sábado, 21 de junio de 2014

14- En caza y captura

La puerta se abrió bruscamente, haciendo que Lyra diera un respingo en la cama. Se sentó en ella, tratando de ver en la oscuridad, súbitamente intranquila.
Tanteó la mesilla de noche en busca de un fósforo, pero unos pasos adentrándose en la habitación hicieron que detuviera la mano.  Intentó ver quién había entrado, pero sus ojos solo vieron una silueta recortada contra la ventana, tres cabezas más alta que ella, sin que pudiera ver más detalles aparte de ser alguien bastante robusto y que parecía sujetar en la mano…un cuchillo.

Lyra frunció el ceño. Tenía la firme intención de vivir y no iba a dejar que la apuñalaran la primera noche que era consciente de su ganada libertad.

-          ¿Quién va? –dijo en la voz más firme que pudo encontrar- ¿Quién eres?
-          ¿Dónde están? –respondió la voz, que le resultó vagamente familiar, como si hiciera mucho tiempo que no la escuchara y al mismo tiempo hubiese resonado en sus oídos últimamente- ¿Dónde los guarda?

Había algo en el tono de aquel hombre misterioso que la intranquilizó. Quizás fuera la nota de desesperación, o quizás el matiz de violencia escondida bajo presión que amenazaba con explotar al mínimo espanto.
Ella había escuchado muchas veces aquella inflexión de voz, en los enemigos que le habían lanzado amenazas antes de desenvainar las espadas. Siempre lo hacían para dar más seguridad a sus manos, pero el temor no les dejaba pensar con claridad y terminaba siendo el causante de su derrota.
Pero les hacía tomar decisiones equivocadas e impulsivas. Les hacía más peligrosos, pues no se podía realmente razonar con ellos.

Lyra pensó que, en el estado en el que se encontraba, lo mejor era sin duda no provocar mucho la ira de ese desconocido, no hasta que cerca de sus manos hubiera por lo menos algún tipo de arma.

-          ¿Qué buscas? –dijo ella, en el tono más afable que supo poner- Esta habitación no es mía, pero puede que…
-          ¡Los documentos! –gritó el intruso, rebuscando por la habitación con la poca luz que entraba por la ventana- ¡Los documentos de Oblondra!

El desconocido le dio la espalda y se dirigió a la mesa, rebuscando entre los papeles que había y tirando el tintero al suelo. En la oscuridad, Lyra pudo ver como la tinta empezaba a manchar la costosa alfombra que tapizaba el suelo, pero un leve brillo en uno de los rincones de la habitación que reconoció enseguida hizo que su mente empezara a trabajar.

-          Lady Oblondra tiene muchos documentos…-dijo ella, levantándose poco a poco, cuidando de no llamar la atención- Y con esta luz no vas a poder leer…

El intruso parecía ignorarla, pues hacía esfuerzos por mirar todas las cartas abiertas o a medio escribir que había en la pequeña mesa de escritura. Estaba claro que apenas podía distinguir una letra de otra, pero estaba tan desesperado como para no tener un segundo que perder, y lo suficientemente nervioso como para no poder pensar con claridad.

Lyra notó el tacto peludo de la alfombra cuando sus pies notaron el suelo y se alegró de que esta amortiguara el sonido de sus pasos. Por ahora el desconocido no parecía muy interesado en ella, pero cuando la frustración se adueñara de él, ella sería la primera sobre la que recaería la rabia. Y no pensaba permitirlo.
Con cuidado, casi deslizándose por la habitación, Lyra se fue acercando a lo que creía que estaba oculto entre las sombras, esperando no haberse equivocado.

Su mano tanteó el espacio en el que creía que estaría lo que buscaba mientras seguía manteniendo la mirada fija en el intruso, que empezaba a perder la paciencia mirando en papeles que no podía leer. Ella movió la mano, desesperada por no encontrar nada y durante unos instantes pensó que se había equivocado y que su única salida sería intentar huir por la puerta a riesgo de ser atrapada en mitad del camino por culpa de su debilidad.
Pero no iba a quedarse quieta simplemente porque las opciones estuvieran en su contra…

Y entonces, notó que algo le lamía la mano. No pudo evitar sonreír levemente, a pesar del nerviosismo que la atenazaba y que tenía el corazón latiendo fuertemente en su pecho.

-          Seas quien seas, márchate ya –dijo Lyra, en el tono imperativo que antaño había utilizado para guiar a treinta hombres en un barco sin más ayuda que su voluntad-

El extraño la miró como si acabara de acordarse de que ella estaba en la misma sala que él, pero tras los segundos de desconcierto, a Lyra le pareció que toda la histeria se concentraba en un fuerte sentimiento de enfado.

-          ¿Tienes tú los documentos? –preguntó, ignorando la petición de la capitana
-          No sé de qué documentos me hablas –respondió ella, aún sabiendo que no serviría de nada intentar convencerle
-          ¿¡Dónde están!? –dijo él, acercándose a ella peligrosamente, apretando el cuchillo en su mano como si quisiera romperlo.

Lyra dio unos pasos atrás, golpeó levemente a su aliado como sabía que debía hacerlo, notando como de pronto este se removía y se crispaba, tensándose y a la espera. Pero debía ser paciente, por lo que se echó aún más para atrás hasta que su espalda rozó con el tapiz de la pared y el hombre estuvo tan cerca de ella que si hubiese alargado la mano le hubiese rozado la nariz.

-          ¡Ataca!- gritó, esperando que su memoria no la traicionara y que esa fuera la palabra adecuada y no otra.

Media fracción de segundo después el perro saltó con el rostro generalmente afable transformado en la verdadera cara de la rabia. Sus dientes encontraron la muñeca del sorprendido intruso, que se impulsó para atrás y puso los brazos delante de su cuerpo instintivamente, cosa que lo salvó de no recibir un bocado en el cuello.
Mientras peleaba porque el perro le soltara la carne que empezaba a ser perforada por unos dientes especialmente testarudos, Lyra se alejó rápidamente y abrió la puerta, dispuesta a salir corriendo de aquella habitación.
Frenó en seco su huida cuando vio que por el pasillo venían a toda carrera uno de los rebeldes que la había rescatado y una chica vestida de cazadora que no recordaba haber visto nunca. Ambos se sorprendieron al verla y aceleraron sus pasos, pero estaban demasiado lejos para ella gusto de la capitana.

-          ¡Deprisa! –gritó, justo para escuchar un segundo después el chillido de dolor del pobre animal y notar una fuente corriente de aire que le golpeaba la espalda que le hizo tener un escalofrío.

Tuvo tiempo de girarse y ver como el perro estaba en el suelo, llorando quedamente, mientras el intruso salía por la ventana y se encaramaba a ella, utilizando esa vía de escape desesperada. Se había llevado todos los papeles de la mesa, aunque había algunos tirados de mala manera por el suelo.

Lyra se acercó rápidamente al pobre animal que tan leal había demostrado ser y vio que tenía una herida en el costado, pero que no era demasiado grave.
Hawk y Atheris entraron medio instante después.

-          ¡Por la ventana!- gritó la marinera, señalando el ventanal abierto- ¡Rápido!

Atheris lanzó una mirada de pena sobre el perro, pero no dudo un instante antes de sacar unos extraños guantes y salir por la ventana. Hawk estuvo tentado de hacer lo mismo, pero al sacar la cabeza al frío exterior, cometió el error de mirar abajo, perdiendo el fuelle que le hubiese permitido continuar la persecución.

-          ¡Sube por las escaleras! –gritó Atheris- ¡Le emboscaremos!

Hawk asintió y salió disparado de nuevo al pasillo, orientándose tan bien como le era posible en esas circunstancias. Un par de criados que habían seguido a duras penas al rebelde y a la cazadora entraron en la habitación y atendieron a Lyra y al can.
Mientras, Atheris emprendió la subida, intentando ser más rápida que el traidor.

Los guantes le permitían ir más segura, pues estos estaban hechos de una tela muy especial y rugosa que le daba más fijación a sus manos, además de contar con pequeños ganchos en algunos de los dedos. Eran perfectos para subir árboles, paredes lisas y la mayoría de las superficies, pero la piedra del castillo era resbaladiza y peligrosa, más aún en las frías noches de invierno en la que se cubría de rocío y humedecía toda la superficie.

El traidor debía ser alguien muy fuerte, pues se movía impulsado por sus brazos únicamente, ya que carecía de la habilidad para sincronizar sus piernas con la subida, utilizándolas apenas de sujeción. Atheris sabía que el miedo le movía y eso le hacía más ágil, pero tarde o temprano el cuerpo del hombre se resentiría, mientras que ella se movía sólo por la determinación y podría resistir un temporal si fuera necesario.
No obstante, no estaba recortando distancias.

La habitación de Lyra no estaba muy lejos del tejado de teja nacarada del castillo, por lo que el traidor no tardó mucho en llegar arriba del todo, perseguido por una cazadora que no estaba dispuesta a soltar a su presa. Ya sentía que se había vuelto algo personal de antes, pero que hubiese herido al perro con el que tantas horas había jugado e incluso cazado le había hecho hervir la sangre y parecía estar dominada por algún espíritu vengativo que la transformaba en una auténtica araña trepadora.

El hombre llegó arriba y se puso de pie, pero resbaló encima de algunas tejas y estas cayeron hacia abajo. Atheris bajó la cabeza y cerró los ojos mientras estas cayeron sobre suyo, notando como las manos tenían que sujetarse con demasiada firmeza a las imperfecciones de la pared por tal de no caer al vacío. Pero al fin la avalancha cesó y ella pudo seguir con la persecución, aunque se sentía un poco mareada y una cálida sensación líquida que le empezó a manchar el cabello le explicó por qué.

Cuando al fin llegó arriba el hombre intentaba correr sobre las tejas, pero sin demasiado éxito. Había descubierto que perdía más tiempo levantándose cada vez que se caía y que era más prudente ir andando deprisa que al trote bajo el riesgo de despeñarse. Sin embargo, Atheris no estaba dispuesta a darle más ventaja y se arriesgó a caer reiniciando la carrera, sorteando con habilidad las tejas más peligrosas y saltando cuando sentía que su pie dejaba de notar un agarre firme. Pero empezaba a sentir como sus piernas se quejaban de dolor por el esfuerzo y su cabeza empezaba a martillearle con cada latido de corazón.

Maldijo en todos los idiomas mientras apretaba los dientes y fruncía el ceño. No pensaba fallarle a su señora, ni iba a dejar que su cuerpo lo hiciera por ella.

El viento invernal les rodeaba y movía sus cuerpos violentamente a aquella altura, arrastrando con él los olores y sonidos de la noche distorsionados. La luna les alumbraba amablemente, cayendo sobre ellos como un manto plateado que les permitía ver dónde ponían los pies sin despeñarse, aunque alguna ocasional nube con deseos de verles morir cubría la luz y los dejaba casi en la completa oscuridad.

Parecía que el traidor iba a conseguir llegar a una de las torres que hacía esquina en el castillo, continuando con la persecución más de lo que Atheris podría resistir. Si llegaba allí…No le sería difícil bajar rápidamente las escaleras mientras ella trataba de escalar la torre, ganando demasiada ventaja, y entonces perdería el rastro.
Pero entonces, desde la parte superior de la torre, saltó Hawk casi delante del hombre, cayendo pesadamente sobre las tejas, que se rompieron por el impacto y cayeron al vacío.

-          ¡Tú! –gritó el rebelde, con el rostro mezclado por la amalgama de emociones que lo modificaban. Los ojos brillaban por la ira, pero la expresión era de dolor, pena y dolor, mientras que los labios estaban crispados por la sorpresa y la ira.

Pero no obtuvo respuesta, pues al aparecer de golpe había asustado al traidor y le había hecho dar un resbalón, cayendo al suelo y deslizándose tejado abajo. Atheris y Hawk intentaron seguirle mientras el hombre movía las manos desesperadamente para encontrar algún asidero, pero no había manera segura de hacerlo sin matarse ellos también.

-          ¡Sujétame! – gritó Atheris, atando una fina cuerda alrededor de su cintura y dándole el extremo a Hawk, para después lanzarse bruscamente detrás del traidor.

Ganó demasiada velocidad para su gusto, pero no la suficiente como para llegar a tiempo. Alargó las manos para poder atrapar a su presa, pero sus dedos apenas lograron rozar la tela. El traidor vio sus intenciones e intentó atrapar sus manos, pero la caída era desigual, brusca y lo suficientemente caótica como para hacer muy difícil que las manos consiguieran coordinarse para algo más que para recibir golpes.
Con un grito desesperado, el hombre cayó.
Y ella iba detrás.

Intentó frenar su caída con las manos, pero estaba obteniendo el mismo resultado que el pobre desgraciado. El viento le silbaba en sus oídos como un grito constante y el final del tejado se acercaba peligrosamente como una invitación que no puede ser rechazada. Sentía como en su estómago iba creciendo un nudo y la sensación de vértigo traicionaba a unos ojos que empezaron a llorar por el impacto del aire sobre ellos. 
Medio cuerpo se deslizó fuera del tejado antes que la cuerda de la cintura se tensara y tirara de ella bruscamente, haciéndole daño, pero mucho menos del que realmente podría haber sufrido de caer.
Sin embargo, vio algo que le alivió la frustración por su cacería fallida.
El traidor no estaba muerto, sino sujetándose desesperadamente a una almena. Aún podría capturarlo.

La cuerda empezó a deshilacharse y Atheris pensó que era un buen momento para empezar a subir. Con mucho cuidado y con la ayuda de Hawk, logró escalar de nuevo el tejado hasta llegar junto al rebelde.

-          ¿Estás bien? –preguntó él, preocupado sinceramente como si hubiese olvidado todo el asunto con el traidor
-          Si…si – respondió ella, algo conmocionada y aun notando la herida en su cabeza palpitando con fuerza. – No le hemos perdido. Está abajo.
-          Vamos pues… ¿estás herida? –dijo Hawk mientras iba andando con cuidado hasta llegar a la torre, dispuesto a trepar lo que había subido para desandarlo a toda prisa
-          No es nada. Se me curará - contestó, encogiéndose de hombros
-          Estás llorando – comentó el rebelde, en un tono tranquilo como quien no quiere la cosa

Atheris se dio cuenta entonces que tenía los ojos acuosos y que hacía ya rato que estaban llorando. Por primera vez desde que empezara a correr, se fijó en el estado de su cuerpo. Notaba el corazón a mil por hora y le temblaban las manos, además de sentir un cosquilleo en los músculos que hacía que tuviera ganas de tumbarse y no levantarse. Sintió como la adrenalina empezaba a abandonar el riego sanguíneo, dejándola tirada cuando seguía necesitando tener el cuerpo alerta.
Lo que más le molestó, fue que Hawk se hubiera dado cuenta de que lloraba. Tenía impulsos de decirle que había sido el viento de la caída, pero al mismo tiempo sentía que explicar eso sólo la haría quedar en evidencia.


-          Déjame en paz –dijo, enfurruñada, y empezó a escalar la torre.

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