Los dos soldados iban subiendo
por la colina poco a poco, manteniendo los caballos a un ritmo lento. Llevaban
unas largas cuerdas atadas las sillas, en las que arrastraban un grupo de
prisioneros con ropa mugrienta y la cabeza baja.
Más que una colina, aquello
era un barranco que empezaba con una subida suave y con hierba, pero que iba
transformándose en una escarpada ladera llena de piedras, como si la naturaleza
hubiese decidido colaborar con la prisión que habían improvisado y les anunciara
a los reos su destino.
Los caballos avanzaron con
seguridad al principio, pero sus pasos empezaron a hacerse más inseguros a
medida que las herraduras iban resonando sobre la piedra. Quizás les
intranquilizaba el hecho de poder resbalar en aquella superficie, pero algo les
decía a los prisioneros que el malestar de los animales procedía de un miedo
instintivo hacia su destino.
Si una prisión improvisada
daba ese efecto, no se imaginaban el que daría la cárcel oficial del reino.
Al cabo de un buen rato de ser
arrastrados por las monturas de los dos soldados atisbaron la gran casa. No
costaba imaginar la razón por la que la guardia había decidido encerrar ahí a
quienes se opusieran, ya no solo por su estupenda situación encima de un
barranco de veinte metros que terminaba sobre el mar, sino por su forma.
Estaba hecha de la misma
piedra que el resto de casas de la villa, dándole un aspecto oscuro y húmedo a
la roca. Sin embargo, en Teheris los hogares aún mantenían algunos rasgos que
les daban calidez a las estructuras: algunos trazos de pintura, farolillos
encendidos, carteles de madera, incluso flores… Aquí la única decoración
posible eran los barrotes que cruzaban todas las ventanas, relucientes por
haber sido colocados no hacía mucho.
Por si todo aquello no fuera
suficiente como para acongojar a la mayoría de los que llegaban allí, la casa
tenía otra peculiaridad que la había transformado en leyenda para cuentos
infantiles de miedo hasta que la guardia decidió transformarla, cosa que
tampoco contribuyó demasiado. Se había construido apoyándose sobre la
estructura natural de la roca del acantilado.
Seguramente, cuando era nueva,
la diferencia entre piedra construida y piedra natural era clara ante cualquier
ojo. Pero con el paso del tiempo se habían producido algunos derrumbes, el
color se había desvanecido y nadie había estado allí para repararlo, con lo que
el edificio que ahora se les presentaba delante a los prisioneros parecía como
si formara parte del barranco.
Los dos soldados se acercaron
a un paso un poco más lento hasta el puesto de guardia. Por el camino se habían
ido encontrando algunas patrullas, pero los habían ignorado lo suficiente como
para no ponerles nerviosos, quizás porque desde hacía un buen rato lloviznaba
un calabobos muy molesto y los soldados en general estaban más preocupados por
cubrirse que de cualquier otra cosa.
Pero ahora los dos hombres que
vigilaban la entrada estaban a cubierto y tanto su vida como su sueldo
dependían de una estricta vigilancia.
Cuando se hubieron acercado lo
suficiente, uno de los soldados bajó de su caballo y se acercó a ellos.
-
Traigo una nueva
remesa de prisioneros –dijo en un tono que pretendía ser rutinario
-
¿Una nueva remesa?
–dijo el guardia que parecía ser más experimentado, a la par que un bicho de
dos metros de alto y medio de ancho- Vamos a cerrar este sitio en una semana,
¿pretendes que lo llenemos?
-
No son para
quedarse –dijo el soldado sobornado, con cara de circunstancias- Me han
ordenado dejarlos ahí un día para llevarlos mañana a la capital. Creo que son
presos importantes
Uno de los prisioneros, que
presentaba una terrible desfiguración en la cara, lanzó una especie de bufido
entre molesto y burlón, como si la respuesta del soldado hubiese sido una
ocurrencia de lo más estúpido. Pero eso distrajo la atención del hombretón que
le estaba interrogando y se dirigió hacía el prisionero.
-
¿Te parece
divertido, perro? –dijo el enorme guardia, mirándolo desde arriba y cruzando
los brazos, haciendo que todos los músculos se marcaran como una amenaza
silenciosa
-
Claro que si
–respondió el hombre con las cicatrices en el rostro- ¿no ves cómo sonrío,
guapo?
El guardia frunció el ceño
pero no dejó que la provocación le afectara, al menos aparentemente. Hizo un
gesto a un par de sirvientes que descansaban en el interior y estos se
acercaron solícitamente a su señor.
-
Apartadlos de mi
vista –dijo con su tremenda voz- Y lleváoslos al fondo, por cortesía del
gracioso del grupo
Los prisioneros fueron
arrastrados al interior por los criados, que mantenían la mirada fija en el
suelo como si no se atrevieran a fijarla en unos hombres condenados por si al
hacerlo les afectaba la misma suerte. Un par de los reos giraron las cabezas hacia
la entrada, donde vieron como los soldados sobornados empezaban a charlar con
los otros como si nada de todo aquello hubiera sucedido. Pero ante todo se
centraron en disfrutar de los últimos retazos de cielo, aunque fuera plomizo y
lluvioso, por si no volvían a verlo.
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