La puerta se abrió
bruscamente, haciendo que Lyra diera un respingo en la cama. Se sentó en ella,
tratando de ver en la oscuridad, súbitamente intranquila.
Tanteó la mesilla de noche en
busca de un fósforo, pero unos pasos adentrándose en la habitación hicieron que
detuviera la mano. Intentó ver quién
había entrado, pero sus ojos solo vieron una silueta recortada contra la
ventana, tres cabezas más alta que ella, sin que pudiera ver más detalles
aparte de ser alguien bastante robusto y que parecía sujetar en la mano…un
cuchillo.
Lyra frunció el ceño. Tenía la
firme intención de vivir y no iba a dejar que la apuñalaran la primera noche
que era consciente de su ganada libertad.
-
¿Quién va? –dijo
en la voz más firme que pudo encontrar- ¿Quién eres?
-
¿Dónde están?
–respondió la voz, que le resultó vagamente familiar, como si hiciera mucho
tiempo que no la escuchara y al mismo tiempo hubiese resonado en sus oídos últimamente-
¿Dónde los guarda?
Había algo en el tono de aquel
hombre misterioso que la intranquilizó. Quizás fuera la nota de desesperación,
o quizás el matiz de violencia escondida bajo presión que amenazaba con
explotar al mínimo espanto.
Ella había escuchado muchas
veces aquella inflexión de voz, en los enemigos que le habían lanzado amenazas
antes de desenvainar las espadas. Siempre lo hacían para dar más seguridad a
sus manos, pero el temor no les dejaba pensar con claridad y terminaba siendo
el causante de su derrota.
Pero les hacía tomar
decisiones equivocadas e impulsivas. Les hacía más peligrosos, pues no se podía
realmente razonar con ellos.
Lyra pensó que, en el estado
en el que se encontraba, lo mejor era sin duda no provocar mucho la ira de ese
desconocido, no hasta que cerca de sus manos hubiera por lo menos algún tipo de
arma.
-
¿Qué buscas? –dijo
ella, en el tono más afable que supo poner- Esta habitación no es mía, pero
puede que…
-
¡Los documentos!
–gritó el intruso, rebuscando por la habitación con la poca luz que entraba por
la ventana- ¡Los documentos de Oblondra!
El desconocido le dio la
espalda y se dirigió a la mesa, rebuscando entre los papeles que había y
tirando el tintero al suelo. En la oscuridad, Lyra pudo ver como la tinta empezaba
a manchar la costosa alfombra que tapizaba el suelo, pero un leve brillo en uno
de los rincones de la habitación que reconoció enseguida hizo que su mente
empezara a trabajar.
-
Lady Oblondra
tiene muchos documentos…-dijo ella, levantándose poco a poco, cuidando de no
llamar la atención- Y con esta luz no vas a poder leer…
El intruso parecía ignorarla,
pues hacía esfuerzos por mirar todas las cartas abiertas o a medio escribir que
había en la pequeña mesa de escritura. Estaba claro que apenas podía distinguir
una letra de otra, pero estaba tan desesperado como para no tener un segundo
que perder, y lo suficientemente nervioso como para no poder pensar con
claridad.
Lyra notó el tacto peludo de
la alfombra cuando sus pies notaron el suelo y se alegró de que esta
amortiguara el sonido de sus pasos. Por ahora el desconocido no parecía muy
interesado en ella, pero cuando la frustración se adueñara de él, ella sería la
primera sobre la que recaería la rabia. Y no pensaba permitirlo.
Con cuidado, casi deslizándose
por la habitación, Lyra se fue acercando a lo que creía que estaba oculto entre
las sombras, esperando no haberse equivocado.
Su mano tanteó el espacio en
el que creía que estaría lo que buscaba mientras seguía manteniendo la mirada
fija en el intruso, que empezaba a perder la paciencia mirando en papeles que
no podía leer. Ella movió la mano, desesperada por no encontrar nada y durante
unos instantes pensó que se había equivocado y que su única salida sería
intentar huir por la puerta a riesgo de ser atrapada en mitad del camino por
culpa de su debilidad.
Pero no iba a quedarse quieta
simplemente porque las opciones estuvieran en su contra…
Y entonces, notó que algo le
lamía la mano. No pudo evitar sonreír levemente, a pesar del nerviosismo que la
atenazaba y que tenía el corazón latiendo fuertemente en su pecho.
-
Seas quien seas,
márchate ya –dijo Lyra, en el tono imperativo que antaño había utilizado para
guiar a treinta hombres en un barco sin más ayuda que su voluntad-
El extraño la miró como si
acabara de acordarse de que ella estaba en la misma sala que él, pero tras los
segundos de desconcierto, a Lyra le pareció que toda la histeria se concentraba
en un fuerte sentimiento de enfado.
-
¿Tienes tú los
documentos? –preguntó, ignorando la petición de la capitana
-
No sé de qué
documentos me hablas –respondió ella, aún sabiendo que no serviría de nada
intentar convencerle
-
¿¡Dónde están!?
–dijo él, acercándose a ella peligrosamente, apretando el cuchillo en su mano
como si quisiera romperlo.
Lyra dio unos pasos atrás,
golpeó levemente a su aliado como sabía que debía hacerlo, notando como de
pronto este se removía y se crispaba, tensándose y a la espera. Pero debía ser
paciente, por lo que se echó aún más para atrás hasta que su espalda rozó con el
tapiz de la pared y el hombre estuvo tan cerca de ella que si hubiese alargado
la mano le hubiese rozado la nariz.
-
¡Ataca!- gritó,
esperando que su memoria no la traicionara y que esa fuera la palabra adecuada
y no otra.
Media fracción de segundo
después el perro saltó con el rostro generalmente afable transformado en la
verdadera cara de la rabia. Sus dientes encontraron la muñeca del sorprendido
intruso, que se impulsó para atrás y puso los brazos delante de su cuerpo
instintivamente, cosa que lo salvó de no recibir un bocado en el cuello.
Mientras peleaba porque el
perro le soltara la carne que empezaba a ser perforada por unos dientes
especialmente testarudos, Lyra se alejó rápidamente y abrió la puerta,
dispuesta a salir corriendo de aquella habitación.
Frenó en seco su huida cuando
vio que por el pasillo venían a toda carrera uno de los rebeldes que la había
rescatado y una chica vestida de cazadora que no recordaba haber visto nunca.
Ambos se sorprendieron al verla y aceleraron sus pasos, pero estaban demasiado
lejos para ella gusto de la capitana.
-
¡Deprisa! –gritó,
justo para escuchar un segundo después el chillido de dolor del pobre animal y
notar una fuente corriente de aire que le golpeaba la espalda que le hizo tener
un escalofrío.
Tuvo tiempo de girarse y ver
como el perro estaba en el suelo, llorando quedamente, mientras el intruso
salía por la ventana y se encaramaba a ella, utilizando esa vía de escape
desesperada. Se había llevado todos los papeles de la mesa, aunque había
algunos tirados de mala manera por el suelo.
Lyra se acercó rápidamente al
pobre animal que tan leal había demostrado ser y vio que tenía una herida en el
costado, pero que no era demasiado grave.
Hawk y Atheris entraron medio
instante después.
-
¡Por la ventana!-
gritó la marinera, señalando el ventanal abierto- ¡Rápido!
Atheris lanzó una mirada de
pena sobre el perro, pero no dudo un instante antes de sacar unos extraños
guantes y salir por la ventana. Hawk estuvo tentado de hacer lo mismo, pero al
sacar la cabeza al frío exterior, cometió el error de mirar abajo, perdiendo el
fuelle que le hubiese permitido continuar la persecución.
-
¡Sube por las
escaleras! –gritó Atheris- ¡Le emboscaremos!
Hawk asintió y salió disparado
de nuevo al pasillo, orientándose tan bien como le era posible en esas
circunstancias. Un par de criados que habían seguido a duras penas al rebelde y
a la cazadora entraron en la habitación y atendieron a Lyra y al can.
Mientras, Atheris emprendió la
subida, intentando ser más rápida que el traidor.
Los guantes le permitían ir
más segura, pues estos estaban hechos de una tela muy especial y rugosa que le
daba más fijación a sus manos, además de contar con pequeños ganchos en algunos
de los dedos. Eran perfectos para subir árboles, paredes lisas y la mayoría de
las superficies, pero la piedra del castillo era resbaladiza y peligrosa, más
aún en las frías noches de invierno en la que se cubría de rocío y humedecía
toda la superficie.
El traidor debía ser alguien
muy fuerte, pues se movía impulsado por sus brazos únicamente, ya que carecía
de la habilidad para sincronizar sus piernas con la subida, utilizándolas
apenas de sujeción. Atheris sabía que el miedo le movía y eso le hacía más
ágil, pero tarde o temprano el cuerpo del hombre se resentiría, mientras que
ella se movía sólo por la determinación y podría resistir un temporal si fuera
necesario.
No obstante, no estaba
recortando distancias.
La habitación de Lyra no
estaba muy lejos del tejado de teja nacarada del castillo, por lo que el
traidor no tardó mucho en llegar arriba del todo, perseguido por una cazadora
que no estaba dispuesta a soltar a su presa. Ya sentía que se había vuelto algo
personal de antes, pero que hubiese herido al perro con el que tantas horas
había jugado e incluso cazado le había hecho hervir la sangre y parecía estar
dominada por algún espíritu vengativo que la transformaba en una auténtica
araña trepadora.
El hombre llegó arriba y se
puso de pie, pero resbaló encima de algunas tejas y estas cayeron hacia abajo.
Atheris bajó la cabeza y cerró los ojos mientras estas cayeron sobre suyo,
notando como las manos tenían que sujetarse con demasiada firmeza a las
imperfecciones de la pared por tal de no caer al vacío. Pero al fin la
avalancha cesó y ella pudo seguir con la persecución, aunque se sentía un poco
mareada y una cálida sensación líquida que le empezó a manchar el cabello le
explicó por qué.
Cuando al fin llegó arriba el
hombre intentaba correr sobre las tejas, pero sin demasiado éxito. Había
descubierto que perdía más tiempo levantándose cada vez que se caía y que era
más prudente ir andando deprisa que al trote bajo el riesgo de despeñarse. Sin
embargo, Atheris no estaba dispuesta a darle más ventaja y se arriesgó a caer
reiniciando la carrera, sorteando con habilidad las tejas más peligrosas y
saltando cuando sentía que su pie dejaba de notar un agarre firme. Pero
empezaba a sentir como sus piernas se quejaban de dolor por el esfuerzo y su
cabeza empezaba a martillearle con cada latido de corazón.
Maldijo en todos los idiomas
mientras apretaba los dientes y fruncía el ceño. No pensaba fallarle a su
señora, ni iba a dejar que su cuerpo lo hiciera por ella.
El viento invernal les rodeaba
y movía sus cuerpos violentamente a aquella altura, arrastrando con él los
olores y sonidos de la noche distorsionados. La luna les alumbraba amablemente,
cayendo sobre ellos como un manto plateado que les permitía ver dónde ponían
los pies sin despeñarse, aunque alguna ocasional nube con deseos de verles
morir cubría la luz y los dejaba casi en la completa oscuridad.
Parecía que el traidor iba a
conseguir llegar a una de las torres que hacía esquina en el castillo,
continuando con la persecución más de lo que Atheris podría resistir. Si
llegaba allí…No le sería difícil bajar rápidamente las escaleras mientras ella
trataba de escalar la torre, ganando demasiada ventaja, y entonces perdería el
rastro.
Pero entonces, desde la parte
superior de la torre, saltó Hawk casi delante del hombre, cayendo pesadamente
sobre las tejas, que se rompieron por el impacto y cayeron al vacío.
-
¡Tú! –gritó el
rebelde, con el rostro mezclado por la amalgama de emociones que lo modificaban.
Los ojos brillaban por la ira, pero la expresión era de dolor, pena y dolor,
mientras que los labios estaban crispados por la sorpresa y la ira.
Pero no obtuvo respuesta, pues
al aparecer de golpe había asustado al traidor y le había hecho dar un
resbalón, cayendo al suelo y deslizándose tejado abajo. Atheris y Hawk
intentaron seguirle mientras el hombre movía las manos desesperadamente para
encontrar algún asidero, pero no había manera segura de hacerlo sin matarse
ellos también.
-
¡Sujétame! – gritó
Atheris, atando una fina cuerda alrededor de su cintura y dándole el extremo a
Hawk, para después lanzarse bruscamente detrás del traidor.
Ganó demasiada velocidad para
su gusto, pero no la suficiente como para llegar a tiempo. Alargó las manos para
poder atrapar a su presa, pero sus dedos apenas lograron rozar la tela. El
traidor vio sus intenciones e intentó atrapar sus manos, pero la caída era
desigual, brusca y lo suficientemente caótica como para hacer muy difícil que
las manos consiguieran coordinarse para algo más que para recibir golpes.
Con un grito desesperado, el
hombre cayó.
Y ella iba detrás.
Intentó frenar su caída con
las manos, pero estaba obteniendo el mismo resultado que el pobre desgraciado.
El viento le silbaba en sus oídos como un grito constante y el final del tejado
se acercaba peligrosamente como una invitación que no puede ser rechazada.
Sentía como en su estómago iba creciendo un nudo y la sensación de vértigo
traicionaba a unos ojos que empezaron a llorar por el impacto del aire sobre
ellos.
Medio cuerpo se deslizó fuera
del tejado antes que la cuerda de la cintura se tensara y tirara de ella
bruscamente, haciéndole daño, pero mucho menos del que realmente podría haber
sufrido de caer.
Sin embargo, vio algo que le
alivió la frustración por su cacería fallida.
El traidor no estaba muerto,
sino sujetándose desesperadamente a una almena. Aún podría capturarlo.
La cuerda empezó a
deshilacharse y Atheris pensó que era un buen momento para empezar a subir. Con
mucho cuidado y con la ayuda de Hawk, logró escalar de nuevo el tejado hasta
llegar junto al rebelde.
-
¿Estás bien?
–preguntó él, preocupado sinceramente como si hubiese olvidado todo el asunto
con el traidor
-
Si…si – respondió
ella, algo conmocionada y aun notando la herida en su cabeza palpitando con
fuerza. – No le hemos perdido. Está abajo.
-
Vamos pues… ¿estás
herida? –dijo Hawk mientras iba andando con cuidado hasta llegar a la torre,
dispuesto a trepar lo que había subido para desandarlo a toda prisa
-
No es nada. Se me
curará - contestó, encogiéndose de hombros
-
Estás llorando –
comentó el rebelde, en un tono tranquilo como quien no quiere la cosa
Atheris se dio cuenta entonces
que tenía los ojos acuosos y que hacía ya rato que estaban llorando. Por
primera vez desde que empezara a correr, se fijó en el estado de su cuerpo.
Notaba el corazón a mil por hora y le temblaban las manos, además de sentir un
cosquilleo en los músculos que hacía que tuviera ganas de tumbarse y no
levantarse. Sintió como la adrenalina empezaba a abandonar el riego sanguíneo,
dejándola tirada cuando seguía necesitando tener el cuerpo alerta.
Lo que más le molestó, fue que
Hawk se hubiera dado cuenta de que lloraba. Tenía impulsos de decirle que había
sido el viento de la caída, pero al mismo tiempo sentía que explicar eso sólo
la haría quedar en evidencia.
-
Déjame en paz
–dijo, enfurruñada, y empezó a escalar la torre.
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