sábado, 21 de junio de 2014

7- Camino a la prisión

Los dos soldados iban subiendo por la colina poco a poco, manteniendo los caballos a un ritmo lento. Llevaban unas largas cuerdas atadas las sillas, en las que arrastraban un grupo de prisioneros con ropa mugrienta y la cabeza baja.

Más que una colina, aquello era un barranco que empezaba con una subida suave y con hierba, pero que iba transformándose en una escarpada ladera llena de piedras, como si la naturaleza hubiese decidido colaborar con la prisión que habían improvisado y les anunciara a los reos su destino.
Los caballos avanzaron con seguridad al principio, pero sus pasos empezaron a hacerse más inseguros a medida que las herraduras iban resonando sobre la piedra. Quizás les intranquilizaba el hecho de poder resbalar en aquella superficie, pero algo les decía a los prisioneros que el malestar de los animales procedía de un miedo instintivo hacia su destino.
Si una prisión improvisada daba ese efecto, no se imaginaban el que daría la cárcel oficial del reino.

Al cabo de un buen rato de ser arrastrados por las monturas de los dos soldados atisbaron la gran casa. No costaba imaginar la razón por la que la guardia había decidido encerrar ahí a quienes se opusieran, ya no solo por su estupenda situación encima de un barranco de veinte metros que terminaba sobre el mar, sino por su forma.
Estaba hecha de la misma piedra que el resto de casas de la villa, dándole un aspecto oscuro y húmedo a la roca. Sin embargo, en Teheris los hogares aún mantenían algunos rasgos que les daban calidez a las estructuras: algunos trazos de pintura, farolillos encendidos, carteles de madera, incluso flores… Aquí la única decoración posible eran los barrotes que cruzaban todas las ventanas, relucientes por haber sido colocados no hacía mucho.
Por si todo aquello no fuera suficiente como para acongojar a la mayoría de los que llegaban allí, la casa tenía otra peculiaridad que la había transformado en leyenda para cuentos infantiles de miedo hasta que la guardia decidió transformarla, cosa que tampoco contribuyó demasiado. Se había construido apoyándose sobre la estructura natural de la roca del acantilado.
Seguramente, cuando era nueva, la diferencia entre piedra construida y piedra natural era clara ante cualquier ojo. Pero con el paso del tiempo se habían producido algunos derrumbes, el color se había desvanecido y nadie había estado allí para repararlo, con lo que el edificio que ahora se les presentaba delante a los prisioneros parecía como si formara parte del barranco.

Los dos soldados se acercaron a un paso un poco más lento hasta el puesto de guardia. Por el camino se habían ido encontrando algunas patrullas, pero los habían ignorado lo suficiente como para no ponerles nerviosos, quizás porque desde hacía un buen rato lloviznaba un calabobos muy molesto y los soldados en general estaban más preocupados por cubrirse que de cualquier otra cosa.
Pero ahora los dos hombres que vigilaban la entrada estaban a cubierto y tanto su vida como su sueldo dependían de una estricta vigilancia.

Cuando se hubieron acercado lo suficiente, uno de los soldados bajó de su caballo y se acercó a ellos.

-          Traigo una nueva remesa de prisioneros –dijo en un tono que pretendía ser rutinario
-          ¿Una nueva remesa? –dijo el guardia que parecía ser más experimentado, a la par que un bicho de dos metros de alto y medio de ancho- Vamos a cerrar este sitio en una semana, ¿pretendes que lo llenemos?
-          No son para quedarse –dijo el soldado sobornado, con cara de circunstancias- Me han ordenado dejarlos ahí un día para llevarlos mañana a la capital. Creo que son presos importantes

Uno de los prisioneros, que presentaba una terrible desfiguración en la cara, lanzó una especie de bufido entre molesto y burlón, como si la respuesta del soldado hubiese sido una ocurrencia de lo más estúpido. Pero eso distrajo la atención del hombretón que le estaba interrogando y se dirigió hacía el prisionero.

-          ¿Te parece divertido, perro? –dijo el enorme guardia, mirándolo desde arriba y cruzando los brazos, haciendo que todos los músculos se marcaran como una amenaza silenciosa
-          Claro que si –respondió el hombre con las cicatrices en el rostro- ¿no ves cómo sonrío, guapo?

El guardia frunció el ceño pero no dejó que la provocación le afectara, al menos aparentemente. Hizo un gesto a un par de sirvientes que descansaban en el interior y estos se acercaron solícitamente a su señor.

-          Apartadlos de mi vista –dijo con su tremenda voz- Y lleváoslos al fondo, por cortesía del gracioso del grupo

Los prisioneros fueron arrastrados al interior por los criados, que mantenían la mirada fija en el suelo como si no se atrevieran a fijarla en unos hombres condenados por si al hacerlo les afectaba la misma suerte. Un par de los reos giraron las cabezas hacia la entrada, donde vieron como los soldados sobornados empezaban a charlar con los otros como si nada de todo aquello hubiera sucedido. Pero ante todo se centraron en disfrutar de los últimos retazos de cielo, aunque fuera plomizo y lluvioso, por si no volvían a verlo.


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