(sugiero leerlo con esta canción, que es con la que lo he
escrito http://www.youtube.com/watch?v=oN2Xs-MvxLw)
Sus dedos se aferraron con
fuerza a la piedra, pero no había ninguna imperfección en la que asirse. Hacía
ya rato que había perdido la esperanza de recuperar los papeles que tan
desesperadamente había ido a buscar, pues en la persecución intensa a la que había
sido sometido se había olvidado de mantenerlos a buen recaudo.
El viento silbaba con la misma
fuerza en la almena que en el tejado y le golpeaba el cuerpo sin compasión.
Había dejado atrás la armadura y se alegraba de ello, pues con el peso hubiese
resbalado mucho antes, pero eso lo dejaba con poca ropa y expuesto al
inclemente tiempo nocturno. Sentía deseos incontrolables de temblar, pero cada
vez que su cuerpo se movía con un escalofrío resbalaba un poco más hacia el
gran vacío.
No necesitaba preguntarse por
qué deseaba tan desesperadamente vivir. En el fondo, nadie se hace esa
pregunta, a menos que su existencia sea peor que la propia Parca.
Y además, de su supervivencia
pendían muchas cosas más importantes que su propia vida. Por ellas había traspasado
la línea de la traición y no iba a dejar que ese sacrificio fuera en vano.
Los dedos empezaban a dolerle,
pero temía cambiar de posición por si al hacerlo su mano se veía incapaz de
encontrar de nuevo un agarre adecuado para aguantar todo su peso.
Cerró los ojos con fuerza,
moviendo los pies desesperadamente tal y como había estado haciendo durante los
últimos minutos en busca de algún sitio donde hundir la punta de la bota y
darse impulso. Pero no encontraba nada.
Los brazos empezaban a
transmitirle punzadas de dolor y un hormigueo peligroso empezó a subirle desde
el codo hasta el hombro.
Escuchó unas pisadas que
provenían del pasillo oscurecido e intentó levantar la vista a través de la
piedra, aunque para ello tuvo que estirar su cuello más allá de todo esfuerzo.
Fuera quien fuera quien se acercaba, lo hacía con calma, como si no supiera que
el hombre estaba a punto de despeñarse. El corazón le empezó a latir con fuerza
y notó en su boca el sabor amargo de la bilis.
Deseaba que alguien viniera a
ayudarle, pero al mismo tiempo sabía que en cuanto le vieran, tendría que
enfrontarse a los rostros juzgadores de los que siempre había considerado sus
camaradas.
No estaba seguro de si ellos
algún día llegarían a comprender. Lo más probable era que no le darían tiempo
para ello.
El viento le trajo más
sonidos, como el desenvainar de las espadas, los gritos de indignación, la
cólera, los pasos corriendo a través del castillo con las armaduras puestas, el
perro que le había mordido ladrando rabioso. Pero a pesar de todo el alboroto,
a pesar que el viento se introducía en su mente impidiéndole escuchar nada más,
los pasos resonaban en su cabeza como la campana que repica por la muerte del
condenado.
Se aferró con más fuerza a la
almena, notando como las fuerzas le flaqueaban. Apoyó el rostro sobre la piedra
fría, cerrando de nuevo los ojos y planteándose si la opción más sensata no
sería terminar con todo de una vez por todas y ahorrarse todo lo que estaba por
caerle encima.
El olvido, el fin…ya no tendría
que preocuparse más, pero…
El sonido de los pasos se
detuvo, delante de él. No hubo ni un saludo, ni una frase amenazadora, ni una
pregunta. Era como si quien hubiese acudido a sentenciarle no tuviera interés
siquiera en maldecirle antes de dejar que resbalara al abismo.
Se obligó a mirar quién había
acudido, y no le sorprendió encontrarse unos ojos que lo miraban con calma y
una especie de media sonrisa esbozada que parecía formarse por el mero hecho de
juntar los labios, de la cual no podía llegar a saberse si era una verdadera
expresión de alegría o neutralidad.
-
Mi señora –dijo él, esforzándose por hablar a pesar de que todo su cuerpo le suplicaba un descanso- No me asombra encontraros
aquí.
-
Es mi castillo, Denzel –respondió ella,
acercándose y hablando en un tono relajado. Llevaba una de las dos manos en la
espalda, escondida- Lo conozco mejor que los que tú denominabas amigos. No
resulta difícil llegar antes que ellos.
Denzel encajó la suave pulla
sin demasiados problemas. De todas las cosas que podrían decirle, no resultaba
especialmente insultante, pero era un recordatorio eficaz de su situación. La
noble iba vestida como si se hubiese levantado de la cama, con el pelo
despeinado, un camisón blanco y una capa que la protegía del inclemente viento
que lo atacaba ferozmente y que deseaba arrastrarlo al suelo.
El traidor esbozó una especie de sonrisa cínica.
El traidor esbozó una especie de sonrisa cínica.
-
Lamento haberos despertado, mi lady
-
Ah, no estaba durmiendo –dijo ella, encogiéndose
de hombros- Estaba esperando a que el fuego hiciera salir al conejo de su
madriguera
El soldado respiró hondo,
sintiendo como si mente empezaba a pensar con claridad al fin desde que la
mujer anunciara en el comedor que iba a atrapar al traidor. Se sintió muy
estúpido, pero al mismo tiempo muy tranquilo, como si una vez desenmascarado
todo ya no importara demasiado mantener una imagen o una apariencia.
-
¿No existía ninguna prueba contra mí, verdad?
–dijo Denzel, sonriendo con tristeza
-
No, ninguna. –respondió ella, con una expresión
de disculpa- De hecho, por un instante creí que mi plan era tan tonto que no
ibas a caer en él. Pero el miedo ha sido mi mejor aliado.
Apartó la mano que tenía
escondida en la espalda y mostró lo que en ella llevaba: una cuerda. Se acercó
a Denzel y le ató las muñecas con una firmeza que el traidor no se hubiese
esperado de ella, pero no estaba en situación de resistirse.
Se preguntó, sin embargo, qué pretendía la mujer.
Se preguntó, sin embargo, qué pretendía la mujer.
-
¿Sabes una cosa, Denzel? –dijo ella mientras
hacía nudos marineros en sus muñecas- Me enseñaron a vivir con miedo, a pensar
con miedo, a tener el temor impreso en mi piel, pues los que pretendían
gobernar mis días no conocían otra manera para tener mi vasallaje. Pero de muy
joven las normas cambiaron para mí y tuve que aprender transmitir el mismo
miedo que a me había paralizado. Fue extraño. –Apretó bien una muñeca y se
dedicó a la otra, tocando la piel del traidor con una delicadeza extraña- Fue
como si de pronto, estuviera en dos bandos al mismo tiempo. Haber pertenecido
al grupo temeroso para después estar en el de los que aterrorizan me ha
dado…una perspectiva distinta.
Lady Oblondra acarició
suavemente la mejilla de Denzel antes de apartarse de él y atar el otro extremo
de la cuerda a una fuerte argolla que había en la pared, cerca del túnel. Denzel
sintió como la cuerda de sus manos se tensaba, aunque sin llegar a tirar de él.
-
Tú me preguntaste por qué os estaba ayudando y
por qué proponía a mi primo como rey y no a mí misma. –dijo ella, tranquila-
Bueno…No me gusta dar miedo, no me gusta en absoluto. Detesto ver la mirada de
los hombres que temen mi ira, no aguanto escuchar sus respuestas tartamudeadas
porque no saben cómo complacer alguna petición y están aterrorizados por la
amenaza de mi ira.
Denzel no comprendía porque la
mujer le estaba dando ese discurso, pero le estaba provocando impaciencia y
nerviosismo. No sabía si le estaba hablando sólo para hacerle perder fuerza, o
para generarle algún tipo de sensación, pero lo único que podía hacer para
llegar a entenderlo era seguir escuchando.
-
¿Para eso habéis orquestado todo esto?
–preguntó, inquieto- ¿Para contarme vuestra vida?
Ella no respondió, le limitó a
sacar un pequeño cuchillo extremadamente afilado que llevaba oculto en la
muñeca. El brillo del metal destacó en la oscuridad de la noche y el traidor
creyó ver reflejado su rostro en la hoja.
Lady Oblondra acercó la punta
del cuchillo a la mano de Denzel, acariciando con la misma suavidad que antes
habían tenido sus dedos la piel tensada del hombre, resiguiendo tendones y
venas como si estuviera dibujándolos.
-
Creía que no os gustaba dar miedo – susurró el
soldado, mirando la hoja afilada sobre su piel.
-
Y no me gusta –dijo ella, seriamente – Pero
cuando debo hacerlo, lo hago increíblemente bien
Lady Oblondra hizo un gesto
muy rápido, cortando el dorso de la mano de Denzel profundamente, rompiendo
aquellos tendones y venas que antes había estado resiguiendo con tanto cuidado.
Denzel gritó, sintiendo como
su mano perdía la capacidad de moverse y se deslizaba sangrando hasta soltarse
de la piedra que con tanta fuerza había estado sujetando. Sus dedos ya no les
respondían.
Ahora sólo contaba con la
fuerza de un brazo para sujetarse.
No deseaba basar su vida en
confiar que la cuerda que la mujer había puesto fuera resistente, pero la noble
parecía estar disfrutando con su desesperación.
-
Tus compañeros no llegaran aquí hasta dentro de
un rato. –dijo ella, mirándole a los ojos- Y cuando lo hagan, es posible que
quieran matarte. Pero antes quiero hacerte unas preguntas
Denzel sólo pudo responder con
un gruñido, sintiendo como los dedos de la única mano que aún le sujetaba en la
oscuridad de la noche empezaban a ponerse tan blancos como el camisón de la
mujer. La otra mano le tenía preocupado. Sentía la sangre goteando,
deslizándose hasta caer hasta el suelo tan y como caería él si la noble decidía
romper la cuerda que aún le mantenía cercano a la almena
-
¿Cómo te comunicabas con Lord Crhysos? –preguntó
ella, mirándole desde su posición elevada
-
…Telepáticamente- respondió Denzel con los ojos
destellando rabia y dolor
-
Eso no ha sido muy inteligente
La noble le cortó la otra mano
y Denzel cayó. Sintió como toda la gravedad de su cuerpo se desplazaba de sus
pies a su cabeza, provocándole una sensación de vértigo profundamente
desagradable que le mareó.
Sin embargo, dos segundos
después la cuerda se tensó, desencajándole las muñecas. El hombre lanzó un
alarido por el súbito dolor que le subía como electricidad por el brazo,
sintiendo como todo el peso de su cuerpo recaía sobre una pequeña y destrozada
superficie de su brazo.
-
No creo que puedas resistir mucho así –indicó
ella, acercándose al borde y apoyándose en la almena como si estuviera viendo
la puesta de sol tranquilamente- Tarde o temprano la cuerda cederá
-
¡¿O vos os encargaréis de que ceda?!- gritó Denzel,
destellando ira
-
Efectivamente. Volvamos a empezar. ¿Cómo te
comunicabas con Lord Crhysos?
Denzel cerró los ojos, bajando
la mirada. No quería hablar, pero tampoco quería morir. En su cabeza resonaron
las palabras que muchos de sus compañeros rebeldes le habrían dicho: “mejor
morir con honor”.
Pero él no estaba de acuerdo. Había
visto como muchos de sus compañeros morían entre sangre, barro y gritos
agónicos. Ninguno de ellos se había ido con paz en sus ojos y el pensamiento de
que había hecho lo correcto. Todos veían como el alma se escurría de entre sus
dedos para dejarles con un cuerpo mortal, sucio y destrozado.
Había visto a Siete colgando
de una cuerda, balanceándose al viento con una expresión grotesca con la lengua
hinchada y la cara azul. Había visto la cabeza de muchos de sus compañeros
empalada y expuesta a los cuervos, que se daban festines a costa de la carne de
color maliciento.
No había honor en la muerte.
Tenía muchas razones por las
que seguir vivo y ya había tomado esa decisión hacía mucho tiempo, con lo que
iba a llevarla hasta sus últimas consecuencias. Por esa decisión estaba donde
estaba, pero por lo menos, vivía.
Y por lo menos, otros también
vivían, aunque otros hubieran pagado el precio por él.
-
Si os cuento todo lo que queréis saber, ¿viviré?
-
Depende de si lo que me cuentas me satisface o
no –respondió la mujer con una frialdad que le heló los huesos- Es hora que te
des cuenta de la posición en la que te encuentras y lo difícil que te será
llegar a buenos tratos. Pero puedes intentarlo.
El hombre respiró hondo. No le
quedaba otra. Vivir otro día, al precio que fuera, significaría que le estaría
dando también otro día a ella.
Con eso bastaba.
-
Sólo hablé con el regente una vez, cuando me
reclutó. –explicó Denzel, en un tono cansado- Las otras veces…contactaba con
otra persona
-
¿Con quién? –dijo la mujer, con un deje de
impaciencia
-
Con el Capitán de la guardia, lord Ayuso
Lady Oblondra asintió, como si
la respuesta no le sorprendiera en absoluto. Eso puso nervioso a Denzel. Si no
le decía nada que le interesara a la mujer escuchar, cortaría la cuerda y todo
terminaría para él.
Había arriesgado y sacrificado
demasiado para que ahora todo se perdiera en una mala respuesta por su parte.
-
¿Cuándo fue la última vez que te comunicaste con
él?
-
No le enviaba mensajes muy a menudo. La última
vez fue antes de ir a Teheris.
-
¿Le hablaste del rescate?
-
Si…pero sólo que íbamos a llevarlo a cabo. No
dónde estábamos ni a quién rescataríamos
-
Porque no lo sabías. –dijo ella, calmadamente-
Hawk os dijo mi petición de rescatar a Lyra, pero no os contó los detalles
hasta que estuvisteis en el pueblo.
Denzel notó como la cuerda
empezaba a tensarse, como si estuviera haciendo tantos esfuerzos por resistir
como los que había hecho él mientras colgaba de la piedra. Volvió a respirar
hondo, obligando a su corazón a no latir más deprisa de lo que le convenía.
-
¿Le dijiste quienes eran los rebeldes que habían
sobrevivido a la purga?
-
…Si
-
¿Sabe que están aquí?
-
No, yo…
-
Por favor, no cometas el error de mentirme y
decir que no ibas a decírselo –comentó la noble golpeando levemente la punta
del cuchillo contra la piedra, como recordando su presencia.
-
No le había enviado el mensaje aún –respondió
Denzel, aunque no contó que tenía dudas de si enviar esa carta o no. De nada le
serviría defenderse.
-
Bien. – el viento les envolvió a ambos, helando
la piel de Denzel y alborotando el cabello de la mujer. Esta se colocó bien la
capa para no sentir tanto frío- Es una alegría saberlo.
Denzel escuchó de pronto las
voces de sus compañeros de armas, el resto de rebeldes, que se movían cerca por
el castillo. Miró a ambos lados, intentando ver de dónde procedían sus voces,
sin estar muy seguro de si quería que llegasen a su lado o no.
-
No te preocupes. –dijo ella, como si hubiese
leído su mente- Tardarán aún en venir. Para tu suerte o desgracia, seguiremos
estando solos un rato más. Y ahora dime… ¿te han hecho partícipe de alguno de
los cursos de acción que van a tomar?
-
No –respondió él con sinceridad
-
Pues dime qué escuchaste, que oíste, cualquier
cosa que te comentasen cada vez que ibas a verles.
Denzel intentó hacer memoria,
pues las pocas veces que había visto cara a cara el capitán de su guardia había
sido con la excusa de ser él un soldado. Las breves reuniones fingían ser reprimendas
que le daba su superior por tal de no llamar la atención de Víctor.
En ellas apenas si
intercambiaban algunas palabras, salvo nuevas instrucciones.
Pero una imagen le vino de
pronto a la cabeza, como un si un relámpago le hubiese golpeado en la sien.
Y habló. Habló largo y tendido
como si en su pecho hubiese existido siempre una gran bolsa comprimiéndole y
ahora la noble hubiese hecho un pequeño agujero con ese cuchillo y el aire
saliera poco a poco pero sin pausa. Contó todo lo que podía recordar, todo lo
que había pensado, lo que le habían dicho, las normas que había seguido.
Cualquier información que pudiera interesarle a la noble.
Cuando terminó, un silencio
pesado pero tranquilo se posó sobre ellos, como una capa de niebla que les
hubiera rodeado y alejado del resto del mundo. Denzel observó a Lady Oblondra y
vio que aunque su rostro mantenía la neutralidad, se habían operado en él
pequeños cambios, dándole ahora una expresión más…triste. O cansada. Resultaba
difícil distinguir la diferencia estando colgado y con el dolor lacerante de
sus manos.
-
Ya veo- dijo al fin la mujer, antes de lanzar un
largo suspiro al aire de la noche. –De un modo u otro, tampoco me sorprende.
La cuerda lanzó un leve
crujido y Denzel vio cómo se estaba empezando a deshilachar. Parecía ser capaz
de resistir algo más, pero se obligó a sí mismo a quedarse muy quieto para no
forzar más la resistencia de la fibra. La sangre se estaba coagulando en sus
brazos y manos, pero las heridas no se cerraban, como si la marca que había
dejado en ellas la noble no fuera a desaparecer jamás. Como tampoco
desaparecería nunca su traición.
-
Respóndeme a una cuestión de cariz personal,
Denzel –dijo la mujer, tras unos minutos en silencio pensativo- Es una pregunta
que te harán todos, pero quiero ser la primera en conocer la respuesta. ¿Por
qué?
-
¿Por qué queréis saberlo? – respondió el hombre,
sintiendo como empezaban a flaquearle las fuerzas hasta para hablar
-
Porque por tus palabras murieron casi todos tus
compañeros. Porque tus acciones me han arrebatado a alguien muy próximo a mí y
casi lo consiguen con dos personas más. Porque tu traición ha condenado a una
buena amiga mía a pasar por un infierno del que tardará en salir. –En su voz se
notaba una ira apagada, oculta, que amenazaba con salir y que Denzel había
notado cuando la noble le había clavado del cuchillo- Por esas, y por más
razones, tengo derecho a saber por qué el hombre que tengo delante de mí ha
causado tanto dolor
-
¿Queréis saberlo para sentiros menos culpable
cuando cortéis la cuerda?
-
Puede. –ella se encogió de hombros y la capa se
deslizó levemente, sin que a ella le pareciera importar ya el frío- Al fin y al
cabo, el juez debe escuchar al reo antes de condenarle
Denzel notó como sus muñecas
crujían dentro de su piel con el mismo tono desesperado que lo hacía la cuerda.
Si iba a morir, ¿Qué más daba
guardarse sus motivos? ¿Para qué iba a decirlos? Sería juzgado con la misma
dureza, con el mismo desprecio. No importaban las razones por las que él le
había dado la espalda a la rebelión, nunca serían lo suficientemente buenas
como para que sus antiguos amigos le dieran el perdón.
Todos habían perdido a alguien
y había sido, en gran parte, culpa suya. Y como ellos jamás podrían vengarse
directamente de Lord Crhysos, lo harían a través de Denzel. Su principal manera
de resarcirse sería amargar su recuerdo y no darle descanso a su alma.
Contar o no contar no iba a
cambiar nada.
Pero al mismo tiempo si sentía
que debía explicarlo, aunque fuera una única vez. Iba a morir por ello, iba a
dejar de existir por el sacrificio que había aceptado dar. Si se perdía, si él
moría y no se sabía la razón, le embargaría la sensación de inutilidad, de que
todo había sido un absurdo y que el sufrimiento que le había dado la culpabilidad
habría sido en vano.
Respiró hondo de nuevo. Las
palabras se agolparon en su boca, sin querer salir y al mismo tiempo pugnando
para escapar por sus labios. Notó como le dolía la garganta.
-
El regente me amenazó con hacerle daño a alguien
muy querido por mi si no cumplía con lo que me pedía –susurró al fin, cerrando
los ojos, recordando la imagen que lo había acompañado durante todo el tiempo
en el que su traición se había extendido.
La vio a ella, a su pequeña,
tan diestra y grácil, tan inocente, tan alegre. La vio recibiéndole en la casa
que compartían, sonriéndole mientras le mostraba el último vestido que le había
hecho y por el que iban a recibir una cuantiosa suma. La vio bailando alrededor
de la hoguera junto a Laia una noche de verano, riéndose como la niña que nunca
había dejado de ser.
La vio durmiendo en su cama,
con los labios entreabiertos, antes que él se fuera a su puesto de guardia a la
salida del sol.
Y la vio al lado del regente,
mientras él tenía su mano en la fina cintura de ella. Vio la mirada desesperada
y la sonrisa maliciosa de él.
Vio las promesas de dolor y perversión
que los ojos del hombre transmitían si no se arrodillaba.
Su pequeña, su niña.
-
Me dio a elegir entre matarme en ese instante y
hacer lo que le viniera en gana con ella o…-tragó saliva, notando como la
garganta era presa de un dolor incontrolable que le dificultaba el habla-…o
aceptar servirle a cambio de no tocarle un pelo.
-
Y aceptaste, por lo que veo
-
…No hay honor en la muerte. –el hombre apretó
los dientes antes de poder seguir- Tenía que escoger entre mis compañeros o
ella. No se puede obligar a un padre a que elija. Les dije a los demás que la
había mandado con unos familiares a otra ciudad, lejos de la rebelión para que
estuviera segura. Y me creyeron. El resto, es historia.
-
Ya veo.
El viento de nuevo volvió a
soplar, aunque esta vez parecía tener menos fuerza. O quizás fuera que las dos
personas que estaban en las almenas había dejado de importarles el exterior,
como si su mente hubiese tomado control absoluto de sus cuerpos y ya no fuera
importante el mundo que les rodeaba.
El traidor vio en los ojos de
la mujer la misma expresión que ella adquirió cuando Víctor le había preguntado
sobre Laia y su estado. Esa misma mirada de duda, de saber un secreto pesado
que desgarraba pugnando por salir, pero que a pesar de que sería mucho más
sencillo soltarlo y salvarse de su peso, ella se esforzaba por no contarlo.
El hombre siguió el impulso
que lo dominó y en sus labios se formuló una pregunta que en el fondo no quería
hacer.
-
¿Vos sabéis algo de ella? –inquirió Denzel, con
esperanza y desesperación a partes iguales
-
…Si, lo sé –expuso ella, con el rostro serio
pero el tono entristecido- La pregunta es, ¿tú quieres saberlo?
Denzel sintió un frío muy
intenso en su pecho, tan helado que parecía que alguien le hubiese atravesado
con una espada de hielo. No, no quería saberlo, no quería…
Pero tenía que conocer lo que
la mujer sabía. Tenía que saber cómo estaba su hija.
-
Si –dijo, aunque el temblor de su voz demostró que
no estaba en absoluto seguro
Lady Oblondra suspiró,
apartando la mirada del traidor y dirigiéndola al paisaje oscurecido que la
noche y el castillo le ofrecían. Los pastos, el bosque, el río, las montañas…La
luna entregaba su luz sobre ellos y les daba un aspecto pacífico y amenazador a
partes iguales.
-
Está muerta, Denzel -ella habló, sin mirarle, en
un susurro triste- Y ahora Laia está ocupando su lugar
El frío que Denzel experimentó
en su pecho creció hasta que él sintió que se le paraba el corazón. Necesitó
unos largos minutos para que las palabras de la mujer se asentaran en su
cabeza, se apoderaran de su cerebro y explotaran en la desesperación que había
estado latente desde que viera a su pequeña por última vez.
Se lamentó de no haber caído,
se arrepintió de haberse cogido a la almena. Apretó fuertemente las manos para
que el dolor de las manos, un dolor agónico pero físico, lo arrancase del
sufrimiento en el que se estaba hundiendo sin frenos.
Era como si su mente hubiese
estado sujeta por una cuerda similar que le aguantaba a él y ahora esta se
hubiera roto y él cayera como un plomo en una oscuridad más negra que cualquier
noche que el pudiera haber visto jamás. Su cuerpo se convulsionó en un temblor
frenético, como si estuviera debajo de un lago helado y necesitase
terriblemente un calor que jamás iba a recibir.
Se dio cuenta que estaba
gritando cuando sus oídos reconocieron su propia voz, pero no le importó. De
hecho, en ese momento ya nada le importaba demasiado.
Suplicó que la cuerda se rompiera.
-
Te toca a ti elegir –dijo Lady Oblondra, y
Denzel se sorprendió que pudiera escucharla a pesar del llanto del que en ese
momento era presa.
No comprendió la pregunta
hasta que vio que de las sombras salía una tercera figura, alguien que les
había estado escuchando desde un principio pero que se había mantenido
silenciosamente al margen.
-
Te prometí que serías tú quien tomaría la
decisión –dijo la noble, mirando al rebelde de pelo desordenado que la
acompañaba- Queda en tus manos
El tono de Lady Oblondra
seguía siendo triste, pero había recuperado la seriedad, como si ni en la peor
de las circunstancias pudiera desconcentrarse o dejar de tener la situación
bajo control. A Denzel ya no le importaba. Espera que, fuera quien fuese el que
escogiera, cortase la cuerda.
El desconocido se acercó al
borde y miró a los ojos del traidor, pero este le ignoró y se abandonó al
llanto, a las maldiciones y a los gritos de dolor. No había nada, ni nadie, que
pudieran sanarle de la herida que las palabras de la noble le habían infligido.
No había odio suficiente en el mundo para dedicárselo al asesino de su hija, ni
pena posible de sentir para poder soltar todo el padecimiento que se agolpaba
en su pecho.
La noble le dio a Hawk el
cuchillo en un gesto cariñoso antes de alejarse unos pasos, dándole espacio.
Ella sabía qué decisión sería la que ella hubiese tomado, pero no iba a faltar
a su palabra. Nunca lo hacía y por ello únicamente la daba en contadas
ocasiones.
Esta, había sido una de ellas.
Hawk miró la cuerda, tensada
y fácil de cortar. Vio al que había sido su amigo deseando la muerte, herido y
destrozado.
Y sintió lástima.
Pero también sintió rabia.
Ambos sentimientos se
mezclaban y peleaban en su pecho, como dos perros que quisieran tomar el
dominio y el uno tuviera que matar al otro para poder tomar una decisión.
No necesitaba hacer un gran
esfuerzo para acordarse de todo lo que otros habían sufrido por la traición de
Denzel. Él había estado allí, en primera línea, y las imágenes de toda la
muerte que había presenciado lo perseguirían hasta atraparlo en las pesadillas
que tenía casi todas las noches. Sólo el tiempo y unos brazos cálidos que lo
acunaban podrían borrar esos sueños en los que la sangre le salpicaba el rostro
y sus antiguos compañeros gritaban su nombre en la desesperación de la muerte.
Él mismo había estado a punto
de morir. Había vagado durante días, pasando hambre, sueño y frío, huyendo como
un perro de sus perseguidores y movido únicamente por una voluntad que aún
ahora se sorprendía de haber tenido.
Odiaba a ese traidor más de lo
que detestaba a cualquiera que sirviese al regente.
Pero veía el sufrimiento al
que había caído y no podía evitar que la compasión hiciera temblar su mano. Él
había conocido a su hija y podía comprender por qué un padre lo arriesgaría
todo por ella.
El también arriesgaría su vida
por la persona que quería.
Pero su vida.
No la de otros.
Acercó el cuchillo a la
cuerda, sintiendo como los dedos se ponían blancos de la fuerza con la que
sujetaba la afilada arma. Si lo hacía, nadie le juzgaría. Ninguno de sus
compañeros le llamaría injusto.
De hecho, la mayoría dirían
que había tomado la decisión correcta. Y los otros asentirían con la cabeza sin
lamentarse por la muerte de un traidor.
Sólo tenía que cortar, un
pequeño gesto…
Pero no lo hizo. Apartó la
mano y dejó que el cuchillo cayera al suelo en un metálico estrépito
-
Te dejaré vivir- dijo, con voz firme y mirando
al paisaje nocturno, aun sabiendo que los otros dos le escuchaban
perfectamente- Te dejaré vivir sabiendo que has causado la muerte de personas
que hubiesen dado la vida por ti.
Sintió la mano de la noble en
la mano que había sujetado el cuchillo, estrechándola cariño. Hawk lanzó un
suspiro, sintiendo que la decisión, aunque seguía teniendo el mismo peso, no
era una carga con la que no pudiera lidiar.
-
Yo no soy nadie para quitársela –continuó Hawk,
mirando a la mujer con ojos tristes- Aunque sea un asqueroso traidor.
-
Llamaré a los guardias para que se lo lleven.
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