sábado, 21 de junio de 2014

9- De arriba a abajo

Al mismo tiempo que sus compañeros corrían por los pasillos y escalaban muros, los demás estaban avanzando por otro extremo del largo pasillo en el que se habían separado, buscando a Lyra.

Era la zona más húmeda y lúgubre de la cárcel. Los presos se arrebujaban los unos contra los otros en un intento desesperado de encontrar calor, olvidando las rencillas y las peleas que pudieran haber tenido por un pedazo de pan. De vez en cuando se oía un goteo o las patitas de algunos insectos moviéndose descaradamente hasta que una rata de ojos brillantes y pelaje sucio les daba caza.
En algunas celdas había presos que ya no se movían. El desagradable olor a putrefacción era más intenso en la humedad, y de eso había a patadas en aquel lugar.

Los tres avanzaron con cuidado con el hombre de la sonrisa cicatrizada en el rostro delante. Hawk iba observando con cuidado las sombras y los rincones, vigilando que no apareciera un guardia de improvisto o cualquier otra amenaza. Víctor, por su parte, lanzaba de vez en cuando miradas a los presos, pero mantenía su mirada fija en el camino que tenían delante.

Caminaron lo que les pareció una eternidad, perdiéndose por caminos del antiguo caserón que ahora hacia las veces de cárcel. Hawk y Víctor siguieron al guía en silencio mientras este los llevaba cada vez más profundo, bajando por algunas escaleras y por caminos que iban cuesta abajo.
Pronto las celdas dejaron de estar ocupadas y desde los barrotes sólo les llegaba la mirada del silencio y de las presencias de los que allí hubieran padecido. Estaban en una parte de la prisión que llevaba por lo menos un par de semanas sin ser utilizada, aunque sí que daba muestras de haber sido, por lo menos, transitada.

El pasillo poco a poco dejó de tener pared trabajada de ladrillos y cemento para irse transformando progresivamente en el mismo material que las casas que había en el pueblo: esa piedra lisa y oscura que parecía eternamente mojada a pesar de encontrarse en el interior. Llevaban ya bastante rato caminando cuesta abajo, pero había sido tan poco a poco y con cambios tan sutiles que les pareció extraño verse de pronto con mucha menos luz y con un silencio tan espectral que podían escuchar los latidos de su propio corazón.

El pasillo terminaba abruptamente, como si el constructor de la casa hubiera llegado a la piedra de la montaña que formaba el barranco y no hubiese deseado seguir edificando.
Pero si excavando.

Delante de ellos había una gruta, picada sobre la pared con poco cuidado y dejando afiladas aristas por toda la entrada. No salía corriente de aire alguna de su interior y la oscuridad era tan densa que parecía poder acariciarse, pero les llegaba de manera muy apagada el leve rugir del mar y parecía proceder precisamente del interior de la cueva.
No podían entender cómo alguien había decido vivir en un sitio así y llamarlo hogar, pero si les pareció más que razonable el hecho de que salieran terribles historias propias de una noche de brujas de aquella casa.

Apenas se veía nada en aquel túnel, pero el contacto avanzó por él con una seguridad que sólo tiene un hombre que ya no teme a la muerte porque sabe que hay alternativas mucho peores. Los dos rebeldes le siguieron tras hacerse con una antorcha que había colgada en la pared, que les iluminó el camino.

El túnel excavado no era demasiado largo, pero si lo suficiente como para que una sensación de agobio hiciera mella en Hawk y Víctor. Sentían el peso de la roca sobre sus cabezas, como si la piedra misma les rechazara y no deseara que se encontraran allí, entre la oscuridad y el frío. El sonido del mar les llegaba distorsionado y lejano, como si estuvieran adentrándose en las fauces de una criatura de otro mundo y le oyeran roncar. Lo único que no les hacía pensar que realmente se encontraban en esa situación era que la humedad era menor y que la temperatura era descaradamente más baja.
Pronto dejaron de tener sensibilidad en la punta de sus dedos y en la punta de la nariz, pero no se atrevían siquiera a lanzarse aliento sobre las manos por temor a hacer demasiado ruido.

Al final del túnel se distinguió, al fin, una puerta gracias a la luz de la antorcha. Era recia, de buena madera y no tenía ventana alguna, como si quien fuera que estuviera encerrado allí no tuviera derecho siquiera a escuchar el paso de los guardias a lo lejos.
Un olor dulzón y desagradable se asentó en sus narices. Era lo suficientemente intenso como para que sus sentidos congelados lo notaran, pero parecía estar contenido por la misma puerta que pretendían abrir.

Los dos rebeldes se miraron en silencio, preguntándose qué crímenes habría cometido esa tal Lyra para estar encerrada en ese lugar y por qué Lady Oblondra tenía interés en liberarla.
Hawk recordó aquellas extrañas palabras que la noble le había dicho: “miedo empaquetado y listo para ser utilizado”.
Esperaba que mereciera la pena.

El hombre de la cicatriz en la cara apoyó la oreja contra la madera, como si quisiera escuchar lo que había en el interior. Tras unos instantes pareció oír algo que le hizo coger una ganzúa y empezar a trastear con la cerradura.

-          No hay guardias en el interior- dijo en un susurro mientras trabajaba- No he escuchado ningún crujir de armadura. Pero si he oído dos toses distintas.
-          ¿Otro prisionero? –preguntó Víctor
-          Es posible. –respondió concentrado en la faena de hacer ceder el cierre- Pero de ser así, es un recién llegado. Hasta hace tres días aquí dentro sólo estaba Lyra, o por lo menos eso es lo que mis sobornados afirman.

Se oyó en ese momento un click desagradable y el misterioso hombre que les había guiado hasta ahí lanzó una maldición. El silencio volvió a reinar en aquel túnel, pero por alguna extraña razón que los rebeldes no lograron descubrir, el ambiente cambió y se volvió más pesado, como si una certeza tranquila pero inexorable se hubiera apoderado de la oscuridad que les rodeaba.

-          Bien, ya está abierto- dijo al fin el contacto, como si él no percibiera el enrarecimiento súbito del ambiente- Empuñad vuestras armas por si hay alguna sorpresa más

En medio de la expectación, una pequeña voz en la mente de Hawk se preguntó a que se refería cuando decía “más”, pues hasta ahora las cosas les habían ido sin sobresaltos. Pero la situación requería estar aleta y aquella vocecita quedó enmudecida bajo el peso de la adrenalina.

El hombre de la cicatriz asió el pomo de la puerta, y con la misma seguridad con la que se había adentrado en el tétrico túnel abrió la puerta de par en par.

Hawk y Víctor deberían haber relajado las manos que empuñaban las armas al ver que no había guardias en aquella celda, pero apretaron más fuerte los helados dedos alrededor de sus espadas al descubrir por qué nadie en su sano juicio querría preparar una trampa allí.

El olor que antes les había molestado ahora golpeaba sus narices como si deseara hacerles enfermar únicamente con su desagradable presencia. Era un aroma visceral y asquerosamente dulzón, al mismo tiempo que ácido y vomitivo.
Era el olor de la descomposición en su estado más puro y comprimido.
Había tres cuerpos en el suelo y dos colgados de la pared mediante unas pesadas cadenas. Los que yacían en el suelo estaban hinchados, con los ojos saltones y las lenguas fuera en un rictus grotesco de dolor y sufrimiento. Llevaban las ropas propias de los marinos, pero estaban rasgadas por lo que parecían latigazos realizados a consciencia.
Las heridas que los habían llevado a la muerte ya no supuraban, pero las marcas les indicaron a los tres que habían pasado días hasta que la parca se los había llevado en un acto compasivo demasiado tardío.

Las dos figuras restantes, que se mantenían colgadas de la pared por las muñecas ensangrentadas por el roce del metal, parecían aún habitar el reino de los vivos, aunque nadie hubiese apostado que por mucho tiempo.
La figura más pequeña, de formas indudablemente femeninas, producía un sonido ronco y lento cada pocos segundos, como si le costara horrores el mero acto de inspirar. Llevaba las ropas hechas jirones y resultaba imposible saber de qué tono habían llegado a ser alguna vez, pero recordaban levemente a la vestimenta de los marineros muertos en el suelo. Parecían humedecidas, a pesar de que en esa parte de la cárcel no había el ambiente calado del resto de la prisión, como si deliberadamente hubiesen echado agua sobre ella para darle una muerte mucho más lenta que la que habían sufrido sus compañeros.
Tenía el rostro bajado y cubierto por una cabellera rojiza, como si la cabeza le pesara demasiado como para mantenerla erguida a pesar de haber escuchado como llegaba alguien a la celda. O bien estaba demasiado febril como para ser consciente, o bien ya no tenía deseos de mirar a los que creía sus torturadores a los ojos.

El hombre del rostro marcado, que se había mantenido muy quieto durante los largos segundos en los que el horror había paralizado a los tres insurgentes, pareció activarse como si alguien le hubiera empujado y se lanzó casi con desesperación hacia el cuerpo más pequeño de los dos.
Hawk y Víctor se recuperaron de la primera impresión unos instantes después, pero no reaccionaron con la misma urgencia que su guía. Se acercaron sorteando los cadáveres, con una mezcla de asco y respeto nació de la compasión, ambos incapaces de fijar la vista en la carne descompuesta más de un par de segundos.

Los grilletes chirriaron cuando el hombre de la sonrisa eterna consiguió liberar a la prisionera que los otros dos dedujeron que sería Lyra. Apenas consiguieron verla por la oscuridad imperante y porque el hombre la tapó como buenamente pudo con sus propias ropas. Se quitó la capa y se la puso por encima, arrebujándola hasta que sólo quedó descubierto su rostro y la cogió en brazos, llevándola con una delicadeza absoluta.

-          Por favor…-susurró la voz en la oscuridad, antes de tener un absceso de tos. Procedía del otro prisionero, el pobre desgraciado con el que había compartido Lyra su estancia. Hasta ese instante se había mantenido tan quieto, tan silencioso, que ninguno se había planteado siquiera que estuviera vivo.

Los tres giraron su rostro hacia el otro inquilino de aquella terrible habitación en la que ni siquiera las ratas deseaban hacer acto de presencia. Víctor se acercó a él poniéndole una mano en la frente y notándola arder. Hawk hizo amago de acercarse también, pero la voz de su guía le detuvo.

-          No hay tiempo para liberarle. –dijo, en un tono seco- Tenemos que irnos cuanto antes si queremos llegar a tiempo con los demás.
-          Pero…-Víctor negó con la cabeza- No podemos dejarlo aquí. No después de lo que he visto.
-          No tengo más ganzúas. –respondió lacónicamente, mientras una temblorosa muchacha se sujetaba entre sus brazos- Las últimas las he gastado en ella. Además, con la cara de enfermo que tiene, no creo que dure más allá de esta noche.

Víctor apretó el puño con rabia, pero no salió ninguna palabra de su garganta. La frustración le impedía decir nada, pero se sentía incapaz tanto de irse dejando al prisionero atrás como de liberarlo, perdiendo un precioso tiempo que no tenían.

-          Por favor…-volvió a decir el prisionero, entre estertores. A la luz de la antorcha que llevaban vieron que sus ropas en algún momento habían sido de buena confección y que le habían abrigado mucho más que la triste tela que habitualmente llevaban otros reclusos. El pelo rubio estaba pegado a su frente por el sudor, pero parecía un poco más limpio y mejor cuidado incluso que el de los tres rebeldes. Ese hombre había llegado hacía poco, e indudablemente podía perder tiempo y dinero en adecentar su aspecto.
-          ¿Quién eres tú? –preguntó Hawk, ignorando la mirada de rabia absoluta que le lanzó el guía
-          Yo…soy lord…Arkauz –dijo él, haciendo acopio de fuerzas y poniéndose de pie como buenamente pudo y le permitieron los grilletes- Si me liberáis, os compensaré
-          Si te liberamos, nuestra recompensa será la muerte – soltó el guía en un chasquido, digiriéndose hacia la salida- Yo me voy. Haced lo que os plazca. Tenéis el tiempo que tarde en llegar a la entrada del túnel. Después, no os esperaré

El guía abandonó la habitación, con un paso tan decidido que parecía capaz de aplastar a cualquier ejército que se pusiera por delante de él.
Víctor tiró de las cadenas, las examinó e intentó abrirlas sin éxito.
Sacó su espada con cuidado, y tras respirar hondo, descargó un terrible golpe contra ellas en un vano intento para romperlas, pero sólo logró provocar un sonido que rebotó en las paredes de aquella pequeña sala infestada de muerte y hedor.

Los dos rebeldes iban poniéndose más y más nerviosos a medida que pasaban los segundos, pues notaban como el peso del tiempo iba cayéndoles encima, asfixiante. Quizás el guía tuviera razón y el haberse demorado por ese noble les estaba condenando…a ellos y a los demás.
Pero resultaba muy difícil abandonarle a su suerte, cerrar la puerta para que continuara con su agonía en soledad, únicamente acompañado por aquellos cuerpos sin vida que poco a poco irían atrayendo a las ratas y a la enfermedad…

-          Te cortaré la mano- dijo Víctor, levantando la espada con un brillo histérico en la mirada- Así podrás huir
-          ¡¿Qué?! – dijo el noble, removiéndose en el limitado espacio del que disponía maniatado- ¡Me vas a matar! ¡Moriré desangrado apenas salga de esta habitación! –gritó antes de tener un absceso de tos
-          ¡Pero podrías sobrevivir! –gritó Víctor, presa del nerviosismo que iba adueñándose de la sala

Levantó la espada de nuevo, fijando su objetivo en la oscuridad con poca seguridad mientras el prisionero atrapado se removía, incapaz de aceptar un destino casi tan malo como el que ya tenía delante de él.
La espada temblaba en las manos del rebelde, pero parecía muy dispuesta a cortar carne.

-          ¡Espera!- gritó Hawk, poniendo una mano en el hombro de Víctor, cuchillo en mano- Hay una alternativa.

Se acercó al que se había presentado como lord Arkauz, poniéndole el cuchillo delante de sus ojos. A mirada del rebelde era segura, tranquila, pero no podía ocultar la necesidad de la que era presa.
Debían irse. Al precio que fuera.

-          No perderás tus manos- Dijo Hawk, procurando que su voz sonara monocorde- Pero si carne suficiente como para que puedas liberarse de los grilletes. Si aceptas, perderé ese tiempo para ti. Si te niegas, sólo podremos dejarte a tu suerte.

Arkauz sintió un sudor frío recorriéndole, pero le bastó una mirada a los cuerpos del suelo para tener valor suficiente como para asentir con la cabeza.
Había habido muchos motivos a lo largo de su vida para aguantar el dolor, casi tantos como para rehuirlo. Pero ahora tenía una razón muy poderosa por la que aceptar.
Tenía que seguir vivo.

Hawk acercó la afilada cuchilla a la mano del preso mientras su izquierda tiraba de los dedos del noble para tener la extremidad bien tersa. En un gesto que intentó que fuera lo más rápido posible, cortó un pedazo de carne de la muñeca del prisionero.
Este soltó un grito, pero se mordió los labios antes de que fuera demasiado fuerte como para ser escuchado más allá de aquel túnel infecto. Las lágrimas acudieron a sus ojos mientras el rebelde iba seccionando pequeños trozos de piel y músculo e intentaba hacer presión a través de los grilletes para liberarle, pero no volvió a salir sonido alguno de su boca.

Tras más tiempo del que les hubiese gustado, la primera mano se liberó del grillete, cayendo a peso. Arkauz apenas sentía los dedos y moverlos resultaba un suplicio, pero la sangre cayendo desde su muñeca hasta la punta de los mismos le hizo sentirse, por algún motivo, alegre en aquel estado de desesperación febril.
Tenía la mano libre después de tantas horas de agonía.

La segunda mano fue más rápida de liberar, pues Hawk ya sabía por dónde y cómo debía cortar. En pocos minutos, ya estaba libre…por lo menos a lo que grilletes se refería, pues no había que obviar el pequeño detalle de estar en la parte más profunda de una prisión teóricamente inexpugnable.

-          ¿Puedes correr? –preguntó Víctor, aliviado de no ser el causante de haber dado al mundo un tullido más- Lo necesitarás si quieres huir con nosotros

Arkauz se levantó y asintió con la cabeza, aun cuando no estaba seguro de poder siquiera estar en pie. Pero lo hizo, y corrió como el que más cuando los dos rebeldes enfilaron el túnel cuesta arriba. Le movía la voluntad, el miedo, la desesperación…y la certeza de saber que debía seguir vivo.
Se lo debía. A todos ellos.

Cuando alcanzaron al fin la parte de arriba del túnel el guía aún les estaba esperando. Estaba pálido y tembloroso, como si hubiese realizado un esfuerzo sobrehumano, y tenía los labios azules. No dio tiempo a hacerle ninguna pregunta al respecto y reanudó la marcha, corriendo como alma que llevaba el diablo mientras sus brazos sujetaban cuidadosamente la valiosa carga de Lyra.

Si posteriormente les preguntaran a Hawk o a Víctor qué camino tomaron para salir de allí, hubiesen sido incapaces de responder. Giraron pasillos, corrieron a través de pasadizos demasiado parecidos los unos de los otros y subieron escaleras para luego bajarlas. Pero para su guía de cicatrices en el rostro, aquello parecía tener todo el sentido del mundo.

La alarma de los guardias resonaba en las paredes, constantemente. Les parecía que las voces que llamaban a las armas llegaban de todas partes y de ninguna, como si en cualquier momento pudieran encontrárselos al girar una esquina. Pero milagrosamente, por aquella parte nunca aparecía ninguno, como si toda la soldadesca se hubiera centrado en el otro extremo de la cárcel, quizás porque otra cosa les había llamado la atención.

No había tiempo de preguntarse por el destino de sus compañeros, pero suplicaron que les hubiese ido bien, o ellos también estarían condenados. Quizás les castigaban a permanecer en la misma celda de la que procedían, en la que ahora sin duda abría el doble de cadáveres. Quizás ellos mismos estarían condenados a pudrirse en aquel agujero para torturar a alguno de sus compañeros. O quizás con suerte, al encontrarlos los soldados, les daban una muerte rápida.

Al fin oyeron las olas del mar, rompiéndose contra la costa y para Hawk y Víctor aquel fue el sonido más bello que recordaban haber escuchado jamás. Aguzando la vista por el pasillo en el que estaban, vieron al fondo un gran balcón, de donde les llegaba la vista de la noche cerrada.
No había luna, pero la prisión era tan oscura que el simple cielo estrellado era suficiente como para dar luz.
Eso les permitió ver que aparte de un gran balcón que simbolizaba metafóricamente la libertad, también había cuatro guardias, mirándoles.

Víctor y Hawk desenvainaron las armas mientras el guía y el noble les seguían los pasos un poco más lentos. Los dos rebeldes empezaron lo que pretendían que terminase como la embestida más desesperada de la historia, para dar tiempo suficiente a los otros dos como para huir o marcar una diferencia en el combate que se iba a producir.

Pero a medida que iban acercándose a toda carrera vieron como los guardias se quitaron los cascos y les miraban con las armas enfundadas. La confusión les hizo distraerse y perder la carga, pero les permitió prestar más atención a aquellos soldados.
Uno de ellos les saludó.
Era Dante.

-          ¡Pensábamos que no ibais a llegar nunca!- dijo cuando al fin llegaron al balcón- Nos ha dado tiempo de preparar las cuerdas, pero los guardias estarán aquí de un momento a otro.
-          ¿Quién es ese? –preguntó Denzel mirando a Arkauz, mientras se quitaba la armadura de guardia que había llevado para infiltrarse junto a los demás y llegar hasta allí
-          Uno –respondió  Víctor haciendo gala de un laconismo ya habitual en él – Bajemos de una vez o no respondo de mis actos

El guía soltó a Lyra con cuidado y la dejó apoyada contra la pared, saliendo al balcón y sacando un extraño objeto de su bolsillo. Activando un misterioso mecanismo, hizo unas señales de luz breves, pero muy intensas.
A lo lejos, en el oleaje nocturno, vieron una respuesta con una luz similar.

-          Allí está el barco- dijo en un tono extrañamente tranquilo- Se acercará todo lo que pueda para recogernos, pero tendremos que nadar un poco. Tú –dijo mirando a Bardo- Eres fuerte. Átate a Lyra a la espalda y llévala nadando
-          ¿Cómo? –preguntó Pasku, que hasta ese momento había estado asegurando las cuerdas- ¿Tu no bajas?
-          Iré el último –respondió el hombre, con el mismo tono tranquilo pero una sonrisa que, por una vez, no formaba parte de sus cicatrices- Siempre se me da mejor bajar cuando no queda nadie arriba

Con el tiempo en su contra, uno a uno fueron bajando. Se ataban las cuerdas de la cintura y se deslizaban con cuidado por el balcón hasta que la oscuridad les engullía y nada se veía de ellos desde arriba. Los demás sólo sabían que había llegado al mar porque la cuerda se destensaba, señal que la había cortado o desatado.
O roto. Pero preferían no pensar en la posibilidad de acabar estrellados contra los arrecifes que con toda probabilidad, habría abajo.

Primero bajó Dante, después Denzel. Le siguió Víctor con mirada seria y una maldición por lo bajo acerca de lo estúpido que había sido todo aquel plan. Bardo sujetó a Lyra en su pecho, no en su espalda como le habían sugerido, bajó con todo el cuidado del que fue capaz.

Hawk vio de reojo como el guía le lanzaba una última mirada a la chica rescatada hasta que se perdió en la oscuridad. Una mirada cargada de…tristeza, mezclada con alegría. Una mirada extraña.
Al observarlo con más detenimiento vio que tenía los labios más azules y la piel más pálida de los que recordaba haberle visto antes. Respiraba con dificultad y un extraño sudor perlaba su frente.

El guía lo vio y se encogió de hombros. Antes de que pudiera preguntar, le tocó el turno para bajar, por lo que no pudo decir o hacer nada. Asintió con la cabeza al guía y se apresuró.

Los guardias ya habían buscado suficientemente a los rebeldes por toda la cárcel como para saber que se encontraban en el balcón, por lo que les llegaban a Pasku, al noble y al guía- los únicos que aún no habían bajado- el entrechocar de las armaduras y las voces apagadas por el eco de los pasillos.

Arkauz se estaba atando tan fuerte como podía la cuerda, pero utilizar las manos heridas suponía una agonía peor de la que imaginaba. La herida aún estaba abierta y tenía pequeños cortes por todos lados, por no hablar de las laceraciones que había sufrido durante su cautiverio.
No se imaginaba como iba a poder bajar.

Pero las dudas respecto al descenso dejaron de ser importantes cuando llegaron al fin al pasillo los primeros guardias, espadas en mano. El guía y Pasku desenfundaron las suyas a la vez, pero el hombre de la sonrisa de Glasgow sujeto el brazo del rebelde con fuerza.

-          No podrá bajar si no le ayudas –dijo el guía, mirando a Pasku y a Arkauz alternativamente- no tiene manos con qué hacerlo
-          ¿Pero…Los guardias…? –respondió el insurgente, mirando a los soldados que se acercaban a una velocidad alarmante
-          Yo los detendré, ¡Ve! –le dio un empujón brusco al terminar la frase, con un brillo en la mirada intenso e imposible de apagar, como un fuego que ha prendido en un polvorín que llevaba años deseando explotar
-          ¡Son demasiados, condenado estúpido! –dijo Pasku, gritando y con urgencia en su voz- ¡No vas a poder detener ni a tres cuartos de ellos! Bajemos a la vez y tendremos una posibilidad de vivir antes que…
-          ¡Yo ya estoy muerto! –respondió el otro, con desesperación en la voz. El rostro tranquilo había desaparecido y la mirada iba alternativamente de Pasku a los guardias con un histerismo cargado de tensión- La puerta que abrí en la celda de Lyra tenía un mecanismo con veneno. No podía abrirlo sin activarlo. Me hirió. Se acabó para mí. ¡Vete!

Pasku se quedó quieto, mirándole. No conocía ni el nombre de ese guía, de ese desconocido que les había guiado a través de ese caserón maldito en la punta de un barranco para rescatar a una mujer, de ese extraño individuo con marcas en el rostro.
Le conocía mucho menos que cualquier otro compañero que había visto caer a lo largo de aquellos años, mucho menos que Siete o que los rebeldes que capturaron aquella fatídica noche.
Y sin embargo, sintió verdadero y sincero dolor cuando comprendió que iba a quedarse allí, defendiendo la posición delante del balcón para que pudieran tener tiempo para bajar.

Guardó la espada lentamente y asintió con la cabeza. No iba a desperdiciar los últimos instantes de ese hombre quejándose más o llevándole la contraria.

-          ¿Qué le digo a Lyra de tu parte? –preguntó, imaginando que un hombre que había aceptado ser envenenado para abrir la puerta de la celda donde se encontraba la muchacha tendría algo que decirle antes de desaparecer en un frenesí de espadas, sangre y muerte.

El hombre ya no le miraba, pues tenía fijos los ojos en los primeros guardias que se acercaban. El más rápido le hizo una finta, pero él, con una velocidad digna de un espadachín experto, le esquivó y le clavó la espada en el estómago con crueldad, perdida ya la compasión y saludando a la muerte con su acero.
Los otros dos guardias arremetieron contra él con furia, pero sus estocadas no llegaron a darle, pues él iba parándolas todas.

-          ¡Dile que viva! –grito entre golpe y golpe de espada- ¡Que merezca la pena!

Pasku asintió y se acercó a Arkauz, que había logrado atarse bien a pesar de todo. Atándose él también sujetó al noble por el pecho y ambos fueron descendiendo mientras el sonido de las espadas y las maldiciones iba aumentando.

El viento les iba sacudiendo mientras bajaban y Pasku tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantener el ritmo y no soltarse, pues de hacerlo, la cuerda cedería y les lanzaría al mar. No miró en ningún momento hacía arriba ni hacía el mar, pues las dos opciones eran tan terribles de observar que le pareció mucha mejor idea centrar sus ojos en la cuerda.

Pronto el balcón dejó de verse, devorado por la oscuridad que lo reinaba todo. El sonido del mar se hizo más intenso y el olor a sal volvió a golpearle la nariz. Las pequeñas gotas del oleaje flotaban con el viento y le humedecían la piel, pero no sabía a qué distancia estaba aún del mar, ni si estaba lejos de los arrecifes.

Y entonces la cuerda, cedió. 

No tuvo tiempo de mirar arriba y preguntarse si el guía ya había muerto y los guardias habían cortado la cuerda, o si simplemente no estaba bien atada. O si se había roto.
Solo fue capaz de pensar “no”, un no intenso que lleno su alma mientas el corazón se detenía por la mano del terror más absoluto.

Y lo siguiente que notó fue el mar engulléndole tras un golpe que le hizo perder la consciencia.


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