sábado, 21 de junio de 2014

15- Respuestas

(sugiero leerlo con esta canción, que es con la que lo he escrito http://www.youtube.com/watch?v=oN2Xs-MvxLw)


El traidor estaba sujeto a una almena, resistiendo. El castillo no había sido diseñado para resistir una guerra, pero mantenía la tradición de tener unas murallas construidas para ser un buen fortín. Paralela a las almenas había un muro que subía hasta transformarse en el tejado del que había caído, de donde colgaban algunas antorchas que luchaban contra el viento para no apagarse. Justo delante de él había un pasillo sin ninguna luz, el cual desconocía dónde llevaba, pero que deseaba fuertemente poder llegar hasta él y continuar con su huida.

Sus dedos se aferraron con fuerza a la piedra, pero no había ninguna imperfección en la que asirse. Hacía ya rato que había perdido la esperanza de recuperar los papeles que tan desesperadamente había ido a buscar, pues en la persecución intensa a la que había sido sometido se había olvidado de mantenerlos a buen recaudo.

El viento silbaba con la misma fuerza en la almena que en el tejado y le golpeaba el cuerpo sin compasión. Había dejado atrás la armadura y se alegraba de ello, pues con el peso hubiese resbalado mucho antes, pero eso lo dejaba con poca ropa y expuesto al inclemente tiempo nocturno. Sentía deseos incontrolables de temblar, pero cada vez que su cuerpo se movía con un escalofrío resbalaba un poco más hacia el gran vacío.

No necesitaba preguntarse por qué deseaba tan desesperadamente vivir. En el fondo, nadie se hace esa pregunta, a menos que su existencia sea peor que la propia Parca.

Y además, de su supervivencia pendían muchas cosas más importantes que su propia vida. Por ellas había traspasado la línea de la traición y no iba a dejar que ese sacrificio fuera en vano.

Los dedos empezaban a dolerle, pero temía cambiar de posición por si al hacerlo su mano se veía incapaz de encontrar de nuevo un agarre adecuado para aguantar todo su peso.
Cerró los ojos con fuerza, moviendo los pies desesperadamente tal y como había estado haciendo durante los últimos minutos en busca de algún sitio donde hundir la punta de la bota y darse impulso. Pero no encontraba nada.

Los brazos empezaban a transmitirle punzadas de dolor y un hormigueo peligroso empezó a subirle desde el codo hasta el hombro.

Escuchó unas pisadas que provenían del pasillo oscurecido e intentó levantar la vista a través de la piedra, aunque para ello tuvo que estirar su cuello más allá de todo esfuerzo. Fuera quien fuera quien se acercaba, lo hacía con calma, como si no supiera que el hombre estaba a punto de despeñarse. El corazón le empezó a latir con fuerza y notó en su boca el sabor amargo de la bilis.

Deseaba que alguien viniera a ayudarle, pero al mismo tiempo sabía que en cuanto le vieran, tendría que enfrontarse a los rostros juzgadores de los que siempre había considerado sus camaradas.
No estaba seguro de si ellos algún día llegarían a comprender. Lo más probable era que no le darían tiempo para ello.

El viento le trajo más sonidos, como el desenvainar de las espadas, los gritos de indignación, la cólera, los pasos corriendo a través del castillo con las armaduras puestas, el perro que le había mordido ladrando rabioso. Pero a pesar de todo el alboroto, a pesar que el viento se introducía en su mente impidiéndole escuchar nada más, los pasos resonaban en su cabeza como la campana que repica por la muerte del condenado.

Se aferró con más fuerza a la almena, notando como las fuerzas le flaqueaban. Apoyó el rostro sobre la piedra fría, cerrando de nuevo los ojos y planteándose si la opción más sensata no sería terminar con todo de una vez por todas y ahorrarse todo lo que estaba por caerle encima.
El olvido, el fin…ya no tendría que preocuparse más, pero…

El sonido de los pasos se detuvo, delante de él. No hubo ni un saludo, ni una frase amenazadora, ni una pregunta. Era como si quien hubiese acudido a sentenciarle no tuviera interés siquiera en maldecirle antes de dejar que resbalara al abismo.

Se obligó a mirar quién había acudido, y no le sorprendió encontrarse unos ojos que lo miraban con calma y una especie de media sonrisa esbozada que parecía formarse por el mero hecho de juntar los labios, de la cual no podía llegar a saberse si era una verdadera expresión de alegría o neutralidad.

-          Mi señora –dijo él, esforzándose por hablar a pesar de que todo su cuerpo le suplicaba un descanso- No me asombra encontraros aquí.

-          Es mi castillo, Denzel –respondió ella, acercándose y hablando en un tono relajado. Llevaba una de las dos manos en la espalda, escondida- Lo conozco mejor que los que tú denominabas amigos. No resulta difícil llegar antes que ellos.

Denzel encajó la suave pulla sin demasiados problemas. De todas las cosas que podrían decirle, no resultaba especialmente insultante, pero era un recordatorio eficaz de su situación. La noble iba vestida como si se hubiese levantado de la cama, con el pelo despeinado, un camisón blanco y una capa que la protegía del inclemente viento que lo atacaba ferozmente y que deseaba arrastrarlo al suelo.
El traidor esbozó una especie de sonrisa cínica.

-          Lamento haberos despertado, mi lady

-          Ah, no estaba durmiendo –dijo ella, encogiéndose de hombros- Estaba esperando a que el fuego hiciera salir al conejo de su madriguera

El soldado respiró hondo, sintiendo como si mente empezaba a pensar con claridad al fin desde que la mujer anunciara en el comedor que iba a atrapar al traidor. Se sintió muy estúpido, pero al mismo tiempo muy tranquilo, como si una vez desenmascarado todo ya no importara demasiado mantener una imagen o una apariencia.

-          ¿No existía ninguna prueba contra mí, verdad? –dijo Denzel, sonriendo con tristeza

-          No, ninguna. –respondió ella, con una expresión de disculpa- De hecho, por un instante creí que mi plan era tan tonto que no ibas a caer en él. Pero el miedo ha sido mi mejor aliado.

Apartó la mano que tenía escondida en la espalda y mostró lo que en ella llevaba: una cuerda. Se acercó a Denzel y le ató las muñecas con una firmeza que el traidor no se hubiese esperado de ella, pero no estaba en situación de resistirse.
Se preguntó, sin embargo, qué pretendía la mujer.

-          ¿Sabes una cosa, Denzel? –dijo ella mientras hacía nudos marineros en sus muñecas- Me enseñaron a vivir con miedo, a pensar con miedo, a tener el temor impreso en mi piel, pues los que pretendían gobernar mis días no conocían otra manera para tener mi vasallaje. Pero de muy joven las normas cambiaron para mí y tuve que aprender transmitir el mismo miedo que a me había paralizado. Fue extraño. –Apretó bien una muñeca y se dedicó a la otra, tocando la piel del traidor con una delicadeza extraña- Fue como si de pronto, estuviera en dos bandos al mismo tiempo. Haber pertenecido al grupo temeroso para después estar en el de los que aterrorizan me ha dado…una perspectiva distinta.

Lady Oblondra acarició suavemente la mejilla de Denzel antes de apartarse de él y atar el otro extremo de la cuerda a una fuerte argolla que había en la pared, cerca del túnel. Denzel sintió como la cuerda de sus manos se tensaba, aunque sin llegar a tirar de él.

-          Tú me preguntaste por qué os estaba ayudando y por qué proponía a mi primo como rey y no a mí misma. –dijo ella, tranquila- Bueno…No me gusta dar miedo, no me gusta en absoluto. Detesto ver la mirada de los hombres que temen mi ira, no aguanto escuchar sus respuestas tartamudeadas porque no saben cómo complacer alguna petición y están aterrorizados por la amenaza de mi ira.

Denzel no comprendía porque la mujer le estaba dando ese discurso, pero le estaba provocando impaciencia y nerviosismo. No sabía si le estaba hablando sólo para hacerle perder fuerza, o para generarle algún tipo de sensación, pero lo único que podía hacer para llegar a entenderlo era seguir escuchando.

-          ¿Para eso habéis orquestado todo esto? –preguntó, inquieto- ¿Para contarme vuestra vida?

Ella no respondió, le limitó a sacar un pequeño cuchillo extremadamente afilado que llevaba oculto en la muñeca. El brillo del metal destacó en la oscuridad de la noche y el traidor creyó ver reflejado su rostro en la hoja.

Lady Oblondra acercó la punta del cuchillo a la mano de Denzel, acariciando con la misma suavidad que antes habían tenido sus dedos la piel tensada del hombre, resiguiendo tendones y venas como si estuviera dibujándolos.

-          Creía que no os gustaba dar miedo – susurró el soldado, mirando la hoja afilada sobre su piel.
-          Y no me gusta –dijo ella, seriamente – Pero cuando debo hacerlo, lo hago increíblemente bien

Lady Oblondra hizo un gesto muy rápido, cortando el dorso de la mano de Denzel profundamente, rompiendo aquellos tendones y venas que antes había estado resiguiendo con tanto cuidado.
Denzel gritó, sintiendo como su mano perdía la capacidad de moverse y se deslizaba sangrando hasta soltarse de la piedra que con tanta fuerza había estado sujetando. Sus dedos ya no les respondían.
Ahora sólo contaba con la fuerza de un brazo para sujetarse.

No deseaba basar su vida en confiar que la cuerda que la mujer había puesto fuera resistente, pero la noble parecía estar disfrutando con su desesperación.

-          Tus compañeros no llegaran aquí hasta dentro de un rato. –dijo ella, mirándole a los ojos- Y cuando lo hagan, es posible que quieran matarte. Pero antes quiero hacerte unas preguntas

Denzel sólo pudo responder con un gruñido, sintiendo como los dedos de la única mano que aún le sujetaba en la oscuridad de la noche empezaban a ponerse tan blancos como el camisón de la mujer. La otra mano le tenía preocupado. Sentía la sangre goteando, deslizándose hasta caer hasta el suelo tan y como caería él si la noble decidía romper la cuerda que aún le mantenía cercano a la almena

-          ¿Cómo te comunicabas con Lord Crhysos? –preguntó ella, mirándole desde su posición elevada
-          …Telepáticamente- respondió Denzel con los ojos destellando rabia y dolor
-          Eso no ha sido muy inteligente

La noble le cortó la otra mano y Denzel cayó. Sintió como toda la gravedad de su cuerpo se desplazaba de sus pies a su cabeza, provocándole una sensación de vértigo profundamente desagradable que le mareó.

Sin embargo, dos segundos después la cuerda se tensó, desencajándole las muñecas. El hombre lanzó un alarido por el súbito dolor que le subía como electricidad por el brazo, sintiendo como todo el peso de su cuerpo recaía sobre una pequeña y destrozada superficie de su brazo.

-          No creo que puedas resistir mucho así –indicó ella, acercándose al borde y apoyándose en la almena como si estuviera viendo la puesta de sol tranquilamente- Tarde o temprano la cuerda cederá
-          ¡¿O vos os encargaréis de que ceda?!- gritó Denzel, destellando ira
-          Efectivamente. Volvamos a empezar. ¿Cómo te comunicabas con Lord Crhysos?

Denzel cerró los ojos, bajando la mirada. No quería hablar, pero tampoco quería morir. En su cabeza resonaron las palabras que muchos de sus compañeros rebeldes le habrían dicho: “mejor morir con honor”.

Pero él no estaba de acuerdo. Había visto como muchos de sus compañeros morían entre sangre, barro y gritos agónicos. Ninguno de ellos se había ido con paz en sus ojos y el pensamiento de que había hecho lo correcto. Todos veían como el alma se escurría de entre sus dedos para dejarles con un cuerpo mortal, sucio y destrozado.

Había visto a Siete colgando de una cuerda, balanceándose al viento con una expresión grotesca con la lengua hinchada y la cara azul. Había visto la cabeza de muchos de sus compañeros empalada y expuesta a los cuervos, que se daban festines a costa de la carne de color maliciento.

No había honor en la muerte.

Tenía muchas razones por las que seguir vivo y ya había tomado esa decisión hacía mucho tiempo, con lo que iba a llevarla hasta sus últimas consecuencias. Por esa decisión estaba donde estaba, pero por lo menos, vivía.

Y por lo menos, otros también vivían, aunque otros hubieran pagado el precio por él.

-          Si os cuento todo lo que queréis saber, ¿viviré?

-          Depende de si lo que me cuentas me satisface o no –respondió la mujer con una frialdad que le heló los huesos- Es hora que te des cuenta de la posición en la que te encuentras y lo difícil que te será llegar a buenos tratos. Pero puedes intentarlo.

El hombre respiró hondo. No le quedaba otra. Vivir otro día, al precio que fuera, significaría que le estaría dando también otro día a ella.
Con eso bastaba.

-          Sólo hablé con el regente una vez, cuando me reclutó. –explicó Denzel, en un tono cansado- Las otras veces…contactaba con otra persona

-          ¿Con quién? –dijo la mujer, con un deje de impaciencia

-          Con el Capitán de la guardia, lord Ayuso

Lady Oblondra asintió, como si la respuesta no le sorprendiera en absoluto. Eso puso nervioso a Denzel. Si no le decía nada que le interesara a la mujer escuchar, cortaría la cuerda y todo terminaría para él.

Había arriesgado y sacrificado demasiado para que ahora todo se perdiera en una mala respuesta por su parte.

-          ¿Cuándo fue la última vez que te comunicaste con él?

-          No le enviaba mensajes muy a menudo. La última vez fue antes de ir a Teheris.

-          ¿Le hablaste del rescate?

-          Si…pero sólo que íbamos a llevarlo a cabo. No dónde estábamos ni a quién rescataríamos

-          Porque no lo sabías. –dijo ella, calmadamente- Hawk os dijo mi petición de rescatar a Lyra, pero no os contó los detalles hasta que estuvisteis en el pueblo.

Denzel notó como la cuerda empezaba a tensarse, como si estuviera haciendo tantos esfuerzos por resistir como los que había hecho él mientras colgaba de la piedra. Volvió a respirar hondo, obligando a su corazón a no latir más deprisa de lo que le convenía.

-          ¿Le dijiste quienes eran los rebeldes que habían sobrevivido a la purga?

-          …Si

-          ¿Sabe que están aquí?

-          No, yo…

-          Por favor, no cometas el error de mentirme y decir que no ibas a decírselo –comentó la noble golpeando levemente la punta del cuchillo contra la piedra, como recordando su presencia.

-          No le había enviado el mensaje aún –respondió Denzel, aunque no contó que tenía dudas de si enviar esa carta o no. De nada le serviría defenderse.

-          Bien. – el viento les envolvió a ambos, helando la piel de Denzel y alborotando el cabello de la mujer. Esta se colocó bien la capa para no sentir tanto frío- Es una alegría saberlo.

Denzel escuchó de pronto las voces de sus compañeros de armas, el resto de rebeldes, que se movían cerca por el castillo. Miró a ambos lados, intentando ver de dónde procedían sus voces, sin estar muy seguro de si quería que llegasen a su lado o no.

-          No te preocupes. –dijo ella, como si hubiese leído su mente- Tardarán aún en venir. Para tu suerte o desgracia, seguiremos estando solos un rato más. Y ahora dime… ¿te han hecho partícipe de alguno de los cursos de acción que van a tomar?

-          No –respondió él con sinceridad

-          Pues dime qué escuchaste, que oíste, cualquier cosa que te comentasen cada vez que ibas a verles.

Denzel intentó hacer memoria, pues las pocas veces que había visto cara a cara el capitán de su guardia había sido con la excusa de ser él un soldado. Las breves reuniones fingían ser reprimendas que le daba su superior por tal de no llamar la atención de Víctor.

En ellas apenas si intercambiaban algunas palabras, salvo nuevas instrucciones.

Pero una imagen le vino de pronto a la cabeza, como un si un relámpago le hubiese golpeado en la sien.

Y habló. Habló largo y tendido como si en su pecho hubiese existido siempre una gran bolsa comprimiéndole y ahora la noble hubiese hecho un pequeño agujero con ese cuchillo y el aire saliera poco a poco pero sin pausa. Contó todo lo que podía recordar, todo lo que había pensado, lo que le habían dicho, las normas que había seguido. Cualquier información que pudiera interesarle a la noble.

Cuando terminó, un silencio pesado pero tranquilo se posó sobre ellos, como una capa de niebla que les hubiera rodeado y alejado del resto del mundo. Denzel observó a Lady Oblondra y vio que aunque su rostro mantenía la neutralidad, se habían operado en él pequeños cambios, dándole ahora una expresión más…triste. O cansada. Resultaba difícil distinguir la diferencia estando colgado y con el dolor lacerante de sus manos.

-          Ya veo- dijo al fin la mujer, antes de lanzar un largo suspiro al aire de la noche. –De un modo u otro, tampoco me sorprende.

La cuerda lanzó un leve crujido y Denzel vio cómo se estaba empezando a deshilachar. Parecía ser capaz de resistir algo más, pero se obligó a sí mismo a quedarse muy quieto para no forzar más la resistencia de la fibra. La sangre se estaba coagulando en sus brazos y manos, pero las heridas no se cerraban, como si la marca que había dejado en ellas la noble no fuera a desaparecer jamás. Como tampoco desaparecería nunca su traición.

-          Respóndeme a una cuestión de cariz personal, Denzel –dijo la mujer, tras unos minutos en silencio pensativo- Es una pregunta que te harán todos, pero quiero ser la primera en conocer la respuesta. ¿Por qué?

-          ¿Por qué queréis saberlo? – respondió el hombre, sintiendo como empezaban a flaquearle las fuerzas hasta para hablar

-          Porque por tus palabras murieron casi todos tus compañeros. Porque tus acciones me han arrebatado a alguien muy próximo a mí y casi lo consiguen con dos personas más. Porque tu traición ha condenado a una buena amiga mía a pasar por un infierno del que tardará en salir. –En su voz se notaba una ira apagada, oculta, que amenazaba con salir y que Denzel había notado cuando la noble le había clavado del cuchillo- Por esas, y por más razones, tengo derecho a saber por qué el hombre que tengo delante de mí ha causado tanto dolor

-          ¿Queréis saberlo para sentiros menos culpable cuando cortéis la cuerda?

-          Puede. –ella se encogió de hombros y la capa se deslizó levemente, sin que a ella le pareciera importar ya el frío- Al fin y al cabo, el juez debe escuchar al reo antes de condenarle

Denzel notó como sus muñecas crujían dentro de su piel con el mismo tono desesperado que lo hacía la cuerda.

Si iba a morir, ¿Qué más daba guardarse sus motivos? ¿Para qué iba a decirlos? Sería juzgado con la misma dureza, con el mismo desprecio. No importaban las razones por las que él le había dado la espalda a la rebelión, nunca serían lo suficientemente buenas como para que sus antiguos amigos le dieran el perdón.

Todos habían perdido a alguien y había sido, en gran parte, culpa suya. Y como ellos jamás podrían vengarse directamente de Lord Crhysos, lo harían a través de Denzel. Su principal manera de resarcirse sería amargar su recuerdo y no darle descanso a su alma.

Contar o no contar no iba a cambiar nada.

Pero al mismo tiempo si sentía que debía explicarlo, aunque fuera una única vez. Iba a morir por ello, iba a dejar de existir por el sacrificio que había aceptado dar. Si se perdía, si él moría y no se sabía la razón, le embargaría la sensación de inutilidad, de que todo había sido un absurdo y que el sufrimiento que le había dado la culpabilidad habría sido en vano.

Respiró hondo de nuevo. Las palabras se agolparon en su boca, sin querer salir y al mismo tiempo pugnando para escapar por sus labios. Notó como le dolía la garganta.

-          El regente me amenazó con hacerle daño a alguien muy querido por mi si no cumplía con lo que me pedía –susurró al fin, cerrando los ojos, recordando la imagen que lo había acompañado durante todo el tiempo en el que su traición se había extendido.

La vio a ella, a su pequeña, tan diestra y grácil, tan inocente, tan alegre. La vio recibiéndole en la casa que compartían, sonriéndole mientras le mostraba el último vestido que le había hecho y por el que iban a recibir una cuantiosa suma. La vio bailando alrededor de la hoguera junto a Laia una noche de verano, riéndose como la niña que nunca había dejado de ser.

La vio durmiendo en su cama, con los labios entreabiertos, antes que él se fuera a su puesto de guardia a la salida del sol.

Y la vio al lado del regente, mientras él tenía su mano en la fina cintura de ella. Vio la mirada desesperada y la sonrisa maliciosa de él.

Vio las promesas de dolor y perversión que los ojos del hombre transmitían si no se arrodillaba.
Su pequeña, su niña.

-          Me dio a elegir entre matarme en ese instante y hacer lo que le viniera en gana con ella o…-tragó saliva, notando como la garganta era presa de un dolor incontrolable que le dificultaba el habla-…o aceptar servirle a cambio de no tocarle un pelo.

-          Y aceptaste, por lo que veo

-          …No hay honor en la muerte. –el hombre apretó los dientes antes de poder seguir- Tenía que escoger entre mis compañeros o ella. No se puede obligar a un padre a que elija. Les dije a los demás que la había mandado con unos familiares a otra ciudad, lejos de la rebelión para que estuviera segura. Y me creyeron. El resto, es historia.

-          Ya veo.

El viento de nuevo volvió a soplar, aunque esta vez parecía tener menos fuerza. O quizás fuera que las dos personas que estaban en las almenas había dejado de importarles el exterior, como si su mente hubiese tomado control absoluto de sus cuerpos y ya no fuera importante el mundo que les rodeaba.

El traidor vio en los ojos de la mujer la misma expresión que ella adquirió cuando Víctor le había preguntado sobre Laia y su estado. Esa misma mirada de duda, de saber un secreto pesado que desgarraba pugnando por salir, pero que a pesar de que sería mucho más sencillo soltarlo y salvarse de su peso, ella se esforzaba por no contarlo.

El hombre siguió el impulso que lo dominó y en sus labios se formuló una pregunta que en el fondo no quería hacer.

-          ¿Vos sabéis algo de ella? –inquirió Denzel, con esperanza y desesperación a partes iguales

-          …Si, lo sé –expuso ella, con el rostro serio pero el tono entristecido- La pregunta es, ¿tú quieres saberlo?

Denzel sintió un frío muy intenso en su pecho, tan helado que parecía que alguien le hubiese atravesado con una espada de hielo. No, no quería saberlo, no quería…
Pero tenía que conocer lo que la mujer sabía. Tenía que saber cómo estaba su hija.

-          Si –dijo, aunque el temblor de su voz demostró que no estaba en absoluto seguro

Lady Oblondra suspiró, apartando la mirada del traidor y dirigiéndola al paisaje oscurecido que la noche y el castillo le ofrecían. Los pastos, el bosque, el río, las montañas…La luna entregaba su luz sobre ellos y les daba un aspecto pacífico y amenazador a partes iguales.

-          Está muerta, Denzel -ella habló, sin mirarle, en un susurro triste- Y ahora Laia está ocupando su lugar

El frío que Denzel experimentó en su pecho creció hasta que él sintió que se le paraba el corazón. Necesitó unos largos minutos para que las palabras de la mujer se asentaran en su cabeza, se apoderaran de su cerebro y explotaran en la desesperación que había estado latente desde que viera a su pequeña por última vez.

Se lamentó de no haber caído, se arrepintió de haberse cogido a la almena. Apretó fuertemente las manos para que el dolor de las manos, un dolor agónico pero físico, lo arrancase del sufrimiento en el que se estaba hundiendo sin frenos.

Era como si su mente hubiese estado sujeta por una cuerda similar que le aguantaba a él y ahora esta se hubiera roto y él cayera como un plomo en una oscuridad más negra que cualquier noche que el pudiera haber visto jamás. Su cuerpo se convulsionó en un temblor frenético, como si estuviera debajo de un lago helado y necesitase terriblemente un calor que jamás iba a recibir.

Se dio cuenta que estaba gritando cuando sus oídos reconocieron su propia voz, pero no le importó. De hecho, en ese momento ya nada le importaba demasiado.
Suplicó que la cuerda se rompiera.

-          Te toca a ti elegir –dijo Lady Oblondra, y Denzel se sorprendió que pudiera escucharla a pesar del llanto del que en ese momento era presa.

No comprendió la pregunta hasta que vio que de las sombras salía una tercera figura, alguien que les había estado escuchando desde un principio pero que se había mantenido silenciosamente al margen.

-          Te prometí que serías tú quien tomaría la decisión –dijo la noble, mirando al rebelde de pelo desordenado que la acompañaba- Queda en tus manos

El tono de Lady Oblondra seguía siendo triste, pero había recuperado la seriedad, como si ni en la peor de las circunstancias pudiera desconcentrarse o dejar de tener la situación bajo control. A Denzel ya no le importaba. Espera que, fuera quien fuese el que escogiera, cortase la cuerda.

El desconocido se acercó al borde y miró a los ojos del traidor, pero este le ignoró y se abandonó al llanto, a las maldiciones y a los gritos de dolor. No había nada, ni nadie, que pudieran sanarle de la herida que las palabras de la noble le habían infligido. No había odio suficiente en el mundo para dedicárselo al asesino de su hija, ni pena posible de sentir para poder soltar todo el padecimiento que se agolpaba en su pecho.

La noble le dio a Hawk el cuchillo en un gesto cariñoso antes de alejarse unos pasos, dándole espacio. Ella sabía qué decisión sería la que ella hubiese tomado, pero no iba a faltar a su palabra. Nunca lo hacía y por ello únicamente la daba en contadas ocasiones.
Esta, había sido una de ellas.

Hawk miró la cuerda, tensada y fácil de cortar. Vio al que había sido su amigo deseando la muerte, herido y destrozado.
Y sintió lástima.
Pero también sintió rabia.

Ambos sentimientos se mezclaban y peleaban en su pecho, como dos perros que quisieran tomar el dominio y el uno tuviera que matar al otro para poder tomar una decisión.

No necesitaba hacer un gran esfuerzo para acordarse de todo lo que otros habían sufrido por la traición de Denzel. Él había estado allí, en primera línea, y las imágenes de toda la muerte que había presenciado lo perseguirían hasta atraparlo en las pesadillas que tenía casi todas las noches. Sólo el tiempo y unos brazos cálidos que lo acunaban podrían borrar esos sueños en los que la sangre le salpicaba el rostro y sus antiguos compañeros gritaban su nombre en la desesperación de la muerte.

Él mismo había estado a punto de morir. Había vagado durante días, pasando hambre, sueño y frío, huyendo como un perro de sus perseguidores y movido únicamente por una voluntad que aún ahora se sorprendía de haber tenido.

Odiaba a ese traidor más de lo que detestaba a cualquiera que sirviese al regente.

Pero veía el sufrimiento al que había caído y no podía evitar que la compasión hiciera temblar su mano. Él había conocido a su hija y podía comprender por qué un padre lo arriesgaría todo por ella.
El también arriesgaría su vida por la persona que quería.
Pero su vida.
No la de otros.

Acercó el cuchillo a la cuerda, sintiendo como los dedos se ponían blancos de la fuerza con la que sujetaba la afilada arma. Si lo hacía, nadie le juzgaría. Ninguno de sus compañeros le llamaría injusto.
De hecho, la mayoría dirían que había tomado la decisión correcta. Y los otros asentirían con la cabeza sin lamentarse por la muerte de un traidor.

Sólo tenía que cortar, un pequeño gesto…
Pero no lo hizo. Apartó la mano y dejó que el cuchillo cayera al suelo en un metálico estrépito

-          Te dejaré vivir- dijo, con voz firme y mirando al paisaje nocturno, aun sabiendo que los otros dos le escuchaban perfectamente- Te dejaré vivir sabiendo que has causado la muerte de personas que hubiesen dado la vida por ti.

Sintió la mano de la noble en la mano que había sujetado el cuchillo, estrechándola cariño. Hawk lanzó un suspiro, sintiendo que la decisión, aunque seguía teniendo el mismo peso, no era una carga con la que no pudiera lidiar.

-          Yo no soy nadie para quitársela –continuó Hawk, mirando a la mujer con ojos tristes- Aunque sea un asqueroso traidor.

-          Llamaré a los guardias para que se lo lleven.

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