Al mismo tiempo que sus
compañeros corrían por los pasillos y escalaban muros, los demás estaban
avanzando por otro extremo del largo pasillo en el que se habían separado,
buscando a Lyra.
Era la zona más húmeda y
lúgubre de la cárcel. Los presos se arrebujaban los unos contra los otros en un
intento desesperado de encontrar calor, olvidando las rencillas y las peleas
que pudieran haber tenido por un pedazo de pan. De vez en cuando se oía un
goteo o las patitas de algunos insectos moviéndose descaradamente hasta que una
rata de ojos brillantes y pelaje sucio les daba caza.
En algunas celdas había presos
que ya no se movían. El desagradable olor a putrefacción era más intenso en la
humedad, y de eso había a patadas en aquel lugar.
Los tres avanzaron con cuidado
con el hombre de la sonrisa cicatrizada en el rostro delante. Hawk iba
observando con cuidado las sombras y los rincones, vigilando que no apareciera
un guardia de improvisto o cualquier otra amenaza. Víctor, por su parte,
lanzaba de vez en cuando miradas a los presos, pero mantenía su mirada fija en
el camino que tenían delante.
Caminaron lo que les pareció
una eternidad, perdiéndose por caminos del antiguo caserón que ahora hacia las
veces de cárcel. Hawk y Víctor siguieron al guía en silencio mientras este los
llevaba cada vez más profundo, bajando por algunas escaleras y por caminos que
iban cuesta abajo.
Pronto las celdas dejaron de
estar ocupadas y desde los barrotes sólo les llegaba la mirada del silencio y
de las presencias de los que allí hubieran padecido. Estaban en una parte de la
prisión que llevaba por lo menos un par de semanas sin ser utilizada, aunque sí
que daba muestras de haber sido, por lo menos, transitada.
El pasillo poco a poco dejó de
tener pared trabajada de ladrillos y cemento para irse transformando
progresivamente en el mismo material que las casas que había en el pueblo: esa
piedra lisa y oscura que parecía eternamente mojada a pesar de encontrarse en
el interior. Llevaban ya bastante rato caminando cuesta abajo, pero había sido
tan poco a poco y con cambios tan sutiles que les pareció extraño verse de
pronto con mucha menos luz y con un silencio tan espectral que podían escuchar
los latidos de su propio corazón.
El pasillo terminaba
abruptamente, como si el constructor de la casa hubiera llegado a la piedra de
la montaña que formaba el barranco y no hubiese deseado seguir edificando.
Pero si excavando.
Delante de ellos había una
gruta, picada sobre la pared con poco cuidado y dejando afiladas aristas por
toda la entrada. No salía corriente de aire alguna de su interior y la
oscuridad era tan densa que parecía poder acariciarse, pero les llegaba de
manera muy apagada el leve rugir del mar y parecía proceder precisamente del
interior de la cueva.
No podían entender cómo
alguien había decido vivir en un sitio así y llamarlo hogar, pero si les
pareció más que razonable el hecho de que salieran terribles historias propias
de una noche de brujas de aquella casa.
Apenas se veía nada en aquel
túnel, pero el contacto avanzó por él con una seguridad que sólo tiene un
hombre que ya no teme a la muerte porque sabe que hay alternativas mucho
peores. Los dos rebeldes le siguieron tras hacerse con una antorcha que había colgada
en la pared, que les iluminó el camino.
El túnel excavado no era
demasiado largo, pero si lo suficiente como para que una sensación de agobio
hiciera mella en Hawk y Víctor. Sentían el peso de la roca sobre sus cabezas,
como si la piedra misma les rechazara y no deseara que se encontraran allí,
entre la oscuridad y el frío. El sonido del mar les llegaba distorsionado y
lejano, como si estuvieran adentrándose en las fauces de una criatura de otro
mundo y le oyeran roncar. Lo único que no les hacía pensar que realmente se
encontraban en esa situación era que la humedad era menor y que la temperatura
era descaradamente más baja.
Pronto dejaron de tener
sensibilidad en la punta de sus dedos y en la punta de la nariz, pero no se
atrevían siquiera a lanzarse aliento sobre las manos por temor a hacer
demasiado ruido.
Al final del túnel se
distinguió, al fin, una puerta gracias a la luz de la antorcha. Era recia, de
buena madera y no tenía ventana alguna, como si quien fuera que estuviera
encerrado allí no tuviera derecho siquiera a escuchar el paso de los guardias a
lo lejos.
Un olor dulzón y desagradable
se asentó en sus narices. Era lo suficientemente intenso como para que sus
sentidos congelados lo notaran, pero parecía estar contenido por la misma puerta
que pretendían abrir.
Los dos rebeldes se miraron en
silencio, preguntándose qué crímenes habría cometido esa tal Lyra para estar
encerrada en ese lugar y por qué Lady Oblondra tenía interés en liberarla.
Hawk recordó aquellas extrañas
palabras que la noble le había dicho: “miedo empaquetado y listo para ser
utilizado”.
Esperaba que mereciera la
pena.
El hombre de la cicatriz en la
cara apoyó la oreja contra la madera, como si quisiera escuchar lo que había en
el interior. Tras unos instantes pareció oír algo que le hizo coger una ganzúa
y empezar a trastear con la cerradura.
-
No hay guardias en
el interior- dijo en un susurro mientras trabajaba- No he escuchado ningún
crujir de armadura. Pero si he oído dos toses distintas.
-
¿Otro prisionero?
–preguntó Víctor
-
Es posible.
–respondió concentrado en la faena de hacer ceder el cierre- Pero de ser así,
es un recién llegado. Hasta hace tres días aquí dentro sólo estaba Lyra, o por
lo menos eso es lo que mis sobornados afirman.
Se oyó en ese momento un click
desagradable y el misterioso hombre que les había guiado hasta ahí lanzó una
maldición. El silencio volvió a reinar en aquel túnel, pero por alguna extraña
razón que los rebeldes no lograron descubrir, el ambiente cambió y se volvió
más pesado, como si una certeza tranquila pero inexorable se hubiera apoderado
de la oscuridad que les rodeaba.
-
Bien, ya está
abierto- dijo al fin el contacto, como si él no percibiera el enrarecimiento
súbito del ambiente- Empuñad vuestras armas por si hay alguna sorpresa más
En medio de la expectación,
una pequeña voz en la mente de Hawk se preguntó a que se refería cuando decía
“más”, pues hasta ahora las cosas les habían ido sin sobresaltos. Pero la
situación requería estar aleta y aquella vocecita quedó enmudecida bajo el peso
de la adrenalina.
El hombre de la cicatriz asió
el pomo de la puerta, y con la misma seguridad con la que se había adentrado en
el tétrico túnel abrió la puerta de par en par.
Hawk y Víctor deberían haber
relajado las manos que empuñaban las armas al ver que no había guardias en
aquella celda, pero apretaron más fuerte los helados dedos alrededor de sus
espadas al descubrir por qué nadie en su sano juicio querría preparar una
trampa allí.
El olor que antes les había
molestado ahora golpeaba sus narices como si deseara hacerles enfermar
únicamente con su desagradable presencia. Era un aroma visceral y
asquerosamente dulzón, al mismo tiempo que ácido y vomitivo.
Era el olor de la
descomposición en su estado más puro y comprimido.
Había tres cuerpos en el suelo
y dos colgados de la pared mediante unas pesadas cadenas. Los que yacían en el
suelo estaban hinchados, con los ojos saltones y las lenguas fuera en un rictus
grotesco de dolor y sufrimiento. Llevaban las ropas propias de los marinos,
pero estaban rasgadas por lo que parecían latigazos realizados a consciencia.
Las heridas que los habían
llevado a la muerte ya no supuraban, pero las marcas les indicaron a los tres
que habían pasado días hasta que la parca se los había llevado en un acto
compasivo demasiado tardío.
Las dos figuras restantes, que
se mantenían colgadas de la pared por las muñecas ensangrentadas por el roce
del metal, parecían aún habitar el reino de los vivos, aunque nadie hubiese
apostado que por mucho tiempo.
La figura más pequeña, de
formas indudablemente femeninas, producía un sonido ronco y lento cada pocos
segundos, como si le costara horrores el mero acto de inspirar. Llevaba las
ropas hechas jirones y resultaba imposible saber de qué tono habían llegado a
ser alguna vez, pero recordaban levemente a la vestimenta de los marineros
muertos en el suelo. Parecían humedecidas, a pesar de que en esa parte de la
cárcel no había el ambiente calado del resto de la prisión, como si
deliberadamente hubiesen echado agua sobre ella para darle una muerte mucho más
lenta que la que habían sufrido sus compañeros.
Tenía el rostro bajado y
cubierto por una cabellera rojiza, como si la cabeza le pesara demasiado como
para mantenerla erguida a pesar de haber escuchado como llegaba alguien a la
celda. O bien estaba demasiado febril como para ser consciente, o bien ya no
tenía deseos de mirar a los que creía sus torturadores a los ojos.
El hombre del rostro marcado,
que se había mantenido muy quieto durante los largos segundos en los que el
horror había paralizado a los tres insurgentes, pareció activarse como si
alguien le hubiera empujado y se lanzó casi con desesperación hacia el cuerpo
más pequeño de los dos.
Hawk y Víctor se recuperaron
de la primera impresión unos instantes después, pero no reaccionaron con la
misma urgencia que su guía. Se acercaron sorteando los cadáveres, con una
mezcla de asco y respeto nació de la compasión, ambos incapaces de fijar la
vista en la carne descompuesta más de un par de segundos.
Los grilletes chirriaron cuando
el hombre de la sonrisa eterna consiguió liberar a la prisionera que los otros
dos dedujeron que sería Lyra. Apenas consiguieron verla por la oscuridad
imperante y porque el hombre la tapó como buenamente pudo con sus propias
ropas. Se quitó la capa y se la puso por encima, arrebujándola hasta que sólo
quedó descubierto su rostro y la cogió en brazos, llevándola con una delicadeza
absoluta.
-
Por favor…-susurró
la voz en la oscuridad, antes de tener un absceso de tos. Procedía del otro
prisionero, el pobre desgraciado con el que había compartido Lyra su estancia.
Hasta ese instante se había mantenido tan quieto, tan silencioso, que ninguno
se había planteado siquiera que estuviera vivo.
Los tres giraron su rostro
hacia el otro inquilino de aquella terrible habitación en la que ni siquiera
las ratas deseaban hacer acto de presencia. Víctor se acercó a él poniéndole
una mano en la frente y notándola arder. Hawk hizo amago de acercarse también,
pero la voz de su guía le detuvo.
-
No hay tiempo para
liberarle. –dijo, en un tono seco- Tenemos que irnos cuanto antes si queremos
llegar a tiempo con los demás.
-
Pero…-Víctor negó
con la cabeza- No podemos dejarlo aquí. No después de lo que he visto.
-
No tengo más
ganzúas. –respondió lacónicamente, mientras una temblorosa muchacha se sujetaba
entre sus brazos- Las últimas las he gastado en ella. Además, con la cara de
enfermo que tiene, no creo que dure más allá de esta noche.
Víctor apretó el puño con
rabia, pero no salió ninguna palabra de su garganta. La frustración le impedía
decir nada, pero se sentía incapaz tanto de irse dejando al prisionero atrás
como de liberarlo, perdiendo un precioso tiempo que no tenían.
-
Por favor…-volvió
a decir el prisionero, entre estertores. A la luz de la antorcha que llevaban
vieron que sus ropas en algún momento habían sido de buena confección y que le
habían abrigado mucho más que la triste tela que habitualmente llevaban otros
reclusos. El pelo rubio estaba pegado a su frente por el sudor, pero parecía un
poco más limpio y mejor cuidado incluso que el de los tres rebeldes. Ese hombre
había llegado hacía poco, e indudablemente podía perder tiempo y dinero en
adecentar su aspecto.
-
¿Quién eres tú?
–preguntó Hawk, ignorando la mirada de rabia absoluta que le lanzó el guía
-
Yo…soy lord…Arkauz
–dijo él, haciendo acopio de fuerzas y poniéndose de pie como buenamente pudo y
le permitieron los grilletes- Si me liberáis, os compensaré
-
Si te liberamos,
nuestra recompensa será la muerte – soltó el guía en un chasquido, digiriéndose
hacia la salida- Yo me voy. Haced lo que os plazca. Tenéis el tiempo que tarde
en llegar a la entrada del túnel. Después, no os esperaré
El guía abandonó la
habitación, con un paso tan decidido que parecía capaz de aplastar a cualquier
ejército que se pusiera por delante de él.
Víctor tiró de las cadenas,
las examinó e intentó abrirlas sin éxito.
Sacó su espada con cuidado, y
tras respirar hondo, descargó un terrible golpe contra ellas en un vano intento
para romperlas, pero sólo logró provocar un sonido que rebotó en las paredes de
aquella pequeña sala infestada de muerte y hedor.
Los dos rebeldes iban
poniéndose más y más nerviosos a medida que pasaban los segundos, pues notaban
como el peso del tiempo iba cayéndoles encima, asfixiante. Quizás el guía
tuviera razón y el haberse demorado por ese noble les estaba condenando…a ellos
y a los demás.
Pero resultaba muy difícil
abandonarle a su suerte, cerrar la puerta para que continuara con su agonía en
soledad, únicamente acompañado por aquellos cuerpos sin vida que poco a poco
irían atrayendo a las ratas y a la enfermedad…
-
Te cortaré la
mano- dijo Víctor, levantando la espada con un brillo histérico en la mirada-
Así podrás huir
-
¡¿Qué?! – dijo el
noble, removiéndose en el limitado espacio del que disponía maniatado- ¡Me vas
a matar! ¡Moriré desangrado apenas salga de esta habitación! –gritó antes de
tener un absceso de tos
-
¡Pero podrías
sobrevivir! –gritó Víctor, presa del nerviosismo que iba adueñándose de la sala
Levantó la espada de nuevo,
fijando su objetivo en la oscuridad con poca seguridad mientras el prisionero
atrapado se removía, incapaz de aceptar un destino casi tan malo como el que ya
tenía delante de él.
La espada temblaba en las
manos del rebelde, pero parecía muy dispuesta a cortar carne.
-
¡Espera!- gritó
Hawk, poniendo una mano en el hombro de Víctor, cuchillo en mano- Hay una
alternativa.
Se acercó al que se había
presentado como lord Arkauz, poniéndole el cuchillo delante de sus ojos. A
mirada del rebelde era segura, tranquila, pero no podía ocultar la necesidad de
la que era presa.
Debían irse. Al precio que
fuera.
-
No perderás tus
manos- Dijo Hawk, procurando que su voz sonara monocorde- Pero si carne
suficiente como para que puedas liberarse de los grilletes. Si aceptas, perderé
ese tiempo para ti. Si te niegas, sólo podremos dejarte a tu suerte.
Arkauz sintió un sudor frío
recorriéndole, pero le bastó una mirada a los cuerpos del suelo para tener
valor suficiente como para asentir con la cabeza.
Había habido muchos motivos a
lo largo de su vida para aguantar el dolor, casi tantos como para rehuirlo.
Pero ahora tenía una razón muy poderosa por la que aceptar.
Tenía que seguir vivo.
Hawk acercó la afilada
cuchilla a la mano del preso mientras su izquierda tiraba de los dedos del
noble para tener la extremidad bien tersa. En un gesto que intentó que fuera lo
más rápido posible, cortó un pedazo de carne de la muñeca del prisionero.
Este soltó un grito, pero se
mordió los labios antes de que fuera demasiado fuerte como para ser escuchado
más allá de aquel túnel infecto. Las lágrimas acudieron a sus ojos mientras el
rebelde iba seccionando pequeños trozos de piel y músculo e intentaba hacer
presión a través de los grilletes para liberarle, pero no volvió a salir sonido
alguno de su boca.
Tras más tiempo del que les
hubiese gustado, la primera mano se liberó del grillete, cayendo a peso. Arkauz
apenas sentía los dedos y moverlos resultaba un suplicio, pero la sangre
cayendo desde su muñeca hasta la punta de los mismos le hizo sentirse, por
algún motivo, alegre en aquel estado de desesperación febril.
Tenía la mano libre después de
tantas horas de agonía.
La segunda mano fue más rápida
de liberar, pues Hawk ya sabía por dónde y cómo debía cortar. En pocos minutos,
ya estaba libre…por lo menos a lo que grilletes se refería, pues no había que
obviar el pequeño detalle de estar en la parte más profunda de una prisión
teóricamente inexpugnable.
-
¿Puedes correr?
–preguntó Víctor, aliviado de no ser el causante de haber dado al mundo un
tullido más- Lo necesitarás si quieres huir con nosotros
Arkauz se levantó y asintió
con la cabeza, aun cuando no estaba seguro de poder siquiera estar en pie. Pero
lo hizo, y corrió como el que más cuando los dos rebeldes enfilaron el túnel
cuesta arriba. Le movía la voluntad, el miedo, la desesperación…y la certeza de
saber que debía seguir vivo.
Se lo debía. A todos ellos.
Cuando alcanzaron al fin la
parte de arriba del túnel el guía aún les estaba esperando. Estaba pálido y
tembloroso, como si hubiese realizado un esfuerzo sobrehumano, y tenía los
labios azules. No dio tiempo a hacerle ninguna pregunta al respecto y reanudó
la marcha, corriendo como alma que llevaba el diablo mientras sus brazos
sujetaban cuidadosamente la valiosa carga de Lyra.
Si posteriormente les
preguntaran a Hawk o a Víctor qué camino tomaron para salir de allí, hubiesen
sido incapaces de responder. Giraron pasillos, corrieron a través de pasadizos
demasiado parecidos los unos de los otros y subieron escaleras para luego
bajarlas. Pero para su guía de cicatrices en el rostro, aquello parecía tener
todo el sentido del mundo.
La alarma de los guardias
resonaba en las paredes, constantemente. Les parecía que las voces que llamaban
a las armas llegaban de todas partes y de ninguna, como si en cualquier momento
pudieran encontrárselos al girar una esquina. Pero milagrosamente, por aquella
parte nunca aparecía ninguno, como si toda la soldadesca se hubiera centrado en
el otro extremo de la cárcel, quizás porque otra cosa les había llamado la
atención.
No había tiempo de preguntarse
por el destino de sus compañeros, pero suplicaron que les hubiese ido bien, o
ellos también estarían condenados. Quizás les castigaban a permanecer en la
misma celda de la que procedían, en la que ahora sin duda abría el doble de
cadáveres. Quizás ellos mismos estarían condenados a pudrirse en aquel agujero
para torturar a alguno de sus compañeros. O quizás con suerte, al encontrarlos
los soldados, les daban una muerte rápida.
Al fin oyeron las olas del
mar, rompiéndose contra la costa y para Hawk y Víctor aquel fue el sonido más
bello que recordaban haber escuchado jamás. Aguzando la vista por el pasillo en
el que estaban, vieron al fondo un gran balcón, de donde les llegaba la vista
de la noche cerrada.
No había luna, pero la prisión
era tan oscura que el simple cielo estrellado era suficiente como para dar luz.
Eso les permitió ver que
aparte de un gran balcón que simbolizaba metafóricamente la libertad, también
había cuatro guardias, mirándoles.
Víctor y Hawk desenvainaron
las armas mientras el guía y el noble les seguían los pasos un poco más lentos.
Los dos rebeldes empezaron lo que pretendían que terminase como la embestida
más desesperada de la historia, para dar tiempo suficiente a los otros dos como
para huir o marcar una diferencia en el combate que se iba a producir.
Pero a medida que iban
acercándose a toda carrera vieron como los guardias se quitaron los cascos y
les miraban con las armas enfundadas. La confusión les hizo distraerse y perder
la carga, pero les permitió prestar más atención a aquellos soldados.
Uno de ellos les saludó.
Era Dante.
-
¡Pensábamos que no
ibais a llegar nunca!- dijo cuando al fin llegaron al balcón- Nos ha dado
tiempo de preparar las cuerdas, pero los guardias estarán aquí de un momento a
otro.
-
¿Quién es ese?
–preguntó Denzel mirando a Arkauz, mientras se quitaba la armadura de guardia
que había llevado para infiltrarse junto a los demás y llegar hasta allí
-
Uno
–respondió Víctor haciendo gala de un
laconismo ya habitual en él – Bajemos de una vez o no respondo de mis actos
El guía soltó a Lyra con
cuidado y la dejó apoyada contra la pared, saliendo al balcón y sacando un
extraño objeto de su bolsillo. Activando un misterioso mecanismo, hizo unas
señales de luz breves, pero muy intensas.
A lo lejos, en el oleaje
nocturno, vieron una respuesta con una luz similar.
-
Allí está el
barco- dijo en un tono extrañamente tranquilo- Se acercará todo lo que pueda
para recogernos, pero tendremos que nadar un poco. Tú –dijo mirando a Bardo-
Eres fuerte. Átate a Lyra a la espalda y llévala nadando
-
¿Cómo? –preguntó
Pasku, que hasta ese momento había estado asegurando las cuerdas- ¿Tu no bajas?
-
Iré el último
–respondió el hombre, con el mismo tono tranquilo pero una sonrisa que, por una
vez, no formaba parte de sus cicatrices- Siempre se me da mejor bajar cuando no
queda nadie arriba
Con el tiempo en su contra,
uno a uno fueron bajando. Se ataban las cuerdas de la cintura y se deslizaban
con cuidado por el balcón hasta que la oscuridad les engullía y nada se veía de
ellos desde arriba. Los demás sólo sabían que había llegado al mar porque la
cuerda se destensaba, señal que la había cortado o desatado.
O roto. Pero preferían no
pensar en la posibilidad de acabar estrellados contra los arrecifes que con
toda probabilidad, habría abajo.
Primero bajó Dante, después
Denzel. Le siguió Víctor con mirada seria y una maldición por lo bajo acerca de
lo estúpido que había sido todo aquel plan. Bardo sujetó a Lyra en su pecho, no
en su espalda como le habían sugerido, bajó con todo el cuidado del que fue
capaz.
Hawk vio de reojo como el guía
le lanzaba una última mirada a la chica rescatada hasta que se perdió en la
oscuridad. Una mirada cargada de…tristeza, mezclada con alegría. Una mirada
extraña.
Al observarlo con más
detenimiento vio que tenía los labios más azules y la piel más pálida de los
que recordaba haberle visto antes. Respiraba con dificultad y un extraño sudor
perlaba su frente.
El guía lo vio y se encogió de
hombros. Antes de que pudiera preguntar, le tocó el turno para bajar, por lo
que no pudo decir o hacer nada. Asintió con la cabeza al guía y se apresuró.
Los guardias ya habían buscado
suficientemente a los rebeldes por toda la cárcel como para saber que se
encontraban en el balcón, por lo que les llegaban a Pasku, al noble y al guía-
los únicos que aún no habían bajado- el entrechocar de las armaduras y las voces
apagadas por el eco de los pasillos.
Arkauz se estaba atando tan
fuerte como podía la cuerda, pero utilizar las manos heridas suponía una agonía
peor de la que imaginaba. La herida aún estaba abierta y tenía pequeños cortes
por todos lados, por no hablar de las laceraciones que había sufrido durante su
cautiverio.
No se imaginaba como iba a
poder bajar.
Pero las dudas respecto al
descenso dejaron de ser importantes cuando llegaron al fin al pasillo los
primeros guardias, espadas en mano. El guía y Pasku desenfundaron las suyas a
la vez, pero el hombre de la sonrisa de Glasgow sujeto el brazo del rebelde con
fuerza.
-
No podrá bajar si
no le ayudas –dijo el guía, mirando a Pasku y a Arkauz alternativamente- no
tiene manos con qué hacerlo
-
¿Pero…Los guardias…?
–respondió el insurgente, mirando a los soldados que se acercaban a una
velocidad alarmante
-
Yo los detendré,
¡Ve! –le dio un empujón brusco al terminar la frase, con un brillo en la mirada
intenso e imposible de apagar, como un fuego que ha prendido en un polvorín que
llevaba años deseando explotar
-
¡Son demasiados,
condenado estúpido! –dijo Pasku, gritando y con urgencia en su voz- ¡No vas a
poder detener ni a tres cuartos de ellos! Bajemos a la vez y tendremos una
posibilidad de vivir antes que…
-
¡Yo ya estoy
muerto! –respondió el otro, con desesperación en la voz. El rostro tranquilo
había desaparecido y la mirada iba alternativamente de Pasku a los guardias con
un histerismo cargado de tensión- La puerta que abrí en la celda de Lyra tenía
un mecanismo con veneno. No podía abrirlo sin activarlo. Me hirió. Se acabó
para mí. ¡Vete!
Pasku se quedó quieto,
mirándole. No conocía ni el nombre de ese guía, de ese desconocido que les
había guiado a través de ese caserón maldito en la punta de un barranco para rescatar
a una mujer, de ese extraño individuo con marcas en el rostro.
Le conocía mucho menos que
cualquier otro compañero que había visto caer a lo largo de aquellos años,
mucho menos que Siete o que los rebeldes que capturaron aquella fatídica noche.
Y sin embargo, sintió
verdadero y sincero dolor cuando comprendió que iba a quedarse allí,
defendiendo la posición delante del balcón para que pudieran tener tiempo para
bajar.
Guardó la espada lentamente y
asintió con la cabeza. No iba a desperdiciar los últimos instantes de ese
hombre quejándose más o llevándole la contraria.
-
¿Qué le digo a
Lyra de tu parte? –preguntó, imaginando que un hombre que había aceptado ser
envenenado para abrir la puerta de la celda donde se encontraba la muchacha
tendría algo que decirle antes de desaparecer en un frenesí de espadas, sangre
y muerte.
El hombre ya no le miraba,
pues tenía fijos los ojos en los primeros guardias que se acercaban. El más
rápido le hizo una finta, pero él, con una velocidad digna de un espadachín
experto, le esquivó y le clavó la espada en el estómago con crueldad, perdida
ya la compasión y saludando a la muerte con su acero.
Los otros dos guardias
arremetieron contra él con furia, pero sus estocadas no llegaron a darle, pues
él iba parándolas todas.
-
¡Dile que viva!
–grito entre golpe y golpe de espada- ¡Que merezca la pena!
Pasku asintió y se acercó a
Arkauz, que había logrado atarse bien a pesar de todo. Atándose él también
sujetó al noble por el pecho y ambos fueron descendiendo mientras el sonido de
las espadas y las maldiciones iba aumentando.
El viento les iba sacudiendo
mientras bajaban y Pasku tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para
mantener el ritmo y no soltarse, pues de hacerlo, la cuerda cedería y les
lanzaría al mar. No miró en ningún momento hacía arriba ni hacía el mar, pues
las dos opciones eran tan terribles de observar que le pareció mucha mejor idea
centrar sus ojos en la cuerda.
Pronto el balcón dejó de
verse, devorado por la oscuridad que lo reinaba todo. El sonido del mar se hizo
más intenso y el olor a sal volvió a golpearle la nariz. Las pequeñas gotas del
oleaje flotaban con el viento y le humedecían la piel, pero no sabía a qué
distancia estaba aún del mar, ni si estaba lejos de los arrecifes.
Y entonces la cuerda,
cedió.
No tuvo tiempo de mirar arriba
y preguntarse si el guía ya había muerto y los guardias habían cortado la
cuerda, o si simplemente no estaba bien atada. O si se había roto.
Solo fue capaz de pensar “no”,
un no intenso que lleno su alma mientas el corazón se detenía por la mano del
terror más absoluto.
Y lo siguiente que notó fue el
mar engulléndole tras un golpe que le hizo perder la consciencia.
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