La ciudad estaba animada, a
pesar de la llovizna que había ido cayendo desde bien temprano por la mañana.
No se habían producido las mismas tormentas que asediaban otras partes del
reino y eso había contribuido a que la actividad acostumbrada de la urbe se
mantuviera intacta. Por ello, el carruaje avanzaba con cierta lentitud por las
calles, pues de lo contrario hubiese atropellado a algún imprudente ciudadano
que cruzaba el empedrado a toda prisa.
Los cuatro soldados que las
custodiaban imponían su presencia y creaban un perímetro invisible, evitando
así que la gente se arremolinara alrededor del vehículo.
Lyra observaba los edificios
con inquietud, pues llevaba años sin observar la ciudad de día. Desde que
iniciara sus andanzas en alta mar, eludiendo las normas y retando a quienes
quisieran impedirle sus viajes, siempre había visitado Crisnel en las horas más
oscuras, a resguardo de las miradas indiscretas.
Ver de nuevo las calles llenas
de gente la transportaba a sus recuerdos de infancia, a los paseos con su padre
hasta el puerto, las discusiones de su madre porque la verdulera intentaba
venderle un melón pocho, las noches mirando por la ventana observando los
barcos mecerse con la marea.
Sonrío al rememorar todos
aquellos momentos y se alegró al saber que podía pensar en Mark sin que el
dolor por su pérdida dominase sus pensamientos.
¿Cuánto tiempo había pasado?
Desde que despertara, no más de una semana, pero parecía que fuera más tiempo y
a la vez, que fuera reciente. Lady Oblondra había intentado convencerla de
permanecer en el castillo, pero Lyra había tenido más que suficiente de
autocompasión y tristeza. Necesitaba moverse, arrancar, empezar a activar de
nuevo sus instintos y dejar atrás un pasado que la arrastraba como una ancla
hasta el fondo.
No iba a dejar que la
desesperación se la tragara, ella se sabía más fuerte y con más voluntad que
eso, pero los primeros pasos eran lo más complicados. Necesitaba mantener la
mente ocupada con labores y planes.
Y de planes habían estado
hablando la noble y ella largo y tendido antes de empezar a viajar. Habían
repasado los pros y los contras, habían hecho cuentas y hasta habían
improvisado posibles soluciones para los futuros inconvenientes que pudieran
aparecer. Pero una vez los caballos habían empezado a moverse, en el carruaje
se había creado el silencio y no había cabida para nada más que para el
pensamiento. Si hubiese estado sola, se hubiera echado a gritar o canturrear
sólo que el silencio no fuera tan denso.
Llevaban horas de viaje y le
dolían las piernas de no moverlas, pero se negaba a moverse mucho para no
molestar a Lady Oblondra, quien se sentaba al lado. Ninguna de las dos había
iniciado una conversación, quizás porque el clima les había hecho tener un
humor silencioso e introspectivo, como si la lluvia les arrullara suavemente y
les arrancara poco a poco las energías.
Se moría de ganas de decir
algo para llenar la quietud y al mismo tiempo las palabras morían en su boca. A
medida que se iban acercando al castillo iba notando como un nudo de
nerviosismo se le iba creando en el estómago.
-
¿No crees que me reconocerán? –preguntó en un
tono bajo, como si temiera que alguien de la calle pudiera escucharlas
-
No –dijo la noble, observándola de arriba abajo-
Vas vestida como mi dama de compañía y llevarás un velo cubriéndote el rostro.
Nadie reparará en ti, o al menos no lo hará el regente
-
No sé caminar como una de tus doncellas –repuso la
capitana, mirando el delicado vestido que llevaba puesto
-
Imagina que estás andando sobre un tablón –dijo
Lady Oblondra, sonriendo- Caminas con más gracilidad de lo que te crees, y
siempre podemos decir que tienes una herida en el pie
Lyra asintió, pero no notó que
el nerviosismo desapareciera de su pecho. Desde el primer momento en el que
habían hilado el plan, el temor se había adueñado de su corazón y ahora marcaba
el ritmo de sus latidos con cada segundo.
No era exactamente miedo, ni
tampoco prudencia, pues ella había vivido situaciones más arriesgadas en su
barco. Era algo nuevo, un sentimiento que se había impuesto desde que
consiguiera huir de aquella condenada celda: temía ser capturada de nuevo.
Pudiera parecer algo evidente
para quien no hubiese estado en su situación, pero para ella repetir la
experiencia sería mucho peor que encontrarse ante la mismísima parca.
Cuando fue capturada mantuvo
la frente alta a pesar de lo que temía que iba a ocurrirle. Pero podía
permitirse la valentía ya que no conocía con exactitud el futuro que les
deparaba a ella y a sus hombres. Ahora si lo sabía, lo conocía al detalle, y no
estaba del todo segura de estar preparada para resistirlo una segunda vez.
Sin embargo, el tiempo de las
dudas terminó abruptamente cuando el carruaje empezó a ascender por la colina.
Se colocó el velo tal y como le habían dicho que se lo pusiera y su rostro
quedó suavemente oculto tras la seda. Su cabello, de un intenso tono rojizo, no
se detectaba salvo para un ojo muy observador.
El disfraz era adecuado, pero
esperaba que su actuación acompañara con la misma eficiencia.
El castillo era el más grande
del reino y dominaba la ciudad desde una colina que terminaba en acantilado. El
rio acariciaba en el fondo y separaba la urbe de la fortaleza, haciendo que la
única vía de acceso fuera el mismo camino por el que estaban subiendo.
La piedra gris le confería al
castillo un tono monocorde que variaba según la luz que incidiera sobre él. En
los días de sol, la estructura parecía sacada de un cuadro bucólico, pacífica y
serena, pero con la lluvia y el cielo nublado se levantaba sobre la colina como
una mole oscurecida, silenciosa y hostil.
El puente del foso estaba
bajado y la gran reja, subida. Algunos campesinos y habitantes de la ciudad que
habían ido congregándose a lo largo de la mañana para resolver asuntos se
apartaron al ver llegar el carruaje. Los caballos se detuvieron delante de la
escalinata que llevaba al interior del castillo y las dos mujeres salieron bajo
la lluvia cubiertas con capas que les protegían del agua, seguidas de cerca por
los cuatro soldados.
Lyra siguió a la noble fijándose
discretamente en los guardias que protegían el castillo. Había por lo menos
seis en total en la entrada, pero el número aumentaba a medida que iban
adentrándose en el castillo e iban perdiéndose por los pasillos. Cada pocos
metros se encontraban con algún hombre uniformado con la anfisbena marcada en
el tabardo y con la mirada al frente.
En su caminar por los pasillos
se cruzaron con algunos miembros de la corte, que saludaron a la noble con un
gesto pero no detuvieron su paso. Lyra los observaba con cierto recelo y
curiosidad, pero sin terminar de reconocer a ninguno.
La capitana procuraba
disimular sus escrutinios y que estos quedaran memorizados en su mente. Había
estado estudiando un mapa del castillo y no le resultaba complicado situarse,
pero debía prestar toda la atención posible.
Llegaron a la habitación de
Lady Oblondra, que había sido ya preparada por los sirvientes del castillo,
conocedores de su llegada.
La habitación era lo
suficientemente grande como para estar ocupada por una cama en la que podrían
caber cinco personas, una mesa en la que escribir y otra para comer. Un gran
baúl en un rincón servía para guardar la ropa y enseres y una ventana encima
del escritorio le daba luz a la alcoba.
La noble despidió a los
guardias, dándoles permiso para descansar tras el viaje y cerró la puerta con
llave tras de sí.
-
¿Estás segura de querer hacerlo, Lyra?
–preguntó, acercándose a la marinera y colocándole bien el velo, que se había
movido un poco por el camino
-
Si –dijo con voz segura
-
Entonces volveremos a repasar una última vez el
plan –dijo la noble, hablando en voz baja- Y después no volveremos a hablar de
ello nunca más
-
Yo esperaré a la hora de la cena –empezó Lyra,
sentándose en una de las sillas de madera- Y me vestiré con las ropas de una
criada y cogeré otro recambio. Avanzaré por el castillo sin ser vista hasta
llegar a los aposentos del regente. Y sacaré a Ayla de allí.
Lady Oblondra asintió con la
cabeza, en silencio. No parecía en absoluto convencida del plan por muchas
veces que lo hubieran modificado o repasado, aunque la artífice del mismo
hubiese sido ella misma.
Se sentó en la silla que
quedaba justo delante de la capitana en la mesa, observándola.
-
Continua
-
Una vez encuentre a Ayla, le daré la ropa de
criada de sobras –prosiguió Lyra- Disfrazadas ambas saldremos del castillo
antes que termine la cena. Huiremos hasta la taberna de Dante, donde nos
esconderán hasta que sea seguro salir.
-
Acuérdate de decirle a Driel las palabras clave
o no te dejará pasar –dijo la noble, jugueteando nerviosa con uno de sus
anillos- Y deshaceos lo más rápido posible de las ropas de criada
-
¿Qué haré si Ayla no puede andar? –preguntó la
marinera
-
Sacarla como sea posible de allí –dijo lady
Oblondra, en un tono seco que sorprendió a la capitana- Aunque sea a rastras
Lyra se ahorró el resto de
preguntas, pues de alguna manera sospechaba que la respuesta iba a ser similar.
No entendía por qué la noble había decidido elaborar ese plan, pues no le había
contado ni por qué la mujer que se encontraba en el castillo debía ser
rescatada ni la razón que debieran hacerlo en ese momento.
-
Aprovecha ahora que nadie va a reclamarnos para
ir a por las ropas –dijo lady Oblondra
La muchacha asintió y se
levantó con cuidado, sabiendo que el vestido podría quedar atrapado bajo su pie
y que en el siguiente movimiento quedaría destruido. En silencio, impelida por
una tensión creciente que no terminaba de comprender de dónde procedía, salió
de la habitación.
En cuanto la noble se encontró
sola respiró hondo, obligándose a sí misma a soltar el aire poco a poco. Sentía
un nudo en el estómago y los nervios a flor de piel, pero tenía buenas razones
para hallarse en ese estado.
En cierto sentido, todo
dependía del éxito que tuviera Lyra. Si podía salvar a Ayla antes que el
regente consiguiera sonsacarle algo, la situación quedaría resuelta.
Pero había demasiados
interrogantes y cabos sueltos como para poder tranquilizarse a sí misma. También
existía cierto sentimiento de culpabilidad subyacente, pues había tenido mucho
tiempo para organizar una evasión mejor que la que estaban llevando a cabo
ahora.
Debía reconocerse que la
información que le había pasado Ayla le había servido de mucha ayuda y que
quizás esa utilidad le había generado reticencias a la hora de encontrar un
modo de sacarla de allí.
Al fin y al cabo, ella sabía
lo que Lord Crhysos hacía con ella. Debería haber actuado antes.
La alarma se había activado cuando
los mensajes que le llegaban puntualmente cada dos días dejaron de aparecer.
Discretamente había preguntado por la sirvienta que servía de intermediaria
entre Ayla y ella, fingiendo interés por ella en alguna banalidad, pero nadie
recordaba haberla visto desde hacía ya un tiempo.
Las posibilidades se abrían
bajo sus pies y ninguna resultaba especialmente halagüeña. Sin embargo, no
podía limitarse a lamentar los actos pasados.
Se levantó, dispuesta a hablar
con los soldados que la habían acompañado para darles órdenes concretas, cuando
de pronto alguien llamó a la puerta antes de que ella pudiera siquiera tocar el
pomo de la misma.
Frunciendo el ceño unos
segundos pero recuperando su semblante neutro, abrió la puerta con
tranquilidad.
-
Oh, perdonadme mi lady- dijo un sirviente
plantado ante la dama- Esperaba que me abriera una doncella, no vos
El individuo que tenía frente
suyo era uno de los sirvientes personales del regente, un muchacho bastante
joven que enviaba mensajes y órdenes por el castillo, como una suerte de recadero.
La noble se relajó, pues Fídias nunca enviaba al chico en materias de
importancia.
-
Mi doncella ha ido a cumplir unas tareas que le
he encomendado- comentó lady Oblondra, en tono aburrido- ¿Qué queréis?
-
Lord Crhysos os busca, mi lady –repuso el
criado, hablando con mucha gracia para alguien de su edad
-
Estoy algo cansada después del viaje –dijo ella,
lanzando un suspiro teatral- ¿No puede esperar a la cena, dónde seguro que el
regente hallará unos minutos para hablarme?
-
No, mi lady- respondió el otro
-
Sea pues, os seguiré
La mujer se dejó guiar por el
sirviente, sin prestar demasiada atención a los pasillos que recorrían. Suponía
que Lyra iba a regresar antes que ella a la habitación, pero siendo la capitana
una mujer con luces, no se dejaría ver ni descubrir y sabría cumplir con su
parte.
Avanzaron por el castillo,
atravesando los pasillos cubiertos de trabajados y hermosos tapices que en su
momento fueron poseedores de los más vívidos colores, pero que ahora
languidecían tras sufrir el cruel paso del tiempo. Reconociendo el camino, la
noble descubrió que se estaban dirigiendo al centro mismo de la estructura, a
lo que antaño había sido el despacho del rey.
Una parte de su cabeza quería
seguir pensando que no tenía nada de lo que preocuparse, pero sus pensamientos en
esos momentos discurrían en su mayoría en el sentido contrario. En otro tiempo
y circunstancias no le hubiese afectado tanto que fueran a buscarla, pero ahora
que tenía una preocupación clara en la mente todo se le antojaba peligroso.
Al menos Lyra no la acompañaba
y quedaría al margen.
Llegaron al fin a la
habitación donde Fidias la estaba esperando. Era una gran sala, con una
chimenea enorme encendida en la pared más alejada. Unas amplias ventanas se abrían
a la derecha, mostrando una espléndida vista del patio de armas y la entrada
del castillo. Una mesa en la que cabían cómodamente diez comensales se mantenía
regia en medio de la estancia, con mapas, pergaminos y mensajes dispersos por
su superficie.
El regente estaba observando
uno de esos mapas, de espaldas a la puerta. La mujer miró discretamente por
toda la habitación, viendo a dos guardias fuertemente armados colocados en un
rincón. Montaban guardia con circunspección absoluta, sin que un solo sonido
emanara de ellos.
El sirviente se fue por donde había
venido, cumplida ya su misión.
-
¿Os ha resultado tedioso el viaje, mi lady? – dijo
Fidias, sin girarse
-
La lluvia siempre entorpece el camino –respondió
ella, impaciente. Sabía que no la había llamado para intercambiar formalismos
cordiales y sentía un nudo en su garganta ante la expectativa.- pero hemos
llegado sin incidencias
-
Que bien –dijo él, en un tono difícil de
describir- Últimamente los caminos no son seguros. La infección rebelde parece
haberse extendido y ahora asalta por los caminos
-
Me alegro de ser tan afortunada de no haberme
cruzado con ellos –la ceja de la mujer se arqueó involuntariamente, perpleja-
¿Pero decís que ahora se dedican al pillaje?
-
Algo parecido. Han atacado una pequeña aldea
llamada Viten, pero he enviado al capitán a resolver la situación.
Fidias se giró al fin hacia
ella, observándola con una expresión fría e inescrutable. La mujer no se había
movido un ápice de donde se encontraba, como si unas raíces invisibles hubieran
surgido del suelo y atrapado sus piernas. Empezaba a resultarle difícil resistir
la tentación de irse de aquella sala, pues si bien todo parecía indicar que su
cabeza estaba a salvo, había algo en el tono de voz del hombre que la
intranquilizaba.
O quizás simplemente se
estuviera cebando en la paranoia.
-
Tiene experiencia en esas lides –indicó refiriéndose
al capitán de la guardia- Fue él quien capturó al grueso de los rebeldes meses
atrás
-
Si, aunque lo malo de las ratas es que si dejas
alguna viva vuelven a infestarte. Y ahora parecen interesados en el feudo de
lady Arkauz.
-
¿Imagináis por qué razón? –preguntó Lady
Oblondra, preguntándose a sí misma a la vez qué diablos estaría haciendo Scott desviándose
tanto de la ruta que habían planeado
-
No –respondió Fidias, cruzándose de brazos
mientras se apoyaba en la mesa, observando a la mujer. – Esperaba que me lo
contaras tú
La mujer entrecerró levemente
los ojos durante unos segundos, intentando interpretar las palabras del hombre.
Por ahora, su actitud seguía siendo cordial y muy poco amenazadora, pero
conocía lo suficiente al regente como para saber que ello no implicaba en
absoluto una ausencia de amenaza.
-
Poco os puedo contar- repuso ella, fingiendo
ingenuidad- La estrategia no es mi fuerte
-
Sin duda no lo es
El regente se acercó a la
noble, con gesto amigable y una sonrisa leve pintada en sus labios. Acercó el
dorso de la mano a la mejilla de la mujer, que no pudo evitar dar un respingo
al notar el contacto.
-
De ser vuestro fuerte, hubierais matado a Ayla
antes que yo tuviera oportunidad de ponerle las manos encima
Lady Oblondra dio un paso
atrás, alejándose bruscamente de lord Crhysos con gesto entre airado y
asustado. El pánico le impulsaba a dar la vuelta y buscar la salida, pero un
chasqueo de dedos del hombre la devolvió a la realidad. Ambos guardias se
acercaron, con paso tranquilo y sin desenvainar las armas hasta la mujer.
Ella no pudo evitar lanzar un
leve suspiro derrotado. No les haría falta siquiera perseguirla.
-
No os preocupéis –continuó el regente,
imprimiendo el sarcasmo en su voz- Me he ocupado yo por vos. Supongo que me
debéis un favor.
La mujer asimiló las palabras
con lentitud, pero sin despegar sus labios. Cualquier cosa que pudiera decir en
ese momento resultaba absurda, inútil y podía llegar a empeorar las cosas. Con
un poco de suerte, Fidias no sería consciente de la presencia de Lyra en el
castillo y la capitana podría huir en cuanto descubriera la situación.
Si es que la descubría a
tiempo.
-
Supongo que no me diréis los detalles sobre lo
que planea Arkauz, ¿no? – Fidias lanzó un suspiro afectado, teatral, antes de
volver a chasquear los dedos.- No te preocupes, querida. Tengo todo el tiempo
del mundo.