar los actos pasados.
Se levantó, dispuesta a hablar
con los soldados que la habían acompañado para darles órdenes concretas, cuando
de pronto alguien llamó a la puerta antes de que ella pudiera siquiera tocar el
pomo de la misma.
Frunciendo el ceño unos
segundos pero recuperando su semblante neutro, abrió la puerta con
tranquilidad.
-
Oh, perdonadme mi lady- dijo un sirviente
plantado ante la dama- Esperaba que me abriera una doncella, no vos
El individuo que tenía frente
suyo era uno de los sirvientes personales del regente, un muchacho bastante
joven que enviaba mensajes y órdenes por el castillo, como una suerte de recadero.
La noble se relajó, pues Fídias nunca enviaba al chico en materias de
importancia.
-
Mi doncella ha ido a cumplir unas tareas que le
he encomendado- comentó lady Oblondra, en tono aburrido- ¿Qué queréis?
-
Lord Crhysos os busca, mi lady –repuso el
criado, hablando con mucha gracia para alguien de su edad
-
Estoy algo cansada después del viaje –dijo ella,
lanzando un suspiro teatral- ¿No puede esperar a la cena, dónde seguro que el
regente hallará unos minutos para hablarme?
-
No, mi lady- respondió el otro
-
Sea pues, os seguiré
La mujer se dejó guiar por el
sirviente, sin prestar demasiada atención a los pasillos que recorrían. Suponía
que Lyra iba a regresar antes que ella a la habitación, pero siendo la capitana
una mujer con luces, no se dejaría ver ni descubrir y sabría cumplir con su
parte.
Avanzaron por el castillo,
atravesando los pasillos cubiertos de trabajados y hermosos tapices que en su
momento fueron poseedores de los más vívidos colores, pero que ahora
languidecían tras sufrir el cruel paso del tiempo. Reconociendo el camino, la
noble descubrió que se estaban dirigiendo al centro mismo de la estructura, a
lo que antaño había sido el despacho del rey.
Una parte de su cabeza quería
seguir pensando que no tenía nada de lo que preocuparse, pero sus pensamientos en
esos momentos discurrían en su mayoría en el sentido contrario. En otro tiempo
y circunstancias no le hubiese afectado tanto que fueran a buscarla, pero ahora
que tenía una preocupación clara en la mente todo se le antojaba peligroso.
Al menos Lyra no la acompañaba
y quedaría al margen.
Llegaron al fin a la
habitación donde Fidias la estaba esperando. Era una gran sala, con una
chimenea enorme encendida en la pared más alejada. Unas amplias ventanas se abrían
a la derecha, mostrando una espléndida vista del patio de armas y la entrada
del castillo. Una mesa en la que cabían cómodamente diez comensales se mantenía
regia en medio de la estancia, con mapas, pergaminos y mensajes dispersos por
su superficie.
El regente estaba observando
uno de esos mapas, de espaldas a la puerta. La mujer miró discretamente por
toda la habitación, viendo a dos guardias fuertemente armados colocados en un
rincón. Montaban guardia con circunspección absoluta, sin que un solo sonido
emanara de ellos.
El sirviente se fue por donde había
venido, cumplida ya su misión.
-
¿Os ha resultado tedioso el viaje, mi lady? – dijo
Fidias, sin girarse
-
La lluvia siempre entorpece el camino –respondió
ella, impaciente. Sabía que no la había llamado para intercambiar formalismos
cordiales y sentía un nudo en su garganta ante la expectativa.- pero hemos
llegado sin incidencias
-
Que bien –dijo él, en un tono difícil de
describir- Últimamente los caminos no son seguros. La infección rebelde parece
haberse extendido y ahora asalta por los caminos
-
Me alegro de ser tan afortunada de no haberme
cruzado con ellos –la ceja de la mujer se arqueó involuntariamente, perpleja-
¿Pero decís que ahora se dedican al pillaje?
-
Algo parecido. Han atacado una pequeña aldea
llamada Viten, pero he enviado al capitán a resolver la situación.
Fidias se giró al fin hacia
ella, observándola con una expresión fría e inescrutable. La mujer no se había
movido un ápice de donde se encontraba, como si unas raíces invisibles hubieran
surgido del suelo y atrapado sus piernas. Empezaba a resultarle difícil resistir
la tentación de irse de aquella sala, pues si bien todo parecía indicar que su
cabeza estaba a salvo, había algo en el tono de voz del hombre que la
intranquilizaba.
O quizás simplemente se
estuviera cebando en la paranoia.
-
Tiene experiencia en esas lides –indicó refiriéndose
al capitán de la guardia- Fue él quien capturó al grueso de los rebeldes meses
atrás
-
Si, aunque lo malo de las ratas es que si dejas
alguna viva vuelven a infestarte. Y ahora parecen interesados en el feudo de
lady Arkauz.
-
¿Imagináis por qué razón? –preguntó Lady
Oblondra, preguntándose a sí misma a la vez qué diablos estaría haciendo Scott desviándose
tanto de la ruta que habían planeado
-
No –respondió Fidias, cruzándose de brazos
mientras se apoyaba en la mesa, observando a la mujer. – Esperaba que me lo
contaras tú
La mujer entrecerró levemente
los ojos durante unos segundos, intentando interpretar las palabras del hombre.
Por ahora, su actitud seguía siendo cordial y muy poco amenazadora, pero
conocía lo suficiente al regente como para saber que ello no implicaba en
absoluto una ausencia de amenaza.
-
Poco os puedo contar- repuso ella, fingiendo
ingenuidad- La estrategia no es mi fuerte
-
Sin duda no lo es
El regente se acercó a la
noble, con gesto amigable y una sonrisa leve pintada en sus labios. Acercó el
dorso de la mano a la mejilla de la mujer, que no pudo evitar dar un respingo
al notar el contacto.
-
De ser vuestro fuerte, hubierais matado a Ayla
antes que yo tuviera oportunidad de ponerle las manos encima
Lady Oblondra dio un paso
atrás, alejándose bruscamente de lord Crhysos con gesto entre airado y
asustado. El pánico le impulsaba a dar la vuelta y buscar la salida, pero un
chasqueo de dedos del hombre la devolvió a la realidad. Ambos guardias se
acercaron, con paso tranquilo y sin desenvainar las armas hasta la mujer.
Ella no pudo evitar lanzar un
leve suspiro derrotado. No les haría falta siquiera perseguirla.
-
No os preocupéis –continuó el regente,
imprimiendo el sarcasmo en su voz- Me he ocupado yo por vos. Supongo que me
debéis un favor.
La mujer asimiló las palabras
con lentitud, pero sin despegar sus labios. Cualquier cosa que pudiera decir en
ese momento resultaba absurda, inútil y podía llegar a empeorar las cosas. Con
un poco de suerte, Fidias no sería consciente de la presencia de Lyra en el
castillo y la capitana podría huir en cuanto descubriera la situación.
Si es que la descubría a
tiempo.
-
Supongo que no me diréis los detalles sobre lo
que planea Arkauz, ¿no? – Fidias lanzó un suspiro afectado, teatral, antes de
volver a chasquear los dedos.- No te preocupes, querida. Tengo todo el tiempo
del mundo.
sábado, 21 de junio de 2014
17- Viten
Pareciera que el cielo les
hubiese querido castigar sin razón aparente, pues la lluvia había sido tan
densa que habrían tenido dificultades para seguir el camino sino fuera porque
Scott se lo conocía casi al dedillo. La lluvia les había empapado y había
puesto nerviosos a los caballos, por lo que alcanzar al siguiente pueblo les
llevó casi todo el día.
Llegaron al pequeño pueblo de
Viten a media tarde, cansados, hambrientos, de mal humor y llenos de barro.
El chaparrón había empezado a
caer poco después que Atheris, Dante y Hawk volvieran con los demás y
explicaran brevemente lo que habían encontrado.
Todos habían reaccionado con
estupor, miedo, rabia y frustración, pero el rostro de lord Arkauz había
sufrido un cambio imperceptible a la vez que absoluto, como si dentro de su
cabeza una serie de barreras que hubiera autoimpuesto fueran destruyéndose poco
a poco y ya hubiera suficientes gotas como para colmar el vaso más de una vez.
Scott había sentido la
necesidad de verlo con sus propios ojos y ahora se arrepentía obedecido ese
deseo. Atheris le había acompañado y había agradecido tener alguien a su lado
cuando había visto lo que habían hecho con aquella aldea que había sido fuente
de alegría en sus años de niñez.
Ahora los buenos recuerdos
quedarían para siempre sustituidos por las imágenes que le perseguirían en sus
ya de por si pobladas pesadillas.
Dejaron los caballos en el
establo de la única posada del pueblo y entraron en su interior, esperando
calentarse con el ambiente y olvidarse, aunque fuera durante lo que durara una
cerveza, de los acontecimientos que habían marcado las últimas semanas.
El local estaba casi
completamente vacío a excepción del tabernero, un niño que le ayudaba y un par de viejos parroquianos que parecían
ser parte del mobiliario. Seguramente a causa de la lluvia ese día el amo del
negocio no había esperado tener mucha clientela, pero por la baja calidad del
local, tampoco estaba acostumbrado a atender gentes que no fueran del propio pueblo.
Tras una breve charla con el
dueño, Bardo consiguió a un precio razonable camas y cena para todos, aunque
estaban convencidos que echarían de menos la comodidad del castillo. Se
cambiaron de ropas en la habitación con camastros de paja y dejaron que las
telas gotearan toda el agua en un rincón, con la esperanza de tenerlas secas a
la mañana siguiente.
Cuando volvieron al comedor de
la posada, el mesonero ya les había dejado jarras de cerveza para todos y
platos de un estofado que si bien no tenía el mejor de los aspectos, olía bien.
Sentados en la mesa más cercana el fuego, dejaron que sus cuerpos fueran poco a
poco recuperando la sensibilidad.
A través de las únicas
ventanas del local, colocadas a cada lado de la puerta, podían ver como el
chaparrón seguía inundando el mundo. El camino lleno de barro dificultaría su
marcha y les sería muy difícil poder desviarse por rutas secundarias, pues el
mal tiempo las habría hecho peligrosas.
Empezaron a comer con la
cabeza perdida entre lo lúgubre y lo desafortunado, sin que ningún rayo de sol
pudiera alegrarles el yantar.
-
No es la primera vez que veo una escena así
–dijo Hawk, en un tono seco que rompió el silencio como el chasquido de un
trozo de madera rompiéndose- Bandidos que asaltan pueblos, guerreros que
conquistan tierras…
Scott hubiese querido lanzarle
el plato a la cara al rebelde, pues una desconocida furia absoluta se apoderó
de su pecho y a punto estuvo de dejar que la emoción se trasluciera en su
rostro.
Recuperó el control sólo
porque fijó su mirada en las llamas y encontró consuelo en las sinuosas formas
del fuego cercano. Hawk no había hecho más que sacar el tema que todos tenían
en mente, pero para él no era otra cosa que el recordatorio constante de algo
que no quería aceptar en lo más profundo de su ser: Ya no le quedaba hogar al
que volver.
Deseaba con toda la fuerza de
su alma que el mundo se hubiese parado en los dulces años de su despreocupada
juventud, cuando podía permitirse fingir ser un casanova y un diletante sin
preocupaciones. Deseaba que su padre estuviera vivo, que nadie le hubiera
asesinado de un modo cobarde y cruel y lo hubiese dejado agonizando durante las
largas noches de falsa enfermedad que mantuvieron en vilo a toda su familia.
Deseaba que sus hermanos no hubiesen sido castigados con la espada por la justa
indignación que habían sentido ante la sospecha del crimen.
La aldea destruida era la
metáfora perfecta de lo que su pasado había sido y lo que le deparaba el
futuro. Todo aquello que había creído seguro y eterno de niño ahora se volvía
frágil, quebradizo y mortal. Y empezaba a sospechar que jamás volvería a sentir
una paz completa, pues no había justicia o venganza suficientes en el mundo que
pudieran borrar el rastro de las heridas.
-
No han sido bandidos –dijo Atheris, parando el
deprimente ritmo de pensamientos de lord Arkauz- Ni la mejor banda de ladrones
lleva tanta armadura como para dejar pisadas tan profundas
-
Soldados pues –murmuró Bardo, removiendo sin
demasiado apetito lo que quedaba de estofado- ¿De pillaje? No parecía el
escenario caótico de un ataque.
-
Llevas razón –la voz de Dante era seria, pero en
ella aún resonaban las notas de la indignación- Lo que encontramos parecía
responder a un acto metódico
Lord Arkauz se hubiese
levantado gustoso de la mesa y hubiera vuelto a la lluvia si con eso dejaba de
escuchar aquella conversación, pero comprendía la necesidad de los hombres de
hablar de lo que habían visto. Deseaban comprender con su mente lo que su alma
jamás asimilaría por completo.
Bebió un trago de la cerveza
de baja estofa para regar sus pensamientos y confundirlos lo suficiente como
para permitirse un poco de tranquilidad.
De pronto Pasku hizo un gesto
a los viejos parroquianos que estaban bebiendo tranquilamente en un rincón,
cortando la conversación y sorprendiendo a todos. Los dos aldeanos se miraron
entre sí con gesto desconfiado y confundido, pero el rebelde volvió a hacer el
gesto con un deje amigable y casi al unísono ambos se levantaron.
Al acercarse más a la mesa, el
grupo de rebeldes pudo ver que los dos viejos no eran más que hombres curtidos
de trabajar bajo el sol que vestían con la sencillez de unos campesinos pero
que miraban con suspicacia de zorros astutos, picardía que ni siquiera su
ausencia de dientes o la marcada suciedad podían disimular. Scott reconoció
haberles visto alguna que otra vez en sus pequeñas aventuras juveniles por las
tierras de su padre, pero nunca había intercambiado palabra con ellos y
esperaba que no le reconocieran.
Pero el enfurecía que Pasku
hubiese cometido tal imprudencia en un impulso por el momento incomprensible.
Los viejos se sentaron entre el espacio que quedaba entre Atheris y Bardo, en
el extremo de la mesa más alejado del fuego pero igualmente confortable.
Cuando los hombres se
acomodaron en la gran mesa de madera cercana al fuego, Pasku hizo otro gesto y
el tabernero les trajo dos cervezas, mirándolos con la esperanza de saber por
qué los desconocidos invitaban a su par de fieles parroquianos.
La respuesta llegó cuando el
tabernero se encontró lo suficientemente lejos como para no poder escucharla.
-
Acabamos de hacer una interesante visita a una
pequeña aldea colindante a los manzanos –dijo Pasku, en tono tranquilo pero con
un deje de impulsividad e impaciencia- Y nos estábamos haciendo preguntas sobre
el extraño recibimiento que allí hemos vivido
Atheris miró al rebelde con
ganas de estrangularle, preguntándose qué impulsaba a alguien a hablar tan
abiertamente de un asunto tan turbio. Los demás, más acostumbrados a la actitud
directa de su compañero, se mantuvieron a la expectativa de la reacción de los
viejos campesinos y de la posible amenaza que pudieran generar.
-
Supongo
que habéis encontrado el saludo un poco frío, mi señor –dijo el más anciano de
los dos, con los ojos entrecerrados en un gesto suspicaz- Me sorprendería que
nadie os hubiese recibido de otro modo que no fuera desde el suelo
-
Digamos que no estamos acostumbrados a la visión
que sus habitantes nos ofrecieron –respondió Víctor, interviniendo
-
Sí, es una extraña costumbre la de morirse todos
a la vez –dijo el mismo campesino mientras el otro observaba en silencio- Pero
es una moda no tan pasajera que parece haberse instaurado últimamente
-
¿A qué os referís? –preguntó Scott, abandonando
su silencio al sentir la mordedura del temor, aun sabiendo que no iba a
gustarle la respuesta
-
A que últimamente tres pequeños pueblos algo apartados
han desaparecido por aparente muerte natural – el campesino les obsequió con
una desdentada sonrisa llena de cinismo y amargura- Tan natural como puede ser
una muerte a golpe de espada
Un breve silencio se impuso en
la conversación mientras los rebeldes asimilaban a marchas forzadas la
información. Scott se preguntó si algún día llegaría a acostumbrarse a recibir
golpes invisibles en el estómago, pero el súbito sabor de la bilis en la
garganta le hizo comprender que no.
Fuera, un trueno retumbó mientras
la lluvia seguía cayendo con fuerza.
-
Parecéis muy interesado en hablar y sin embargo,
habláis de un modo bastante oscuro- dijo Pasku, arqueando una ceja
-
Hablar de estos temas sin cierta precaución
suele ser un buen motivo para compartir destino con los infelices –respondió el
campesino
-
Pero eso no implica que no estemos dispuestos a
decir la verdad a quien nos pregunta sin miedo, mi señor –dijo con una voz muy
cascada el otro aldeano, quien se había mantenido en silencio hasta ese
momento.
-
¿Y vuestros nombres son?- preguntó Dante
-
Me llamo Elías- dijo el primero- Y él es Han
-
Contadnos lo que sabéis, pues. –inquirió Hawk
Los dos parroquianos se
miraron entre sí durante unos breves instantes en una suerte de comunicación
tácita. Con un gesto que un observador poco atento hubiese pasado por un
temblor, Han se encogió de hombros y Elías lanzó un breve suspiro.
-
Tampoco os podemos dar más que unos pocos
rumores y algunas verdades –empezó- Hace ya un tiempo, nuestro señor falleció y
no mucho después, sus dos hijos mayores le siguieron a la tumba. El menor, el
heredero restante, fue arrestado por lanzar acusaciones en la corte sobre las
turbias muertes de su familia.
La mayoría de los rebeldes se
abstuvieron de lanzar una mirada de reojo a Scott, aunque en su mirada se veía
la tentación de hacerlo. El susodicho se limitó a apartar la mirada y dirigirla
de nuevo a las llamas, que le ofrecían el bálsamo de ser mucho más discretas e
indiferentes.
-
Lady Arkauz y sus dos jóvenes hijas son ahora
las herederas de este feudo. No pasaron ni dos días del arresto de su hijo que
un pequeño pueblo fue arrasado. –Elías se llevó la cerveza a sus labios,
parando la narración hasta que media jarra fue vaciada- Pero no fue como lo que
visteis en el camino. En ese caso, fue mucho más llamativo, vimos las llamas
desde aquí.
El tabernero iba lanzándoles
miradas de vez en cuando y alternativamente sus ojos se posaban en la ventana
más cercana a la puerta, como si temiera que en cualquier momento alguien fuera
a entrar en su local. El temor no pasó desapercibido por Hawk y Víctor, que si
bien prestaban atención, se lanzaron una breve mirada de advertencia.
El chico que ayudaba al
tabernero, por el contrario, estaba felizmente distraído con un gatito que
había salido de alguna parte.
-
Nos dijeron que habían sido los rebeldes –Han se
encogió de hombros- Yo creí que habían sido bandidos cualesquiera. De vez en
cuando saquean algo, aunque nos sorprendió un poco que hubiesen actuado de una
manera tan exagerada –Han, como si gustase de repetir el gesto cada vez que no
quería dar más explicaciones, volvió a encogerse de hombros- Pero al cabo de
pocos días volvió a producirse un ataque similar, esta vez sin fuego. Nos enteramos
porque un par de heraldos se preocuparon en anunciar por todo en condado que de
nuevo los rebeldes habían acabado con un pueblo.
Hawk levantó sutilmente la
vista del campesino y la fijó en el tabernero, que le susurraba algo al oído al
chaval. Este puso cara de molestia y miró a los rebeldes con la poca discreción
que suelen tener los niños. Parecía que algo le inquietaba de lo que el
posadero le había susurrado, pero lanzó un silencioso suspiro y salió por la
puerta caminando alegremente mientras sus manos aún portaban el gatito
juguetón.
Cuando abrió la puerta y el
animal vio el chaparrón que seguía cayendo, saltó de los brazos del chico con
un maullido airado y desapareció entre las mesas. El niño miró al tabernero con
cara de pena, intentando no verse obligado a salir a la lluvia, pero el ceño
fruncido del hombre le indicó que no podría escaquearse.
Una vez el chico hubo salido,
el mesonero se distrajo limpiando a consciencia unos platos de barro que
parecían estar ya impecables.
Era una escena del todo
inocente, pero a Hawk empezó a pesarle el arma en el cinto. Se tranquilizó al
ver que Víctor y Bardo también habían reparado en la salida del niño y que
compartían su injustificada inquietud
-
Parece ser que nuestro bienhallado regente ha
hecho más de una visita a Lady Arkauz estos días, para consolarla de sus
pérdidas. – comentó Han
-
Pero las malas lenguas dicen otras cosas
–intervino Elías, soportando la mirada molesta de su compañero parroquiano por
haberle interrumpido- Las malas lenguas dicen que el regente está presionando a
Lady Arkauz
-
¿Presionando? –preguntó Scott, rompiendo su
silencio e intentando que su voz sonase impersonal a pesar que estaban hablando
de su madre y hermanas
-
Parece ser que nuestra señora se ha mostrado
bastante tozuda en lo que respecta a ceder a algunas peticiones del regente. –Elías
había bajado tanto la voz que tuvieron que hacer esfuerzos para escucharle con
claridad- Y curiosamente, desde que ella empezó a negarse los rebeldes
empezaron a destruir pueblos.
Casi al unísono, los dos
campesinos apuraron la jarra de cerveza. Bardo lanzó una mirada a sus
compañeros e hizo un gesto al dueño de la posada para que les trajera algo más
de beber. Fuera, el viento soplaba con fuerza y la lluvia golpeaba sin piedad
el mundo. El calor agradable del fuego hubiese relajado hasta una cuerda de
violín, pero ninguno de los hombres en la mesa parecía estar verdaderamente
tranquilo.
-
Esa es una acusación muy directa- dijo Pasku,
apoyando su barbilla en la palma de la mano y el codo en la mesa
-
Oh, no estamos acusando de nada –dijo Han en
tono sorprendido- Lo hacen las malas lenguas.
-
¿Y las malas lenguas dicen que el hijo del rey
está arrasando pueblos para convencer a una viuda?
-
Una viuda con el segundo feudo más grande del
reino –Elías, de nuevo, se encogió de hombros- Al fin y al cabo, sólo somos
campesinos
El viejo aldeano les regalo
una sonrisa irónica que los dientes sucios y ausentes no pudieron paliar. Han
abrió la boca para añadir algo más, pero de pronto la mano del mesonero se posó
en su hombro, silenciándole. Estaba entre Atheris y el campesino, como si
quisiera hacer de muro de contención sin dejar de mirar de reojo al resto de la
mesa cuando creía que nadie le estaba vigilando.
-
Amigos, hace ya rato que deberíais estar en vuestras
casas –dijo en un tono jovial un tanto forzado- O vuestras hijas vendrán a
castigarme a mí por daros de beber
Han remugó algo y parecía que
iba a contestar aquellas amables palabras, pero Elías le hizo un gesto bajo la
mesa que los rebeldes sólo llegaron a entrever y que bien podría haber pasado por
el simple movimiento de un anciano haciendo esfuerzos para alzarse.
Con algo de dificultad por la
cerveza y la edad, los dos hombres se levantaron de sus sillas y se dirigieron
a la puerta mientras comentaban algo en voz baja. Se cubrieron como buenamente
pudieron con unas raídas capas que más parecían mantas recicladas y se
perdieron entre los chuzos de punta que el inclemente tiempo lanzaba desde las
nubes negras.
-
Señores, lamento interrumpir vuestra conversación
–dijo el tabernero una vez los dos parroquianos hubieron salido- Pero les pido
amablemente que se retiren a sus habitaciones. Es tarde ya.
-
¿Tarde? –preguntó Víctor, mirando al hombre con
cara de muy pocos amigos- No debe ser ni la hora de cenar.
-
Aquí cenamos muy pronto –dijo el hombre, de
pronto lanzando una mirada glacial al rebelde- Tenemos unas costumbres
distintas a las de la ciudad
Bardo cogió al hombre por la
nuca, le estampó la cara contra la mesa y con su considerable fuerza impidió que
pudiera alzarse manteniendo la presión en el cuello del tabernero, todo en un
único y veloz gesto que sorprendió a algunos. Por el impacto una de las
cervezas se derramó en la mesa, mojando el rostro del hombre derribado y
haciendo que cerrara los ojos con fuerza y tosiera para que el líquido no le
molestase.
-
¿Y cómo sabes que venimos de la ciudad? –preguntó
Bardo, con forzada frialdad. No le gustaba actuar de ese modo, pero sabía que
no podía detenerse a plantearse esos asuntos –No recuerdo haberte comentado ni
nuestro origen ni nuestro destino
-
¡Dejadme! –chilló el hombre, moviéndose sin
éxito en el reducido espacio que le permitía la mano de Bardo- ¡Suéltame!
La mayoría de los rebeldes si
habían quedado quietos en su silla, pero con las manos sutilmente colocadas en
las armas que llevaban en el cinto u ocultas en su atuendo. El único que
parecía haberse sorprendido sinceramente y que no sabía cómo reaccionar era
Scott.
Había viajado mucho en su
disoluta juventud y había visto peleas de toda clase, incluso participado
alguna vez. Pero no había previsto la reacción de Bardo, ni entendía cómo los
demás si habían sido capaces de deducirlo lo suficientemente rápido como para
no dar un respingo. Se dijo a si mismo que el problema residía en haber estado demasiado
pendiente de sus pensamientos, pero la situación para él era nueva.
Bardo, sin embargo, parecía
sentirse bastante más cómodo en la situación. Aunque sus ojos reflejaban cierta
culpabilidad por actuar de ese modo, sus manos tenían la firmeza del que había
visto la muerte silenciosa de tantos inocentes.
-
¿A qué estás jugando? –preguntó sacando un
cuchillos de su cinto y acercándolo al rostro del hombre
-
Yo…yo…- tartamudeo el mesonero-No estoy jugando
a nada
El hombre seguía debatiéndose,
pero sus ojos intentaban desviarse de un modo desesperado hacia la puerta, como
si esperara que viniera alguien a rescatarle. Y quizás no estaba equivocado,
porque a través de las ventanas los rebeldes vieron un par de figuras
acercándose a través de la lluvia. Figuras corpulentas, presumiblemente con
armadura y con ropas de negro y rojo.
Víctor hubiese apostado toda
su paga de soldado que bordado en esas ropas había la Anfisbena, el escudo del
rey.
Aprovechando la leve distracción
que las figuras que se acercaban habían creado, el tabernero le dio una coz a
Bardo en la parte más sensible de su cuerpo, librándose al fin de su agarre y
retrocediendo de espaldas hacia la puerta.
-
¡Vi vuestras caras en los carteles! –grito, andando
de espaldas tan rápido como las mesas y su cuerpo se lo permitían. - ¡Sois
rebeldes! ¡No me creo las habladurías de Elías, vosotros destruisteis los
pueblos!
Algo que sonaba muy fuerte
sonó contra la puerta, llamando lo suficientemente alto como para sonar por
encima de los truenos. Todos los rebeldes se habían levantado ya y tenían las
armas desenvainadas, aunque Bardo aún tenía que recuperarse del golpe a su
virilidad.
Scott sujetaba la espada
notando como todos los tendones de sus manos se quejaban por el peso y la
tensión, pero estaba ya harto de no poder empuñar un arma y dejar que fueran
otros los que le protegieran. Si podía por lo menos blandir su arma, sentiría
que aunque fuera en una ínfima parte aún seguía teniendo cierto control sobre
su destino.
El tabernero se acercó a la
puerta, sujetando el pomo con fuerza.
-
Os entregaría a la guardia por mucho menos de lo
que ofrece la recompensa –dijo, mirándoles con miedo y rabia- Malditos asesinos
Giró el pomo de la puerta y
salió a la lluvia como alma que lleva el diablo, dejando que las dos figuras se
personaran en el interior.
Pero no eran sólo dos pues la
lluvia y la distracción del tabernero les había impedido ver con exactitud.
Diez soldados pertrechados con buena armadura y afiladas armas que gritaron
metálicamente cuando fueron desenvainadas les observaban con mirada firme
detrás de los cascos.
Atheris fue la primera en
reaccionar. Cogió una jarra de cerveza aún llena y se la lanzó a los hombres,
distrayendo a dos de ellos con el líquido que les cayó en el rostro.
Casi como si eso hubiese sido
la campana de salida que todos esperaban, la lucha empezó.
Dante le dio una patada a la
mesa, tumbándola en el suelo e improvisando un parapeto que retrasaría
levemente el ataque de los guardias, pero que le permitiría ganar algunos
segundos. Sin tanto planteamiento, Víctor, Hawk i Pasku se lanzaron contra cuatro
soldados que habían cargado contra ellos y fueron los primeros en cruzar las
espadas, llenando el local con la canción metálica de la batalla.
Bardo se recuperó del golpe e
hizo frente a dos soldados que cargaban contra él. Utilizando dos espadas iba
parando las estocadas tan bien como le era posible, pero pronto empezó a notar
como pequeños- y no tan pequeños- cortes le llenaban el cuerpo. Contra dos, era
una simple cuestión de resistencia y no tardaría en quedar en desventaja.
Atheris rodó por el suelo
aprovechando la confusión, quedando encogida detrás de un soldado que cargaba
contra Dante. Sacando en un gesto veloz uno de sus cuchillos del cinto, se lo
clavó al hombre en la parte posterior de la rodilla, viendo la obertura en la
armadura.
El hombre gritó, cayó de
rodillas al suelo y la mujer aprovechó para clavar el mismo cuchillo en el
pequeño espacio que quedaba libre del cuello, acabando así con el primero de
los soldados.
Pero la muchacha tuvo que
levantarse de un salto y esquivar el golpe de espada del soldado que iba
detrás, perdiendo durante unos instantes el equilibrio y empezando su segunda
pelea con un menoscabo.
Pasku y Víctor se protegían
las espaldas de los cuatro soldados que les atacaban mientras Hawk iba
moviéndose a su alrededor parando los golpes que sus compañeros no podían
desviar. Si bien ellos eran buenos en la espada aquellos soldados estaban
resultando ser enemigos más que formidables.
Pasku lanzó una estocada
demasiado alta y recibió una herida en el brazo, pero apretó los dientes e
impidió que el dolor le hiciera perder su arma. Aprovechando que el soldado
había previsto derrotarle con ese golpe y que no se esperaría que pudiera
resistir, el rebelde volvió a alzar su arma y la hundió en el hombro de su
atacante.
El enemigo cayó al suelo
muriendo entre estertores, pero la espada había quedado alojada entre huesos e
iba a resultarle muy complicado sacarla si no disponía de unos instantes.
Otro soldado fue a lanzar la
estocada final a Pasku mientras este intentaba desesperadamente sacar la espada
del cadáver, pero Hawk se interpuso entre ambos y le dio una patada al soldado
en el estómago. Llevando armadura el rebelde se había hecho más daño él en el
pie que el otro en su cuerpo, pero había quedado desestabilizado el tiempo
suficiente como para que Víctor aprovechara un hueco en su armadura y hundiera
su arma en la espalda del hombre, matándolo.
Bardo, a diferencia de sus
compañeros, no tenía apoyo alguno, por lo que se había visto obligado a ir
retrocediendo hasta la posición de Dante y Scott, que luchaban detrás de la
mesa-parapeto. Viendo al rebelde en
problemas, el noble cogió uno de los cuchillos que Dante llevaba en el cinto y
se lo lanzó como buenamente pudo a uno de los enemigos que acosaban a Bardo.
Dio en el blanco, pero un
cuchillo contra una armadura poco puede hacer, salvo ruido. No obstante, el
objeto volador distrajo a los hombres lo suficiente como para darle a Bardo
tiempo como para colocarse a resguardo en el parapeto.
Pero delante de los tres
hombres había cuatro guardias acosándoles sin tregua y la mesa no parecía que
fuera a ser de mucha ayuda mucho tiempo más.
Atheris tenía serios problemas
en su pelea y no hacía otra cosa que esquivar los golpes. Lo suyo eran los
ataques furtivos, las peleas cortas y las emboscadas, no un cuerpo a cuerpo con
un hombre enfundado en hierro y metal. Su espada era demasiado corta y ligera
como para poder atravesar la coraza y le resultaba muy difícil encontrar un
hueco mientras el hombre la atacaba de manera incansable.
Pasku consiguió quitar la
espada del cuerpo y se lanzó contra los hombres que peleaban contra sus
compañeros, dejando a Hawk y Víctor pelear con los dos que quedaban en su
flanco. Aprovechando que los cuatro guardias que atacaban a los rebeldes tras
el parapeto no le estaban prestando atención lanzó una fuerte estocada contra
el primero que tuvo a mano. El soldado se giró, más sorprendido por el ataque
que realmente herido, oportunidad que Dante no perdió para hundirle su espada
en el costado y así quitarlo de en medio.
Los tres guardias restantes
sufrieron unos momentos de confusión al ver que habían pasado de estar en
ventaja a rodeados por los rebeldes. Pero no eran simples reclutas que pudieran
amilanarse sin más, por lo que pronto recuperaron la seguridad y devolvieron
los golpes con eficaz constancia.
Atheris había ido
retrocediendo hasta quedar pegada contra la barra, sin poder moverse a riesgo
de sufrir un corte de la espada del soldado que la atacaba. Cada vez que
desviaba o bloqueaba un golpe con su fina espada notaba como todos los huesos
de sus brazos vibraban dolorosamente, pero apretaba los dedos hasta que
quedaban blancos para no perder su arma y única defensa.
Pero para su desgracia, el
pequeño gato eligió ese momento para huir de la escena que se estaba
produciendo, pasando entre sus piernas y haciendo que perdiera el equilibrio.
Atheris topó contra el suelo de espaldas, sujetando la espada desesperadamente
ante sí, tensando todo el cuerpo a la espera de sentir el filo de la espada
enemiga atravesando su carne.
Sin embargo el golpe final
nunca se produjo, pues una espada cortó el brazo del soldado antes que este
pudiera matar a la muchacha. Cuando Atheris alzó la vista, vio que el soldado
contra el que Hawk había estado peleando yacía muerto en el suelo, y que el
rebelde atacaba al hombre que había estado a punto de atravesarla.
Sin detenerse a escuchar los
gritos de dolor de su enemigo o a agradecer su suerte, Atheris se levantó
ágilmente y cortó el cuello del soldado en cuanto la armadura le permitió un
hueco.
Los tres soldados que luchaban
contra Bardo, Dante, Scott y Pasku se vieron pronto en una inferioridad
numérica aplastante cuando Hawk y Atheris se unieron a la contienda. Cuando
Víctor derrotó al tenaz soldado que lo había estado atacando, los tres hombres
ya habían caído, finalizando así el combate.
El silencio se impuso de nuevo
en la sala, roto únicamente por las respiraciones agitadas y por la lluvia
cayendo en el exterior. Los que primero se recuperaron limpiaron sus espadas de
sangre y las envainaron o se ocuparon de sus propias heridas antes que fueran
demasiado importantes.
Todos estaban más o menos
enteros a nivel físico, pero el destino les acababa de recordar el precio de
haberse unido a la rebelión, una idea que se prometieron a sí mismos tener muy
presente en el futuro.
-
¿Qué hacemos ahora? –preguntó Dante mientras
recuperaba uno de sus cuchillos del suelo
-
Yo iré a mi castillo- respondió Scott con voz
firme
Los demás miraron a noble,
algunos con compresión otros con inexpresividad, pero ninguno hizo preguntas.
Tras lo que había escuchado de los campesinos, a nadie le sorprendía que lord
Arkauz quisiera hacer una visita a su antiguo hogar, aunque tal cosa
significara romper con el plan establecido.
-
Iré a mi antigua casa y resolveré todos los asuntos que deba antes de visitar a
nadie más- dijo Scott, tajante- Quien desee venir conmigo es libre de
acompañarme
16- Silencio en casa
Scott se sujetó a las riendas
del caballo tan firmemente como las vendas se lo permitían. Notaba la reciente
piel de sus muñecas al rojo vivo, como si la carne aún estuviera al descubierto
y hubiese acercado las manos a un fuego. El movimiento de su montura tampoco
ayudaba, pues aunque intentase quedarse quieto el camino era irregular y el
trote, veloz.
La claridad empezaba a inundar
los campos, llenando progresivamente el mundo en tonos dorados y rojizos. Por
un momento, Scott fue capaz de apreciar la belleza del viento meciendo
suavemente el trigo que crecía lentamente, aún verde. Sus ojos parpadearon y
por un instante los recuerdos de mejores años se aposentaron en su cabeza como
el susurro de un antiguo amor que jamás termina olvidándose.
Intentó apartar las imágenes
de su cabeza, pero empezaba a resultarle más y más difícil a medida que las
heridas físicas sanaban y su alma exigía curación.
Como si respondieran a su
estado de ánimo, unas negras nubes se acercaron por el horizonte, anunciando
una próxima lluvia que sería fantástica para el conreo pero desastrosa para el
viaje.
Se obligó a sí mismo a
distraerse con el constante repiqueteo de los cascos en el suelo de todos los
caballos sobre el camino. Los rebeldes le seguían justo detrás, confiando en
que Scott les llevaría por las vías menos transitadas hasta su destino: el
condado de lord Rothard.
Lady Oblondra les había
proporcionado las monturas, prometiendo que resistirían las largas jornadas de
viaje que aguardaban en los próximos días. Los recios animales obedecían a
todas las órdenes, aun cuando la mayoría de los jinetes apenas sabían cómo
dominar un caballo.
La única condición de ese
regalo había sido que Atheris les acompañase, por razones que no había querido
compartir con nadie.
Scott sabía que la mejor
manera para llegar a las tierras de lord Rothard era pasar por lo que antes
había considerado su hogar. Cualquier otra vía les restaría varios días de
viaje y le sumaría riesgo, pero eso no impedía que Arkauz sintiera verdaderas
dificultades para mantener el camino.
Cruzar los campos que habían
pertenecido a su familia, ver las casas que había observado mil veces cuando
era niño, intentar ignorar la figura del castillo a lo lejos…eran cosas para
las que sabía que no estaba preparado aún.
-
El sol está saliendo, Scott –medio gritó Bardo,
acelerando el ritmo del caballo para ponerse a su altura- ¿No es arriesgado
seguir por el camino principal?
Scott parpadeó un par de
veces, obligando a su mente a centrase en lo más urgente. Se dio cuenta que
inconscientemente, había ido fustigando el caballo hasta que este corría
demasiado deprisa y tranquilizó el animal para poder hablar con calma con el
rebelde.
-
Seguiremos un poco más hasta llegar al campo de
manzanos. –respondió el noble parando al animal para que todos les escucharan-
Allí descansaremos un poco y nos dirigiremos al este.
-
¿Dónde descansaremos? –inquirió Dante mientras
se ajustaba la capa sobre sus hombros
-
Los campesinos de estas tierras aún me
recuerdan. Nos alojarán.
Sin dar tiempo a que le
hicieran otra pregunta, lord Arkauz golpeó suavemente al caballo con los
tacones de sus botas y la montura retomó de nuevo el camino.
Scott no estaba seguro de
seguir contando con la hospitalidad de sus antiguos campesinos, pero confiaba
en que así fuera.
Además, tenía otra razón para
arriesgarse a que los aldeanos dieran la alarma. Tenía que preguntar, aunque le
aterrorizaran las posibles respuestas.
El noble no quiso detenerse a
apreciar la belleza del paisaje, pero los rebeldes sí. Tras tantos días
encerrados en el castillo de Oblondra, disfrutaban de la libertad del aire
libre y parecía que la naturaleza les había estado esperando para regalarles una
visión beatífica y hermosa.
El viento soplaba frío y con
fuerza, pero caía sobre los campos aún verdes creando suaves formas. Pareciera
que estuvieran observando un oleaje que se movía al capricho del céfiro y que
en cualquier momento de entre los crecientes tallos fuera a saltar algún pez.
A lo lejos se distinguía una
arboleda floreciente junto a un pequeño pueblo de casas de tono pardo. Los
árboles eran de un verde oscuro, pero estaban moteados de mil tonos de blanco y
rosado por las flores que pronto serían manzanas.
De vez en cuando, el mismo
viento que golpeaba los campos sacudía las ramas y producía una lluvia suave y
perezosa de pétalos sobre un suelo ya perlado.
Incluso las amenazadores nubes
del horizonte contribuían a mejorar la imagen, pues con sus tonos grises y
blancos rompían el constante azul del cielo, pintando un cuadro casi perfecto.
Ninguno de los rebeldes había
intercambiado una sola palabra desde que emprendieran de nuevo el viaje, salvo
lo que fuera estrictamente necesario. Todos necesitaban quedarse a solas con
sus pensamientos, pues la traición de un compañero no era algo sencillo de
digerir.
La imagen hermosa que les
rodeaba en aquel momento aliviaba levemente el nudo del estómago, pero no
importaba donde fueran o qué vieran, aquella herida quedaría marcada para
siempre como una cicatriz horrible en su alma.
No importaba si Denzel seguía
vivo, o si al llevárselo Lady Oblondra lo había ajusticiado a espaldas de los
demás: el futuro de su antiguo compañero ya no formaba parte de su destino.
Pero el pasado les perseguiría, pues tanto si le odiaban de por vida como si le
perdonaban, no había fuerza que pudiera reparar lo que ya estaba hecho.
Y eso había hecho que algunos
se hicieran preguntas, preguntas que seguramente Denzel se había hecho antes de
traicionar todo por lo que había luchado. La mayoría de ellos habían respondido
con mayor o menor sinceridad y habían relegado aquel tema a lo más profundo de
su mente, pero Víctor no podía despachar el asunto con la misma facilidad.
¿Si tuviera que elegir entre
salvar a Ayla o salvar a sus compañeros, cuál sería su decisión?
Diera la respuesta que diera,
Víctor era muy consciente que iba a generarle arrepentimiento por el resto de
sus días. Si elegía a Ayla, no sería mejor que Denzel: un traidor que había
permitido que sus amigos murieran de forma cruel y lenta. Pero si elegía a sus
compañeros, estaría abandonando a la mujer que ocupaba todos sus pensamientos.
¿La vida de Hawk, o la de
Dante, era más importante que la de Ayla?
En el filo de la navaja no
importa qué lado se elija, pues siempre es una caída. Pero quedarse quieto
implica cortarse.
La única respuesta que le
calmaba levemente y le permitía respirar era la posibilidad de no tener que
elegir, que sería el propio destino quien decidiría por él.
No era un consuelo, ni un
alivio. Pero era algo que podía llegar a tolerar.
A medida que iban acercándose
al lugar donde Arkauz les había dicho que iban a detenerse una sensación de que
algo no iba bien empezó a embargarles. No podían distinguirlo de manera clara,
ni podían señalar con el dedo lo que no funcionaba, pero un sexto sentido que
les había salvado la vida más de una vez les indicó que era mejor protegerse
con la prudencia.
Por el camino encontraron un
par de carros abandonados, sin que nada a simple vista pudiera parecer una
razón justificada de dejarlos allí. No se cruzaron con un solo hombre o mujer y
si bien eso les había tranquilizado al principio, ahora les causaba un extraño
desasosiego. Salvo el viento, no se oía otro sonido.
Ni perros, ni gallos cantando,
ni siquiera algún ocasional pájaro cantando.
Cuando llegaron al campo de
manzanos, el sol que les había acompañado durante todo el trayecto desapareció
tras las nubes, que empujadas por el viento, habían llegado con más rapidez de
la esperada encima de ellos.
No se oscureció el ambiente,
pues la luz del sol seguía pasando a través del cielo nublado, pero de
encontrarse en un paisaje con mil tonos distintos y brillantes ahora sus ojos
veían el mundo más apagado y en cierto modo, frío.
El campo de manzanos, que los
había saludado desde lejos con flores de blanco y rosado puro, ahora les regaba
de pétalos grisáceos cada vez que el viento soplaba con un poco más de
fuerza.
Y el silencio allí resonaba
con mucha más fuerza que en el camino.
No había un alma en campo, ni
un campesino cuidando de las plantas, nadie quitando los hierbajos, o asustando
a los ocasionales animales que se colaban. La belleza del lugar seguía
incólume, pero el súbito silencio les intranquilizó por alguna razón que no
lograron atisbar.
No muy lejos se entreveían las
casas que de lejos les habían parecido idílicas, pero que ahora les observaban
con una frialdad impropia y desconcertante.
Scott bajó del caballo para
guiarlo entre los árboles en flor. Los demás rebeldes hicieron lo propio,
aunque Atheris le dio las riendas a Pasku y se acercó rápidamente al noble.
-
Espera. –dijo ella sujetando al hombre por el
codo- No sabemos lo que nos vamos a encontrar.
-
Una aldea, eso es lo que nos encontraremos
–respondió lord Arkauz, frunciendo levemente el ceño
-
Ya –dijo Atheris, en tono seco- Pero si hay una
aldea, ¿por qué ninguna de las casas tiene el fuego encendido?
El noble parpadeó un par de
veces y dirigió su mirada hacia el pueblo que tan bien había conocido de niño.
Se dio cuenta que Atheris tenía razón, pues no había una sola mota de humo en
el cielo que indicara que alguien estaba preparando el eterno potaje.
Podría haberle respondido a la
joven que quizás no había nadie comiendo en ese momento, pero él sabía que los
aldeanos mantenían siempre las llamas vivas para mantener el hogar caliente y
protegerse del frío.
Como si el viento se estuviera
burlando de él, sopló con fuerza, lanzando sobre los rebeldes una miríada de
pétalos que ahora ya no se les antojaban tan beatíficos.
El silencio empezó a hacerse
opresivo.
Atheris no esperó la respuesta
de Scott y se adelantó por el camino. Hawk y Dante la siguieron mientras Bardo,
Pasku, Víctor y Scott mantenían sujetos a los caballos, con la mirada fija en
las espaldas de sus compañeros.
Dante hizo un gesto con la
mano a Atheris y Hawk, indicando que se separaran para hacer un movimiento de
pinza alrededor de la aldea. Mientras la muchacha iría por el medio, los dos
rebeldes se dividirían cada uno por un extremo, abarcando así un mayor espacio.
Inmediatamente se separaron y
cambiaron sus pasos para que no perturbaran el silencio que se había aposentado
como una capa densa.
Atheris llegó antes que los
otros dos a la aldea. No era más que unas cuantas casas de un tono pardo y
tejados de madera y tejado de paja. De haber brillado el sol, o de haber
escuchado gente trabajando, le hubiese parecido un sitio perfecto donde vivir.
Tranquilo, pacífico.
Pero la luz que caía ahora era
gris y el único sonido era el crujir de la madera con el viento.
Con cuidado, escondiéndose
entre las sombras, se fue acercando a la plaza de la aldea, encontrándola tan
solitaria como los campos. Había tanto desorden que parecía que nadie hubiese
pisado aquel suelo en dos o tres días por lo menos.
Las hojas, los pétalos de los
manzanos y la paja caída se habían ido acumulando por todas partes,
ensuciándose y llenando los rincones de pequeños montoncitos de porquería.
Había algunas pisadas de animales, que Atheris al rastrearlas reconoció como de
grandes cánidos.
Se levantó con cuidado,
siguiendo el rastro de las pisadas y observando que los animales habían
deambulado a gusto por el pueblo, sin que ninguna marca de pie humano mostrase
que los habían intentado ahuyentar.
Por alguna razón, las bestias
parecían muy interesadas en entrar dentro de los hogares, pero las puertas
cerradas a cal y canto les habían disuadido y se habían terminado marchando.
Unos pasos distrajeron a
Atheris de sus pensamientos y al levantar la vista vio a Hawk, acercándose por
el lado que le correspondía con precaución de explorador. Sólo hasta que
estuvieron muy cercanos hablaron en un susurro, como si temieran que una
maldición se abatiera sobre ellos por romper el silencio de aquel lugar.
-
Hay varias pisadas que se acercan al pueblo,
marcas de gente vistiendo armadura –dijo Hawk, con el rostro petrificado en
seriedad- Y las mismas pisadas en dirección contraria. Pero son muy tenues,
casi destruidas del todo, de hace por lo menos un par de días
-
Lo extraño es que nadie haya pisado por encima
–dijo la muchacha pensativamente, mirando el camino por el que había venido
Hawk
-
Si…-respondió Hawk, acariciando sin darse cuenta
con la punta de los dedos la empuñadura de su espada en el cinto- Debería haber
por lo menos algún rastro más nuevo.
-
Por la plaza hay pisadas de animales, creo que
de perros o…o lobos. –ella se encogió de hombros, aparentando una firmeza que
en el fondo le costaba sentir- Me sorprendería que una manada se acercara tanto
sin que nada ni nadie los ahuyentara
-
Este parece un pueblo fantasma. –dijo Hawk, de
pronto un tanto malhumorado- ¿No dijo Scott que esta aldea era fructífera?
¿Dónde están todos?
-
¿Dónde está Dante?- preguntó Atheris, mirando a
su alrededor
Respondiendo a su pregunta,
Dante apareció por el lado contrario del que había venido Hawk, emergiendo de
detrás de una casa. Tenía el rostro algo más pálido de lo acostumbrado y no era
por el efecto de la luz del sol nublada.
Se acercó a ellos con paso
lento, pero sin andar ya con sigilo, como si no temiera que nadie fuera a
pararle o descubrirle.
-
Yo…he encontrado algo que quizás os interese ver
– la voz de Dante parecía apenas un rumor de tan flojo que hablaba, pero había
un temblor lúgubre en su tono de voz que intranquilizó a Hawk.
Sin decir nada más, se dio la
vuelta y volvió sobre sus pasos, sabiendo de algún modo que los otros dos iban
a seguirle impulsados por la curiosidad que habían causado sus palabras.
El viento parecía haber
amainado un poco, pero las nubes estaban cada vez más encima de ellos y en
cualquier momento pareciera que fuera a explotar sobre ellos con un torrente de
agua, truenos y relámpagos.
Cualquier otro sitio excepto
el exterior sería un buen lugar en el que estar pero por alguna razón, cuando
Dante les señaló una puerta trasera de una casa entreabierta, ninguno de los
dos deseó pasar al interior.
Dante le dio una patada la
puerta con una rabia que no parecía propia de su carácter, pero que quedó
sobradamente justificada cuando los otros dos vieron lo que el interior
escondía.
Había tres cuerpos en el
suelo, dos de mujeres adultas y uno de un muchacho que no tendría mucha más
edad de la de Hawk. Los tres tenían un profundo corte en el cuello que casi les
había cercenado la cabeza, haciendo que al recibir el golpe cayeran los tres de
espaldas sobre los pocos muebles que tenían. Los cuerpos aún no estaban en un
avanzado estado de descomposición, pero por el color ceniciento de la carne y
el desagradable olor que empezaba a emanar del lugar, llegaban por lo menos dos
días enteros a merced de las bestias.
Al haber sido la única casa
que no había permanecido cerrada, algunos animales habían aprovechado la
ocasión, aunque por suerte o por desgracia no habían terminado con lo empezado.
El resto de la habitación era
víctima del desorden que seguramente se había producido durante la breve pelea,
si es que así podía llamarse al encuentro de alguien armado con una espada
contra unos campesinos.
Hawk apartó la mirada, teniendo
aún demasiado vívida la imagen de la celda de Lyra, pero Dante mantenía sus
ojos fijos en la escena con el rostro marcado por la ira y la frustración.
Atheris fue la única que mantuvo un poco la cabeza fría, aunque sentía que se
le revolvía el estómago.
-
Imagino que en resto de casas la escena será
parecida –dijo ella en tono seco, ocultando su deseo de salir de allí a toda
prisa
-
¿Quién y por qué haría algo así? –inquirió Dante
al aire, sabiendo que nunca obtendría una respuesta que satisficiera su ánimo.
El viento les trajo un trueno
como única réplica a la pregunta de Dante. Atheris miró a los dos rebeldes y
con un gesto de la cabeza les indicó que salieran de aquella casa, hasta un
exterior que a pesar del clima contrario, resultaba mucho más agradable.
-
No podemos dejarlos tal y como están –dijo Hawk
al salir fuera de nuevo y respirar hondo
-
No podemos detenernos a enterrarles a cada uno
de ellos. –respondió Atheris y Dante, muy a su pesar a juzgar por su rostro,
asintió con la cabeza dándole la razón- Ni quemar el lugar, o llamaríamos
demasiado la atención. Verían las llamas desde todas partes.
-
¿Qué les decimos a los demás? –preguntó Hawk
-
Que la aldea merece ser vengada –respondió Dante
en un tono que no admitía réplica- Pero primero deberíamos averiguar qué ha
pasado.
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